viernes, 6 de enero de 2017


Respuesta al ¿Qué harían ustedes? de Peña Nieto.

1).- Sí tiene todo que ver con la Reforma Energética porque ésta contempla la liberación de precios y la entrada de nuevos distribuidores y vendedores finales de gasolina que se verán beneficiados por el alza de precios de la gasolina.

2).- Tiene que ver con las Reformas Energéticas y de Hacienda porque gracias a éstas, la cabeza de los órganos de gobierno y decisión en energía y PEMEX es el Secretario de Hacienda. O sea que su manejo se hace con criterios financieros y no energéticos o de otro tipo.

3).- Si el alza del precio de la gasolina sólo responde al alza del precio del petróleo crudo a nivel internacional ¿Por qué  el gobierno está subiendo al mismo tiempo los precios del gas y la electricidad?

4).- Si el precio del petróleo aumentó 60%, también aumentó el precio de nuestras exportaciones de petróleo crudo. Es decir, el aumento del precio del crudo no sólo significó que subiera el precio de la gasolina que compramos a compañías de Estados Unidos, sino que también subió el del que le vendemos a esas compañías para luego comprarles la gasolina. ¿Qué pasa con las ganancias de las exportaciones de crudo de PEMEX?

5).- El gobierno no recibirá ni un peso más de impuestos por el aumento del precio. ¿Entonces cómo va a ser que va a evitar que se “cancelen los programas sociales” si no es más dinero para recursos impositivos?

6).- Si el aumento es sólo para reflejar el aumento del precio de la gasolina que compra México ¿por qué no da la cantidad exacta para saber si esto es cierto? ¿Si el aumento sólo responde al aumento de precios internacionales por qué se fijan precios diferenciales al interior del país, lo que sólo se explicaría por diferencias de costo de transporte, almacenaje y distribución?

7).- Si  el precio de la gasolina en México responde a los precios del crudo a nivel internacional, ¿por qué no bajó nunca de precio los años pasados en que bajó el precio del crudo? (la diferencia fue una ganancia que absorbió la Secretaría de Hacienda).

8).- En tanto más del 40% del precio de la gasolina que se nos vende corresponde a impuestos federales del gobierno mexicano, ¿cómo puede decir que hay un precio “natural” (sólo los costos)?

9).- Repite el argumento del Secretario de Hacienda del sexenio pasado y de éste,  Meade, de que sólo había 3 alternativas para “seguir subsidiando el precio de la gasolina”: más deuda, subir impuestos o recortar programas sociales.

-El precio de la gasolina no estaba ni ha estado subsidiado: la prueba es que PEMEX tiene una gasolinería en Tejas donde vende más barata la gasolina que en México: la vende realmente al precio comercial del lugar.

-El precio de la gasolina en México nunca ha respondido a los costos de su producción, distribución, almacenaje, etc. sino que siempre ha respondido a las necesidades de recaudación de la Secretaría de Hacienda: o sea, nunca ha estado subsidiado, sino que por el contrario: aumentado. Jamás hemos tenido gasolina barata, pero se justificaba porque se suponía que Hacienda redistribuía vía egresos tales sobreprecios, lo mismo que las ganancias de las exportaciones.

-No es lo mismo crear un impuesto temporal especial o subir impuestos a un servicio o acción específica que no impacta a otros, que subir el precio al mismo tiempo a todos los insumos energéticos (petróleo, gas y electricidad) que forzosamente se convierten en costos para todas las actividades productivas y prestación de servicios.

- Hay muchas otras alternativas antes de recortar los proyectos sociales o correr personal de gobierno que es la única forma de bajar el gasto público en que pueden pensar estos señores: no construir el fallido aeropuerto de Texcoco (ver la opinión que publica hoy en la jornada el mexicano premiado como mejor profesor de Alemania), cortar todos los seguros médicos privados que reciben todos los altos funcionarios y miembros de los 3 poderes de la Unión (Ejecutivo, Congreso de la Unión y Suprema Corte de Justicia) además de los organismos públicos como el INE, el INAP y demás, que se atiendan en el ISSTE como todos los demás, cortar el pago de seguros de finalización de servicios de los mismos funcionarios, venta del super avión nuevo del presidente, venta de la casa de la paloma y de la que le pusieron empresarios a Videgaray, y a los Secretarios de Gobernación y Desarrollo Social, corte a las super pensiones de funcionarios públicos y expresidentes, cobro de impuestos a las más grandes corporaciones que no pagan impuestos. Y por supuesto, recuperación de los fondos público robados por los exgobernadores Moreira, Duarte (Chihuahua), Parrés, Duarte (Veracruz) y Cué. Corte al pago del Fobaproa-IPAB, revisión y moratoria a la deuda pública en general. Las prioridades de este gobierno están de cabeza respecto a lo que debe de hacer un gobierno nacional: primero paga las deudas que son intocables e incriticables, y lo que sí se puede reducir -como lo hace el nuevo presupuesto para este año- son los ingresos, la alimentación, la seguridad y la salud de la población.

10).- Así como los gobiernos anteriores, en donde estaba su Secretario de Hacienda, Meade, y el todavía director del Banco de México, Agustín Carstens, no subsidiaban el precio de la gasolina, Peña evita señalar la verdadera culpa: el no usar los recursos extraordinarios de la exportación de petróleo caro en los sexenios de Calderón y Fox, para construir refinerías y no tener que importar gasolina. Incluso es una falta de su propio sexenio, porque en 4 años perfectamente pudo haber construido las dos refinerías que hacen falta. Antes que eso los 3 gobiernos han seguido la Reforma Estructural Energética que consiste en el desmantelamiento de PEMEX y que de acuerdo con las nuevas leyes aprobadas este sexenio, explícitamente le prohíben al gobierno fijar una política energética de cualquier tipo, impidiendo así también la consideración de otras formas de energía.



