miércoles, 27 de mayo de 2020

Imaginar la muerte del Pochó.


En esta época en que volvemos a ser dominados por una epidemia, pero ahora bajo nuestra asepsia moderna, no nos queda sino imaginar la muerte. No la propia, que es ontologicamente inimaginable. La muerte ajena que en otras circunstancias podría sencillamente imponérsenos bajo la fórmula del cuerpo presente. Pero dada la situación, más la natural discreción de toda  muerte privada, no nos queda sino imaginar. Pero en esta caso es lo inimaginable. Porque más allá de su presencia afable y anécdotas de café y taller que ya son de un siglo pasado, se trata de un personaje que por sus personificaciones tendría que haber sido inmortal. Jugaba tanto con sus propias narraciones y cuentos, que aceptaba que lo tratáramos de duende, aluxe, troll o, finalmente, en tanto que decía ser su inventor: el mismísimo pochó. Pero un pochó no puede morir, así que lo mismo saldrá a bailar en las calles de Tenosique el próximo febrero, o, se antojaría por su aspecto bonachón y sus ideas creativas, sumándole quizás  un sarakof a su eterno portafolio, un médico o ingeniero luchando por civilizar su pueblo de lodo y casas de madera, cuando hace medio siglo todavía, y sobre todo antes, salía de un pasado de míticas enfermedades tropicales como corresponde a una puerta de entrada a la selva, que entonces estrenaba un portentoso puente anaranjado  sobre el Usumacinta, en la boca del cerro.

martes, 5 de mayo de 2020


Miedo, Histeria e impacto diferencial en la pandemia actual.

Rodolfo Uribe Iniesta. rui@unam.mx.



                                       Severine: “¿Qué sabes sobre el miedo?

James Bond: “Se todo lo que hay que saber sobre el miedo”.    

Película Skyfall.




Conceptos clave: miedo, histeria, disciplinamiento cultural, desigualdad social, manipulación mediática.




Aunque es una idea originada por el psicoanálisis, es ya sentido común saber que lo que no se menciona es lo que se impone, lo que está enmarcando y dándole sentido a las acciones. No podemos creerle a un individuo por lo que dice de sí mismo, advertía Marx iniciando el discurso que se calificaría como de los teóricos de la sospecha junto con Nietzsche y Freud, generando una perspectiva epistémica “externa” que pone más atención a las dimensiones estructurantes y de las acciones.

Un reportaje de la Deutsche Welle señala que una característica de la actual pandemia es la generación como nunca de las ahora llamadas fake news y la violencia de las deliberaciones que se dan a través de las redes sociales. Pero no profundiza en cuales son las condiciones que permiten que dichas falsedades puedan tener credibilidad y sean objeto de tanta difusión. Llama la atención que tales informaciones y reacciones que normalmente se supone ocurrirían entre población ignorante, no escolarizada y no integrada, en general, a la sociedad moderna (que no es sino decir por sus características determinantes actuales, sociedad mediática), en realidad está ocurriendo en un amplio sector de ésta última. En nuestro país hemos visto como intelectuales reconocidos y líderes mediáticos de opinión han tenido expresiones y reacciones exageradas que incumplen con el mandato tácito de un comunicador, un intelectual o un científico: sobreponer el interés y perspectiva colectiva sobre la perspectiva y experiencia individual. Expresiones como que el estado tenía que asegurarnos la existencia física de un respirador a cada ciudadano no pueden explicarse de parte de alguien que tiene estudios universitarios y conocimientos mínimos de nivel licenciatura (es obvio que no todos los posibles contagiados lo harán al mismo tiempo);  y sin embargo, se las escuchamos a los más reconocidos participantes de los medios de comunicación. Pero de lo que no escuchamos a ninguno de estos personajes, es del miedo o la histeria, que son elementos comunes, naturales y fundamentales de este tipo de situaciones, y que como enseña la historia se manifiestan de manera diferencial de acuerdo a la recepción y experiencia de los sectores sociales. 

El Miedo: La asimetría Inicial. Hay un elemento básico que le da una explicación racional y razonable al miedo: para comenzar, a diferencia de los animales y las plantas, los virus ni siquiera se pueden calificar como seres vivos y menos adjudicarles planeación, intencionalidad o sentido. Aunque desde la canciller Ángela Merkel en adelante los líderes políticos mundiales usan la metáfora bélica para confrontar la epidemia, es evidente que es imposible comprenderla, observarla y combatirla con la definición básica de enemigo.

Aquí lo que cuenta es que son ante todo visibles y comprensibles desde una visión sistémica de conjuntos masivos de millones de elementos invasivos que lo mismo parasitan unidades complejas autónomas -cuerpos individuales-, que en la suma y expansión terminan o destruyendo, colonizando o modificando una o varias especies animales como totalidad. La perspectiva de individuos o suma de individuos (la perspectiva cultural dominante actual como explica Alain Badiou) no sirve aquí ni siquiera para entender como detener la expansión del virus, lo que finalmente se traducirá en la seguridad de los individuos pero sólo tras haber pasado por la reacción colectiva.

Por el otro lado, la peste siempre ha implicado históricamente la amenaza generalizada, abstracta y al mismo tiempo cercana de muerte. Lo que produce, de manera razonable y natural, miedo. Pero el sentir, y particularmente sentir miedo, y a sobre todo a la muerte, es ontológicamente individual: el miedo a la muerte es siempre el miedo a mi muerte personal e intransferible, e incluso incompartible. El sentimiento de miedo puede contagiarse fácilmente por medio de la comunicación y sobre todo masivamente. Es casi la principal característica de las masas según los estudios de los teóricos del siglo XIX. Sin embargo, en particular el miedo a morir es quizás el sentimiento más íntimo posible.  

