martes, 6 de junio de 2023

 Inteligencia artificial:

 Explican los técnicos de Google que su sistema se basa en producir textos con base meramente en el lenguaje pero que al leerse parece que la máquina tuviera sentimientos, intenciones y estuviera pensando e interesándose en producir efectos emocionales en el lector. Por un lado es lo que los estructuralistas y post estructuralistas ya habían descrito como “el ser pensados” por los códigos (Levi-Strauss), discursos y lógicas que inconscientemente determinan los imaginarios humanos y sus posibilidades de interpretar, imaginar, pensar y expresarse (por eso Deleuze y Foucault los llaman “dispositivos”). Pero por otro lado, ¿acaso no es esa la descripción de los psicopatas, tóxicos y narcisistas que nos engañan haciéndonos creer que tienen sentimientos cuando son incapaces de ello? La inteligencia artificial entonces será una dictadura de psicopatas contra los humanos sensibles que reaccionan emocionalmente primero frente a palabras e ideas, pero también frente a las decisiones que tomarán estas máquinas como el admitirte en una escuela o dejarte sin trabajo.

domingo, 4 de junio de 2023


 Miro la luna en el jardín Borda a través de los perfiles de troncos secos,

Enorme y amarilla luna de calor de verano entre densas nubes cargadas que solo amenazan con su humedad

Y recuerdo cómo representaban los mayas a la luna como una mujer de pechos muertos con las trenzas enredadas en su propio cuello y colgando en una rama de un árbol no dibujado.

Y casi invoco o conjuro:

Obscura madre, protégeme de la sin razón y el desaliento, del contagio de quienes sin voluntad me rodean con sus inocuos y vacíos vaivenes.

Dame fuerza para seguir luchando, para morir en la batalla y no meramente persistir sin ánimo ni interés como todos los que conformes miran sin entender y se adaptan en lugar de chocar y bramar.

Dame ánimos, que no olvide por sobrevivir, que solo estoy vivo para luchar

Aunque todos me olviden e ignoren,

Que mi fuerza es precisamente esta clara, precisa y lúcida soledad.

Señora Ix Tab, por los ominosos lunares de tus pechos.

viernes, 2 de junio de 2023

 Un libro peligroso que debe estar bajo llave: La Lechuza Ciega de Sadegh Hedayat.










Muy joven, el siglo pasado (de pronto todo lo interesante pasó el siglo pasado: los Beatles, la llegada a la Luna, las revoluciones Mexicana, Rusa, China, Cubana, el Rock y el pop, la psicodelia, etc.), cuando devoraba libros de literatura sin orden ni sentido, pero si con mucho placer, me encontré con un nombre sugerente: La Lechuza Ciega. Aunque publicada originalmente en Francia en 1936, apenas se había publicado en México en 1966, y el ejemplar, de primera o única edición mexicana, ya se había hecho viejo en la biblioteca de mi padre cuando lo descubrí. En la cuarta de forros, la reseña, supongo que del traductor, Agustí Bartra, decía "cuenta las alucinaciones de un fumador de opio..." Y yo que en esos momentos de mi vida, por influencia, sobre todo de mis vecinos y amigos mayores todo era hongos, techos con la bandera de Inglaterra, carteles para verse con luz negra y música de los doors, me clavé luego, luego con el rollo de alucinación=psicodelia. Tenía el tiempo y la libertad juvenil y masculina de poder escaparme tardes enteras a tirarme en el pasto descuidado de un camellón, bajo los troncos multicolores de los eucaliptos, enmedio de un tráfico moderado de coches que regresaban del centro de la ciudad, para leerme de corrido lo que se me pegara la gana. Nunca había oído hablar de depresión, en todo caso de tristeza, y la cuarta de forros no lo anunciaba para nada. Bartra, sólo mencionaba "trágicas interferencias". Más que clavarme, me hundí en el libro, en la experiencia de ese otro hombre en otra ciudad gris, que fácilmente podía ser el centro de mi misma ciudad, que como toda gran ciudad, ya desde entonces, podía ser y era, al mismo tiempo, todas las ciudades de todos los tiempos. 

Ya no recuerdo si la leí de un sólo golpe en una sola tarde, como acostumbraba en aquella época, por ejemplo, con La Naúsea de Sartre, o el Extranjero de Camus, etc. O a lo largo de varias tardes o incluso semanas o meses como Al Este del Paraíso de Steinbeck. El caso, es que al terminar la novela me reconocí en un estado de ánimo que desconocía. Un desánimo. Una extraña incomunicación del resto de personas. Algo que no podía expresar pero que si identificar incluso con un color, una atmósfera entre gris y café, como la de las tolvaneras que en Febrero coloreaban el cielo de la ciudad. Conocía la tristeza, pero eso era cuando había una pérdida. Pero ahora no había perdido nada ni estaba enfermo. Si me llamó la atención, que sin decir nada, mi padre me tomó en algún momento el libro de la mano -como acostumbraba para ver que estaba leyendo-, y que, a diferencia de otras ocasiones, no me lo devolvió. Al día siguiente estaba ya normal y ocupado de mis distracciones habituales que básicamente tenían que ver con deportes, futbol, frontón, etcétera. No sabía que había descubierto la depresión. Admito que mi vida no volvió a ser igual, porque sabía que existía eso. Como si fuera un cuarto más de la casa que nunca hubiera abierto, y que tampoco me sentía animado a volver a visitar. Un lugar más donde fuera posible estar. Eso existe. 

Quizás no volví a leer algo que me describiera mejor y más ampliamente ese lugar, salvo las memorias de un amigo, que aprovechando que le iba a cuidar su perro y su casa unas vacaciones, me pidió que las leyera y las olvidara. "Sólo quiero un testigo por lo que pase", me dijo. Siendo él ya un autor publicado y reconocido localmente, esperaba un adelanto de publicación de ficción o algo así. No un relato tan denso y desesperante de un ambiente sufrido por un joven matrimonio. Esa misma descripción de un ambiente gris y monótono, sólo que ahora en una ciudad tropical. Mi amigo, finalmente, tras varios intentos, se suicidó, casi 30 años después. 

Y por circunstancias de la vida, de las modernas redes sociales, y el pertenecer al club de los insomnes, me tocó ser testigo de varias situaciones en que personas, casualmente en este caso, mujeres de mediana edad, pedían ayuda y junto con quienes se iban sumando a la comunicación, ayudábamos a sobrellevar las cosas hasta el amanecer que llegaba alguien a acompañar físicamente y evitar algún desenlace drástico. La misma sensación, el mismo ambiente. 

Pero a pesar de los años, nunca olvidé el poder de esta novela del autor iraní avecindado en París, Sadegh Hedayat, para jalar al lector al ámbito particular de la depresión. Ahora existen muchos textos públicos, clubes y terapias donde se habla de la depresión, pero no era un tema cuando él escribió el libro. Y, por supuesto, se suicidó. En 1951 (en su departamento, las llaves del gas abierto, igual que en el caso de mi compañera más avanzada del doctorado, hace 10 años, en Puebla).

El caso, es que es el único libro que calificaría de peligroso. Un libro que debe de estar bajo llave y que sólo debe de dársele el permiso de su lectura a quien pase un examen de estado de ánimo y un programa de seguimiento tras terminarlo. No dejarlo sólo o que se aísle. Que bueno que cuando lo leí me sobraban hormonas, energías y actividades...Un libro peligroso.