Uribe Iniesta, Rodolfo
Inmanencia de la violencia. los procesos íntimos de la cultura política  mexicana a través de la obra de Juan Rulfo
Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, núm. 19, otoño, 2005, pp. 77-97
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey
Monterrey, México

ISSN: 1405-4167 claudia.lozanop@itesm.mx Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey México
Inmanencia de la violencia.
Los procesos intimos de la cultura politica mexicana a traves de la obra de Juan Rulfo
Rodolfo Uribe Iniesta
Programa de Estudios de lo Imaginario
Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias Universidad Nacional Autónoma de México
Este ensayo demuestra cómo en la obra de Juan Rulfo encontramos claves que aún son válidas para entender la cultura política mexicana, si como tal vemos más allá del sistema político y exploramos las técnicas cotidianas que lo hacen posible desde los niveles básicos de la sociedad mexicana. Se trata de la construcción no solo de un sistema de relaciones, sino de constitución de sujetos a partir de hechos de violencia fundantes (el despojo, el quiebre) que determinan sus acciones y guían sus deseos. La política cotidiana (como cultura de vida) es, entonces, la política de los deseos determinados por el resentimiento, y el poder y la posesión, más que fines, se convierten en medios para alcanzar estos deseos. Pero, al mismo tiempo, este proceso significa la perversión y desnaturalización de los mismos deseos que, de esta manera, nunca llegan a cumplirse, ni siquiera para quienes operan la violencia.
This essay shows how in the works of Juan Rulfo we find codes that are still valid in understanding Mexican political culture, provided that we understand it beyond the political system and provided that we explore the common techniques that make it possible, starting from the basic levels of Mexican society. The issue is not only about the building of a system of relationships, but it is also about the makeup of the subjects, from the initial violent acts (dispossession, breakdown) that determine their actions and guide their desires. Everyday politics as a living culture is, then, the politics of desires that are determined by resentment; and power and possession become a means rather than an end in reaching these desires. But at the same time, this process signifies the perversion and denaturalization of these very desires so that, in this way, these desires will never be satisfied, even for those who commit the violent acts.
1. “Me mataron los murmullos.” (52) “Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños” (44).
Porque a mi padre lo mataron unas gavillas de bandoleros que andaban allí, por asaltarlo nada más... A mi tío lo asesinaron, a mi abuelo lo colgaron de los dos dedos gordos y los perdió; era mucha la violencia y todos morían a los 33 años. Como Cristo...”  Juan Rulfo entrevistado por Elena Poniatowska
D
esde la perspectiva que sintéticamente acostumbramos llamar moderna, guardar silencio es demostrar ignorancia, incapacidad para conocer la propia situación porque no puede explicitarse (verbalizarse, dirían los sicoanalistas). El saber existe solo si es explicitado, argumentado y comunicado mediante un discurso razonado. El saber aparentemente nunca es experiencia (pasaje, transcurso que se asume in corpore, que constituye al sujeto como entidad). De hecho, la preeminencia de la teoría se forjó para contar con un saber anterior a toda experiencia.
 “El que calla otorga”, decimos en México. Antes, el gobierno justificaba su permanencia con los altísimos niveles de abstención electoral. El silencio era muestra de conformismo. Sin embargo, el silencio tiene otra densidad. Trabajando en comunidades indígenas se aprende que el silencio no hace referencia a conformidades ni ignorancias. Al contrario, la densidad del silencio es la de los saberes compartidos básicos que, más que secretos, son evidentes para quienes participan de este grupo o sociedad que se opone al del saber personalizado de la opinión o la teoría.  Este silencio ocupa el espacio de esos principios no explícitos, pero participados por una comunidad,


de manera semejante a lo que Pierre Bourdieu (1991) describe como “schemes”. Equivale también a lo que Michel Maffesoli  (1989) llama “coanesthesia social”, en referencia a los procesos de pre-comprensión del ambiente que condiciona la acción humana y que es uno de los componentes del “saber popular” que fija identidades y localizaciones, respecto a destinos y experiencias compartidas. Y puede entenderse, también, como lo que en otro texto Maffesoli (1990) llama “la costumbre”, “lo no dicho, el residuo que funda el estar juntos... la centralidad subterránea o la ‘potencia’ social versus el poder”.

Una educadora polaca, Irena Mescniak, comentaba que, de 20 años de trabajo alfabetizador en las zonas indígenas y rurales de México, su aprendizaje más importante fue el del silencio, aprender a escuchar el silencio1. Y de eso trata la obra de Rulfo, especialmente Pedro Páramo. Es un concierto de silencios. “Un coro de murmullos”, nos dice él. Pero éstos no son sino las expresiones reprimidas que sin dar una voz personalizada e individualizada, dicen lo que todos saben. Claro, el problema es descifrar y descomponer esos silencios en una reconstrucción de la realidad2 .

Para definir el papel que podemos darle a la literatura de Rulfo, como guía de comprensión, cabe tener en cuenta también el papel que tiene la literatura en las sociedades latinoamericanas: un papel donde se entrecruza lo político y lo cultural de una manera inextrincable, y donde lo expresivo termina siendo elemento también de construcción social.

 Es en la literatura donde se dice lo que no puede decir el mensaje explícitamente político, donde la civilización responde a la barbarie, o es al menos la denuncia –como lo hicieron Domingo Sarmiento, Eustacio Rivera y Rómulo Gallegos, por mencionar a algunos de nuestros clásicos.  Más cerca de ese positivismo beligerante de combate entre el orden y el desorden, tenemos en México Los de Abajo de Azuela,  El Resplandor de Rafael F. Muñoz y, sobre todo, La Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán y El Gesticulador de Rodolfo Usigli. En estas obras, abierta y explícitamente se nos enfrenta con la desnudez de los hechos y palabras de la política de violencia que forjó al México del siglo pasado. n obras sobre la política que mediante la fuerza de la descripción nos desentrañan mecanismos e ideologías de la “sociedad política”, del “sistema político” específicamente nacional. Pero lo interesante es que Rulfo va más allá.

Dicho gramscianamente, Rulfo va a los procesos de la sociedad civil que permiten que se constituya la sociedad política descrita por los otros autores,  al tejido de la sociedad que recrea persistentemente las bases para dicho sistema político. Un sistema que –no olvidemos–, aunque centralista por su funcionamiento, nació justamente de un pacto de poderes locales.

