sábado, 30 de diciembre de 2023

 


Sentí tanto frío que soñé que me citaba con un contrabandista chino en la Calzada de Tlalpan para comprarle unas hamacas chinas de nylon porque era ahora el mejor negocio para invertir dinero. Hubo problemas con el lenguaje hasta que su ayudante le dijo que yo entendía inglés. Pero el inglés de los dos era tan malo que su ayudante tuvo que hacer de intérprete. Luego de transferir varios paquetes de ellas a la cajuela de mi coche y extender una, me decepcioné porque eran de pésima calidad. Me senté en el suelo a la puerta del metro Chabacano con mi paquete de hamacas chafas de 5 y 10 pesos. Y ahí apareció una mujer que se me hizo conocida. Me preguntó por las hamacas y yo le pregunté si no había trabajado en un edifico por ahí antes del terremoto del 85. Me dijo que por eso se había acercado, para ver si la reconocía. Recordamos que yo la esperaba a la salida en la noche en una calle lateral. A veces salía tan tarde que ya no llegaba a su casa y a veces sin despertarme se iba directo de regreso al taller. Le dije que no la volví a ver después del terremoto. Y ella, con una cara extraña y como gris, me respondió que tampoco la había buscado. Había un tono de cariñoso reproche en su voz, como si representara a todas las mujeres que habia dejado de ver sin explicaciones. Me recordó que ese día había preferido irme a ayudar a la colonia Guerrero. ¿Cómo sabes a dónde fui?, le pregunté. Se encogió de hombros, y dijo, bueno, pero ya estamos aquí, otra vez, de cualquier manera, y me abrazó y riéndo caminamos y corrimos y nos acariciamos en medio de la gente, como antes. De pronto la detuvé: “oye, ¿cómo es que te vez joven otra vez?”. Sin perder la sonrisa y su cara juvenil respondió: “nunca envejecí”.

martes, 5 de diciembre de 2023

 Todos somos responsables.

Quizás la tragedia, lo inhumano, la debacle de la humanidad,
No sea el genocidio en sí mismo,
Genocidios ha habido muchos, pero siempre,
Ocurrían allá lejos, pero sobre todo, para la mayoría
De la población, hacía mucho tiempo,
Se enteraba cuando ya era historia, aunque también es cierto que
De eso está hecha la historia: de muchos genocidios.
Quizás la debacle de la humanidad, la tragedia consiste ahora
En que todo el mundo ahora está siendo testigo en directo
Y en vivo, en el momento de lo que ocurre,
Y viendo las imágenes de lo que está sucediendo,
Nada cambié, ninguna vida fuera de la zona del horror
Se modifique. Aunque los medios se saturen.
No pasa nada, los millones están más interesados en seguir su rutina,
En seguir siendo meros espectadores “de la historia”.
Incapaces de sobrevivir a algo más que a su propia vida.
Espectadores solamente, también de la misma,
Regida por mandatos abstractos como los algoritmos.
Lo inhumano quizás sea que los aviones sigan volando,
Que las calles siguen congestionadas, que los trenes circulan,
Que no cierran los cines, no se cancelan las funciones de teatro
Ni los conciertos, ni hacen huelga las escuelas y los sindicatos,
No se clausuran los edificios públicos, no se detiene nada.
Ya Auden pedía que se pararan los relojes...
Que siguen, inertes e inconmovibles, ciegos y sordos,
como las máquinas que son, gobernando las vidas de quienes no están muriendo
De muerte, de terror, de violencia: los que están afuera. Los que desvían la mirada.

A pesar de toda la fingida indiferencia, nada será como antes,
No podremos aducir desconocimiento, todos somos responsables.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

 

El lugar más hermoso.

“La tarde no es ya maravillosa. El paisaje es triste. No. El paisaje no, pero la vida es triste.”

            Arthur Schnitzler.

 

Para llegar tuve que atravesar casi toda la ciudad. Y no es que no esté acostumbrado a hacerlo. Lo hago todos los días para ir a trabajar. Subir, subir, subir culebreando por calles irregulares que dan todo tipo de vueltas y además hay que evitar baches y estar atento a la posibilidad de que bajo cualquier motivo, fiesta, duelo o protesta, los vecinos cierren las calles y haya que buscar cualquier alternativa, que van desde alguna de las dos carreteras que rodean a la ciudad o atajos empedrados que en tiempos de lluvias son paso de torrentes, o hasta los viejos túneles que se hicieron bajo las carreteras originalmente para dejar pasar  ganado cuando lo que ahora son colonias eran pueblos que se dedicaban a actividades agrícolas. Eso no es lo desagradable. Lo lastimoso y deprimente es como por alguna razón las zonas más populosas de la ciudad, los edificios irregulares que se apeñuzcan en los permanentes desniveles de terreno y las viejas construcciones domésticas o comerciales que le daban tipo a la vieja ciudad, no esconden, justamente su envejecimiento natural o prematuro, y sobre todo que no han sido repintados en muchos años, todas las paredes descascaradas, algunas incluso mostrando el adobe original de bardas o paredes de más de 50 años. Y lo más feo, por razones que no se explican totalmente, lo sucio de todo, ante todo, hoy la ciudad, que era famosa por su vegetación y carácter semitropical, es una ciudad sucia con todas las paredes, casas y edificios ennegrecidos de pura mugre sin que a nadie le importe, reflejando claramente el desgobierno y corrupción de todos los ayuntamientos por los que han pasado todos los partidos políticos justamente desde que tenemos idea de que se hacen verdaderas elecciones.

            La multitud de pueblos que se han ido sumando a la ciudad se ha traducido, entre otras muchas cosas, en una repetición de nombres, no sólo de los héroes nacionales en las calles del centro de cada población, sino incluso de los santos con que los españoles renombraron a cada pueblo, y hasta de los propios nombres náhuatl; que cuando se trata de buscar una casa es mucho más confuso porque no se usan números, sino nombres específicos para cada predio. Esto, por supuesto, vuelve loco al gps que además, al no tener límites, busca los nombres en toda la república para mayor confusión y en un descuido igual te manda a otro estado. Finalmente tiene uno que deducir por el lugar de trabajo y las escasas y confusas orientaciones que se compartieron en el grupo de conversación, de cual lugar se trata. Sobre todo que desviándose de la carretera, al tomar una calle empedrada, el gps ya no tiene alcance. Y cómo siempre en México, no hay ningún letrero y además, el lugar tiene dos nombres, el oficial y el del pueblo que reivindica el carácter comunal. Pero inmediatamente llama la atención lo ancho y bien empedrada de la calle bordeada en ambos lados por grandes árboles que anuncian que justamente por ahí acaba la ciudad y comienza el bosque tradicional, que en realidad, ahora es una colonia lujosa de grandes propiedades escondidas entre los árboles.

            Por fin un arco y una gran cantidad de coches estacionados en batería en ambos lados de la calzada (como se le llamaba antes a ese tipo de calles) confirman que he llegado al lugar señalado, o al menos a uno de ellos, sin ninguna seguridad de que la ceremonia vaya a realizarse en éste. El lugar es hermoso e inmediatamente me remite a como era todo el paisaje en el estado cuando lo recorría junto con mi familia de niño. Rodeado de altos árboles de varias especies de pinos y especies de alta montaña. Pero sobre todo, todas las tumbas están todas en buen estado y bien pintadas, casi siempre de blanco, con detalles rojos o azules, tanto las lápidas más modestas como las que imitan ser pequeñas capillas, pero sobre todo, todo está lleno de masas de flores, todas bien cuidadas, destacando las grandes campánulas amarillas. Flores que se dicen que si te ponen una bajo la almohada ya no despiertas hasta que te la quiten (¿o es sólo con las azules?). Y no es que el panteón esté adornado para día de muertos, en esos días, me consta por varios reportajes fotográficos y varias excursiones de turistas que he guiado, domina el color amarillo/anaranjado de los cempasúchiles. Pero hoy, en este hermoso día soleado con apenas una nubes ligeras que amortiguan el calor pero no la luz, hay flores rojas, blancas y amarillas sobre todo. Y ya al final de la calzada, un grupo de flores blancas se mueve por sobre las cabezas de las personas que van llegando a la capilla donde se oficiará la misa. Es una capilla abierta por los cuatro costados, como las que hicieron los misioneros para evangelizar a los pueblos de indios, pero en este caso se ve que más bien tiene que ver con los diseños de la teología de la liberación, que tanto cambió las cosas por estas tierras.  

            Pienso que, como siempre, estoy llegando tarde y voy ensayando en mi cabeza la historia con la que voy a justificarme si alguien se da cuenta o me pregunta algo. Pero, por suerte, nadie me pone atención, la misa ya ha comenzado y la multitud está centrada en el altar y el padre que oficia, y el ataúd de elegante madera que esta sobre un pedestal de mosaicos. Me doy cuenta de que la mayoría de la gente viste muy pobremente, pero al mismo tiempo, ese vestir pobre es un vestir tradicional, las mujeres cubiertas con sus grandes rebozos grises desde la cabeza hasta por encima de las faldas, y los hombres, todos sosteniendo con ambas manos frente a sí grandes sombreros. Me comienza a llamar la atención que la mayor parte de las personas tienen un tipo más rural que el urbano que esperaba. Y ese vestir tradicional de todos, me regresa nuevamente a imágenes de tiempos idos, de pasados no tan lejanos. Además, el dolor ruidoso, sentido y la intensidad con que prestan atención a la ceremonia, como verdaderos creyentes me refuerza además el prejuicio de que no sólo son tradicionales, rurales, sino que todavía se sienten indígenas. Y mientras, silenciosa y lentamente me voy acercando al altar y el ataúd, me convenzo por fin, que no es la ceremonia a la que yo venía, que no hay nadie que yo conozca. No he llegado tarde, al contrario, he llegado temprano. Y entonces me preocupo de que como tantas veces, se note que no me sé nada de lo que hay que decir o hacer en una misa y trato entonces de salirme, de hacerme menos notorio pero la gente, poco a poco, con deseos de despedirse y participar de la letanía, se ha concentrado más y no me queda más que esperar a que termine la ceremonia, a que comience a tocar la banda, y que un grupo de hombres cargue el ataúd precediendo la lenta marcha de toda la gente que se va perdiendo entre los pasillos bien señalados y alineados de las tumbas, hasta que sólo se escucha a la lejanía las trompetas, los platillos y el tambor de la banda que no deja de tocar. La melodía de las Golondrinas anuncia cuando seguramente están bajando a tierra el ataúd, pero, poco después, sorpresivamente, la banda rompe a tocar las mañanitas.

            Mientras tanto, yo me quedé junto a la capilla, sentado en la barda pequeña de una jardinera, casi, casi en cuclillas. Simplemente esperando. No he traído libro para entretenerme o pasar el tiempo. Y sin la radio del coche o el aparato de sonido de la casa, sin señal del celular para abrir el youtube o redes sociales, sólo me queda sentir la suave y fresca brisa con el olor vegetal y a flores que predomina al fondo del panteón comunal. Se escucha el movimiento de las grandes masas de ramas de los altos árboles y poco a poco las nubes se van agrupando iluminadas por un sol intenso dándole un enmarcado hermoso a la pequeña reproducción de ciudad que desde donde estoy parecen las tumbas. Imposible no pensar como le damos más importancia a los muertos que a los vivos al ver tan cuidado y tan hermoso el panteón. Es como si todavía fuera como había sido antes la ciudad, ordenada y hermosa, llena de vegetación y flores, aunque el silencio, apenas roto de vez en cuando por un gallo, definitivamente recordaba en que clase de lugar estaba.

            Por lo agradable del lugar y de las sensaciones puedo relajarme y dejar pasar el tiempo sin preocuparme, finalmente, si tal vez me equivoqué de pueblo y de panteón. Es claramente el lugar más hermoso en que he estado desde hace mucho. Siento que es lo que necesitaba, e incluso olvido el malestar y la rabia que me despertó varias veces durante la noche y con que me levanté, y cómo tuve que ir a una cafetería por un café fuerte para darme valor para subir. Por el momento no necesito ni siquiera pensar en nada, es simplemente estar ahí, aunque no deja de ser un bienestar con resabios de memorias lejanas de pensar, que antes, casi todo el paisaje del estado, tanto el natural, como el urbano, era más o menos así, al menos hasta el fin del siglo pasado.

            De pronto veo que por la calzada se acerca caminando un hombre de piel muy quemada por el sol y las ropas negras y deterioradas, casi como una persona en situación de calle. Viene lentamente y camina disparejo. Al acercarse a la capilla comienza a persignarse y a hincarse cada dos pasos. Y me digo que o es muy creyente o siente que debe algo, o las dos cosas. Pero ya más cerca pareciera ser más bien alguien alcoholizado o junkie. Avanzando así llega hasta el altar y luego de hincarse y persignarse ahí, voltea a todas partes. No hay nadie más. Sólo estoy yo. Se me acerca y me dice: “Hablaron por teléfono para avisar que el próximo difuntito se va a atrasar porque hay tráfico. Que lo esperen por favor”. “Bueno, gracias”. Le respondo. Pero no se mueve, y se me queda viendo insistentemente, esperando algo. Al poco parece animarse y me dice: “¿Me da su bendición padrecito?”. Me quedo totalmente confundido y tardo en reaccionar. Me doy cuenta de que no tiene sentido entrar en explicaciones. ¿Cómo le digo?. Pienso además de que como estoy sentado, seguramente está viendo que estoy ya calvo de la coronilla, y entre eso, mi complexión y edad, además de las ropas claras (como gente del trópico que soy no sólo no tengo ropa negra, sino que mi luto es de ropas claras), está convencido. Me siento mal. Pero igual esbozo con la mano derecha una señal un movimiento del brazo arriba y abajo y a los lados, sin decir nada. Él me da las gracias, se vuelve a hincar, persignarse y se voltea para irse. Pero ahora se aleja caminando con lo que parece ser un ritmo de cumbia que sólo él escucha y con el que recorre alegremente  de regreso toda la calzada. Yo me siento contento de que tendré más tiempo para esperar entre los árboles y el paisaje ordenado y bello del panteón. Pienso que quien crea que a los mexicanos sólo le importan sus muertos durante dos días de noviembre, no sabe nada, o al menos no conoce por acá. Es obvio que nos interesa más el orden y la limpieza del panteón que el de la ciudad.