Es un fenómeno a nivel de la conciencia propia de cada uno. Albert Camus es quien nos da luz en el tema, tanto en el Hombre Rebelde como en su novela de La Peste. Por eso la historia de las plagas se caracteriza -como lo señala Jean Delhumeau en su historia del miedo en Occidente- por las más crudas reacciones de egoísmo que llegan a separar hasta los padres de sus hijos. Y aquí la diferencia la establece el cómo, las características específicas del individuo humano. Sheldon Watts en su libro Epidemias y Poder, demuestra la enorme diferencia de la recepción y gestión de las plagas en Oriente y Occidente, en función de las autoconcepciones de identidad colectiva o individual. Rita Segato, ha acertado al señalar que parte de la crisis que la Covid 19 está generando, se debe a la contemporánea concepción narcisista individualista, que entre otras cosas, además nos presupone -contra las propias ideas tradicionales populares latinoamericanas- ser ascepticos, intocables y perfectos. En los estamentos aspiracionistas urbanos, dependientes de la economía privada o de la aristocracia del presupuesto público- además, este individualismo supone sujetos absolutos de derechos de atención sin sacrificios o esfuerzos compensatorios como establecerían las ideas de “economía moral” (concepto de E. P. Thompson) de las sociedades tradicionales o incluso la ideología contractualista de la primera modernidad. Campea una noción particular de democracia que define al estado como servicio personal de los individuos de estos sectores. Es lo que se esconde detrás del enunciado simplificador de que los políticos son nuestros empleados. Y que lleva a actitudes ingenuas como el creer que un funcionario cumple su deber dedicando 8 horas diarias a informar, descuidando todas las labores de gestión que debe implicar en realidad cualquier puesto político administrativo. Situación ambigua, que además se presta tanto a la posibilidad de manipulación por parte del funcionario, que el mismo público que sólo lo juzga en función de lo que dice (y no por sus resultados) termina preso de una desconfianza y confusión mayor, como lo demostró el fenómeno en México de lo que se llamó Foxilandia, la actual situación de “las mañaneras”, y el impacto de las conferencias de prensa de Trump en Estados Unidos.

            La mencionada diferencialidad de reacciones se ha manifestado de maneras muy interesantes en la actual pandemia, considerando además, de que se trata de una plaga “débil”, tal vez para estar a la moda con la posmodernidad. Es una plaga que no mata a todos y no de inmediato. Esta vez, en primera instancia, la discrimación de una población objetivo no la imponen como antes las reacciones sociales de contención, sino las características de la enfermedad que tiene impactos más graves sobre personas mayores con comorbilidades. La debilidad, entonces, también está en que el factor diferencial de letalidad no es el propio virus sino  condiciones que de alguna manera se han naturalizado como resultado de la formas de vida de la sociedad moderna (diabetes, hipertensión, inmunodepresión), incluso dentro del esquema de “avance civilizatorio” de lo que se llamó la transición inmunológica (preponderancia de enfermedades metabólicas sobre las infecciosas). Es, entonces, de manera casi increíble, el virus perfecto para desnudar la diversidad y complejidad de efectos negativos sobre el cuerpo individual humano de nuestra particular forma de vida. Además, ha venido a desnudar el desmantelamiento de los servicios públicos colectivos de salud a favor de los sistemas privados individualizados de atención. Desnuda también, como se ve en Nueva York donde la mayoría de muertos son afroamericanos y mexicanos, las diferencialidades en acceso a servicios de salud. Y finalmente la crisis del modelo que Sheldon Watts dice adjudicado a Robert Koch de una medicina centralizada en la tecnología y la hospitalización, por no hablar de la farmacodependencia y la financiarización detrás del modelo de gestión mediante seguros.

            Habíamos olvidado que las epidemias son el más eficaz y duro dispositivo disciplinador de la especie, que son ellas quienes están detrás de las grandes diferencias culturales como nos explica, por ejemplo, para los sistemas alimenticios, Fernand Braudel. El papel de la gran peste en el consumo de carnes y cereales en Europa frente al mayor vegetarianismo de China. Y están detrás de muchos de lo que Norbert Elías llamó procesos civilizatorios, que se traducen en los que llamamos comúnmente costumbres y tradiciones: que pueblos o grupos saludan de mano, quienes abrazan, porque se usaban guantes, velos, gorgueras, etc. E incluso que sociedades consideramos más afectivas o más “desapegadas”.  Las diferencias de experiencias, reacciones y adaptaciones se convirtieron en patrones culturales que ahora aparecen como la base desde la cual las distintas sociedades o grupos confrontan la nueva crisis. Y, por ejemplo, estas diferencialidades se manifiestan donde uno menos podría esperar. En las discusiones de la Unión Europea sobre el financiamiento de los gastos de la epidemia: Portugal, España, Francia e Italia se confrontaron contra Bélgica, Holanda, Alemania y Finlandia sobre subsidiar solidariamente los costos de la atención o que cada país asuma sus costos. La discusión se convirtió inmediatamente en la de las distintas actitudes respecto al papel, importancia y afectividad de cada sociedad sobre la población en riesgo: los viejos.

            En nuestro propio país las diferencialidades de reacción, están evidenciando el problema constitutivo del origen colonial que no hemos podido resolver a pesar de haber sido un objetivo de los gobiernos revolucionarios, y que, por el contrario, se reafirmó con las políticas de los últimos cuarenta años: la desigualdad que escinde a la sociedad. En términos económicos, el actual presidente habla de un 70% de la sociedad como marginada de la economía formal moderna, que para el caso actual se traduce en vivir al día con los ingresos y sin apoyos formales de la economía privada o institucional; pero que también significa una escisión cultural entre la sociedad escolarizada-mediatizada y el resto. Y esto se traduce en una reacción individualista histerizada sobredemandante del sector mediatizado y aspiracionista -el que por otra parte tiene los medios para aislarse y cuidarse-, y otro sector que reasume sus condicionantes tradicionalistas tanto de escepticismo frente a los discursos y actos institucionales y mediáticos, llegando a creer que es una falacia la epidemia; y que lo mismo lleva al recurso a la comunalidad en el mejor de los casos, que a la tradicional ideología mexicana del azar y la fatalidad, o a las reacciones más inmediatas y básicas de agresión y violencia como se ha visto paradójicamente contra personal de salud y hospitales y autoridades en general.

            Estas diferenciadas reacciones de los segmentos de la sociedad con relación a su manera de procesar el miedo y dejarse conducir por la histeria, finalmente, generan un campo mediático en donde se dan las condiciones para librar no sólo la “batalla” contra el virus (coordinar e informar las necesarias acciones colectivas y acciones individuales para contener o sobrellevar los inevitables contagios y mantener una baja tasa de atención médica y mortalidad), sino también la posibilidad de darle sentidos políticamente utilitarios a la propia epidemia, apoyando u obstaculizando la resistencia a la misma.



Referencias biblio y hemerograficas:

Braudel, Fernand. 1984. Civilización Material, Economía y Capitalismo. Siglos XV a XVIII. Tomo I. Las Estructuras de lo Cotidiano. Madrid. Ed. Alianza.

