lunes, 4 de marzo de 2019



El Exilio en el Corazón del Otro.

                                     

                                               Rodolfo Uribe Iniesta.



En primer lugar parece que el objeto de la vida es pasar hambre, emborracharse y embarcarse (para el caso da lo mismo)”

            Malcolm Lowry (PCP, p.98).



                     
                                                 



Lo primero que cabe señalar es la vigencia que tienen los autores que de los que vamos a hablar en esta mesa en nuestro país. Llama la atención que sus obras, especialmente las de Lowry y la de Greene tengan tanta aceptación frente a otras novelas sobre México escritas por extranjeros; quizás sea sólo por su gran calidad literaria, pero yo sospecho que hay algo más. Que lo que está detrás es la seducción morbosa por la visión del otro que en pleno rechazo o identificación –pero siempre honestamente angustiado- dice algo más sobre nosotros de lo que comúnmente queremos aceptar.

En 1938 se dio la mayor confrontación entre México e Inglaterra al decretarse la expropiación petrolera. Curiosamente ese año, se encontraban en México dos de los más importantes escritores ingleses del siglo XX: Graham Greene y Malcolm Lowry. Y diez años antes D.H. Lawrence había publicado otra importante novela sobre México. En el caso de Greene, quien además es periodista y acepta venir al menos en misión de la iglesia católica para investigar los excesos anticlericales, se sospecha que su visita tenía motivaciones políticas relacionadas con la cuestión petrolera, aunque tanto en su crónica como en su novela apenas menciona el tema. Pero lo interesante es que para los tres México vendría a significar una confrontación con sus más íntimas creencias y conflictos. Greene, aunque trata de mantenerse en un nivel político y existencial, no duda en iniciar Caminos sin Ley refiriendo situaciones de infancia y juventud que lo llevarían a intentar suicidarse en relación a las emociones que lo llevará a sentir el trópico mexicano. Sobre todo en referencia a la comprensión del otro, del diferente, del contrario. Un tema que de ahí en adelante regirá su obra. Lawrence avanza en la línea de reconocimiento y comunión con las fuerzas telúricas particularmente sexuales que más tarde expondrá luego revertidas en su natal bosque de Nothingham –exhumando tradiciones druídicas- en las tres versiones de El Amante de Lady Chaterley; y produce una densa novela que muestra el choque entre una inglesa histérica y un cristianismo telúrico-fálico que termina seduciéndola con su propio terror y haciéndola parte de un levantamiento, en un claro caso de sincronía de amor y política como un ejemplo del status nacenti que luego teorizaría Francesco Alberoni. Curiosamente, la histeria de esta heroína es muy similar a la real que describe sentir Greene en su propia crónica. Lawrence luego manejará un nivel de aceptación más pleno de la sexualidad  en obras posteriores como La Mujer que Vino a Caballo y Haciendo el Amor con Música y finalmente la ya mencionada Lady Chatterley.

Lowry, que llegó a México vía Acapulco un primero de noviembre, comienza a trabajar la primera de las cuatro versiones de Bajo el Volcán en 1936 (ver como lo cuenta en OCTYA, p.173) –aunque finalmente la ubica en 1938-, directa y profundamente definirá a La Mordida, o sea a México, como un paraíso infernal. El lugar de todas las posibilidades y todas las bellezas y al mismo tiempo de todas las infamias y todos los horrores.

En Greene lo que funciona es una inmanencia de vacío que tiene que ver con la falacia ideológica que encuentra tanto en los creyentes católicos como en los ateos, un vacío que se agudiza con el calor tropical y que no es el mismo que encuentra en Africa a pesar de que al principio quiere trasladar el Corazón de las Tinieblas a Tabasco. El Congo al Grijalva. En Lawrence es una mística que se presenta como católica, pero que en realidad es un sustrato terrible de un cristianismo nativo machista y violento que tiene todas las coloraciones del cristerismo jaliciense. En Lowry es directamente el paisaje y un tono fuerte de la vida y las pasiones que, a diferencia de los otros, plantea explícitamente la duda de si es inyectado por el propio autor o le es dado sólo por el entorno. Siempre hay el juego del infierno propio o el delirium tremends proyectado sobre el paisaje, y la afirmación por el propio paisaje de tal delirium o infierno con la materialización de mensajes, alegorías y símbolos a veces aparentemente inocuos o banales como el perro acompañante o abiertamente ominosos como la señora de la gallina; pero siempre al mismo tiempo irónicos, ambivalentes y equívocos.


Lo que hay de común en estos autores es que cada uno huye y critica su propia civilización inglesa como algo decadente básicamente por una mala calidad de la vida íntima, un lugar donde se niegan las emociones, se esconden. Donde no encuentran una vida plena. Paradójicamente Greene, quizá el más “inglés” de los tres, en este sentido, dice que en el trópico siempre algo está muriendo, pero declara venir a un país donde la política aún significa vida o muerte, pasión. Y aunque no utiliza la corriente de conciencia que exhibe al inconsciente generando el escándalo generacional iniciado por Joyce, instrumento esencial para Lowry, ni explora los deseos sexuales con la intensidad de Lawrence, finalmente su mayor interés está en la incongruencia siempre trágica entre las exigencias de los roles y el personaje concreto.