Otra cualidad muy importante, el constatar que no hay en Rulfo la pretensión de la exterioridad intelectual con la que los autores latinoamericanos mencionados denuncian a la barbarie. Encontramos, en cambio, pesimismo y resentimientos en su larga exposición de los mínimos detalles que “quiebran” a sus personajes. La violencia inmanente en una forma de vida –o la violencia inmanente como forma de vida– que explica y justifica a todos los personajes y donde no se exime ni exculpa a ninguna víctima. Todos somos responsables.

2.“¿En qué país estamos, Agripina?... ¿Qué país es éste, Agripina?”(186)

Es común considerar que la cultura política es la llamada “cultura cívica”, que se reduce a la creencia y participación en los mecanismos electorales de la llamada democracia moderna, tal como a principios de los 60 lo definieran los autores americanos Almond y Verba (1963). A partir de esa lectura, todo se mide desde el rasero de la sociedad política, es decir, de la parte de la sociedad que expresamente se define como política y que ha quedado establecida en las instituciones específicas (partidos, poderes públicos y sus agencias). La modernización se ha definido y se mide por el nivel en que las sociedades generan y mantienen estas instituciones especializadas. Entonces, una mayor o menor cultura política, o una mayor o menor modernización, se definen por el grado de especialización, funcionamiento y participación social de estas instituciones. El problema es que muchos autores esperan entender las dimensiones políticas de la sociedad limitándose al estudio de éstas. Quizás de este cierre de la perspectiva de visión nos viene esa sensación de incomprensibilidad y caos de los procesos sociales actuales en los países latinoamericanos.

La cuestión actual es más grave porque en contra del “wishfull thinking”, que considera que ésta es la hora del mercado y de la “sociedad civil” –una sociedad atada solo por los intercambios económicos y la exclusiva actividad política de votar–, vemos que en América Latina esa sensación de unicidad sistémica de los países se está rompiendo en esquemas de cortes regionales y sectoriales cada vez más atomizados. Del populismo corporativo pasamos cada vez más al individualismo blindado y paranoico de los que tienen y a las redes microlocales de los que no tienen (Ver Hopenhayn, 1994).

Las perspectivas de lectura –su apertura y su cierre, lo que incluyen y lo que excluyen– dependen, por supuesto, de las concepciones que se manejen sobre el poder y la constitución de la sociedad. Por eso, para recuperar la visión de la “cultura política”, ante todo como formas de relación entre las personas y no meramente como construcción y participación en instituciones, tenemos que considerar otra visión diferente.

La perspectiva liberal, dominante en las ciencias sociales, considera al poder como algo que se tiene o no se tiene, objeto ubicado en un lugar que se ocupa o no se ocupa. Puede enajenarse como un bien, de acuerdo con reglas jurídicas de cesión o de contrato que tiene como efecto la constitución de soberanía (Foucault 19 y 25). Esta soberanía vendría a residir en las instituciones; por eso se eleva a valor moral “la institucionalidad” de una sociedad en la que lo que cuenta es esto y no los individuos que ejercen el poder –según esta perspectiva. Y la técnica del derecho o la juridización de la discusión política cumple la función de disolver, dentro del poder, el hecho histórico de la dominación. De aquí, se pasa a ver a la sociedad sobre todo como un conjunto de instituciones, y lo que se hace bajo el nombre de sociología o ciencia política es básicamente el estudio de las instituciones y su funcionamiento: discutir los derechos de la soberanía y la obediencia, la legitimidad y su eficiencia. Poca atención presta esta perspectiva a los procesos de “institucionalización”, aunque algunos sociólogos aportan propuestas interesantes para cerrar la brecha entre ambos fenómenos, como por ejemplo Giddens (1987) con su concepto de “estructuración”, un proceso confrontado con la simple idea de estructura institucional.

Sin embargo, lo común a todas estas propuestas es una visión que privilegia los resultados macro de las actividades y están sobredeterminadas por una perspectiva de la trascendencia, cuando no incluyen alguna teleología implícita o explícita. Como nos recuerda el propio Giddens (25), la sociología, aunque autodefinida como el estudio de la sociedad, en realidad se abocó al estudio de las sociedades estatales.

En contrapartida existe, por una parte, otra definición del poder, y por otra, una visión de la sociedad que inclusive no se apoya en una idea de trascendencia, sino más bien en la de inmanencia. Para Foucault (27):

...el poder no es algo que se divide entre los que lo detentan como propiedad exclusiva y los que no lo tienen y lo sufren. El poder es, y debe ser analizado, como algo que circula y funciona –por así decirlo– en cadena. Nunca está localizado aquí o allí, nunca está en las manos de alguien, nunca es apropiado como una riqueza o un bien. El poder funciona y se ejerce a través de una organización reticular. Y en sus mallas los individuos no sólo circulan, sino que están puestos en la condición de sufrirlo o ejercerlo; nunca son el blanco inerte o cómplice del poder, son siempre sus elementos de recomposición. En otras palabras: el poder no se aplica a los individuos sino que transita a través de los individuos... lo que hace que un cuerpo sea identificado como individuo, es ya uno de los primeros efectos de poder. El individuo no es el vis-à-vis (enfrentado) del poder. El individuo es un efecto del poder y al mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto suyo, es el elemento de composición del poder. El poder pasa a través del individuo que ha constituido.

Valga la larga cita para justificar la perspectiva básica de análisis con que quiero leer la literatura de Rulfo como exposición de la constitución, del “hacerse” de la sociedad mexicana, sobre todo, porque siempre se ha hablado del cacique como el controlador material y de víctimas indefensas y sumisas. Es la imagen que se usa cuando se dice que Pedro Páramo es el estereotipo o arquetipo del cacique. Ésta me parece una lectura inadecuada. Rulfo no nos describe la institución del cacicazgo como hecho o estructura, sino como un hecho que se está constituyendo en cada intercambio y, sobre todo, es muy meticuloso para describirnos la construcción de los individuos determinados por este intercambio. Esta perspectiva de análisis – tanto del texto literario como de la realidad social–, al contrario de la mencionada arriba, no nos obliga a construir actores imaginarios racionales para entender sus acciones. Al contrario, obliga a considerar a los seres humanos como seres complejos y abarcar sus

“irracionalidades” y sentimientos para entender el sentido de la acción y explicarla.