Camus, Albert. 2002. El Hombre Rebelde. Madrid. Ed. Alianza Lozada.

Delhumeau, Jean. 2005. El Miedo en Occidente. Madrid. Ed. Taurus.

Ramonet, Ignacio. 2000. La pandemia y el sistema mundo actual. La Jornada Semanal. Sábado 25 de abril.

Segato, Rita. 2020. Entrevista de Astrid Pikielny: “Es un Equívoco Pensar que la Distancia Física no es una Distancia Social”. La Nación. 2 de mayo.

Watts, Sheldon. 2000. Epidemias y Poder. Barcelona. Ed. Andrés Bello.



Frases relevantes:

p.2 El miedo: la asimetría inicial.

p.2. El miedo a la muerte es siempre el miedo a mi muerte personal e intransferible, e incluso incompartible.

p.5 Estas diferenciadas reacciones de los segmentos de la sociedad con relación a su manera de procesar el miedo y dejarse conducir por la histeria.

viernes, 17 de abril de 2020


                   
Memoria de Chabela.



Cuando era adolescente de 11 o 12 años, casi todos los domingos la familia viajaba a Miacatlán a casa de la tía para poder checar unos terrenos ejidales que le habían rentado o algo parecido a mi papá para sembrar pepinos, o lo que el ejido decidiera, ya que de hecho los ejidatarios decidían y finalmente levantaban la cosecha y comercializaban. Pero había una confusión porque era el momento en que comenzaba a ser más redituable irse al norte que quedarse en el campo y el propio comisario ejidal, de hecho, con base en su experiencia de brasero de los tiempos clásicos, o sea de la segunda guerra, era quien organizaba la viajada de los hombres jóvenes hasta la frontera. Y en parte por esa misma confusión o alguna otra, en el patio del comisario era posible ver intactas, dos enormes y flamantes máquinas cosechadoras regaladas por el gobierno que nunca vi moverse hasta que quedaron destruidas en el mismo sitio. Pero la migración ahora también era oportunidad para las mujeres jóvenes, aunque muy distinta, fue la época donde se generalizó la oportunidad de trabajar de sirvientas en la ciudad de Cuernavaca y comenzaba incluso, para las más osadas o mejor relacionadas, ir hasta el Distrito Federal. La diferencia es que las que iban a Cuernavaca podían salir en camión en la madrugada y regresar por el mismo medio al atardecer para llegar a dormir a casa de sus padres.

          La mecánica del viaje dominguero era siempre la misma. Llegar, saludar a la tía y salir inmediatamente, esperando ganarle al sol seco de medio día, a revisar los terrenos y de ahí, los que querían podían bajar hasta la laguna de Coatetelco, donde muchas veces, bajo el calorón, me metía a nadar con todo y pantalones porque había muchísima hierba y no me sentía con la confianza de los jóvenes locales para meterme sólo en calzones a enredarme con el hierbazal acuático. Pero en realidad no me gustaba acompañar a mi padre al terreno porque la mayor parte del tiempo había que aprovechar para remover piedras. En la inteligencia campesina le habían dado a mi padre uno de los peores lotes porque estaba lleno de piedra y por eso no querían meter maíz ahí. Entonces, armados sólo de un azadón había que remover las piedras y en teoría irlas juntando para ir construyendo una barda, pero, cada vez que regresábamos, al siguiente domingo, las piedras que habíamos separado y juntado en montones, habían desaparecido. En todo caso, más con las piedras grandes era un trabajo pesado, a veces auxiliado con una palanca, pero muchas veces a mano limpia y siempre cuidándose de los alacranes que vivían debajo de ellas. Otras veces era peor. Por alguna razón o se rompía el apancle que corría en la parte de arriba y el terreno estaba inundado y había que -a pura mano, otra vez- repararle las paredes con la misma tierra, o al revés, habían tapado a propósito la salida del agua para el terreno y había que abrirla para que entrara el agua al menos mientras estábamos ahí.

          Por eso, cuando no se suponía que habría que hacer algún trabajo en particular, no recuerdo si me preguntaban o sólo me dejaban, me podía quedar en la casa de la tía. Y eso significaba sentarme sobre la barda de piedra bajo la sombra de un árbol de pinzanes y aprovechar para ir cortando los que estaban al alcance de la mano y abriéndoles uno por uno la envoltura de cáscara roja, comer la jugosa y sabrosa pulpa blanca y tirar las semillas negras. Invariablemente, al poco rato, Chabela, vestida de pantalones de mezclilla y camisa de leñador, pero sobre todo con unas llamativas botas de media caña, seguida por la perra amarilla de mi tía, salía de la obscuridad fresca de la casa de adobe y ponía una silla en el umbral de la puerta, regresaba por su guitarra y se sentaba a afinarla. Al poco rato, sin prisa ninguna, comenzaba a cantar una u otra canción, deteniéndose o recomenzando según le venía en gana. Todas eran de lo que yo consideraba entonces canciones rancheras, y después sabría que la mayoría eran de su amigo José Alfredo.

          Después de ignorarme por un largo tiempo inmensurable bajo el calor durísimo del medio día, sacaba un billete de diez pesos y sin mirarme me ordenaba: “Vete a la esquina a comprar una botella de tequila”. Brincaba yo desde la barda, y acompañado por la perra, caminaba entre las bardas de piedra desbordadas de vegetación de la calle hasta la esquina. Un letrero en una casa cuadrada de ladrillo pintada de verde anunciaba “La Esquina”. Era una tienda con unas cuatro mesas de lámina con sus respectivas sillas, un mostrador de madera frente a un librero lleno de latas y mercancía variada y colorida y una rockola. Siempre estaba casi vacía, tres o cuatro tipos sombrerudos en la mesa disfrutando de la sombra que contrastaba con la luz de la puerta siempre abierta. El vacío lo llenaba siempre el escándalo de la rockola que distorsionaba con el volumen alguna canción ranchera o tropical.

          El dueño reía al verme llegar: “¿Te manda la borracha?”. Había en el tono tanto la agresión para demostrar públicamente un reproche, al mismo tiempo había una cierta familiaridad por la convivencia y amistad que de hecho tenía con mi tía y la admiración que le tenían a Chabela porque la habían oído cantar aunque no sabían su historia. Y no faltaba entre los tipos de las mesas algún comentario provocador de “Mira, lo manda una vieja, ¿no tendrá también sus cosas?”. Pero yo iba a lo que iba, cuando mucho mirando de reojo las pistolas en los cinturones o los machetes recargados en el suelo por si había que salir corriendo. Extendía el billete con la foto de la tehuana y sólo decía: “Tequila”. En realidad no había otra cosa y siempre era lo mismo, así que igual no necesitaba decir nada. A veces el dueño me decía, “Pues dile a la novia de la maestra que se venga a echar una o dos canciones acá, que no somos malos”. Y yo le señalaba el letrero prohibiendo la entrada de mujeres y que era el pretexto de mandarme a mi por la botella.