 Aunque al llegar aquí puedan aterrarse con lo que encuentran, o incluso, él que más gusta del país, Lowry, planteé justamente vía sus personajes la imposibilidad de permanecer o hacer algo de provecho en el paraíso – “Yet in the Earthly Paradise, what had he done?” le pregunta a Jaques Laurelle; y haga soñar a sus personajes con la paz (que él mismo finalmente buscó) de los paisajes de los desiertos fríos del norte en Canadá como bálsamo, incluso justo cuando Firmin se da cuenta de que será asesinado (UV,p 394). Lo importante en cada autor es como se maneja el contacto o choque. En los dos primeros hay un evidente susto y rechazo que se exalta en el caso de Greene, o se matiza y acepta como seducción en el caso de Lawrence. Greene directamente referirá el terror de ser absorbido, integrado en el paisaje. Se horroriza de encontrar que en Tabasco su nombre y su apellido son apellidos comunes de personas que él califica como mestizos y morenos cuya conducta tiene todas las agravantes que le encuentra al mexicano tropical, y que son señales de que seres como él fueron absorbidos por el medio. Describe como su peor pesadilla de las horribles tardes de siesta la visión de unas señoritas Greene dando vueltas por Plaza de Armas mientras él platica con un corrupto jefe de policía apellidado Graham. Lowry, por el contrario, se identifica y sumerge profundamente en la identificación y convivencia más profunda que puede con lo mexicano, y curiosamente, es el único que es rechazado por el sector oficial, siendo expulsado en medio de la más desesperante persecución burocrática de la policía mexicana. Claro que todas estas experiencias, crónicas y obras están atravesadas por distintas formas y niveles de identificación con las posiciones políticas dominantes en el momento. Lawrence abiertamente busca una condición esotérica profunda para justificar al movimiento cristero más allá de la disputa de la curia vaticana contra el Estado Mexicano. Tanto Greene como Lowry hacen referencias directas a la Guerra civil española, donde toman partidos contrarios, e incluso Greene usa este viaje para apoyar a franquistas y sinarquistas; mientras Lowry simboliza la esperanza con el interés del hermano menor del cónsul que participa en dicha guerra y en todos sus escritos denuncia el avance del sinarquismo-almazanismo. Es muy razonable pensar que Greene participó –aunque él no lo dice- en las maquinaciones del sinarquista Salvador Abascal en Tabasco que concluirán con la llamada matanza de “La Conchita” en 1939, cuando coincide clandestinamente con él en Villahermosa; mientras Lowry abiertamente se identifica con los agraristas, siendo un hecho central en su experiencia y en las dos novelas mexicanas, la amistad con uno de ellos, quien será, como explicaría luego a Jonathan Cape, el modelo al mismo tiempo para el Dr. García Vigil y Juan Cerillo y el personaje de referencia de Obscuro como La Tumba donde Yace mi Amigo. Y hay una conexión paradójica entre Greene y Lowry: Juan Fernando Márquez o Atonalzin (Day, p.264), el agrarista amigo de Malcolm será asesinado en un pleito de cantina en Tabasco y será enterrado en Villahermosa, como nos informa el propio Lowry (PCP, p.20). Márquez muere en 1939 cuando la restauración religiosa toma sus momentos más violentos con la eliminación física sin contemplaciones de los líderes obreros, intelectuales y campesinos del garridismo; así que no es imposible pensar que lo de pleito de cantina, sea, como casi siempre, en la historia de México, un eufemismo que el propio Lowry tomará literalmente declarando que Márquez muere por exceso de alcohol y cuya mecánica describe tan minuciosa y profundamente en el último capítulo de la versión definitiva de Bajo el Volcán.

