lunes, 31 de enero de 2022

 

            PROFANACION.

            Rodolfo Uribe Iniesta.

 

 Jean Jaques Pagall, como mucha gente, creció creyendo que su nombre tenía algún significado importante. Es decir, que no era una coincidencia que precisamente él portara ese nombre. Y que la pura fuerza del nombre lo impulsaría hacia la trascendencia. 40 años después no podría decir que se sintiera frustrado. Al revés, se había convertido en el hombre que había querido ser y no vivía mal. Pero no era ninguna celebridad ni había hecho nada especialmente relevante. La producción de algunos discos muy correcta, algunas composiciones que llegaban a formar parte de los repertorios de "música contemporánea" de otros concertistas y incluso algunas orquestas menores y una sólida fama de concertista confiable sino espectacular, además de un libro sobre una visión histórica de la interpretación del órgano que rebosaba de información y fotos tomadas por él mismo de muchos órganos de los siglos XVII y XVIII que eran pocos conocidos. Algún premio ganaron las composiciones, una disquera lo consideraba asesor en su especialidad (órgano renacentista), y el libro era citado cuando alguien se sentía necesitado de hablar sobre el instrumento, lo cual, descubrió luego, no quería decir que lo hubieran leído aunque infaliblemente le pedían firmar una dedicatoria en la primera página.

   Por el micrófono anunciaron una. "¿Cómo explicarles que es excesivo el uso de un micrófono en una iglesia gótica?, ¿No entienden que la propia construcción está diseñada para darle a la voz de quien hable en el altar una dimensión suficiente, humana?", pensó Jean Jaques, "No hay sonido más deshumanizado y vacío que el de un micrófono en una iglesia". Iba en contra de todo lo que el defendía sobre la armonía entre el órgano, su música y el diseño gótico. Había escrito, y era pura deducción intelectual que todo en el edificio gótico tenía el sentido de dimensionar a los seres sensibles, cada cuarto, cada edificio estaba pensado para producir la sensación de ser parte de un universo, y de ajustarse por analogía, a lo que el ser humano podría ser en el universo: ínfimo en lo físico, pero muy elevado en lo espiritual. Y era pura deducción porque a diferencia de sus compañeros de generación él no había intentado recurrir a ninguna religión o parafernalia mística como el hinduismo,  alguna religión animista africana, o alguna  indígena americana para alimentar su música y su vida como la mayoría de los compañeros de su generación. Su vestimenta no había cambiado mucho y su casa no estaba llena de extrañas figuras portadoras de misterios trascendentes que le pudiera enseñar a los reporteros cuando lo entrevistaban, como ocurría con compañeros más famosos. Quizá -a veces comentaba en sobremesa-, por eso él seguía siendo un concertista regular de iglesias provincianas -si bien ya había pasado por las más importantes catedrales- y no un superestrella de las salas de concierto y de grabación. Esa mañana había desyunado en el hotelito leyendo un comentario en el periódico local. Lo describían como "correcto", y exaltaban esa cualidad. "Correcto", pensó, "hoy día eso se parece demasiado a mediocre". Nunca brillante, pero siempre cumplido era el resumen de su carrera, y siempre evitaba enfrentar la idea de si estaba satisfecho con eso. Antes que juzgar la carrera por sus logros intrínsecos recurría a su vida cotidiana, la casa en el campo, su mujer, los dos niños y los perros, para juzgar sus logros. Justamente a todo aquello que en el artículo del periódico local ayudaba a calificarlo como un concertista "correcto como artista,  como ser humano y como ciudadano”.

   La iglesia llena también de público correcto de jueves en la noche. Familias perfectamente arregladas, niños que sabrán portarse aguantando todo el concierto sin correr o gritar. Los señores que han encontrado más dignificante venir a la iglesia a escuchar música que llevar al cine, o salir por su cuenta al bar y señoras que esperan capitalizar el crédito de saludar a tal o cual persona en un evento cultural, adolescentes que creen que hacen lo "correcto", y hasta es posible que jóvenes llenos de ilusiones y dispuestos a gozar de la música.

   "Es fácil ser ignorante y anunciar una tocata de Bach manifestando la admiración por el compositor, inventando los supuestos motivos materiales (dinero, dinero) o espirituales, que habrá tenido para componerla y resaltar las dificultades técnicas para interpretarla", pensó Jean Jaques, "eso es fácil". Lo que no es fácil, y de lo que nunca ha podido hablar nunca, ha sido de esa sensación que lo invade, y que al parecer sólo el tiene, de que cada vez que toca en una iglesia medieval, románica o gótica, siempre, surge algo, un ambiente, una presencia, que al cerrar los ojos -como acostumbra tocar, sobre todo si se trata de música anterior al barroco- de estar siendo transportado y ver a otra gente, con otras vestiduras, hablar de cosas que no tienen ya sentido, con una ceremoniosidad ya desusada. Pero peor aún, y cómo explicarlo, como decirlo, incluso sospechando que su periplo constante, repetitivo por todas estas iglesias de Francia y España, siempre las mismas en las mismas fechas, ha terminado por aburrir a su mujer, y que incluso frente a su amenaza de tener un amante que lo substituye durante sus giras, ha guardado silencia, cómo explicar de extraño compromiso de seguir la ruta, y tocar para darle oportunidad a esos extraños personajes de recuperar su existencia, su mundo y su tiempo, que sólo el puede percibir, además, durante dos o tres horas. Cómo explicar que hace mucho que dejó de ser un músico o un concertista para ser un invocador del que dependen personajes raros y disímbolos que no se atreve a definir ni mencionar, pero que sólo presiente contemporáneos al tiempo del esplendor de esas iglesias pequeñas o grandes, centrales o periféricas en las modernas ciudades, para volver a manifestarse, convivir, hablar en murmullos de complejos hechos políticos o místicos, o simplemente, con sus pesados y anacrónicos vestuarios, sentarse a mirarlo con ojos cansados de siglos de vacío y muerte. Y de pronto, cómo explicar al público, a la gente presente, ese horror, ese vacío del regreso al presente, de regreso a la nada, al vacío, que se da en cuanto acaba la música y no queda nada. Y sí, lo acusan de alcohólico con razón y motivo, porque apenas se despide de la gente, sale de la iglesia, tiene localizado en cada pueblo un bar sucio y alejado en donde refugiarse para ahogarse de borracho, excusándose a familia, amigos y conocidos, que al principio solícitos y preocupados lo rescataban de cuartos de hoteles baratos e infames y se cuidaban de curar su cruda y recuperarlo. Ahora, ha de recuperarse sólo, reencontrarse, rehacerse y recomponer su aspecto para volver al cuarto de hotel que le apartan siempre los organizadores y seguir adelante, cumplir con ese compromiso que tiene con los otros, los seres de las criptas que lo llenan de una inexplicable empatía y sobre todo conmisceración y compasión…