miércoles, 27 de mayo de 2020

Imaginar la muerte del Pochó.


En esta época en que volvemos a ser dominados por una epidemia, pero ahora bajo nuestra asepsia moderna, no nos queda sino imaginar la muerte. No la propia, que es ontologicamente inimaginable. La muerte ajena que en otras circunstancias podría sencillamente imponérsenos bajo la fórmula del cuerpo presente. Pero dada la situación, más la natural discreción de toda  muerte privada, no nos queda sino imaginar. Pero en esta caso es lo inimaginable. Porque más allá de su presencia afable y anécdotas de café y taller que ya son de un siglo pasado, se trata de un personaje que por sus personificaciones tendría que haber sido inmortal. Jugaba tanto con sus propias narraciones y cuentos, que aceptaba que lo tratáramos de duende, aluxe, troll o, finalmente, en tanto que decía ser su inventor: el mismísimo pochó. Pero un pochó no puede morir, así que lo mismo saldrá a bailar en las calles de Tenosique el próximo febrero, o, se antojaría por su aspecto bonachón y sus ideas creativas, sumándole quizás  un sarakof a su eterno portafolio, un médico o ingeniero luchando por civilizar su pueblo de lodo y casas de madera, cuando hace medio siglo todavía, y sobre todo antes, salía de un pasado de míticas enfermedades tropicales como corresponde a una puerta de entrada a la selva, que entonces estrenaba un portentoso puente anaranjado  sobre el Usumacinta, en la boca del cerro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario