El Miedo a la Libertad en la práctica científica
No puedo dejar de compartir unas reflexiones que me han surgido a
partir de lo que ha pasado en un programa de investigación, pero que es
extensible a todo el CRIM UNAM. Hace muchos años Erich Fromm, un psicoanalista que
trabajó en Cuernavaca, publicó un libro que llamó el miedo a la libertad que me
hace pensar en lo que pasa en nuestro trabajo. En el programa de estudios
regionales dos compañeros propusieron que sometiéramos nuestros trabajos a
criterios formales para hacerlos “más científicos”, que redactáramos y
publicáramos bajo un formato que conocemos que exigen las revistas de las
ciencias que trabajan bajo la lógica experimental y de las matemáticas, en la
idea de que eso iba hacer “más serios”, “más profundos”, y sobre todo “más
científicos” nuestros trabajos. Como si la cientificidad de un trabajo
estuviera en el formato de presentación del mismo y no en la argumentación de
la formulación de la pertinencia del tema y de las prácticas y procedimientos a
realizar, además de la pertinencia misma de los objetivos de la investigación.
Con 35 años de investigación aplicada a cuestas, 10 años trabajando
directamente en proyectos aplicados en campo para instituciones públicas
estatales, federales e internacionales (PNUD, Banco Mundial, UNESCO) y 5 en la
iniciativa privada haciendo consultorías para el mismo tipo de instituciones y
para empresas privadas, al principio no le di importancia a que los compañeros
quisieran adoptar el formato que quisieran. Pero el problema es que querían
hacerlo obligatorio para todos los miembros del programa lo cual me parece un
verdadero despropósito: basta ver mis libros y ensayos aplicados al desarrollo
local y regional de Tabasco y el sureste -que han servido para hacer planes de
gobierno y diseñar política pública desde las instituciones mencionadas y sobre
por cuando menos dos administraciones estatales de Tabasco y algunas
comunidades locales-. Mi criterio de objetividad y pertinencia, ha sido
precisamente éste: su traducibilidad en políticas públicas y prácticas sociales
(un libro publicado en 2003 y un ensayo que se publicaría en 2009 fueron
discutidos personalmente con el gobernador y el secretario de gobierno para
elaborar los criterios de acción para la reconstrucción tras la inundación de
2007). Incluso una de las razones por las cuales tardé mucho en acabar mi tesis
doctoral fue porque ya había sido “usada” para resolver negociaciones entre la
comisión federal de electricidad, Pemex y los campesinos Yokotanob de dos
municipios de Tabasco (Nacajuca y Macuspana) y en 2011 mis trabajos fueron
utilizados para resolver una negociación entre la CNDH, CONAGUA, el gobierno de
Tabasco, la cámara de diputados federal y una agrupación de 60 pueblos
indígenas respecto a las obras y acciones de prevención de inundaciones (el
antecedente es que para evitar que se inundara Villahermosa, se inundaron
“preventivamente” los pueblos indígenas en 2008, 2009, 2010 y 2011). Después de
la negociación -aún cuando no se han realizado todas las obras acordadas- no se
han vuelto a inundar ni Villahermosa ni los pueblos. Hasta podría mencionar un
dossier inédito que elaboré con técnicas de historia oral y local que sirvió
para rescatar a 130 perros que el gobierno de Graco le secuestro a una ciudadana
de Tepoztlán. Es mi personal convicción que la actividad científica ha de
servir para salvar vidas y defender las condiciones de vida y la propia vida en
sí misma dadas las contradicciones del Antropoceno en que estamos viviendo, o
si no, no sirve para nada.