          Cuando regresaba, ya Chabela tenía en el suelo un plato con un vaso, limones y sal. Y seguía cantando canción por canción, trago por trago. Al rato llegaba siempre la esposa del comisario ejidal cargando una gran olla abierta de barro llena de un guiso de conejo al pipián para todos. Yo la ayudaba a encontrarle acomodo en la mesa de la casa que casi siempre estaba ocupada con los bártulos de pintura o herramientas de todo tipo de mi tía. Chabela se sentaba directamente a comer y yo robaba un taco con puro pipián sin carne y me iba a la parte de atrás, a ver los conejos que criaba mi tía en un cobertizo. Cuando escuchaba que llegaba mi familia salía para unirme a la comida. Mi padre siempre me hacía el comentario: “No se porque prefieres quedarte con la borracha a ir a ver los terrenos”. Mi tía soltaba alguna expresión de reproche cuando veía la botella a medias sobre la mesa, y nos sentábamos todos a comer ruidosamente mientras Chabela dormía en una de las camas de madera y colchón de petate de mi tía.

          Fui el último de la familia que fue a visitar a mi tía en un asilo sobre la barranca de Amatitán en Cuernavaca, sufría los estragos del enfisema pulmonar y agradecía que en el asilo los dejaban adoptar a los gatos que llegaban de la calle o de la barranca. Me preguntó por la salud de Chabela porque había leído que se había puesto mala y la habían hospitalizado en su tierra. Le dije que ya había salido pero que no sabía si ya había regresado a Tepoztlán donde se suponía que estaba viviendo.

sábado, 4 de abril de 2020


Cultura en el siglo XXI, segmentaciones y exclusiones.

Rodolfo Uribe Iniesta.

(Publicado en la Revista de Arte Boticario No.10 http://www.revistarab.com/ensayo.html)



“En un universo infinito, cada punto puede considerarse el centro porque cada punto tiene un número infinito de estrellas a cada lado”.

                    Stephen Hawking.





¿Qué pasa con la cultura en la vida del siglo XXI? Lo primero es que está escindida entre diversas dimensiones: la Alta Cultura o Cultura Académica jerárquica y etnocéntrica está en crisis al ser cuestionados sus fundamentos básicos. En este punto podemos decir que ya no es la Cultura sino la discusión sobre la Cultura. En la segunda mitad del siglo XX se hizo hegemónica a nivel mundial la Cultura Mediática o Cultura Pop, justamente mediatizada en sus diversas formas y niveles por los medios de comunicación pero todavía constituyendo un espacio público común mundial aún jerarquizado, etnocéntrico y mediatizado y constituido cada vez más sólo por “productos” de la industria cultural (musical, cinematográfica, editorial etc.). Y la actual dispersión de “plataformas”, de “mundos”, de “espacios”, de “centros” y “formas”, “alcances” de producción no sólo de “productos”, sino también de actividades culturales donde cada espacio, aunque con alcances limitados, es un “centro” y un “mundo” propio. En conjunto estos últimos son una gran riqueza, tienden a romper la escisión entre productor y consumidor, pero sus alcances tienden a ser sólo locales.

El problema, sin embargo, en la vida cotidiana, conformada cada vez más por un sector provisorio que para mantener sus niveles de consumo y su integración a la economía formal tienen que estar todo el tiempo cambiando y capacitándose, desarrollando habilidades más que conocimientos; y otro conformado por los precarios que viven de la economía informal, es que ya no sólo se trata de la enajenación de convertir a las grandes masas en meros “consumidores” de “productos culturales”, sino el problema cotidiano en ambos sectores es tener “tiempo” para relacionarse de alguna forma, “exponerse”, y no se diga participar en actividades culturales que permitan experimentar sensaciones emotivas y estéticas. Luego entonces la cultura cada vez más aparenta vivir sólo en los intersticios de todo tipo de esta sociedad, de ahí su carácter de resistencia, de aparente clandestinidad y sacrificio. Y de pronto, en el día a día, se siente que sólo quienes se dedican a la cultura tienen acceso a ella, quedando excluido el resto de la sociedad.




Hay que darnos una idea sobre a qué nos referimos por cultura, cuestión que nunca ha sido evidente, pero que en la práctica social, y básicamente en la comunicación social, mediática o no, significa que nos referimos a actividades y prácticas intelectuales de formación o de disfrute que pueden incluir actividades físicas o materiales, pero que comparten el ser expresivas de contenidos específicos a los diversos grupos sociales, afirmándolos o incluso contraponiéndose o negándolos con una acción que finalmente es también afirmativa de otro sentido, formas o contenidos. Justamente, mientras que en las actividades que consideramos “económicas” son indiferentes las características propias intrínsecas y originales de las mismas siempre que puedan equiparse a un valor de cambio; en las culturales es justamente lo más importante. Y también la diferencia está que las primeras se justifican meramente por su carácter inmediato de necesidad o rentabilidad; mientras las segundas forzosamente implican una calidad de experiencia emocional, afectiva, lúdica, erótica, intelectual o identitaria. Son dos “reinos”, dos “calidades”, dos “mundos”, que no son necesariamente ni naturalmente incompatibles, entre los cuales históricamente ha habido siempre dinámicas de interacción. Así, antes, en las sociedades premodernas la producción de satisfactores para la vida se hacía directamente mediante actividades altamente cargadas de cualidades identitarias incluso emotivamente; hasta que la modernidad vino a darle más importancia a la técnica impersonal y desidentificada como forma de producir y consumir masivamente. Y luego, la propia técnica y masividad colonizaría las actividades identitarias, emocionales y experienciales convirtiendo a la cultura en “productos” y “consumibles”. La cultura fue dejando de ser algo que se hacía y vivía para ser otro consumible más, y hoy cuando se habla de nivel cultural se habla de nivel de consumo cultural.

