martes, 19 de septiembre de 2023



No Direction Home

Me sorprendió su llamada tras tantos años. Su teléfono había quedado, sin embargo, guardado con su nombre en el celular y por eso le contesté (no era una llamada de extorsión ni de acoso por los bancos: “lo felicito por su excelente historial, le ofrecemos un préstamo en condiciones que nunca podrá pagar”). 

Quedamos en uno de los nuevos cafés de la vieja colonia que tiene vista a los 10 metros cuadrados de pasto y tres árboles de una pequeña glorieta, uno de los pocos espacios verdes de la colonia. Inconfundible porque ahí junto antes había una ventanita para comprar alcohol a cualquier hora de la noche. Al poco de saludarnos, nos confesamos: los dos habíamos pensado que el otro no había sobrevivido al cobid y por eso no habíamos intentado comunicarnos. Pronto entró en materia: atado a la oficina y una familia grande y demandante, siempre tuvo la impresión de que yo viajaba mucho, aunque sabía que lo hacía para dentro (o sea en el país). Recordó que yo le había contado una historia verdadera a medias de que en algún lejano momento me había separado de la novia que tenía porque ella quería viajar a Europa y yo al revés. Se sorprendió de lo poco que en realidad conozco todavía del país. Nos reímos de que dije todavía: "¿A poco todavía esperas seguir viajando?" Me dijo entonces que en realidad sólo quería preguntarme algo: Que por las redes sociales veía a gente que se la pasaba viajando, pero que además se daba cuenta que estaban como obsesionados por demostrarlo. Sobre todo mientras tenían más edad. Le sentí una inquietud genuina, ¿Envidia?, me pregunté, ¿De quién podría estar hablando? La pregunta era: ¿Qué cómo le hacían para viajar tanto?, y si yo me había fijado si tenían algo en común. Además, tenía la típica pregunta que en algún momento nos hacemos todos a los que no nos alcanza o no tenemos tiempo, tenemos pretextos o cualquier cosa: “¿Como le hacen?” 

Y le dije que sí, que conocía bien a varias personas como esas. No quise entrar en detalles, sabía muy bien que no era alguien que escuchara o le interesaran las anécdotas de otros. Como tantos, siempre ha vivido pendiente, concentrado sólo en su propia vida y metas. No podría decirse que fuera una gente sensible o solidaria. Pero, por cierto, según yo, había cumplido casi todas sus metas, eso sí, no sin esfuerzo ni sacrificios. Le recordé que cuando trabajamos juntos habíamos desarrollado la teoría de que en toda oficina había dos clases de gentes: los técnicos y los farsantes. Y que identificando a quienes eran los técnicos evitábamos perder el tiempo con los farsantes. Los que sacaban el trabajo. 

"Sí", le dije, "esas gentes que viajan tanto y se obsesionan con subir fotos no solo tienen en común ser farsantes, sino que son aviadores. Piénsalo, checa los datos de quienes estás pensando o te hacen pensar eso" (en mi mente no dejé de preguntarme si sería algún competidor o alguna pretendida novia o amiga, sabía que no tendría caso preguntarle). 

Continué: "aunque han cobrado toda su vida en oficinas que no tienen nada que ver con su profesión, que lo mismo pasaban religiosamente sus ocho horas diarias sentados en sus escritorios o platicando con los jefes o casi no se aparecían, ahora, a los 40 años o más les entra una fiebre por visitar todo lugar turístico y hacer público que han estado ahí. Pasar por los lugares lo suficiente para tomarse una selfie para demostrarse, y publicar la foto para demostrar".

"Es que es como si necesitaran justificar su existencia", dijo y calló como pensando en lo que había dicho, o en la persona que le había generado la inquietud, que se yo, que podría saber por lo demás. Guardó silencio un largo rato mirando la rala vegetación de la glorieta; y yo mismo no pude evitar quedarme clavado sobre mi taza de café. Contra mi voluntad se me agolparon de pronto muchas memorias de múltiples experiencias, sentimientos encontrados sobre injusticias vividas e inevitablemente sentidas frente a este tipo de casos. Como que, aunque lo había dicho, no había realmente pensado seriamente en esa situación permanente de esas dos clases o estamentos de personas en todos los trabajos. Sentí de pronto sobre mi espalda el peso de mi vida de Sísifo donde cada cambio de trabajo había sido siempre comenzar de nuevo desde cero, desde afuera, y hasta lo envidié por seguir en la misma oficina desde que habíamos estado juntos (aunque ahora él había llegado a funcionario). Por fin rompió el silencio: “Sí. Ya había sentido que tenían la necesidad de demostrar algo”. 

Le cambió el semblante, incluso se reacomodó sobre la silla. Se relajó. Era claro que sentía que no necesitaba demostrar nada a nadie. Hasta me dió la impresión de que se enderezaba, de que había estado encorvado al principio. Ahora si tenía frente a mí al funcionario. Sonrió con suficiencia. Me dijo: “Alguna vez te tuve envidia por tu facilidad para cambiar de trabajo, y por saber pelearte, reclamar, quejarte e inconformarte por todo”. “No te preocupes”, le respondí, “quizás la cuerda era más larga pero seguía siendo una cuerda”.  Asintió.

Terminó de fumar su cigarro. Pidió la cuenta y se despidió sin que cruzáramos otra palabra. Como si de pronto hubiéramos recordado lo poco que teníamos en común. Juraría que mientras caminaba a su coche lo hacía de manera distinta que cuando llegó. Me había advertido que tendría que irse rápido, que ahora "vivía muy lejos" (esa frase en la colonia evocaba inmediatamente largos viaductos, montañas con bosques, fraccionamientos privados, cualquier cosa).

Pensé que parecía que le había quitado un peso de encima, pero que yo me había quedado revuelto, como con un malestar estomacal pero en la cabeza, como si hubieran vuelto a aflorar viejas sensaciones que había olvidado o al menos enterrado superficialmente bajo los apremios del momento. 

Sentí desanimo al pensar que al levantarme y salir, caminaría por las mismas calles, con la misma idea de intentar no tener una dirección definida, caminar a ninguna parte aparentando seguridad. La frase de Dylan: “no direction home”. Él seguramente habría programado su gps hacia el mismo lugar de siempre, sin sentir ninguna culpa ni inquietud.