Es decir, que cuando los compañeros me dicen
que la prueba de que los trabajos son científicos es ordenar la información en
capítulos que dicen metodología, materiales, experimento, disertación,
conclusiones, no tengo idea de que me hablan porque como regionalista
trabajo con paisajes (o sea historia), medio ambiente, culturas, procesos
materiales (economía), ciudades, pueblos, grupos sociales, instituciones y
finalmente personas. Es decir también, que como estudioso de ciencias sociales
y humanidades trabajo con personas tanto como con conceptos: con seres que
piensan, hablan y producen su propia realidad mediante procesos intelectuales
que siempre son imaginarios y discursivos, y en su nivel y forma pueden ser
contradictorios y conflictivos. Y que es a través de esta dimensión -la
subjetiva- que interactúan en los complejos procesos que estudian la cultura y
la política.
Por lo tanto no basta con observar sino también
debo escuchar y en última instancia dialogar con seres exactamente iguales a mí
para no actuar en una mera relación de fuerza o como lo define Bourdieu de
“violencia simbólica”. Como regionalista, además la “complejidad” se me
impone: respondo a una necesidad o problema social y como resolverlo,
incluyendo como comunicar o poner en práctica las soluciones y por lo tanto no
parto de una teoría de la economía, de la sociología, de la geografía, de la
ecología, de la historia, de los estudios culturales, de la ingeniería, de la
ingeniería agronómica, de las ciencias de la comunicación, de la ciencia
política o de ninguna disciplina en particular; y sin embargo, me veo obligado
a estudiar y aplicar conocimientos y técnicas de todas estas para encontrar
propuestas de alternativas para los problemas en el territorio definido y con
los grupos sociales involucrados. Y tengo el nivel agregado de complejidad del
diálogo ya mencionado y además el nivel de que hemos superado en el siglo XX la
era de creer que la realidad es lo que vemos: sabemos que es lo que nos hacen
ver nuestros instrumentos tanto técnicos como conceptuales, por lo que ninguna
investigación está completa sino hacemos la reflexión o la crítica de los
mismos. Si me apuran, yo diría que más bien “la cientificidad” de
cualquier trabajo está justamente en su capacidad de hacer esto último.
Que me digan 35 años después de esta
experiencia que la “cientificidad” o la “pertinencia” o la “utilidad”
de mis trabajos dependen de su forma de publicación o de redacción del informe
de la investigación realizada me deja boquiabierto. ¿Hacemos ciencia para
aportar propuestas de solución y acción frente a necesidades colectivas o
sociales, o sólo para publicar en determinadas revistas?
Pero entiendo que me están hablando de otros
“mundos” y “otras prácticas”. Muy bien, me parece bien que a distintos
problemas o dimensiones se la hagan distintos planteamientos y se le apliquen
distintos procedimientos y se presenten de diversas formas escritas, digitales
o visuales, según la mejor opción del caso. Más aún que ahora las tecnologías
nos invitan a la creatividad para alcanzar distintas formas, profundidades y
alcances de comunicación. Y la cuestión de la comunicación y comunicabilidad es
cardinal.
Eso es lo que yo entiendo como multidisciplina
y tengo la suerte de estar en un centro multidisciplinario que entonces, desde
su propio nombre está abierto a la creatividad y la búsqueda bajo el rigor
lógico de que se haga una propuesta metodológica específica para cada proyecto
o investigación y haya un apego al mismo, pero que obviamente, no puede ser el
mismo para todos los proyectos, todos los casos, todas las investigaciones y
todos los investigadores. Me pregunto más aún: ¿cómo se puede hacer
investigación aplicada si se nos exige cumplir con 40 horas semanales de
cubículo? ¿Cómo además cumplir con la docencia? ¿Cómo se va a verificar esto
sin caer en un régimen que obligará a que los funcionarios -nunca suficiente
personal para sus múltiples tareas- descuiden labores esenciales para
vigilarnos?
Pero volviendo al programa aunque extensivo
al centro. Hay algo que no me explico. Justamente por lo expuesto arriba y por
mi experiencia como secretario académico entendí que no se podía imponer un
formato único para todas las investigaciones y todos los investigadores y que
por eso el centro ha funcionado como márgenes de flexibilidad y criterios
cualitativos que a 35 años de fundación del Centro no pueden cuestionar su
eficacia (con los normales altibajos de una larga historia). Pero al mismo
tiempo, en el caso de mi programa admito que me pregunté: ¿Cómo es que estos
compañeros adquirieron la idea de que podían imponer su forma de trabajo a los
otros que trabajan temas tan diversos y distintos? ¿Con base en qué? ¿Cuál
podría ser la legitimidad para proponer eso? ¿Cuál podría ser la justificación?