            La edad me ha hecho menos curioso (he aprendido que mientras más se acerca uno a la verdad, más sabe cosas que no hubiera querido saber). Me había satisfecho con la pura información superficial, que ya era bastante fuerte, indignante, no sé, no encuentro palabras, rabia, tristeza. Tenía sólo 19 años y lo mataron para quitarle la moto. Como si bastara el titular de la nota roja. A pesar de verlo cuando menos una vez por semana durante tres años, nunca tuve una conversación con él ni sabía que era hijo de uno de los compañeros que conozco desde el siglo pasado, con quien incluso jugué en un equipo de futbol. Pero no sabía ni necesitaba más detalles. Sin embargo, alguien que no pudo asistir me llamó en la noche para preguntarme como había estado la ceremonia. Luego de contarle los detalles, le dije, como para poder aligerarnos para despedirnos: “Y fíjate que me confundieron con un cura”. Y me pidió que le explicara como había sido. “¿Y estuviste todo ese tiempo sólo ahí?”. “Pues sí”, respondí. “¡No hombre, si justo ahí lo mataron!”, exclamó. “¿Cómo?”, pregunté. Y ya me explicó que en medio de toda esa belleza, muy a la mexicana, no faltaban todos esos detalles de terror y horror de nuestras historias de vida. Que el muchacho iba cada semana a ponerle flores a la tumba de la madre que murió durante la epidemia. Y que había subido en su moto a llevar sus flores como siempre, pero no regresó a la casa. Que el padre pasó tres días buscándolo. Y que por fin lo identificó en la morgue del estado. No fue fácil porque le habían desecho la cara a golpes. Y luego, el padre pasó un día entero ahí, entre convenciendo y sobornando a los funcionarios para que le entregaran el cuerpo. Lo hicieron hasta la madrugada. Pero que, además, era la tercer persona que habían encontrado así en el entorno del panteón en los últimos tiempos.

            El lugar más hermoso, pero por ahora, también es el más peligroso.

            Hay cosas que no pueden comunicarse. Que no pueden traducirse a palabras, contarse, ni compartirse. Por un lado están los dolores físicos agudos para los que ahora tenemos buenas drogas sintéticas. Pero por otro, está la experiencia del verdadero horror de algunas formas de agonía que ni siquiera se pueden describir y la rabia es porque alguien le imponga eso a otra persona. Para curar eso no basta abrazar, no hay consuelo posible, necesitamos otro concepto, otra palabra para describir tanto la experiencia como el poder sobrevivir a la misma.  Por un lado la crueldad con que mataron al muchacho. Pero, por el otro, se me bloquea la mente sólo de tratar de imaginar la duración del tiempo para el padre, todo lo que pasó por la mente y el dolor sin consuelo a lo largo de un día y una noche en un lugar tan horrible, burocrático y frío como la morgue de una administración, que, además, ha perdido todo sentido y orden. La belleza y el horror tan cercanos, el cambio tan total de lo que es la vida en tan poco tiempo, el íntimo contacto de estados de ánimo tan diferentes por tan distintas razones. Me dan ganas de parafrasear: la belleza y el terror giran y se abrazan en un mismo movimiento. Pero sé que sólo es retórica, palabras para llenar un hueco irreparable. Pero al mismo tiempo se trata de no negar, no rehuir lo cerca que nos toca, la posibilidad que nos alcanza a todos. Meros momentos que en un sentido u otro para una persona u otra, pueden volverse absolutos.

            -¿Ve a mi perra la Biviana?

            - ¿Así se llama?

            -Sí.

            -Pues hace como una semana en lugar de quedarse al sol en el jardín, como hace casi todo el día para evitar a la gente que pasa por los pasillos, le ladraba como al aire y se venía de este lado y se metía a los baños o a la puerta que encontrara abierta. Ladraba tanto que hasta los albañiles que están construyendo el anexo, venían a ver a que le ladraba. Y era como si le ladrara al aire. Esta era la zona de trabajo que le tocaba al muchacho. Y ya ve que los perros ven cosas que nosotros no vemos. Alguien comentó que cuando te matan estando inconsciente, no te das cuenta de que ya te moriste y sigues haciendo y yendo a donde acostumbrabas, creyendo que haces lo que tenías que hacer siempre, que hay que poner una cruz y encender una veladora en donde te mataron para que te enteres, ¿Y sabe qué?.

            -No, ¿qué?

            -Que un día la perra dejó de ladrar y otra vez a acostarse al sol como acostumbraba. Pregunté y me dijeron que ya le habían puesto una crucecita metálica, unas flores y una veladora a la puerta del panteón donde lo mataron. Y ya ahora ve ahí a la Biviana tan tranquila como siempre…

 

martes, 19 de septiembre de 2023



No Direction Home

Me sorprendió su llamada tras tantos años. Su teléfono había quedado, sin embargo, guardado con su nombre en el celular y por eso le contesté (no era una llamada de extorsión ni de acoso por los bancos: “lo felicito por su excelente historial, le ofrecemos un préstamo en condiciones que nunca podrá pagar”). 

Quedamos en uno de los nuevos cafés de la vieja colonia que tiene vista a los 10 metros cuadrados de pasto y tres árboles de una pequeña glorieta, uno de los pocos espacios verdes de la colonia. Inconfundible porque ahí junto antes había una ventanita para comprar alcohol a cualquier hora de la noche. Al poco de saludarnos, nos confesamos: los dos habíamos pensado que el otro no había sobrevivido al cobid y por eso no habíamos intentado comunicarnos. Pronto entró en materia: atado a la oficina y una familia grande y demandante, siempre tuvo la impresión de que yo viajaba mucho, aunque sabía que lo hacía para dentro (o sea en el país). Recordó que yo le había contado una historia verdadera a medias de que en algún lejano momento me había separado de la novia que tenía porque ella quería viajar a Europa y yo al revés. Se sorprendió de lo poco que en realidad conozco todavía del país. Nos reímos de que dije todavía: "¿A poco todavía esperas seguir viajando?" Me dijo entonces que en realidad sólo quería preguntarme algo: Que por las redes sociales veía a gente que se la pasaba viajando, pero que además se daba cuenta que estaban como obsesionados por demostrarlo. Sobre todo mientras tenían más edad. Le sentí una inquietud genuina, ¿Envidia?, me pregunté, ¿De quién podría estar hablando? La pregunta era: ¿Qué cómo le hacían para viajar tanto?, y si yo me había fijado si tenían algo en común. Además, tenía la típica pregunta que en algún momento nos hacemos todos a los que no nos alcanza o no tenemos tiempo, tenemos pretextos o cualquier cosa: “¿Como le hacen?” 

Y le dije que sí, que conocía bien a varias personas como esas. No quise entrar en detalles, sabía muy bien que no era alguien que escuchara o le interesaran las anécdotas de otros. Como tantos, siempre ha vivido pendiente, concentrado sólo en su propia vida y metas. No podría decirse que fuera una gente sensible o solidaria. Pero, por cierto, según yo, había cumplido casi todas sus metas, eso sí, no sin esfuerzo ni sacrificios. Le recordé que cuando trabajamos juntos habíamos desarrollado la teoría de que en toda oficina había dos clases de gentes: los técnicos y los farsantes. Y que identificando a quienes eran los técnicos evitábamos perder el tiempo con los farsantes. Los que sacaban el trabajo. 

"Sí", le dije, "esas gentes que viajan tanto y se obsesionan con subir fotos no solo tienen en común ser farsantes, sino que son aviadores. Piénsalo, checa los datos de quienes estás pensando o te hacen pensar eso" (en mi mente no dejé de preguntarme si sería algún competidor o alguna pretendida novia o amiga, sabía que no tendría caso preguntarle). 

Continué: "aunque han cobrado toda su vida en oficinas que no tienen nada que ver con su profesión, que lo mismo pasaban religiosamente sus ocho horas diarias sentados en sus escritorios o platicando con los jefes o casi no se aparecían, ahora, a los 40 años o más les entra una fiebre por visitar todo lugar turístico y hacer público que han estado ahí. Pasar por los lugares lo suficiente para tomarse una selfie para demostrarse, y publicar la foto para demostrar".

"Es que es como si necesitaran justificar su existencia", dijo y calló como pensando en lo que había dicho, o en la persona que le había generado la inquietud, que se yo, que podría saber por lo demás. Guardó silencio un largo rato mirando la rala vegetación de la glorieta; y yo mismo no pude evitar quedarme clavado sobre mi taza de café. Contra mi voluntad se me agolparon de pronto muchas memorias de múltiples experiencias, sentimientos encontrados sobre injusticias vividas e inevitablemente sentidas frente a este tipo de casos. Como que, aunque lo había dicho, no había realmente pensado seriamente en esa situación permanente de esas dos clases o estamentos de personas en todos los trabajos. Sentí de pronto sobre mi espalda el peso de mi vida de Sísifo donde cada cambio de trabajo había sido siempre comenzar de nuevo desde cero, desde afuera, y hasta lo envidié por seguir en la misma oficina desde que habíamos estado juntos (aunque ahora él había llegado a funcionario). Por fin rompió el silencio: “Sí. Ya había sentido que tenían la necesidad de demostrar algo”. 

