La gente que cuestiona la utilidad del conocimiento abstracto (filosofía, ética, etc), no pone en duda dicho conocimiento (como está convencido de hacer), sino que sólo demuestra haber perdido la capacidad de pensar más allá de lo que su vida material le impone. Es decir, que contra lo que supone, ha perdido la parte propia de la voluntad, y su voluntad (que cree materializar y demostrar obteniendo cosas y reconocimientos) es en realidad su forma de ser un instrumento de otras voluntades que no puede imaginar.
El cuento de este blog es pensar en voz alta sobre la libertad, sus derivaciones, sus obstáculos, sus perversiones...la vida como hecho virtual y las virtualidades vivibles.
lunes, 20 de febrero de 2017
jueves, 2 de febrero de 2017
Otra pequeña crónica urbana.
Otra pequeña crónica urbana.
El hombre no parecía tener
nada especial sino fuera porque hubo un poco de exceso de rudeza en la manera
en que acomodó su voluminoso cuerpo entre los de los otros hombres en el vagón
del metro. Desde que separaron a los hombres de las mujeres se ha hecho más
evidente que entrar y buscar lugar es ante todo un acomodo de cuerpos. Desaparecieron
esos pequeños micromovimientos que indicaban la persistencia de alguna clase de
cortesía entre personas a pesar del hacinamiento. El gesto indicativo de
mantener una distancia aunque fuera simbólica. Al poco de que iniciara la
marcha el convoy, el hombre comenzó a mover la cabeza de una manera particular, sobre todo
al abrirse las puertas en cada estación. Parecía checar a cada persona que
entraba, como si quisiera ver qué cosas pudiera traer cada quien, mochila, bolsa, portafolio. Movía el
cuello e inclinaba toda la cabeza por lo que se podía notar hacia donde dirigía la mirada a
pesar de tener los ojos pequeños y medio ocultos por lo abotargado del rostro.
Tal vez es un poco miope. De pronto, uno de esos jalones imprevistos en la
marcha del tren lo obligó a levantar violentamente el brazo derecho para sostenerse
del techo. Se le corrió la manga de la camiseta y quedó al descubierto un
bíceps medianamente modelado pero cubierto de un tatuaje poco usual. A
diferencia de una adolescente que junto con su amigo se habían acomodado contra
la puerta y los tubos apenas a dos pasos atrás de él, no se veían los típicos
manchones azules, ni animales, ni palabras. La jovencita de rostro ingenuo
mostraba sobre la piel obscura de su brazo toda una serie desigual de glifos
aztecas que lograban darle, a pesar de su edad, una imagen ruda. Pero en el
brazo del hombre sólo había líneas horizontales y verticales que alrededor del
brazo formaban la imagen de una pared o barda. No había palabras, ni siquiera el típico
logotipo de Pink Floyd que uno hubiera esperado para encontrarle un sentido
compartido o comunicativo. Eran sólo las rayas de una pared o barda en todo el
antebrazo. No había indicación de moda o identidad, lo que en la sociedad
actual es una forma profunda de guardar silencio. Y en ese mismo silencio, en
ese no significar también incluso podría intuirse alguna forma de una contenida
violencia y aislamiento. ¿Quién o para qué se tatúa una pared en un brazo? Sólo una pared
construida de ladrillos, ¿qué clase de significación o de expresión podría
buscar con ese diseño tan sencillo y sin embargo, si uno lo piensa, tan
perturbador?
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