          La sociedad moderna contemporánea ha reducido la cultura a lo contrapuesto al mundo del trabajo (como si éste mundo no fuera también una propia forma particular de cultura, pero que justo niega progresivamente en su exceso la expresión o actividad intelectual y hasta física del participante). El trabajo, sea físico, sea intelectual o virtual, cuando sometido a una finalidad y sobre todo una funcionalidad eficientista cada vez más financiera, se convierte en una enajenación y negación de las capacidades y actividades del trabajador, aunque eso no implica la posibilidad de que tal persona pueda tener o desarrollar su propia actividad cultural, pero entendida ahora dentro de lo que se llama “tiempo libre”. Y sin embargo, desde mediados del siglo pasado Henri Lefebvre y Guy Debord señalaban como el mundo de la producción de valor colonizaba el tiempo libre en un proceso que se manifestaba sobre todo en la conversión del individuo de un actor a un mero consumidor. En un retorcimiento de las cosas, al final del siglo, una persona que “gusta”, o goza de la cultura, es un mero consumidor. Y el problema es ahora el del “acceso” a la cultura, que en realidad es una cuestión de “acceso” a “productos culturales”, y los artistas o creadores, ya no son personas que “hacen su vida” mediante actividades intelectuales o artísticas no directamente dentro del mundo de la producción de valor, sino, que a su vez, han sido integrados y reducidos a productores de “productos culturales”. Ellos mismos a su vez, sufren también de la disyuntiva de los tiempos segregados entre el productivo y el libre, sólo que en ambos casos se encuentran dentro del ámbito de producir o consumir productos culturales. Y por ende, en automático se genera un proceso de exclusión para aquellos que no tienen el tiempo libre, ni los medios, ni los recursos para acceder a los productos culturales que además pueden estar geográficamente concentrados en lugares de accesos lejanos o que impliquen mayores costos. O aún con la accesibilidad, al menos virtual, que daría la informática, no tienen la formación, o la capacidad de entenderlos, o disfrutarlos. 



          Aunque en el mundo de la modernidad la regla básica era la inclusión, que planteaba entonces el problema de destruir las formas tradicionales de vida donde la supervivencia física estaba integrada a la experiencia cultural; ahora vivimos bajo la lógica de la extrema segmentación e incluso los aislamientos. Dentro de la integración de la modernidad se había llegado incluso a la formación de una misma noosfera (espacio intelectual) mundial, o al menos general de cada nación, espacios sociales de comunicación compartida, aún cuando estuviera jerarquizada por ejemplo por los productos audiovisuales americanos y en general los productos intelectuales también europeos (como la literatura, la ciencia, y las disciplinas artísticas). Ahora, sobre todo la informática y las nuevas tecnologías de comunicación aplicadas a la producción y la distribución de productos culturales lleva bajo la dirección de las nuevas formas de negocio, a la extrema dispersión, en donde los espacios sociales públicos -tan queridos y promovidos por Habermas- se están desarticulando en infinitas particularidades con un previsible efecto próximo de incomunicabilidad, no sólo de mensajes, sino sobre todo de imaginarios compartidos.

          Puede entonces lo mismo hablarse de una crisis de la “Cultura”, pero al mismo tiempo de una explosión de las “culturas” particulares. La vieja “Cultura” jerarquizada y etnocentrista, académica, ha ido perdiendo jerarquización, consistencia y universalidad. Pero al mismo tiempo, su principal subproducto moderno: la “cultura popular” o “cultura pop”, que se convertiría en el principal producto de exportación y homogeneización cultural mundial, y en realidad una cultura mediática, una cultura de los medios, también va perdiendo su carácter de integrador universal al diseminarse las capacidades de acceso, pero sobre todo, y en eso vendría la nueva riqueza, de producción. Nuevas formas, nuevos canales, nuevos contenidos de producción y disfrute de nuevas actividades que pueden o no ser a su vez productos o sólo productos o no.

          Luego entonces el problema de la Cultura o culturas, ha pasado de ser la jeraquización y monopolización, al de la disyunción entre productores o participantes contra meros consumidores, pero sin embargo en un nivel más inmediato y cotidiano, el más agudo está siendo en las formas de vida modernas, que la gente provisoria que tiene alta capacidad económica porque vive adaptándose constantemente a las actividades económicas formales “no tiene tiempo”, por un lado, y los precarios no tienen ni el tiempo ni los recursos. Por eso, lo que vale es el esfuerzo de resistencia de hacer y vivir con sentido expresivo e identitarios, actividades propias y de comunicación que rompan también con las limitaciones de esa especie de ghetto que se quiere imponer a los artistas como espacio limitado por un lado, y al resto de la sociedad por el otro, trabajando desde todo resquicio y con toda iniciativa para transitar y comunicar todos los espacios posibles. Y eso implica, por supuesto, que cada uno haga lo posible por superar también la mera condición de consumidor.