Le cambió el semblante, incluso se reacomodó sobre la silla. Se relajó. Era claro que sentía que no necesitaba demostrar nada a nadie. Hasta me dió la impresión de que se enderezaba, de que había estado encorvado al principio. Ahora si tenía frente a mí al funcionario. Sonrió con suficiencia. Me dijo: “Alguna vez te tuve envidia por tu facilidad para cambiar de trabajo, y por saber pelearte, reclamar, quejarte e inconformarte por todo”. “No te preocupes”, le respondí, “quizás la cuerda era más larga pero seguía siendo una cuerda”.  Asintió.

Terminó de fumar su cigarro. Pidió la cuenta y se despidió sin que cruzáramos otra palabra. Como si de pronto hubiéramos recordado lo poco que teníamos en común. Juraría que mientras caminaba a su coche lo hacía de manera distinta que cuando llegó. Me había advertido que tendría que irse rápido, que ahora "vivía muy lejos" (esa frase en la colonia evocaba inmediatamente largos viaductos, montañas con bosques, fraccionamientos privados, cualquier cosa).

Pensé que parecía que le había quitado un peso de encima, pero que yo me había quedado revuelto, como con un malestar estomacal pero en la cabeza, como si hubieran vuelto a aflorar viejas sensaciones que había olvidado o al menos enterrado superficialmente bajo los apremios del momento. 

Sentí desanimo al pensar que al levantarme y salir, caminaría por las mismas calles, con la misma idea de intentar no tener una dirección definida, caminar a ninguna parte aparentando seguridad. La frase de Dylan: “no direction home”. Él seguramente habría programado su gps hacia el mismo lugar de siempre, sin sentir ninguna culpa ni inquietud.

lunes, 10 de julio de 2023

Clase y cultura popular según George Orwell


"En todas las sociedades la gente común debe vivir hasta cierto punto contra el orden existente. La cultura genuinamente popular de Inglaterra es al que transcurre debajo de la superficie, de manera no oficial, y más o menos desaprobada por las autoridades. Una cosa que uno nota si mira directamente a la gente común, especialmente en las grandes ciudades, es que no son puritanos. Son jugadores inveterados, beben tanta cerveza como sus salarios les permiten, son devotos de los chismes indecentes y usan probablemente el lenguaje más sucio del mundo. Deben satisfacer sus gustos frente a leyes asombrosas e hipócritas diseñadas para interferir con todo el mundo pero que en la práctica permiten que todo suceda. También, la gente común carece de creencias religiosas definidas, y así ha sido durante siglos...La adoración del poder, que es ahora la nueva religión ...nunca ha tocado a la gente común. Nunca han entrado a la política del poder." (Ensayos escogidos, ed. Sexto piso, 2003, p.43) 

sábado, 8 de julio de 2023

 


Damnificado de AMLO, pequeña guía para dialogar con derechairos. (entrevista pre electoral).

El chofer de Uber se queja de tener que escuchar veinte veces al día la repetición de lo que dice AMLO en las mañaneras porque lo repiten todos los noticieros de la radio para criticarlo. Aparenta menos edad de la que se puede inferir por el número de cuenta de estudiante de la UNAM que todavía recuerda, dice que se siente decepcionado por AMLO, que él voto por AMLO, pero que lo vino a perjudicar.

¿Cómo, le pregunto? Me dice que él antes tenía trabajo en una empresa, pero que el gobierno no ayudó a la empresa y ésta tuvo que cerrar y que ya ninguna empresa le da trabajo por la edad y por eso no le quedó más que meterse al uber con su coche y que perdió su seguro médico y ya no puede atenderse gratis en ninguna parte; que al cerrar las escuelas de tiempo completo su esposa ya no puede trabajar todo el día por cuidar a los niños en la tarde; que el gobierno le quita el 40% de lo que gana diariamente por impuestos; que al revaluar el peso, se redujo la cantidad en pesos de las remesas que le mandan sus hijos que viven en el extranjero; y que de las obras de infraestructura que dice AMLO estar haciendo, están todas en provincia, “donde nadie las ve”, “para nosotros los de la Ciudad no ha hecho nada y aquí es donde debe de verse un gobierno”. La corrupción no ha parado: dice seguir dándole mordida a los de tránsito por traer el teléfono con la aplicación en el tablero y que le da también a los de la verificación. Estudio contaduría en la UNAM y le teme a la Inteligencia Artificial: en la siguiente generación uber ya no tendrá conductores en los taxis (“como en la película aquella de Shwarzeneger que filmaron en el metro Chabacano, Total Recall”, apunto yo).  Se define como damnificado de AMLO.