En los tres autores el paisaje será mucho más que mero escenario, coinciden en que a diferencia de otros lugares, para ellos en México el paisaje es descrito o definido como la principal fuerza o potencia que determina la vida de las personas. No hablan simplemente de un fatalismo, sino de un sino definido por los impulsos determinados por los paisajes específicos, el marasmo tropical de los pantanos y la selva con Greene y no se diga ese continuum entre la Barranca y el Volcán de Cuernavaca, y la gruta-cantina (“El Farolito”) –como describe a Oaxaca- que compacta Lowry en su Quauhnáhuac literaria, rodeados por esa “Selva” simbólica tanto por el nombre topográfico de la ciudad real como por las implicaciones dantescas que le da a la novela; como la física en que pierde a Ivonne; y que al mismo tiempo es la belleza y el orden del Jardín que contrasta con la desazón interior y el delirium tremends del cónsul. Esta, sin dejar de ser una reconstrucción imaginaria, impresiona todavía hoy por la extensión y precisión con que describe a la Cuernavaca real. Pero en esta Quahnáhuac, que además define como un resumen de sus tiempos, lo particular es que siempre está a la vista al mismo tiempo el Volcán (la belleza, la majestuosidad y que además identifica a la Hawaiana Yvonne, descrita como mujer profunda, vivida, compleja, igualmente sufriente pero básica y finalmente hermosa, Jan –la primera esposa- la promiscua por sus acciones pero cubierta de la bondad y paciencia de Marjorie –su segunda esposa-; pero al mismo tiempo el volcán es sombra ominosa que en su primer cuento del tema equipara a Moby Dick (ver Day, p.245)), que la Barranca: “Quaunáhuac was like the times in this respect, wherever you turned the abyss was waiting  for you round the corner” (UV,p.61); mientras los personajes deambulan por una selva urbana que ya entonces describe –por ejemplo en el trayecto del primer capítulo de Jaques Laruelle del Casino a Acapatzingo- como un laberinto en decadencia poblado de fantasmas. De acuerdo con la descripción de la novela, del cine Morelos  hasta Humboldt, pasando por el zócalo y hasta la barranca de Amanalco es un jardín; y al oriente, cruzando el puente, Acapatzingo, su cárcel, la casa de Maximiliano (que al mismo tiempo son el Jardín Borda), la zona roja y arriba al norte, la colonia llamada “selva”, y de alguna manera hasta su Tomalín y Chapultepec-El Parián  son Selva. De hecho en el imaginario tanto del cónsul como de su hermano hasta la comida en Tomalín, aparentemente más allá de este lugar no hay sino el mar y las culpas que ambos dejaron en Europa. Y no es sino en la comida que aparece Tlaxcala en el delirium como otro lugar de escape para reproducir un pasado semejante a lo que fue Granada, España y para contraponerlo a la invitación de García Vigil a Guanajuato. Y se menciona Veracruz para separar a Hugh de Yvonne. No deja de llamar la atención que mientras Greene describe a Frontera como el Puerto atrapado entre carroñeros (scavangers), zopilotes en el aire y tiburones en el río, Lowry, entre otras cosas, califica a Quaunáhuac de ser dormitorio de zopilotes y ciudad de Moloch (Ibid.).

Mientras Greene y Lawrence tienen un rechazo crítico a la vida en su país, en realidad en ese momento están bastante bien situados en su sociedad y contexto –aunque posteriormente tengan que realmente exiliarse; mientras que Lowry realmente se siente expulsado desde antes por su condición de inadaptado. Pesa la culpa tanto de lo hecho como lo no realizado que en la novela reparte entre los dos hermanos, Geoffrey (el asunto del Samaritano) y Hugh (su fracaso como compositor, más aún como alguien que debería de destacar en esa sociedad), pero además, sobre el proyectado alter ego de La Mordida, Martin Trumbaugh, pensará:

La tragedia de alguien que se salió de Inglaterra para poner unos cuantos miles de millas de océano entre él y los matones estériles y los profesorcillos homosapientes de literatura inglesa…y que son responsables de la misma dictadura de opiniones que nunca se fundan en una experiencia o en un sentimiento compartido o en la identidad con un escritor particular o en el amor a la literatura o ni siquiera en un conocimiento intrínseco del arte de escribir, y que tampoco se formula independientemente, sino que es por entero una cuestión de camarillas que tienen además, el objeto de cortar en botón cualquier florecimiento competitivo del genio contemporáneo original, que de ninguna manera serían capaces de reconocer si lo vieran.”




 A diferencia de los otros dos, Lowry busca y de alguna manera encuentra, en su México profundo, en su México del alcohol, refugio, al mismo tiempo que es expulsado del país superficial, cotidiano, legal y real de La Mordida. En un momento del delirium Firmin llega a decir: I’m thinking of becoming a Mexican subject (UVp.343), es decir, todo lo contrario al Greene de Caminos Sin Ley. Y lo enfatiza como una huída a la otredad al compararlo siempre con el deseo de convertirse en William Blackstone que defecciona de los colonos ingleses y se va a vivir con los indios (un Gonzalo Guerrero norteamericano). El refugio son los otros, pero al mismo tiempo, en el caso del cónsul es una caída, un indefectible viaje a la obscuridad. Cuando realmente se convierte en William Blackstone es porque llegó al fondo del laberinto y  está en el infierno terrenal y cuando ya es preso de los demonios físicos que están a punto de asesinarlo. Y sin embargo aquí apunta un detalle puritano en Lowry que lo hermana a Greene y Lawrence: el punto más bajo de la caída, le centro del laberinto es la copulación con la prostituta: ¿quiere María?

 Y los tres, por supuesto, también sintomatizan formas distintas frente al deseo, el amor y la pasión. Desde la histeria de Greene que se aterroriza ante la franqueza y apertura de las mujeres tropicales mexicanas, hasta la igualmente histérica búsqueda, susto y sometimiento a la pasión de la heroína de Lawrence, pasando por supuesto por un más natural, complejo y humano Lowry que de entrada enmarca su obra con la alegoría y al mismo tiempo epitafio del cónsul, tomado de Fray Luis de León: “No se puede vivir sin amor”. Aunque Lowry no objetiva el deseo en los otros, sino que en este hay una igualdad entre extranjeros y mexicanos. Si Greene y Lawrence encuentran el contraste con los nativos por su apasionamiento, Lowry no es diferente a ellos, y en ese sentido, a diferencia de sus connacionales, encuentra identificación. Sus personajes son directamente apasionados, todos. La pasión es, por supuesto, el infierno que acusan, aterroriza y seduce tanto a Greene como a Lawrence, mientras que Lowry –como lo haría después Tenesse Williams- lo reconoce como lugar propio, incómodo y peligroso, pero natural, atractivo, sino incluso habitual, pero además interno, transportado. Lowry hace evidente que ve con los ojos del delirium tremends del Cónsul, que no hay una realidad absolutamente independiente, neutra y común a todas las culturas e individuos –el tema del libro que dice el Cónsul estar escribiendo. Y lo equiparará con el sentido que para él tiene el alcoholismo como dimensión existencial y que reconoce como costumbre del mexicano. Más aún reconoce, al igual que los mexicanos el status ontológico de la inmersión en el alcohol: “But without mezcal, he imagined, he had forgotten eternity, forgotten their world’s voyage, that the earth was a ship, lashed by the Horn’s tail, doomed never to make her Valparaiso”. (UVp.329) (Pero sin mezcal, imaginó, había olvidado la eternidad, había olvidado su viaje al mundo, de que la tierra era una nave fustigada por la cola del cabo de Hornos y condenada a no llegar nunca a su Valparaíso).

 Y así como antes Ambroce Bierce prefirió ser asesinado en México (¿hay otra forma de morir en ese país –el literario digo-?) que vivir en Estados Unidos; tras él los beatniks y Tenessee Williams recuperarían existencial y literariamente a México como la dimensión de la pasión y el delirio en la comunión del alcohol y las drogas. Y define al alcoholismo -al igual que Bourroghs respecto a la heroína, es lo que hoy llamamos un adicto consciente- como un estado existencial, el problema no es beber sino el malestar, nos dice:

“Incidentalmente todo lo que se ha escrito sobre la bebida es absurdo. Hay que empezar otra vez por el principio. Pensar en el conflicto interior, la tristeza abrumadora que también nos puede llevar a participar en la trágica condición humana, en el conocimiento propio, en la disciplina. El conflicto es de suma importancia. Gin con jugo de naranja es la mejor cura para el alcoholismo, cuya causa verdadera es la fealdad y la completa e incomprensible esterilidad de la existencia tal y como nos la venden”(PCP, p.33). 

           

            Y a pesar del clima existencial del alcohol, el amor y la pasión, él mismo declarará que tanto Bajo el Volcán como Obscuro como la Tumba donde Yace mi Amigo, tienen un tema común que define como se ve implicado, envuelto, él mismo en la propia trama de la novela que escribe:

La inenarrable e inconcebiblemente desolada sensación de no tener derecho a estar donde se está; las oleadas de inagotable angustia perseguidas por el insaciable albatros del yo.

                        Hay un albatros realmente.” (PCP, p.10).




            Ese albatros si leemos con atención es él único monstruo que no merece una alegoría en Bajo el Volcán, no se materializa ni en el paisaje ni en el delirium tremends, aunque Díaz Vigil, Quincey, el vecino – por Thomas De Quincey-, Jaques Laurrelle y todos los cantineros incluida la viuda Gregorio acusan: el gran ego que le impide a Firmin perdonar totalmente a Yvonne y que se preocupa más por el próximo trago de alcohol que por el milagro de recuperar a su mujer, a pesar de reconocer él, en el bar del Vista Hermosa: que son “absolutamente necesario”.

            En esta idea, en la imagen del albatros aparecen dos dimensiones profundas que impiden la reconciliación con la realidad cotidiana y con la vida como le es dada y que explican la necesidad intrínseca de la fuga permanente, la agonía permanente:

Y siempre otra vez a lo largo de su vida futura una agonía lo impulsa a viajar de una tierra a otra”.(PCP, p.44)



            Y concurrente con lo anterior la no adaptación, identificación radical que menciona en sus planes para lo que sería la tercera novela mexicana, La Mordida:

Es preciso decir en alguna parte que Martin había vivido tanto tiempo en este planeta que casi había conseguido creerse un ser humano. Pero en su fuero interno sentía que esto no era cierto o sólo parcialmente cierto. No podía encontrar su visión del mundo en ningún libro. Nunca había conseguido descubrir más que un aspecto superficial de sus sufrimientos y de sus aspiraciones y aunque se había acostumbrado a fingir que pensaba como toda la gente, no era éste el caso”. (PCP, p. 107)

           

            Aclara que “lo que en realidad estoy tratando de hacer con Martin es conocer exactamente su posición de aislamiento” (PCP, p.104); aislamiento y huída al describirlo como un peregrino que retrata perfectamente al propio Lowry, al decir que el horror en La Mordida será el horror del Peregrino:

El hombre en primer término, por ejemplo, es el Protagonista, volviendo el rostro para no ver su propia maldición como cree, y cojeando hacia lo desconocido; abandonando su pobre casa, aunque está cometiendo un grave error, pues su pobre casa es su salvación; como una imagen de su nicho en el otro mundo que ha sido ofrecida de antemano. Su obligación era la de purificarla y reconstruirla, antes de ponerse en marcha…Al carajo con todo esto…Yo creo que lo que pasa con Martin es que Jerónimo Bosco es literalmente el único pintor que puede apreciarlo todo…”

           

            Es esto lo que lo arrastra indefectible e inevitablemente a la obscuridad.

            Y en el universo resumido que es el proyecto de La Mordida, los agentes de migración adquieren una relevancia metafísica:

“Sobre la libertad de todos los hombres pesa la sombra del inspector de inmigración con su tarjetita…(y sus 5 hijos, su preocupación por su esposa, sus ingresos insuficientes, su temor a ser despedido, su alergia…) haciendo preguntas que uno no puede contestar…

De esta manera sutil los viajeros pierden su verdadera libertad dentro de su propio mundo…” (PCP, p.40-43).



            Pero lo específico del personaje del Cónsul, y quizás lo que lo convirtió ya en un arquetipo universal es que, más allá de un alter ego de su trayecto existencial mexicano, como serían luego Sigborn Wilderness y Martin Trumbaugh, es que al cónsul como personaje lo planeó como:

suponiendo que todo el sufrimiento y el caos y los conflictos actuales tomasen repentinamente una forma humana. ¡Y tuvieran una conciencia propia!...un hombre…ante quien la gran traición del espíritu humano tomara la forma de una traición privada y angustiante…y estaría conciente, pese a todo, de los sufrimientos que la humanidad tendrá que atravesar pronto.”(Day, 294).



            Y si Greene vive la pesadilla de convertirse en un mexicano, Lowry vive la pesadilla de reproducir su propia novela, de vivirla,  hasta que finalmente la última versión en mucho fue ya narración de sus experiencias. Declara que “la agonía de Martin Trumbaug está relacionada con la agonía de repetir experiencias” (PCP, p.44). De acuerdo con Day (p.260 y ss.) en 1937 escribe un primer cuento centrado en lo que será el incidente del indio muerto en el viaje del camión a Tomalín donde aparecen “El Cónsul”, su hija Yvonne y su yerno Hugh y después, según las narraciones de amigos, Lowry vivirá la vida del Cónsul tal y como se narra en la versión final de la novela incluida la fuga de su esposa Jan con un verdadero Cónsul vecino de la calle Humboldt a Veracruz. Quizás por eso una de las voces en el Salón Ofelia le parecen decir que “Casi hasta la mala poesía es mejor que la vida”(UV,p.329); y en Por el Canal de Panamá afirma de un nuevo proyecto literario: “la novela trata de un personaje que de pronto se encuentra envuelto en la trama de la novela que él mismo ha escrito, como me pasó a mí en México”(PCP,p.9). Y la reiteración estaría cuando vuelve a México después de la primera expulsión de 1938, y el 10 de enero de 1946, en un departamento rentado casualmente en la misma avenida Humboldt (llamada Nicaragua en al novela) en Cuernavaca, luego de una crisis de alcoholismo se corta las venas de la muñeca izquierda. Luego del incidente decide ir con su segunda esposa, Marjorie, a Oaxaca a buscar a Fernando sólo para encontrar la noticia de su muerte, “muerte por alcohol” en pleito de cantina, muy a la mexicana, como el Cónsul. Y para colmo, luego de esto, regresando a Acapulco, nuevamente será confrontado y expulsado por las autoridades migratorias mexicanas (Day, p.390 y ss.). Dirá que otra manera de concebir a la muerte es como la concibe un inspector de inmigración mexicano (PCP, p.121).




En resumen: tanto Greene como Lowry producirán textos directos sobre su experiencia en México: crónicas, cartas, reflexiones y en el caso de Greene lo publica como crónica. Mientras Lowry en lo que produce para publicar transparenta su experiencia en Obscuro como la Tumba Donde Yace mi Amigo y Por el Canal de Panamá. En ambos casos ambos producen una novela destacada, y ambas novelas son una reconstrucción de la realidad mexicana desde dos perspectivas radicalmente distintas, el rechazo total y la aceptación: para uno no habría peor cosa que convertirse en Mexicano o morir en México y para el otro, el dolor es haber sido expulsado dos veces del país. Sin embargo, ambos coinciden en utilizar el paisaje mexicano para generar una realidad metafísica que califican como el verdadero México, para darle coherencia y congruencia, en el caso de Greene, o para perderse en los meandros de su infernal laberinto descrito desde la cámara subjetiva ¿por qué John Houston no pensó en eso, porque filmó todo desde afuera cuando la novela narra todo desde adentro? Del delirium tremends del cónsul en el caso de Lowry. Para Greene es la otredad absoluta, lo abominable, pero al mismo tiempo algo que lo puede absorber, mientras que Lowry lo ve como una exteriorización de su propio paisaje interior. En ambos casos pero con sentidos radicalmente diferentes es el lugar de “perdición”. En ambos casos, siguiendo a Conrad todo el tiempo, se habla de viaje a la obscuridad. Greene describe el viaje por el Grijalba de Frontera a Villahermosa como una incursión en la obscuridad, mientras en Obscuro... Lowry describe la llegada a Oaxaca como una caída. En ambos casos es un abismo y lo que cambia es la actitud, Greene se espanta y retrocede, y toda la historia de Bajo el Volcán es la de la Atracción del Abismo. Y a diferencia de Greene es consicente de de la advertencia de William Blake de que cuando observas un abismo, éste te observa.

Tanto en Greene como en Lowry, la mujer es parte de este abismo, quizás igual que Conrad al final la había definido como “el horror”, en una recursividad que al final del Viaje a las Tinieblas devolvía la explicación de la locura de Kurtz del nacimiento del Congo a las impecables habitaciones de una ciudad europea. Igualmente aquí se manifiesta el miedo de Greene al deseo femenino y la fascinación de Lowry, el impotente ante Jan, por las mujeres promiscuas como su angelical personaje imaginario Ivonne o su terriblemente real Jan; terror que queda manifestado en el lugar y papel de la María con la que finalmente copula el cónsul. La copulación retrae el delirium a la peor de sus experiencias en el hotel Francia de Oaxaca:

“a medida que los dedos del Cónsul recorrían el cuerpo de la muchacha, crujía la electricidad bajo sus caricias, aunque la ilusión sentimental se desvanecía, estaba hundiéndose en el mar, como si no hubiese estado ahí, habíase convertido en un mar, en un horizonte desolado donde navegaba vertiginosamente un enorme barco negro, con el casco oculto deslizándose hacia el ocaso; o bien su cuerpo no era nada, sino una mera abstracción, una calamidad, un diabólico aparato para producir sensaciones calamitosas y enfermizas; era el desastre, era el horror de despertarse por la mañana en Oaxaca…”(UV, p.389)



E inevitablemente es la caída abisal:

“Y el silencioso y tembloroso acercamiento final, respetable, sus pasos hundiéndose en la calamidad ( y era esta calamidad ahora, con María, penetrada, la única cosa viva en él ahora este ardiente e hirviente maldito órgano crucificado –Dios, ¿es posible sufrir más que esto?, De éste sufrimiento algo tiene que nacer, ¿y qué podría nacer sino su propia muerte?”)…

“(y esta calamidad que estaba ahora penetrando, era la calamidad, la calamidad de su propia vida, su misma esencia ahora penetrada, estaba penetrando, estaba penetrada)

(UV, p.390).






Aunque para ambos autores es la caída, ésta significa algo muy distinto para cada uno. Para la histeria de Greene genera un rechazo total que le obliga a huir; para Lowry es la posibilidad de encontrar refugio justamente por su carácter de selva límbica en el sentido dantesco, un laberinto que hay que penetrar. Para Lowry más que salvación simple se trata de una terrible realización, de oportunidad de iluminación, tentación/perdición. Es una selva jardín o un jardín que se llama Selva, paraíso en todos los sentidos, incluyendo los más terribles, la indiferencia y la violencia; la fragilidad de la felicidad y de la belleza que hace que un jardín fácilmente vuelva a ser una selva,  laberinto asiento arquetípico de la obscuridad. Un jardín y un laberinto que cotidianamente, los que vivimos aquí, sobre todo quienes hoy gobiernan, hijos de los sinarquistas que denunciaba Lowry, procuramos destruir.

            Y en fin, mientras Greene simplemente maldice a México, la despedida de Lowry es más compleja, de alguien más lastimado:

“Los mexicanos son los seres más bellos sobre la tierra. País adorable. El gobierno mexicano todavía parece controlado por satanás; eso es lo único malo. Todos los mexicanos lo saben, lo temen, y a fin de cuentas, no hacen nada para remediarlo, a pesar de las revoluciones; en el fondo el gobierno está más corrompido que en la época de Díaz.” (PCPp.31)

“¡Adios, territorio de La Mordida –adiós y que Cristo te envíe el mayor dolor! (Bueno, retiro esto último: Cristo ya te ha enviado suficiente. ¡Mejor vive, maldito México, y seas ejemplo para los hombres de la caridad cristiana que profesas y, si no, que la abominación te destruya!).(PCPp.73).









Bibliografía.

Day, Douglas. 2001. (original 1973) Malcolm Lowry. Una Biografía. Fondo de Cultura Económica. México.

Greene, Graham, 1981. The Power and the Glory. Penguin. London.

Greene, Graham. 1982. (original, 1939) The Lawless Roads. Penguin. London.

Lawrence, D.H. 1981. (original, 1926) The Plumed Serpent. Penguin. London.

Lowry, Malcolm. 1987 (original 1947) Under The Volcano (UV). Ed. Penguin. London.

Lowry, Malcolm. 1977 (original 1961) Por el Canal de Panamá (PCP). Traducción de Salvador Elizondo. Ed. Era. México.

Lowry, Malcolm. 1981. (original, 1968). Obscuro como la Tumba donde Yace mi Amigo (OCTYA). Ed. Bruguera. México.















DE LA CRÓNICA A LA NOVELA: LA INVENCIÓN DEL TRÓPICO COMO ESTADO DE ÁNIMO EN LA OBRA MEXICANA DE GRAHAM GREENE.



                                                                       Rodolfo Uribe Iniesta.

                                                                       Programa Estudios de lo Imaginario.

                                                                       Centro Regional de Investigaciones

                                                                       Multidisciplinarias-UNAM.[1]





“la ficción es una de las necesidades primordiales de la naturaleza humana, y alguien tenía que ponerse a edificar de nuevo en aquel mundo vacío”.

Graham Greene,  La Infancia Perdida y Otros Ensayos.



introducción.