lunes, 17 de febrero de 2020


El Miedo a la Libertad en la práctica científica




No puedo dejar de compartir unas reflexiones que me han surgido a partir de lo que ha pasado en un programa de investigación, pero que es extensible a todo el CRIM UNAM. Hace muchos años Erich Fromm, un psicoanalista que trabajó en Cuernavaca, publicó un libro que llamó el miedo a la libertad que me hace pensar en lo que pasa en nuestro trabajo. En el programa de estudios regionales dos compañeros propusieron que sometiéramos nuestros trabajos a criterios formales para hacerlos “más científicos”, que redactáramos y publicáramos bajo un formato que conocemos que exigen las revistas de las ciencias que trabajan bajo la lógica experimental y de las matemáticas, en la idea de que eso iba hacer “más serios”, “más profundos”, y sobre todo “más científicos” nuestros trabajos. Como si la cientificidad de un trabajo estuviera en el formato de presentación del mismo y no en la argumentación de la formulación de la pertinencia del tema y de las prácticas y procedimientos a realizar, además de la pertinencia misma de los objetivos de la investigación. Con 35 años de investigación aplicada a cuestas, 10 años trabajando directamente en proyectos aplicados en campo para instituciones públicas estatales, federales e internacionales (PNUD, Banco Mundial, UNESCO) y 5 en la iniciativa privada haciendo consultorías para el mismo tipo de instituciones y para empresas privadas, al principio no le di importancia a que los compañeros quisieran adoptar el formato que quisieran. Pero el problema es que querían hacerlo obligatorio para todos los miembros del programa lo cual me parece un verdadero despropósito: basta ver mis libros y ensayos aplicados al desarrollo local y regional de Tabasco y el sureste -que han servido para hacer planes de gobierno y diseñar política pública desde las instituciones mencionadas y sobre por cuando menos dos administraciones estatales de Tabasco y algunas comunidades locales-. Mi criterio de objetividad y pertinencia, ha sido precisamente éste: su traducibilidad en políticas públicas y prácticas sociales (un libro publicado en 2003 y un ensayo que se publicaría en 2009 fueron discutidos personalmente con el gobernador y el secretario de gobierno para elaborar los criterios de acción para la reconstrucción tras la inundación de 2007). Incluso una de las razones por las cuales tardé mucho en acabar mi tesis doctoral fue porque ya había sido “usada” para resolver negociaciones entre la comisión federal de electricidad, Pemex y los campesinos Yokotanob de dos municipios de Tabasco (Nacajuca y Macuspana) y en 2011 mis trabajos fueron utilizados para resolver una negociación entre la CNDH, CONAGUA, el gobierno de Tabasco, la cámara de diputados federal y una agrupación de 60 pueblos indígenas respecto a las obras y acciones de prevención de inundaciones (el antecedente es que para evitar que se inundara Villahermosa, se inundaron “preventivamente” los pueblos indígenas en 2008, 2009, 2010 y 2011). Después de la negociación -aún cuando no se han realizado todas las obras acordadas- no se han vuelto a inundar ni Villahermosa ni los pueblos. Hasta podría mencionar un dossier inédito que elaboré con técnicas de historia oral y local que sirvió para rescatar a 130 perros que el gobierno de Graco le secuestro a una ciudadana de Tepoztlán. Es mi personal convicción que la actividad científica ha de servir para salvar vidas y defender las condiciones de vida y la propia vida en sí misma dadas las contradicciones del Antropoceno en que estamos viviendo, o si no, no sirve para nada.

Es decir, que cuando los compañeros me dicen que la prueba de que los trabajos son científicos es ordenar la información en capítulos que dicen metodología, materiales, experimento, disertación, conclusiones, no tengo idea de que me hablan porque como regionalista trabajo con paisajes (o sea historia), medio ambiente, culturas, procesos materiales (economía), ciudades, pueblos, grupos sociales, instituciones y finalmente personas. Es decir también, que como estudioso de ciencias sociales y humanidades trabajo con personas tanto como con conceptos: con seres que piensan, hablan y producen su propia realidad mediante procesos intelectuales que siempre son imaginarios y discursivos, y en su nivel y forma pueden ser contradictorios y conflictivos. Y que es a través de esta dimensión -la subjetiva- que interactúan en los complejos procesos que estudian la cultura y la política.

Por lo tanto no basta con observar sino también debo escuchar y en última instancia dialogar con seres exactamente iguales a mí para no actuar en una mera relación de fuerza o como lo define Bourdieu de “violencia simbólica”. Como regionalista, además la “complejidad” se me impone: respondo a una necesidad o problema social y como resolverlo, incluyendo como comunicar o poner en práctica las soluciones y por lo tanto no parto de una teoría de la economía, de la sociología, de la geografía, de la ecología, de la historia, de los estudios culturales, de la ingeniería, de la ingeniería agronómica, de las ciencias de la comunicación, de la ciencia política o de ninguna disciplina en particular; y sin embargo, me veo obligado a estudiar y aplicar conocimientos y técnicas de todas estas para encontrar propuestas de alternativas para los problemas en el territorio definido y con los grupos sociales involucrados. Y tengo el nivel agregado de complejidad del diálogo ya mencionado y además el nivel de que hemos superado en el siglo XX la era de creer que la realidad es lo que vemos: sabemos que es lo que nos hacen ver nuestros instrumentos tanto técnicos como conceptuales, por lo que ninguna investigación está completa sino hacemos la reflexión o la crítica de los mismos. Si me apuran, yo diría que más bien “la cientificidad” de cualquier trabajo está justamente en su capacidad de hacer esto último.

          Que me digan 35 años después de esta experiencia que la “cientificidad” o la “pertinencia” o la “utilidad” de mis trabajos dependen de su forma de publicación o de redacción del informe de la investigación realizada me deja boquiabierto. ¿Hacemos ciencia para aportar propuestas de solución y acción frente a necesidades colectivas o sociales, o sólo para publicar en determinadas revistas?

Pero entiendo que me están hablando de otros “mundos” y “otras prácticas”. Muy bien, me parece bien que a distintos problemas o dimensiones se la hagan distintos planteamientos y se le apliquen distintos procedimientos y se presenten de diversas formas escritas, digitales o visuales, según la mejor opción del caso. Más aún que ahora las tecnologías nos invitan a la creatividad para alcanzar distintas formas, profundidades y alcances de comunicación. Y la cuestión de la comunicación y comunicabilidad es cardinal.

Eso es lo que yo entiendo como multidisciplina y tengo la suerte de estar en un centro multidisciplinario que entonces, desde su propio nombre está abierto a la creatividad y la búsqueda bajo el rigor lógico de que se haga una propuesta metodológica específica para cada proyecto o investigación y haya un apego al mismo, pero que obviamente, no puede ser el mismo para todos los proyectos, todos los casos, todas las investigaciones y todos los investigadores. Me pregunto más aún: ¿cómo se puede hacer investigación aplicada si se nos exige cumplir con 40 horas semanales de cubículo? ¿Cómo además cumplir con la docencia? ¿Cómo se va a verificar esto sin caer en un régimen que obligará a que los funcionarios -nunca suficiente personal para sus múltiples tareas- descuiden labores esenciales para vigilarnos?

          Pero volviendo al programa aunque extensivo al centro. Hay algo que no me explico. Justamente por lo expuesto arriba y por mi experiencia como secretario académico entendí que no se podía imponer un formato único para todas las investigaciones y todos los investigadores y que por eso el centro ha funcionado como márgenes de flexibilidad y criterios cualitativos que a 35 años de fundación del Centro no pueden cuestionar su eficacia (con los normales altibajos de una larga historia). Pero al mismo tiempo, en el caso de mi programa admito que me pregunté: ¿Cómo es que estos compañeros adquirieron la idea de que podían imponer su forma de trabajo a los otros que trabajan temas tan diversos y distintos? ¿Con base en qué? ¿Cuál podría ser la legitimidad para proponer eso? ¿Cuál podría ser la justificación? Yo no me imagino como o para qué imponerle un formato a quien investiga temas tan diferentes a los míos. Como lector de Foucault entiendo que existe el control pero nunca he entendido la voluntad de controlar.