Inmediatamente se ven algunas cosas, como la incoherencia de denunciar su situación familiar por tener al mismo tiempo niños en primaria y otros que le envían remeses desde el Gabacho (no cuadran edades tan distintas), el discurso es ordenado y suena a que lo ha repetido. Uno piensa, en lo que dice, que escucha la radio todo el día y de ahí el poder armar un discurso articulado de todos los detalles con que la oposición arma el caso contra AMLO, extrapolando y generalizando.

Le respondo: ¿El que las empresas ya no le den trabajo a personas mayores es culpa del gobierno o de las empresas? ¿El que la empresa uber no absorba los impuestos y se los cargue al chofer que trata no como empleado sino como “emprendedor independiente” al chofer que pone y desgasta su propia unidad, es responsabilidad o culpa del gobierno? ¿El que Uber no te dé seguro médico es culpa o responsabilidad del gobierno? ¿Para atenderse gratis no está abierto ya a toda la población el Seguro Social y los centros de salud y hospitales de la CDMX? ¿Al quejarte por el tiempo en casa de los niños en la escuela de tiempo completo no estás viendo a la escuela como mero deposito temporal de los niños? Respecto a la revaluación del peso, entonces, ¿Tiene que irle mal al país para que a ti te vaya bien? (le aclaro que esa es la política actual de los bancos privados, donde todas las inversiones apostaban a la devaluación progresiva del peso y la baja de intereses del Banco de México y la Fed de EU, con lo que al ocurrir lo contrario, nos están llevando entre las patas a los pequeños ahorradores). Y concordamos sobre la corrupción, pero que el problema es que es un fenómeno horizontal de la población general.

            Me da la razón en varios puntos, pero me dice que él sólo puede juzgar desde su posición personal y por eso votará por cualquiera que vaya contra AMLO. Le digo que los de la alianza va por México ya nombraron al mismo tipo que hizo el plan de gobierno para 30 años de Salinas, para hacer el proyecto alternativo de la oposición. O sea lo mismo que hace 30 años. Ya no me responde y mejor comenta sobre que siempre lo pone nervioso entrar a la colonia donde vivo por la fama que tiene. Ja, ja.

martes, 6 de junio de 2023

 Inteligencia artificial:

 Explican los técnicos de Google que su sistema se basa en producir textos con base meramente en el lenguaje pero que al leerse parece que la máquina tuviera sentimientos, intenciones y estuviera pensando e interesándose en producir efectos emocionales en el lector. Por un lado es lo que los estructuralistas y post estructuralistas ya habían descrito como “el ser pensados” por los códigos (Levi-Strauss), discursos y lógicas que inconscientemente determinan los imaginarios humanos y sus posibilidades de interpretar, imaginar, pensar y expresarse (por eso Deleuze y Foucault los llaman “dispositivos”). Pero por otro lado, ¿acaso no es esa la descripción de los psicopatas, tóxicos y narcisistas que nos engañan haciéndonos creer que tienen sentimientos cuando son incapaces de ello? La inteligencia artificial entonces será una dictadura de psicopatas contra los humanos sensibles que reaccionan emocionalmente primero frente a palabras e ideas, pero también frente a las decisiones que tomarán estas máquinas como el admitirte en una escuela o dejarte sin trabajo.

domingo, 4 de junio de 2023


 Miro la luna en el jardín Borda a través de los perfiles de troncos secos,

Enorme y amarilla luna de calor de verano entre densas nubes cargadas que solo amenazan con su humedad

Y recuerdo cómo representaban los mayas a la luna como una mujer de pechos muertos con las trenzas enredadas en su propio cuello y colgando en una rama de un árbol no dibujado.

Y casi invoco o conjuro:

Obscura madre, protégeme de la sin razón y el desaliento, del contagio de quienes sin voluntad me rodean con sus inocuos y vacíos vaivenes.

Dame fuerza para seguir luchando, para morir en la batalla y no meramente persistir sin ánimo ni interés como todos los que conformes miran sin entender y se adaptan en lugar de chocar y bramar.

Dame ánimos, que no olvide por sobrevivir, que solo estoy vivo para luchar

Aunque todos me olviden e ignoren,

Que mi fuerza es precisamente esta clara, precisa y lúcida soledad.

Señora Ix Tab, por los ominosos lunares de tus pechos.

viernes, 2 de junio de 2023

 Un libro peligroso que debe estar bajo llave: La Lechuza Ciega de Sadegh Hedayat.