La perspectiva de Foucault no implica, entonces, el mero estudio del discurso jurídico del estado y sus legitimaciones e instituciones. Propone:

estudiar el poder allí donde está en relación directa e inmediata con aquello que podríamos llamar, provisoriamente, su objeto, su blanco, su campo de aplicación, es decir, allí donde se implanta y produce sus efectos concretos (26).

Lo que voy a demostrar es que el texto de Rulfo cumple con iluminarnos lo que Foucault pide que se estudie:

se debe hacer un análisis ascendente del poder: partir de los mecanismos infinitesimales (que tienen su historia, su trayecto, su técnica y su táctica) y después ver cómo estos mecanismos han sido y son aún investidos, colonizados, utilizados, doblegados, transformados, trasladados, extendidos por mecanismos cada vez más generales y por formas de dominación global” (28).

En cuanto a la sociedad, hay también perspectivas no “trascendentales”, como la que propone Maffesoli (1989), que rompe con la sobredeterminación de las visiones “políticas” o “económicas” como únicas motivaciones-fines de la acción social, superando la visión separada y distante del científico del modelo de las ciencias duras, y la desconfianza hacia los actores. Estos planteamientos no consideran que la experiencia vivida es un síntoma de otra cosa, y al estudiar “la socialidad” considera que ésta no se basa en la “separatividad” o especialización, en la homogeneidad y la univalencia de la razón, sino en una mezcla de sentimientos, pasiones, imágenes, etc. En suma, considera que más allá de “proyectos”, el sentido de la vida social es ella misma y su presente.

3.”De lo que no sabemos nada es de la madre del Gobierno.”(190)

El primer nivel de los dos que hemos descrito de la política, el institucional, el del gobierno como entidad estatal y con tiempos modernos estatales-históricos, está plena y explícitamente presente en la obra de Rulfo, a pesar de todo el sobrerrealismo, o mezcla de diferentes planos de realidad. Toda la obra, además, está perfectamente localizada en planos históricos y geográficos.

La obra narrativa de Rulfo nos transporta al sur de Jalisco, en los primeros 30 años del siglo XX. Frente a la inmanencia de la violencia que puede sentirse desde las descripciones de una naturaleza dura y a veces inclemente (el calor de comal de Comala, la sequedad del Llano Grande en “Nos Han Dado la Tierra”, y el paisaje lunar de “Luvina”), hay siempre también el registro paralelo de una muy definida situación histórica: la parte líneal de los acontecimientos de Pedro Páramo va de los últimos años del Porfiriato a la Guerra Cristera, durante la que se despuebla Comala y tras la cual supuestamente llega Juan Preciado. Las historias de El Llano en Llamas directamente hacen referencia al desarme postrevolucionario, al levantamiento cristero y a la demagogia de los gobiernos postrevolucionarios (“El Día del Derrumbe” y “Luvina”).

Aun cuando la mayor parte de las historias son anécdotas que ilustran la imposibilidad de evitar y rehuir la violencia (“La Cuesta de las Comadres”, “El Hombre”, “En la Madrugada”, “Talpa”, “Llano en Llamas”, “¡Diles que no me maten!”, “La Noche que lo Dejaron Solo”, “Acuérdate”, “No Oyes Ladrar los Perros”, y “La Herencia de Matilde Arcángel”), en casi todas, por más sinsentido que tenga la situación, por tonta que sea la causa que permite que alguien muera o viva, hay un contexto histórico que incluso va a permitir el desenlace trágico de una historia que estaría predefinida por situaciones más personales. Es éste el caso de “La Herencia de Matilde Arcángel”, donde el odio del padre al hijo, por la muerte de la madre, se realizará en el asesinato del padre por el hijo en el desarrollo de un levantamiento armado: la venganza personal encontrará vehículo en una actividad político-militar.

De manera muy clara se explicitan en la obra de Rulfo dos niveles de poder institucional: el de los ricos (latifundistas) y el del Gobierno.

Los ricos son Pedro Páramo o sus competidores, y la figura de Páramo, su ascenso y caída, nos da una imagen de intensa competencia entre los ricos que incluso operan los odios y luchas clasistas en su favor. Páramo pacta con los sublevados de distintas facciones para defenderse de otros sublevados, lo mismo que para expoliar a los otros ricos. Pero, además, aparece como entidad lejana el Gobierno, que en un primer momento es solo un árbitro y luego (sobre todo en “Nos Han Dado la Tierra”, “Luvina” y “Después del Derrumbe”)  aparece como un discurso, una promesa, que siempre se distorsiona. En “Luvina”, el Gobierno aparece dividido en dos acciones: la ineficiencia y falta de apoyo al maestro que manda él mismo a luchar desarmado contra la ignorancia y la inanidad en un lugar desolado; y la mano expedita y castigadora de la ley contra los pobres.

En este plano, la acción de los pobres es siempre una violencia errática, la rebelión constante y fallida que se da desde la organización revolucionaria o el alzamiento cristero. El  pobre que hace justicia por su propia mano y se convierte en delincuente (“La Cuesta de las Comadres”, “El Hombre”); o el que accede al Estado para hacérsela (“¡Diles que no me maten!”, “Acuérdate”). En el caso de “Acuérdate”, se trasluce un nivel terrible de injusticia social en donde un despojado de toda la vida recurre a un puesto de policía para canalizar su envidia y odio al entorno social que lo rechaza y, derrotado por éste finalmente, se ve obligado a suicidarse.

En este nivel Rulfo coincide con la mayoría de los intelectuales que escriben literatura sobre la rebelión, mostrando una visión de “bola”, de alzamientos personalizados, sin más orientación ideológica que la pesca en río revuelto, y que nos dan una visión de conjunto de simple caos y desorden y no de construcción de un nuevo orden. En un viejo ensayo, Aguilar Camín (101-115) explicaba esta visión como un “mandarinismo”: el rechazo de los expropiados de clase media a la acción vitalista popular que ocurrió durante la rebelión, resaltando la perspectiva desorganizada e irracional. Los intelectuales de las clases medias, arruinadas directa o indirectamente por la Revolución, logran que se cree un sentido común sobre la falta de objetivos de las diversas rebeliones y demás hechos violentos ocurridos durante el proceso que llamamos Revolución Mexicana, resaltando en sus narraciones los hechos irracionales y sinsentido. En el mediano plazo esto se convertirá en una particular estética “sobre la Revolución Mexicana” y, de manera general, en toda una filosofía de “lo mexicano” o “del mexicano”3.