          De buena fe uno de ellos me explicó que porque esos son los criterios que imponen las revistas “científicas” y que nosotros vivimos de publicar en ellas y que sólo así podemos justificar nuestra productividad (¿y por ende nuestra vida es productividad?, me pregunté). Bueno, varios de los compañeros del programa jamás hemos publicado en esas revistas científicas. En 23 años en el CRIM jamás he publicado en una de esas revistas y mis propuestas se han llevado a la práctica por una diversidad de actores sociales.

          Pero este criterio es preocupante porque significa renunciar a la autonomía en una Universidad que en su nombre lleva el concepto. Es decir, que renunciamos a nuestra propia capacidad de decidir en nuestras propias instancias y entre nosotros sobre las condiciones y formas, y en última instancia contenidos, características y sentido de nuestro trabajo y le cedemos la potestad a quienes decidan las políticas de tales revistas. Es decir, que de manera colectiva nos declaramos incompetentes para tomar las decisiones radicales sobre nuestros trabajos. Y yo me pregunto si luego de renunciar a decidir, deliberar, reflexionar sobre estas dimensiones de nuestro trabajo seguimos siendo científicos o pasamos a ser sólo aplicadores. Y no tengo nada contra los segundos porque así me gané la vida mucho tiempo, pero al ingresar a la UNAM me dí cuenta de que aquí gozamos de la autonomía que nos permite deliberar y decidir sobre estos temas, y además, tal y como debe de hacerse, en una permanente deliberación. Y que esta situación genera al mismo tiempo una mayor responsabilidad que la que tienen quien sólo sigue formatos establecidos. Además de que justamente la capacidad de entender, actuar, reflexionar sobre las formas, los contenidos y los objetivos de una actividad de conocimiento, es lo que separa a los técnicos de los científicos.

          Es posible que por mi experiencia laboral anterior éste tema me resulte más evidente que a compañeros que sólo han tenido vida laboral académica y que por eso no pueda yo entender esa voluntad a renunciar a la libertad, que en términos universitarios llamamos autonomía: podemos decidir, que y cómo investigar y cómo presentarlo, siempre en permanente deliberación, pero en las instancias de nuestras propias dependencias y no sólo obedecer directrices decididas por gente desconocida en otro momento y en otro lugar. Y al mismo tiempo, dada la exposición que estamos teniendo a la perspectiva de género con problemáticas que tienen ahora en vilo a nuestra universidad en conjunto, no se me esconde que el cambio que proponen los compañeros se puede explicar fácilmente a la luz de ésta: pasar de una práctica flexible y fluida autorregulada (femenina), a una rígida y estática regulada por una instancia externa superior (patriarcal). En el primer tipo de ambiente tenemos que nadar permanentemente, esforzarnos siempre. Si las cosas no salen es nuestra responsabilidad absoluta. En el segundo basta acomodarnos en un lugar para quedarnos parados, sentados o acostados. Si las cosas no salen es responsabilidad de los directivos, jefes, árbitros externos o papás. Además de que nos reclinamos sobre el formato recibido en lugar de tener que esforzarnos en generar el específico para el problema o tema estudiado en las condiciones del problema y la relación que el investigador puede establecer con él. Y en el mismo sentido, no tengo nada en contra de que se realicen proyectos para obtener financiamiento: cuando menos por cinco o más años fue mi manera de sobrevivir antes de ingresar a la UNAM. El problema es que cuando enfocamos toda nuestra actividad a proyectos por financiamiento perdemos autonomía institucional o personal a distintos niveles según el tipo y fuente del mismo, pero en la mayoría de los casos, quien decide al último es el llamado “usuario” o quien redacta los famosos términos de referencia y dejamos de preguntarnos y buscar y ver cosas por meramente cumplir con los objetivos señalados, lo que claramente constriñe las posibilidades de originalidad, descubrimiento o replanteamiento (era claramente el caso de los financiamientos por fondos mixtos de conacyt en el sexenio anterior, en el caso de turismo la aprobación tenía que venir de un hotel y restaurante y el presidente municipal, por ejemplo). En el mejor de los casos hay que forcejear para que lo que se financie sean nuestros medios y objetivos y no los del financiador.

          Y en el mismo sentido, ahora que se propone lograr la multidisciplina generando plazas desde la conjunción de dos programas de investigación, la experiencia inmediatamente nos ha demostrado que no puede ser algo que resulte o se resuelva en el corto plazo y menos en una sola reunión. En el caso de la reunión del programa de Estudios Regionales con el de Socioambientales la convocatoria a la plaza resultó ser en realidad una convocatoria como las de siempre de Estudios Regionales, que resulta ser un retrato hablado de lo que ha sido el trabajo de la mayoría de los miembros de este programa que justamente tienen como espacialidad: las ciudades -y sólo las ciudades- de la zona central del México, y la única diferencia es que se plantea una nueva pregunta que involucraría al medio ambiente. Pero sin embargo, a la hora de señalar las especialidades de origen de los concursantes, consecuentemente con la exposición de la temática, se piden textualmente “urbanistas”, lo cual es adecuado, pero no cumple con una idea de multidisciplina y menos de integración con el programa medioambiental. De hecho, con la manera en que está redactada la temática a tratar, conociendo personas que se están dedicando al tema de cómo se están adaptando las ciudades al cambio climático pensé inmediatamente en arquitectos. Y luego recordé que justamente el coordinador del programa de estudios regionales es un arquitecto. O sea que no basta una reunión ni es viable como objetivo a corto plazo por decisión administrativa la codefinición de nuevas plazas entre dos o más programas de investigación cuya integración o suma, además no fue decidida ni en función de la temática o problemática de trabajo ni por propuesta de los miembros de los mismos programas. El objetivo puede ser pertinente sin duda alguna, pero sólo tiene sentido si se da como resultado de un proceso de mediano plazo de interacción entre los programas.