El autor inglés Graham Greene es uno de los más representativos del siglo de las ideologías, es decir, del siglo XX. Las ideologías en el siglo que se aleja se convirtieron en medida del hombre y guía de la sociedad. Fue por eso que también en este siglo floreció el existencialismo como la voz del hombre viviente a pesar y/o gracias a esos grandes  constructos abstractos que amenazan con aplastarlo o encumbrarlo (que es otra forma de aislarlo y destruirlo). Es curioso como los finales de la historia y las ideologías anunciados en su momento durante este siglo tanto por el nazismo, el comunismo, como por el neoliberalismo de los años 90 se da por la supresión de la diversidad de ideologías y no por la superación de las mismas como guía total de la vida humana. En su momento y lugar, o ahora autodefinida como global, una sola visión ocupa todo el campo de pensamiento haciendo imposible otra concepción y a eso le llamamos el fin de las ideologías; y no a la concreción de una vida intelectual, motivacional y política basada en ideales de diferente nivel. Como expondrá Greene a lo largo de su obra, las ideologías, cualesquiera que sean éstas, son lo contrario a la ética; el llamado fin de las ideologías que vivimos, no es la de su derrota por la ética, sino el simple triunfo de una de ellas, y al desaparecer la diversidad, desaparece el conflicto como espacio que nos permitía ponerlas en juicio y contrastarlas contra principios éticos que en paquete son descalificados al considerarlos como “ideas premodernas”. Además, como es visible también en las obras de Greene las ideologías no son capaces de abarcar la totalidad de la vida de ningún individuo, por lo que su triunfo a nivel individual ha venido a significar la extirpación o cuando menos autoenmascaramiento o inconsciencia de importantes dimensiones de la vida humana.

Minusvalorado por escribir dentro de un género calificado por la academia como mero entretenimiento: novelas de espías; el tema principal a lo largo de 60 años de producción literaria de Greene fue el de la inconmensurabilidad del individuo frente a los retos que le imponían los compromisos ético-ideológicos, fueran estos políticos o religiosos. Es una problemática que él llama de lealtades divididas:  el dilema entre cumplir con la ética religiosa y los compromisos afectivos e íntimos, o con los principios políticos o profesionales. Se vive con la imposibilidad de cumplir con ambas dimensiones que desgarran al individuo, y esta incapacidad es vista como una deslealtad.

 Sin embargo en varias de sus novelas va más allá del simple planteamiento de las deslealtades como juego de opciones,  apuntando a dimensiones más trascendentales que se desarrollan en el sufrimiento interior de la consciencia de sus personajes frente a  sus situaciones. Esta consciencia, que es el punto de perspectiva de su narrativa,  como define el filósofo polaco Jankelévich [2] a toda consciencia, sólo puede ser “mala consciencia”. Es decir, claridad de los límites  y las imposibilidades propias. Al mismo tiempo –en sentido contrario- toda su obra literaria es una acusación contra aquellos seres que carecen de esta dimensión interior,  y que, curiosamente, por motivos diferentes en distintos momentos, pueden ser los mexicanos y los estadounidenses. Seres que caracteriza por una especie de infantilismo monstruoso.

 Las situaciones en  su obra serán aquellas condiciones de cotidianeidad determinadas en los lugares claves de choque de los grandes conflictos ideológicos del siglo: Europa y México en los 30, África y Vietnam en los 50, Cuba y Sudáfrica en los 60, Haití, Centroamérica y Argentina en los 70, etc. La mala consciencia consistirá básicamente en darse cuenta de la imposibilidad del individuo para dar la talla que exigen los ideales históricos, y al mismo tiempo, como consecuencia de ello, develar su naturaleza inhumana. Este es el fondo que aparece siempre detrás de las complejidades de los seres más comprometidos, que lo mismo son los espías de la guerra fría que los misioneros religiosos en un leprosario africano, es decir, todo aquel que se ocupa de materializar las ideas en el mundo. Estos, según Greene, serán los seres que más desarrollarán-sufrirán la consciencia de la inconsecuencia humana y la intrínseca debilidad del ser ante la vida, presentada casi siempre como el abismo entre la fe y los discursos y relatos llámense religión o Estado. Pero al mismo tiempo le queda claro a Greene que esta consciencia sólo puede ser producto de la imposibilidad de actuar; cuando la acción se da intensamente, como le sucede a los misioneros de los leprosarios de Sierra Leona, éstos resultan culpables de no tenerla, no tienen tiempo de desarrollarla al revés que el funcionario colonial cuya acción se ve obstruída. Por eso, describe al mundo cotidiano como un Campo de Batalla, en el cual, como en toda guerra,  la mayor parte del tiempo se ocupa en prepararse y esperar entrar al combate. Y este cuando ocurre -si no se quedan esperando al enemigo como los personajes de  Dino Buzzati (Esperando a los Bárbaros)- es corto, intenso y fatal[3]. Greene nos va a resaltar también una dimensión más importante, contemporánea y cotidiana de la guerra de ideologías: la de los servicios de inteligencia, donde no basta con el sacrificio físico del soldado, sino que es necesario el concurso y desarrollo de todas las capacidades intelectuales, la conformación de la vida entera y la personalidad de acuerdo con los fines a perseguir y la renuncia a todo reconocimiento social a su labor. Por eso para John Le Carré el buen espía se logra sólo cuando está totalmente construido por el Estado dado que ante todo es el hombre del Estado (ver El Espejo de los Espías), y quizá por eso en la transición al momento político actual los líderes de los servicios de inteligencia de las dos superpotencias asumieron directamente el liderazgo estatal:  Yuri Andropov y George Bush. Sin embargo, esta cosmología propia de Greene de choque de ideologías se va a ver ampliada cuando encuentra en México elementos que le resultarán chocantes e incomprensibles.