Si la lectura de Rulfo no pasa de este plano, estamos ante otra visión pesimista-fatalista de la vida humana, en la que ningún esfuerzo es suficiente frente al cinismo de los poderosos locales y a la prepotencia y exceso de fuerza gubernamental; pero, sobre todo, frente a la falta de “seriedad de la vida”, la falta de piedad con que las desgracias se desgranan sobre aquel a quien le toca su hora  (“¡Diles que no me maten!”), con motivo o sin él (“La Vida es Poco Seria en sus Cosas” y el motivo inicial de “La Herencia de Matilde Arcángel”). Pero quedarnos en este nivel de lectura es quitarle la originalidad al universo de Rulfo.

En efecto, Rulfo nos da cuando menos dos niveles más de lectura. Uno de ellos consiste en un extraño proceso de distorsión de las medidas autoritarias, en el que el exceso de poder termina por caricaturizar al poder mismo, que lo hace derivar en el desmadre, un auténtico desmadramiento en el sentido original del término. Este proceso se muestra cuando menos en dos ocasiones: cuando el llamado a muerto por más de tres días tras el fallecimiento de Susana San Juan se convierte en carnaval (lo que a su vez provoca que Páramo decida estrangular económicamente al pueblo) y en el banquetezipizape con que culmina la visita del gobernador al pueblo siniestrado en “El Día del Derrumbe”.

Son estos momentos de transición a otro nivel en el que comienza a sentirse la impotencia del “orden”, en todas sus interpretaciones, frente a otra inmanencia que es la festiva, poco seria y coherente resistencia de lo popular en su más caótica versión. Es como si de pronto las cosas llegaran a un nivel en el que el exceso del propio orden hace que todo se desborde y derive a otra cosa. Y si parte de la ineluctable inmanencia de la violencia viene de “la poca seriedad de la vida en sus cosas”, este desmadrarse funciona como contraparte de la poca seriedad de la vida que incluso puede no perder, sino por el contrario, salvar a quien actúa con descuido y desatino, como en “La Noche que lo Dejaron Solo”.

4. “Un puro vagabundear de gente que murió sin perdón y que no lo conseguirá de ningún modo...” (48). “¿No ve el pecado? ¿No ve esas manchas como de jiote que me llenan de arriba abajo? Y eso es por fuera; por dentro estoy hecha un mar de lodo...”(47). “Y qué crees que es la vida, Justina, sino un pecado ¿no oyes? ¿no oyes cómo rechina la tierra?”(95).

Esta visión multidimensional está presente en Pedro Páramo. Pedro Páramo es un rencor vivo, pero el resto de sus personajes son puros resentimientos. En un universo de resentidos tienen que existir causas primeras. Todos comparten la característica de tener un agravio u ofensa primigenia que funciona como explicación o motivación de su actuar. La ofensa o el agravio es un dato determinante y característico del personaje y nadie escapa de esto. Las relaciones personales, afectivas, los amores y deseos, no son sino otro campo de batalla donde las relaciones de posesión o desposesión marcan los sentidos de acción e intención de cada personaje.

Bien leído, no se trata de  la simple aceptación. Al contrario, todos los personajes están desgarrados por la tensión. No hay en ninguno la conformidad. Por ejemplo, hablan desde la muerte, pero desde una muerte insidiosa y sutil que no lleva al silencio negativo, el silencio de la nada; sino que es “la vida” del silencio de los murmullos pura resistencia.

En principio, y desde su muerte, todos los personajes, desde su resentimiento, son más que nada manifestación de la imposibilidad, de la inutilidad, de la futilidad, de la falta de éxito de su rebeldía. Y en medio de las frustraciones, los tres más grandes y exitosos rebeldes son Pedro Páramo, Susana San Juan y el Padre Rentería. El primero porque no se somete a ser un aprendiz ni el heredero empobrecido de un hombre asesinado (“Que se resignen otros, abuela, yo no estoy para resignaciones”(21)); Susana San Juan, agraviada por el abandono en que muere su madre, por el uso que le da el padre y el asesinato de su novio, escapa de esta vida en su locura; y el Padre Rentería sublima la impotencia ante el asesinato del hermano y la violación de su sobrina, levantándose en armas como cristero. La rebelión, su objetivo, se confunde con su deseo: la superación del despojo, de la afrenta, de la ofensa. Y esta superación se convierte también en deseodeseo y por lo tanto también en deseo-sexo. Toda la historia puede leerse en clave de sobreposición de deseos: existe una política y una economía de los deseos (puede ser éste el contenido o sentido de la inmanencia), en la que el cumplimiento de los deseos de unos, despojan a otros de la posibilidad de cumplirlos. Así, el éxito de Pedro Páramo es imponer en todo Comala un solo deseo: “Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el deseo tuyo, el deseo de ti” (72). Deseo, al final, también frustrado en última instancia (y sobre esta base podemos decir que no se llega al placer), porque en su locura Susana ya ha escapado de él y de esta vida, pero igual derrotada, sin superar la frustración de no tener a Florencio, ya asesinado.

La política, así, no es ideología, sino un coraje muy grande que se trae de adentro, el deseo intenso de cobrar una venganza, de obtener lo que se quiere y de la posesión sexual. La posesión de objetos, el poder económico, el control de las vidas, y el poder político, en su nivel más primario, no son finalidades en sí mismos, sino solo medios para el cumplimiento de los deseos (y en tanto se identifica al deseo con el sexo, cada acto económico o de poder –posesión–, a su vez se sexualiza). Pero también los mismos deseos no son libres, sino que están determinados por un despojo o agravio fundante (y en este sentido, en vía inversa, el sexo se somete a los impulsos de las mecánicas de posesión y poder). En mi opinión, es esto lo que cierra el círculo vicioso de la atmósfera asfixiante que caracteriza al texto, más que la escenografía de la naturaleza feroz que da y quita, más que la angustia del desvivirse de muertos y vivos, y el clima de inmersión en la atmósfera de panteón en que se escenifica la narración.