          Y en este caso, por ejemplo, luego de que el director del Programa Universitario de Estudios de la Ciudad visitara el CRIM y expusiera de que se trata el Programa a los miembros del Programa de Estudios Regionales quedó claro que aquí hay una oportunidad justamente para lograr este objetivo. Ahora que sabemos de que se trata el Programa, cómo está organizado y las temáticas y acciones en las que nos invita a participar, resalta que es necesario que dicha invitación no corresponda solamente al programa de estudios regionales por el interés que tiene el programa en estudios culturales (patrimonio y convivencia) y ambientales, cuando menos. Es decir, que habría que incorporar a todo el CRIM a este tipo de exposiciones de los programas universitarios, que justamente ya están trabajando multidisciplinariamente y en donde cabe la oportunidad de presentar actividades o proyectos que conjuguen de manera práctica la interacción entre los programas. En este caso, máxime que la definición de este programa no es exclusiva sobre la ciudad de México como creíamos algunos, sino que es genérica sobre todas las ciudades, por lo que caben estudios aplicados sobre la ciudad de Cuernavaca, por ejemplo.





          Sin otro particular y pidiendo por adelantado una disculpa por no entender la prisa por abandonar la libertad y la necesidad de controlar a los otros, les extiendo cordiales saludos.

domingo, 26 de enero de 2020


Otro Círculo del Infierno: la bodega de los libros podridos.






Para quienes son bibliófilos de toda la vida, una biblioteca o incluso una librería es un bosque. Es un organismo vivo. Uno aprende a identificar los infinitesimales y muy lentos movimientos de los libros en los entrepaños, e incluso aquellos violentos que provocan los temblores, que incluso seleccionan algún libro para tirarlo al suelo y llamar así la atención sobre su olvido. Los títulos y temas son como colores, hojas o incluso posibles aves que miman en todo el laberinto original de los árboles del que todo proviene originalmente. Una biblioteca es un bosque transfigurado, un bosque civilizado con todas las connotaciones posibles, negativas y positivas que puedan imaginarse. Pero para quien lee y ama los libros, no le queda duda de que una biblioteca abierta es un organismo vivo en donde se sumerge y se hace parte el que lee. Cuentan los anales de psicoanálisis y otras terapias de muchos casos de personas que pensaban a las bibliotecas como miembros orgánicos de su ser y su cuerpo. Y además las bibliotecas lo son por exceso, no hay nada como una biblioteca acotada, organizada y limitada. Eso sólo lo puede creer alguien que no lee. La naturaleza de las bibliotecas, como de toda pasión es desbordarse, y quien tiene una biblioteca sueña y apuesta por el infinito. Sabe que como el Aleph de Borges, es una ventana al infinito o no es una biblioteca. Y el infinito no puede tener límites ni formas, ni apegarse a reglamentos o instrucciones. Es el gozo o no es nada. Y como el placer, desborda siempre. Sólo así puede existir.

          Pero una bodega de libros no es eso. O son una biblioteca latente, o son un cementerio. Pero un almacén de libros abandonado es un cementerio. Más aún, si está de alguna manera abandonado a la intemperie por una ventana abierta o rota o algo así, es algo peor. Es un cementerio abierto. Los libros no sólo mueren sino que se pudren.

          Hace poco le escuché por alguna anécdota con el tráfico de la ciudad, a un compañero ciclista la expresión de un “círculo del infierno que se le olvidó a describir a Dante”. No pensé que me vería muy pronto pensando la misma idea. Confrontar la tarea de limpiar un almacén de libros podridos por el tiempo, la lluvia, el polvo, la contaminación, etc.; libros ya deformados, que han vuelto a su condición original de mera pasta de celulosa, pero ahora ennegrecidos como las manos de los muertos (no sé porque pensé eso), me hizo pensar eso. Hundir los pies en esa masa pastosa como de pastel, donde apenas asoman los rebordes todavía duros de las pastas y alguno que otro bloque blanquecino de páginas de los que fueron libros, hundir las manos para recoger los bloques, grumos, pedazos informes en un estado que no es ni líquido ni sólido. Y sí además, se trata, de buscar documentos para completar un trámite de información sobre un pariente muerto, se vuelve una tarea que sólo puede ser entendida como eso: un descenso a un nivel no descrito antes del infierno, o el trabajo de un arqueólogo que sueña con rescatar la biblioteca de Alejandría o los viejos códices mayas que puedan estar ocultos en alguna cueva anexa a un cenote bajo una pirámide no explorada, o enterrados bajo el fogón de una casa tradicional de barro, jahuacté y techo de guano.

          La memora trae a cuento el poema de Pessoa y queda entonces la alternativa del viejo aficionado a la alquimia que recuerda que de la podredumbre se origina la vida, solve et coagula, todo necesita podrirse para renacer, transfigurarse. Hasta Cristo tuvo que esperar tres días para manifestarse. Sigamos el ejemplo de Michel Foucault y hagamos arqueología.



P.D. Sí encontré los borradores de dos leyes escritos por mi padre. Al final las leyes las termina redactando un oficinista, documentalista avezado y minucioso que no recibe por ello ningún crédito y se conforma con cobrar la quincena con que mantiene a su familia aunque el reconocimiento lo cosechen los académicos y los políticos.



P.D. Pero entonces el infierno, no es para nada ese lugar que describen los católicos y los cristianos, mucho menos un lugar de calor y fuego donde claman las almas penitentes, sino, como en el sentido de los romanos, un lugar más parecido que otra cosa a un pantano húmedo, frío, obscuro y lleno de miasmas como aquel en donde habitaba el perro de los Baskerville, pero que los latinos consideraban hogar de seres que llamaban larvas.

sábado, 28 de septiembre de 2019



“A child weaned on poison considers harm a comfort.”

-Sharp Objects (2018) dir. Jean-Marc Vallée





Totalmente cierto. Me ha tocado vivirlo cuando no puedes ayudar a alguien a salir del ambiente familiar de violencia en el que creció. Le falla el sentido de supervivencia y bienestar, el instinto de huir del sufrimiento que nos debe de guiar como seres culturales, sujetos autónomos que somos los humanos. Uno de los mejores maestros de psicoanálisis en Mexico me tuvo que explicar como todos mis esfuerzos fueron inútiles porque contra lo que quisiéramos creer, la violencia une. En la familia violenta se destruye el núcleo instintivo que nos llevaría a huir del sufrimiento. Y la permanencia del sufrimiento se convierte para el violentado en “pertenencia”. Quien huye del sufrimiento tiene que tener la fuerza para sentirse “solo” y ajeno a ese sistema de sufrimiento y violencia que es su familia. Y con tal de no sentir la soledad encuentra comfort en ser lastimado y en lastimar. por eso, cuando hay que optar entre padres, siempre se escoge al castrante y violento y no al que ofrece amor, buen trato, respeto y al final libertad. De eso se habla cuando se habla a la mexicana de “familias muegano”.