Yo no me imagino como o para qué imponerle un formato a quien investiga temas
tan diferentes a los míos. Como lector de Foucault entiendo que existe el
control pero nunca he entendido la voluntad de controlar.
De buena fe uno de ellos me explicó
que porque esos son los criterios que imponen las revistas “científicas” y que
nosotros vivimos de publicar en ellas y que sólo así podemos justificar nuestra
productividad (¿y por ende nuestra vida es productividad?, me pregunté). Bueno,
varios de los compañeros del programa jamás hemos publicado en esas revistas
científicas. En 23 años en el CRIM jamás he publicado en una de esas revistas y
mis propuestas se han llevado a la práctica por una diversidad de actores
sociales.
Pero este criterio es preocupante
porque significa renunciar a la autonomía en una Universidad que en su nombre
lleva el concepto. Es decir, que renunciamos a nuestra propia capacidad de
decidir en nuestras propias instancias y entre nosotros sobre las condiciones y
formas, y en última instancia contenidos, características y sentido de nuestro
trabajo y le cedemos la potestad a quienes decidan las políticas de tales
revistas. Es decir, que de manera colectiva nos declaramos incompetentes para
tomar las decisiones radicales sobre nuestros trabajos. Y yo me pregunto si
luego de renunciar a decidir, deliberar, reflexionar sobre estas dimensiones de
nuestro trabajo seguimos siendo científicos o pasamos a ser sólo aplicadores. Y
no tengo nada contra los segundos porque así me gané la vida mucho tiempo, pero
al ingresar a la UNAM me dí cuenta de que aquí gozamos de la autonomía que nos
permite deliberar y decidir sobre estos temas, y además, tal y como debe de
hacerse, en una permanente deliberación. Y que esta situación genera al mismo
tiempo una mayor responsabilidad que la que tienen quien sólo sigue formatos
establecidos. Además de que justamente la capacidad de entender, actuar,
reflexionar sobre las formas, los contenidos y los objetivos de una actividad
de conocimiento, es lo que separa a los técnicos de los científicos.
Es posible que por mi experiencia
laboral anterior éste tema me resulte más evidente que a compañeros que sólo
han tenido vida laboral académica y que por eso no pueda yo entender esa
voluntad a renunciar a la libertad, que en términos universitarios llamamos
autonomía: podemos decidir, que y cómo investigar y cómo presentarlo, siempre
en permanente deliberación, pero en las instancias de nuestras propias
dependencias y no sólo obedecer directrices decididas por gente desconocida en
otro momento y en otro lugar. Y al mismo tiempo, dada la exposición que estamos
teniendo a la perspectiva de género con problemáticas que tienen ahora en vilo
a nuestra universidad en conjunto, no se me esconde que el cambio que proponen
los compañeros se puede explicar fácilmente a la luz de ésta: pasar de una
práctica flexible y fluida autorregulada (femenina), a una rígida y estática
regulada por una instancia externa superior (patriarcal). En el primer tipo de
ambiente tenemos que nadar permanentemente, esforzarnos siempre. Si las cosas
no salen es nuestra responsabilidad absoluta. En el segundo basta acomodarnos
en un lugar para quedarnos parados, sentados o acostados. Si las cosas no salen
es responsabilidad de los directivos, jefes, árbitros externos o papás. Además
de que nos reclinamos sobre el formato recibido en lugar de tener que
esforzarnos en generar el específico para el problema o tema estudiado en las
condiciones del problema y la relación que el investigador puede establecer con
él. Y en el mismo sentido, no tengo nada en contra de que se realicen proyectos
para obtener financiamiento: cuando menos por cinco o más años fue mi manera de
sobrevivir antes de ingresar a la UNAM. El problema es que cuando enfocamos
toda nuestra actividad a proyectos por financiamiento perdemos autonomía
institucional o personal a distintos niveles según el tipo y fuente del mismo,
pero en la mayoría de los casos, quien decide al último es el llamado “usuario”
o quien redacta los famosos términos de referencia y dejamos de
preguntarnos y buscar y ver cosas por meramente cumplir con los objetivos
señalados, lo que claramente constriñe las posibilidades de originalidad,
descubrimiento o replanteamiento (era claramente el caso de los financiamientos
por fondos mixtos de conacyt en el sexenio anterior, en el caso de turismo la
aprobación tenía que venir de un hotel y restaurante y el presidente municipal,
por ejemplo). En el mejor de los casos hay que forcejear para que lo que se
financie sean nuestros medios y objetivos y no los del financiador.
