miércoles, 21 de diciembre de 2011

Estar con Ella

Los días son hermosos y se acumulan. Cada día podría ser una gran memoria. Pero resulta imposible, gracias a dios, recordar tantos días que se constituyen cada uno, que se piensa, como un día perfecto. Una aventura completa, un logro perfecto donde incluso los muy comunes inconvenientes se convierten en momentos de broma o alegría en el trayecto de la aventura.
Cada día o temporada con ella es eso, vida más que la vida, más allá del gris de la vida, aventura y gusto, quizás sólo, se podría decir, que porque siempre es en viaje, porque las situaciones se han dado de tal manera que sólo podemos reunirnos en viajes, en momentos seleccionados y hasta cierto punto, nunca más allá de ese cierto punto, planeados. Después queda libre tanto la obsesividad, la compulsión del hacer-cumplir, como el saber que no son obligaciones reales, que tampoco su efecto formativo didáctico es nodal, y queda libre la natural distracción e incapacidad sin el temor al fallo fatal, vergüenza o cualquier cosa, sólo el devenir juntos.
Como si esperando siempre ese momento adecuado, como si preparando el momento adecuado para la supuesta indispensable conversación seria, confrontación, sermón y todo aquello, pero no, que nunca se da, la perfección de los momentos, esa simple sensación del bienestar, se convierte siempre en silencio, silencio compartido, silencio bien reflejado en su rostro sereno y sonriente que como diagnóstico de medicina china nos dice que así está bien, que está bien hasta ahora. Que la medicina es esto mismo, este bienestar cronológicamente medido, topográficamente recorrido, geográficamente desplazado. Bienestar de ver, recorrer, pasar por las cosas. Bienvenido y mejor aprovechada la obsesividad logística para producir momentos, paseos, recorridos, paisajes, sólo maculada por la interna obsesividad del momento posterior, de la previsión, que sólo en retrospectiva se ve que innecesariamente generaba preocupación en el momento perfecto, el momento simple.

El sueño del momento a momento que aquí, a costa de horas y días de esfuerzo o simple abulia, nostalgia, recuerdos, la insatisfacción de las simples llamadas por teléfono u otras formas de comunicación, se vuelven totalidad, absoluto en la simple presencia conjunta, compañía, tanto del no hacer nada, como de las esperas forzadas, ese pequeño esfuerzo extra que tanto coraje produce para corregir lo no tan perfecto. Pero nunca ese esfuerzo exagerado que haría costosa una supuesta perfección que se volvería otra obligación. Un objetivo quizás tan simple y fácil de obtener, pero ante el cual es necesario mantener la vigilancia mínima de una mayor exigencia para dar algo por la obligación de la jerarquía y la responsabilidad de ver más, de ver siempre el mañana. Saber que el momento a momento, perfecto, siempre tiene sus contrapartes y aunque esas no puedan ser compartidas por la situación estructural a la que se ven forzados, la obligación de prepararla para eso.
Relación que viene, reinterpretada a darse como en una rebelión modernista del tiempo de Goethe, transformando lo natural estructurado en una opcionalidad abierta, la obligación, derechos, necesidad de una parte tratando de convertirla cada vez más en una opción para ambos, consentimiento, selección plena, como la diferencia que normalmente sólo se entiende entre la diferencia entre un matrimonio y una relación de amantes en la reducción a la comprensión de las relaciones que normalmente se hace. El matrimonio como sobrellevar es esfuerzo de producción de la vida y los retazos de vida sobrantes de lo deseado, y la otra, la relación solamente durante los momentos selectos, planeados, para escapar de lo otro, lo otro. Y coronar así una vida rebelde, una vida de vivir sólo en lo otro mediante la soledad, la soledad natural, la que corresponde a la construcción histórica del individuo, y la opcionalidad de lo compartido, incluso bajo la más natural constricción.
Vida de cada día en tiempo fuera, de vacación, sin objetivos, sin cronogramas, y así también cada relación, incluso las más naturalmente impuestas, cada día. Día a día de sol en la playa, de caminos por recorrer, de encuentros inesperados, de objetivos cumplidos, sin caer en la trampa de vivir en el Paraíso, de creer haber llegado a alguna parte, de terminar la casa construida, o nada. Días de estar, de acompañar, de sonreír, de observar conjuntamente, de pasar, de pasear, sin recordar ni desear, días de silencio conjunto, días luminosos de edades disparejas, visiones contrapuestas, gustos diferentes, actividades compartidas, días de dejar hacer, de hacer y renunciar, días de estar uno por uno, de construir, y de disfrutar uno por uno, días desemejantes, días de planear sólo para indicar y divertirse en el incumplir. Días de mirar a los otros, de ver a los otros, de escuchar a otros: el mundo es un paisaje, son paisajes, buscar los paisajes, estar en los paisajes.
Maravilla quizás posible sólo porque los tiempos coercitivamente se dan limitados, de aceptar la belleza y alegría del día sólo tras renunciar a la permanencia, a la continuidad, y sobre todo, a la normalidad. No esperar lo mismo de todos los días, no querer siempre lo mismo y dejar al mismo tiempo, que sólo, dentro del espacio predeterminado, impuesto, de tiempo, el tiempo sobre. Tiempo indefinido que explota, se alarga, distiende, se vuelve más silencio que plática, más mero estar, más mero acompañar. Amar, sin preguntarse si sólo así es posible, no sólo en esta situación, sino en cualquier otra, amar. Estar todo el tiempo en la espera y la memoria de estos momentos, de momento a momento, de día a dia.