En este contexto ningún personaje puede vivir cuando está vivo ni morir cuando está muerto, porque todos son y se saben culpables sin remisión: “Y nosotros aquí tan solos. Desviviéndonos por conocer aunque sea tantito de la vida (46)”. Todos se rebelan, cada quien a su manera, frente a esta inmanencia que en mucho adopta el nombre y forma de Dios y Religión. El padre Rentería, por ejemplo, se siente pecador por ser incapaz de redimir al pueblo, de rebelarse contra el abuso al verse forzado a perdonar a su ofensor, y por vivir de lo que le dan los principales ofensores. Así, no puede establecer la justicia ni para los demás, ni para sí mismo, aun cuando sea perfectamente consciente del mal. De este modo, su situación lo lleva, además, a ser el testigo principal de éste.

...Luego están nuestros pecados de por medio. Ninguno de los que todavía vivimos está en gracia de Dios. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza. Y la vergüenza no cura. Al menos eso me dijo el obispo que pasó por aquí hace algún tiempo dando confirmaciones...(47)

En esta lógica de deseos y culpas, encontramos un pueblo que vive con el Jesús en la boca, pero que se sabe que no es ni cristiano ni católico, que no puede cumplir con los parámetros de esa religión4 Cuando el cura de Contla le niega la absolución a Rentería le dice: “Quiero creer que todos siguen siendo creyentes; pero no eres tú (el representante de la iglesia y dios) quien mantiene su fe; lo hacen por superstición y por miedo...no hay que entregar nuestro servicio a unos cuantos...tú mismo estás en pecado” (63). Eduviges Diada –exponiendo la acción y razonamiento clásico de la “resistencia”– se rebela contra el dios que, a través de Rentería, no le puede perdonar ser madre soltera y decide tomar en sus manos su propia muerte: “Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando él lo disponga. O, si tú quieres, forzarlo a disponer antes de tiempo (13)”. El padre Rentería toma conciencia del carácter clasista de la religión que le toca impartir, cuando razona que un rico se salva con la contrición de último momento y el perdón del cura (como Miguel Páramo); y el pobre con una vida de bondad se pierde por un error al final (el suicidio). La vida no es, entonces, posible, dice Susana San Juan a Justina: “¿Qué crees que es la vida sino pecado? (95)”. Y Dios imposibilita cumplir los deseos, la misma Susana dice: “Señor, tú no existes. Tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él (Florencio) es su cuerpo (88)”. Nadie se salva de la conciencia de la culpa, como lo afirma Pedro Páramo ante el cadáver de su hijo: “Estoy comenzando a pagar. Más vale empezar temprano para acabar pronto (61)”. En este tema Rulfo recoge muy bien una característica del imperfecto catolicismo de la religiosidad popular mexicana, cuando los personajes –sobre todo los populares como Eduviges– reconocen de facto dos dioses: un dios rector al que se opone y otro dios inmanente, que es el mediador de todas las acciones, y a quien se puede recurrir, a quien se le pide, con quien se negocia.

La culpa es también, y sobre todo, la culpa de dejarse; la culpa que sienten todos de saber que si alguien abusa es porque todos colaboran en dejarlo abusar: Rentería, que tiene que perdonar a Miguel Páramo aunque se desquite con Susana San Juan; Ana, su sobrina, que ha dejado entrar a su recámara al asesino de su padre para que la viole. La culpa de todos, por no haber resistido el ascenso de Pedro; de todas las mujeres –Dolores Preciado en primer lugar– que se le entregan “aunque después las aborrezca (37)” y no les quede sino rumiar y reclamar el abandono en que las deja.

Rulfo nos presenta un mundo en apariencia establecido, perfectamente dominado por el cacique y  por las otras formas de poder terreno, incluido Dios mismo –que no aparece como fuerza trascendente sino siempre encarnado al interior de los seres como un combate, un castigo no aceptado, pero que se sufre; se trata de un Dios que no triunfa al ganárselos, pero sí al hacerlos saber que son pecadores. El triunfo de Dios sería la inocencia, pero no son inocentes ni las vírgenes forzadas que le abren las ventanas a los violadores (Ana Rentería) y mucho menos las viejas beatas que rodean a los curanderos (como en “Anacleto Morones”). El único de los personajes que se acerca a la inocencia es un loco que se obsesiona por los pechos de su nodriza, que mezcla bondad y lujuria (“Macario”). Es un mundo culpable donde nadie cumple cabalmente sus deseos. Un mundo dominado por la tiranía de la culpabilidad frente a los deseos y por el resentimiento que también es un deseo reprimido: el deseo de rebelarse. Es una acción de segundo orden –más deseo que acción– que poco avanza; es venganza y no hay ser vivo sobre la tierra que se escape a su designio. Incluso sobre el propio Pedro Páramo pesa su obligación de reaccionar. Es una sed de justicia tan grande e insatisfecha como la de lluvia en el Llano Grande de “Nos han dado la tierra”. Sed de la justicia divina ante un Dios que castiga con la culpa y no premia las vidas piadosas, vidas por otra parte imposibles en este mundo. Es claro que para los personajes de Rulfo, vivir es rebelarse ante Dios, que hace imposible la vida, a quien siempre hay que “ayudar” hasta a hacer milagros (“Talpa”). Dios es, entonces, un extranjero, un dominador extraño a este mundo y es al mismo tiempo el camino que permite que las cosas ocurran o se hagan. ¿Con cuántos dioses estamos tratando en este microcosmos de la obra de Rulfo  (o de la cultura mexicana si la aceptamos como su fiel representación)?