Muy joven, el siglo pasado (de pronto todo lo interesante pasó el siglo pasado: los Beatles, la llegada a la Luna, las revoluciones Mexicana, Rusa, China, Cubana, el Rock y el pop, la psicodelia, etc.), cuando devoraba libros de literatura sin orden ni sentido, pero si con mucho placer, me encontré con un nombre sugerente: La Lechuza Ciega. Aunque publicada originalmente en Francia en 1936, apenas se había publicado en México en 1966, y el ejemplar, de primera o única edición mexicana, ya se había hecho viejo en la biblioteca de mi padre cuando lo descubrí. En la cuarta de forros, la reseña, supongo que del traductor, Agustí Bartra, decía "cuenta las alucinaciones de un fumador de opio..." Y yo que en esos momentos de mi vida, por influencia, sobre todo de mis vecinos y amigos mayores todo era hongos, techos con la bandera de Inglaterra, carteles para verse con luz negra y música de los doors, me clavé luego, luego con el rollo de alucinación=psicodelia. Tenía el tiempo y la libertad juvenil y masculina de poder escaparme tardes enteras a tirarme en el pasto descuidado de un camellón, bajo los troncos multicolores de los eucaliptos, enmedio de un tráfico moderado de coches que regresaban del centro de la ciudad, para leerme de corrido lo que se me pegara la gana. Nunca había oído hablar de depresión, en todo caso de tristeza, y la cuarta de forros no lo anunciaba para nada. Bartra, sólo mencionaba "trágicas interferencias". Más que clavarme, me hundí en el libro, en la experiencia de ese otro hombre en otra ciudad gris, que fácilmente podía ser el centro de mi misma ciudad, que como toda gran ciudad, ya desde entonces, podía ser y era, al mismo tiempo, todas las ciudades de todos los tiempos. 

Ya no recuerdo si la leí de un sólo golpe en una sola tarde, como acostumbraba en aquella época, por ejemplo, con La Naúsea de Sartre, o el Extranjero de Camus, etc. O a lo largo de varias tardes o incluso semanas o meses como Al Este del Paraíso de Steinbeck. El caso, es que al terminar la novela me reconocí en un estado de ánimo que desconocía. Un desánimo. Una extraña incomunicación del resto de personas. Algo que no podía expresar pero que si identificar incluso con un color, una atmósfera entre gris y café, como la de las tolvaneras que en Febrero coloreaban el cielo de la ciudad. Conocía la tristeza, pero eso era cuando había una pérdida. Pero ahora no había perdido nada ni estaba enfermo. Si me llamó la atención, que sin decir nada, mi padre me tomó en algún momento el libro de la mano -como acostumbraba para ver que estaba leyendo-, y que, a diferencia de otras ocasiones, no me lo devolvió. Al día siguiente estaba ya normal y ocupado de mis distracciones habituales que básicamente tenían que ver con deportes, futbol, frontón, etcétera. No sabía que había descubierto la depresión. Admito que mi vida no volvió a ser igual, porque sabía que existía eso. Como si fuera un cuarto más de la casa que nunca hubiera abierto, y que tampoco me sentía animado a volver a visitar. Un lugar más donde fuera posible estar. Eso existe. 

Quizás no volví a leer algo que me describiera mejor y más ampliamente ese lugar, salvo las memorias de un amigo, que aprovechando que le iba a cuidar su perro y su casa unas vacaciones, me pidió que las leyera y las olvidara. "Sólo quiero un testigo por lo que pase", me dijo. Siendo él ya un autor publicado y reconocido localmente, esperaba un adelanto de publicación de ficción o algo así. No un relato tan denso y desesperante de un ambiente sufrido por un joven matrimonio. Esa misma descripción de un ambiente gris y monótono, sólo que ahora en una ciudad tropical. Mi amigo, finalmente, tras varios intentos, se suicidó, casi 30 años después. 

Y por circunstancias de la vida, de las modernas redes sociales, y el pertenecer al club de los insomnes, me tocó ser testigo de varias situaciones en que personas, casualmente en este caso, mujeres de mediana edad, pedían ayuda y junto con quienes se iban sumando a la comunicación, ayudábamos a sobrellevar las cosas hasta el amanecer que llegaba alguien a acompañar físicamente y evitar algún desenlace drástico. La misma sensación, el mismo ambiente. 

Pero a pesar de los años, nunca olvidé el poder de esta novela del autor iraní avecindado en París, Sadegh Hedayat, para jalar al lector al ámbito particular de la depresión. Ahora existen muchos textos públicos, clubes y terapias donde se habla de la depresión, pero no era un tema cuando él escribió el libro. Y, por supuesto, se suicidó. En 1951 (en su departamento, las llaves del gas abierto, igual que en el caso de mi compañera más avanzada del doctorado, hace 10 años, en Puebla).

El caso, es que es el único libro que calificaría de peligroso. Un libro que debe de estar bajo llave y que sólo debe de dársele el permiso de su lectura a quien pase un examen de estado de ánimo y un programa de seguimiento tras terminarlo. No dejarlo sólo o que se aísle. Que bueno que cuando lo leí me sobraban hormonas, energías y actividades...Un libro peligroso.