Y en el mismo sentido, ahora que se
propone lograr la multidisciplina generando plazas desde la conjunción de dos
programas de investigación, la experiencia inmediatamente nos ha demostrado que
no puede ser algo que resulte o se resuelva en el corto plazo y menos en una
sola reunión. En el caso de la reunión del programa de Estudios Regionales con
el de Socioambientales la convocatoria a la plaza resultó ser en realidad una
convocatoria como las de siempre de Estudios Regionales, que resulta ser un
retrato hablado de lo que ha sido el trabajo de la mayoría de los miembros de
este programa que justamente tienen como espacialidad: las ciudades -y sólo las
ciudades- de la zona central del México, y la única diferencia es que se
plantea una nueva pregunta que involucraría al medio ambiente. Pero sin
embargo, a la hora de señalar las especialidades de origen de los concursantes,
consecuentemente con la exposición de la temática, se piden textualmente
“urbanistas”, lo cual es adecuado, pero no cumple con una idea de
multidisciplina y menos de integración con el programa medioambiental. De
hecho, con la manera en que está redactada la temática a tratar, conociendo
personas que se están dedicando al tema de cómo se están adaptando las ciudades
al cambio climático pensé inmediatamente en arquitectos. Y luego recordé que
justamente el coordinador del programa de estudios regionales es un arquitecto.
O sea que no basta una reunión ni es viable como objetivo a corto plazo por
decisión administrativa la codefinición de nuevas plazas entre dos o más
programas de investigación cuya integración o suma, además no fue decidida ni
en función de la temática o problemática de trabajo ni por propuesta de los
miembros de los mismos programas. El objetivo puede ser pertinente sin duda alguna,
pero sólo tiene sentido si se da como resultado de un proceso de mediano plazo
de interacción entre los programas.
Y en este caso, por ejemplo, luego de
que el director del Programa Universitario de Estudios de la Ciudad visitara el
CRIM y expusiera de que se trata el Programa a los miembros del Programa de
Estudios Regionales quedó claro que aquí hay una oportunidad justamente para
lograr este objetivo. Ahora que sabemos de que se trata el Programa, cómo está
organizado y las temáticas y acciones en las que nos invita a participar,
resalta que es necesario que dicha invitación no corresponda solamente al
programa de estudios regionales por el interés que tiene el programa en
estudios culturales (patrimonio y convivencia) y ambientales, cuando menos. Es
decir, que habría que incorporar a todo el CRIM a este tipo de exposiciones de
los programas universitarios, que justamente ya están trabajando
multidisciplinariamente y en donde cabe la oportunidad de presentar actividades
o proyectos que conjuguen de manera práctica la interacción entre los
programas. En este caso, máxime que la definición de este programa no es
exclusiva sobre la ciudad de México como creíamos algunos, sino que es genérica
sobre todas las ciudades, por lo que caben estudios aplicados sobre la ciudad
de Cuernavaca, por ejemplo.
Sin otro particular y pidiendo por
adelantado una disculpa por no entender la prisa por abandonar la libertad y la
necesidad de controlar a los otros, les extiendo cordiales saludos.