Sin embargo, nadie hace a Dios plenamente culpable, por ejemplo, de la dominación de Pedro Páramo –todos se saben responsables en un juego entre iguales decidido por la violencia, por una violencia astuta, por una calculada economía de la violencia. Pero no por eso deja de estar ese dios-inmanencia que empuja a las muchachas alegres a hacerse putas por causas tan banales e indirectas como que se ahogue una vaca (“Es que Somos Tan Pobres”)–, esa fuerza “poco seria” de la vida que traiciona sus propias promesas, o crea los escenarios para “ejercer su voluntad”  (“Talpa”).

5.“¿Y a ti quien te mató madre?” (25) “Estamos Obligados a Amparar a Alguien. ¿No Crees Tú?” (75).

Podríamos hablar de una teoría de la estructuración de las relaciones sociales de dominación tal como aparece, sobre todo, en Pedro Páramo, o bien,  de los mecanismos de construcción de los sujetos sociales en cuanto sujetos políticos. Pero prefiero dejarlo, por ahora, como la exposición de una de las técnicas o herramientas para establecer las relaciones de dominación dentro del campo de la sociedad y vida cotidiana mexicana. Estaríamos hablando de que los personajes o actores sociales no entran espontáneamente a las relaciones políticas de intercambio y dominación, o por el impulso de una necesidad propia de desarrollo, sino que al contrario, mediante un mecanismo de despojo, son impulsados al juego que se libra en este campo. El despojo, daño, ofensa o afrenta recibida se constituye en un elemento no accidental o contingente, sino constitutivo y determinante del sujeto en cuanto tal (en el nivel de vida cotidiana e incluso en el propio nivel político-político, o, usando la terminología de Maffesoli: societario primero y luego social ). No es solo la reproducción de un sistema, sino la reproducción de individuos acordes al sistema. El juego, la apuesta que decide cómo se colocará el sujeto en la estructura, depende de su capacidad de manejar dicho daño o afrenta. Para usar el término coloquial mexicano, el sujeto, para constituirlo como tal, “es quebrado”, “se le quiebra”. De ahí en adelante ya no será libre, de alguna manera no estará “limpio” o indefinido, y estará atado a la cadena de acciones-reacciones que sostiene, en este nivel, al sistema. Desde entonces, su ser es un “ser determinado”.

Cabe aquí resaltar otra dimensión que nos desnuda la descripción de Rulfo: los sujetos no son parte de la sociedad a la que pertenecen ni por la simple cohersión económica al estilo marxista (“los hombres en la producción de su existencia contraen relaciones independientes de su voluntad”), ni son formados como individuos adecuados o similares a su medio por la socialización o la introyección de valores como esperaban los sociólogos funcionalistas; o como se pide que funcione una sociedad moderna, en donde los valores que instituyen las relaciones sociales están ya presentes en la propia definición del individuo como tal. Aquí queda espacio para una interioridad no integrada del individuo que da el espacio para ese sí mismo resentido, que en cualquier momento puede provocar una reacción imprevisible o “disfuncional”.

Si bien Rulfo resalta en sus descripciones ambientales la inmanencia y la inevitabilidad de la violencia como elementos dominantes de su universo literario, al mismo tiempo nos describe claramente esta situación como una acción controlada y planeada, incluso como una técnica. Es decir, la vida te quiebra, como ocurre por ejemplo con el sinsentido de la  muerte  de Matilde Arcángel, que quiebra a su marido y el odio de éste quebrará a su hijo para que luego éste lo mate. Pero también existe el quiebre por cálculo. Está presente la violencia como sistema. Es lo que le enseña como política Pedro Páramo a Fulgor Sedano, la personalización de la acción: “¿A quién le debemos? ¿No me importa cuánto sino a quién? (34)” Para cada uno, una respuesta adecuada: usar a Dolores Preciado, casándose con ella para hacerse de su tierra, e ignorar a “quien no pesa”:

-¿De quién se trataba?

-Es gente que no conozco.

-No tienes, pues, por qué apurarte, Fulgor. Esa gente no existe.(58)

Y más importante: imponer la ley de la arbitrariedad, por ejemplo, acusando a Toribio Aldrete de lo más absurdo (“usufruto” -usufructo) para luego asesinarlo ejemplarmente y sentar precedente: “¿Cuáles leyes Fulgor? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros.”

(38)

El precedente predefine interpretaciones y situaciones:

-...Pero la tierra no es tuya. Te has puesto a trabajar terreno ajeno. -¿Y quién dice que la tierra no es mía?

-Se afirma que se la has vendido a Pedro Páramo... Eso dices tú.

Pero por ahí dicen que todo es de él.

-Te digo que a nadie se las he vendido.

-Pues son de Pedro Páramo. Seguramente él así lo ha dispuesto. ¿No te ha venido a ver don Fulgor?... Seguramente mañana lo verás venir. Y si no mañana, cualquier otro día. -Pues me mata o se muere; pero no se saldrá con la suya.

-Requiestat in paz, amén, cuñado. Por si las dudas. (41)

El quiebre general es generar costumbre ante el abuso que tanto le duele en los oídos al padre Rentería en su confesionario, y que pasa por la entrega/violación de su sobrina, por el asesino de su padre y por el verse forzado a dar su perdón a Miguel Páramo, hijo de cuyos abusos se hace responsable Pedro Páramo.

Pero, si bien todos han estado determinados, incluso el propio Pedro Páramo, por el asesinato de su padre, es en la posesión de lo más preciado donde se expone más claramente el mecanismo:

-¿Sabías, Fulgor, que ésa es la mujer más hermosa que se dado sobre la tierra? Llegué a creer que la había perdido para siempre. Pero ahora no tengo ganas de volverla a perder. ¿Tú me entiendes, Fulgor? Dile a su padre que vaya a seguir explotando sus minas. Y allá... me imagino que será fácil desaparecer al viejo en aquellas regiones adonde nadie va nunca. ¿No lo crees?

-Puede ser.

-Necesitamos que sea. Ella tiene que quedarse huérfana. Estamos obligados a amparar a alguien. ¿No crees tú?

-...

-¿Y si ella lo llega a saber?

-¿Quién se lo dirá? A ver, dime, aquí entre nosotros dos, ¿quién se lo dirá?

-Estoy seguro que nadie.

-Quítale el “estoy seguro que”. Quítaselo desde ahorita y verás como todo sale bien. Acuérdate del trabajo que dio dar con la Andrómeda. Mándalo para allá a seguir  trabajando. Que vaya y vuelva. Nada de que se le ocurra acarrear con la hija. Ésa aquí se la cuidamos. Allá estará su trabajo y aquí su casa a donde venga a reconocer. Díselo así, Fulgor (75).

Como se expone, se trata muchas veces de lastimar, pero sobre todo, de generar una acción o una condición en la que el afectado quede imposibilitado de reacción y a merced del ofensor, de manera que se genere dependencia. El golpe es indirecto, como en el caso de la madre de Pedro Páramo, a quien matan matando a su esposo, o directo, dejando indefensa a Susana, como en este caso.

De la generación de dependencia, del abandono, surge el reclamo:

-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro (7).

Y después viene la esperanza y hasta la ilusión que de la misma fuente generadora del mal, que de la misma violencia originaria, venga el bien, ¿acaso no nos recordaba Blake que el mismo Dios que creó al tigre creo al cordero?:

-Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala (7).

En muchos casos, se trata de una condición para poder subsistir. Y quizás en la ciudad la parábola se muestra más desnuda, más violenta: En “Un Pedazo de Noche”, la condición para que la prostituta pueda sobrevivir es que “se deje tronar la nuez”. Aquí la vida tiene como polos al hombre “que truena la nuez” –o “Quiebranueces”– y al sepulturero, ambos funcionando como seres de poder. A la dominación y violencia activa del “Quiebranueces” sucede la violencia pasiva del sepulturero, quien le recomienda a la protagonista que nunca quiera a nadie, “que deje en paz esa cosa con que se quiere a los demás”, y que canaliza su odio a la humanidad y a quienes lo afrentan con el consuelo de la larga paz que les dará cuando mueran. Este hombre le dará refugio y solo le pide que la deje descansar o de lo contrario se perderá “entre los agujeros de una mujer desbaratada por el desgaste de los hombres” (246).

6. Conclusiones: “-Mejor no hubieras salido de tu tierra. ¿Qué viniste a buscar aquí? -...Me trajo la ilusión. -¿La ilusión?. Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.” (54) “Déjalo solo. Debe ser un místico.” (49)

Explicaba Nietzsche que un hombre libre es “aquel que piensa de otro modo de lo que podría esperarse en razón de su origen, de su medio, de su estado y de su función o de las opiniones reinantes en su tiempo”. Los personajes de Rulfo están presos porque sus deseos han sido determinados por un acto de violencia. Por muy fuertes y rebeldes que puedan ser, como lo son Pedro Páramo, Susana San Juan y el padre Rentería, su éxito es por esta razón intrínsecamente insatisfactorio. Cabe entonces pensar que solo escapando a esta lógica de quiebres y a su condicionamiento, se puede construir la libertad de individuos y colectivos. La idea en  la práctica política no es nueva. Frente al surgimiento de nuevos actores sociales, Laclau y Zac (1994) nos recuerdan que ya desde diferentes interpretaciones se ha planteado la política de acción en las puras mediaciones, la violencia de la no violencia, y, en este sentido, una violencia contra todo y no específica, que proponía Walter Benjamin. En ésta no se exige el cumplimiento de la ley, lo que implicaría un enfrentamiento, sino que se pone en cuestión la legitimidad entera del sistema al no entrar en él. No se asume así, dice Laclau, el papel del “sujeto” (reconocido, establecido, determinado) que de hecho se niega; sino la posibilidad de los sujetos (indeterminados, posibles, cambiantes, nuevos). La respuesta a la violencia por parte de Pedro Páramo lo convierte en un nuevo cacique; y solo la salida del sistema –como Susana San Juan y el padre Rentería– impide una reproducción de éste. En medio de esas posiciones está la resistencia, el silencio, los murmullos. Ese mediovivir, malvivir, desvivir que agobia a la mayoría de los personajes, que los hace manifestarse mejor desde la muerte.

Notas:

1 Ver Irena Mescniak, Cartas a Salomón (Nueva Imagen, 1990). 2 Entrevistado por Elena Poniatowska, Juan Rulfo decía que sus historias no tenían ningún elemento autobiográfico, ni refería acontecimientos realmente ocurridos como tales, sino que buscaba reconstruir hechos como los del ambiente de su infancia. Ver Juan Rulfo, Obra Completa, Edición crítica (París: UNESCO, 1989).

3 Sobre este tema, ver La Jaula de la Melancolía de Roger Bartra. 4 Esto tiene mucha relación con la situación que refiere Bonfil respecto al mestizo o criollo mexicano del “México Imaginario”, que vive permanentemente acomplejado por no poder llegar a ser plenamente un occidental moderno.

Bibliografía

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1982.

Almond, Gabriel and Sidney Verba. The Civic Culture. Princeton: Princenton

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Bartra, Roger. La Jaula de la Melancolía. México: Grijalbo, 1996.

Bonfil, Guillermo. México Imaginario. México: CNCA, 2000.

Bourdieu, Pierre. El Sentido Práctico. Barcelona: Taurus, 1991.

Foucault, Michel. Genealogía del Racismo. Montevideo: Altamira, 1993.

Giddens, Anthony. Las Nuevas Reglas del Método Sociológico. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

______________. Consecuencias de la Modernidad. Barcelona: Alianza

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Hopenhayn, Martín. Ni Apocalípticos ni Integrados. México: Fondo de Cultura

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Laclau, Ernesto y Zac, Lilian. “Minding the Gap”. The Making of Political Identities. Ed. Ernesto Laclau. London: Verso, 1994.

Maffesoli, Michel.”The Sociology of Everyday Life”. Current Sociology (1989)

37:1. París.

______________. El Tiempo de las Tribus. Barcelona: Icaria, 1990.

Mescniak, Irena. Cartas a Salomón. México: Nueva Imagen, 1990. Rulfo, Juan. Obra Completa, Edición Crítica. París: UNESCO, 1989.

Rulfo, Juan. Pedro Páramo y el Llano en Llamas. Barcelona: Planeta, 1986.