 La vida de los personajes de Greene será siempre el debate entre la “misión” y la existencia. Sus personajes podrán ser ante la fe, inconscientes (como los protestantes), rebeldes (los mexicanos) o creyentes (católicos y comunistas), pero nunca podrán estar a su altura. En el caso de el Poder y la Gloria  estamos ante un ser comprometido por la simple fuerza de las circunstancias, no por una decisión, ni siquiera por fe, sino por una fuerza superior a la fe, que Greene vislumbra por primera vez en México. Greene encontrará la más admirable fe en los indígenas mexicanos –Caminos sin Ley termina comparando la penitencia de los indígenas mexicanos con la cómoda práctica religiosa de los obreros ingleses-, pero los va a marginar como actores de su novela, no se destacan de ese trasfondo de poder inasible y mayor que domina a sus personajes, son sólo parte de éste.

            Sólo podemos entender a Greene como un autor político, pero aunque va a intervenir en múltiples conflictos, sea como miembro de los servicios especiales ingleses en la segunda guerra mundial y luego como periodista interesado y más tarde directamente como colaborador de Torrijos y los Sandinistas; su perspectiva política está determinada por una posición ética de un particular cristianismo dentro de su catolicismo,  que por una identificación con partidos o ideologías. Aún cuando en sus textos autobiográficos y en las entrevistas no parece querer conceder demasiada importancia a su experiencia mexicana -a pesar de declarar que si se identifica con alguno de sus personajes es con el cura borracho- la crónica Caminos sin Ley y la novela el Poder y la Gloria, nos presentan ya los elementos y circunstancias de los conflictos propios y las problemáticas dominantes que determinarán tanto su obra literaria como su posición y actividad política, con sus cualidades y sus defectos. Llama la atención que a pesar del cambio de actitud que a lo largo de su vida tendrá frente al colonialismo y al imperialismo desde los años 30 a los 60, mantiene su disgusto contra México, y en los 70 califica a la revolución mexicana como “falsa”, y usa como ejemplo el caso Durazo para justificar su juicio negativo. En todo caso sigue al mismo tiempo reconociendo la inferioridad de su propia fe y la de los europeos frente a la religiosidad indígena.[4] El hecho es que aparentemente en México topó con algo que lo tocó profundamente, algo que lo incomodó o disgustó profundamente, algo que asoció con sus dilemas más íntimos como acepta en la introducción a Caminos sin Ley; y que como en todo viaje iniciático que se respete, lo llevó de retorno a su circunstancia.

            La lectura y estudio de la obra mexicana de Greene tiene otra pertinencia diferente al papel que guarda dentro de su obra y vida. Podemos verlo con el interés que podemos tener de la lectura que hace “el otro” de nuestro país. A los mexicanos la lectura de el Poder y la Gloria difícilmente nos deja indiferentes. Produce emociones encontradas. Por una parte se siente un inmediato rechazo violento a cierto tipo de ideología profundamente conservadora, e incluso a una posición agresiva contra “lo mexicano” tal como lo expone el texto –sentimientos que se amplifican y se explican mejor cuando se lee la crónica Caminos sin Ley-; y por otra parte, en la novela, no en la crónica, hay una sensación de que en esa visión violenta y negativa uno siente mejor y de manera más profunda –incluso con la misma seducción- lo que es la experiencia de vida en ese paisaje tropical específico que es Tabasco. La obra mexicana de Greene plantea la cuestión de cómo la literatura logra penetrar la realidad y al mismo tiempo mantener los valores negativos del prejuicio, que sin embargo, con el tiempo y la vida y fuerza propia de la novela, se ven diluidos. Además, el contar con la crónica de la experiencia real sobre la experiencia que le dará a Greene el material básico, permite no sólo reconstruir la trama del proceso creativo, sino también darse cuenta como la obra estrictamente de ficción, la novela –confrontada con la obra descriptiva, la crónica- constituye una más profunda y  adecuada manera de aprender, recuperar, explicar y comunicar la realidad, al generar un tipo ideal más puro de la situación. La crónica nos expone la experiencia de la angustia y sus fuentes y la novela es la manera de conjurar y expiar esa angustia organizándola en un conflicto con parámetros perfectamente identificables y asibles, una utopía sin ilusiones. La novela se vuelve, mediante la reinvención de ese universo, una forma indirecta de comprensión y apropiación de la realidad vivida. Comparando los dos textos podemos decir que pasamos de un caos de incómodos detalles a un orden de potencias en conflicto. Greene es consciente de que realiza esta operación, de que usa la novela como manera de superar su angustia existencial, nos dice en su texto autobiográfico A Sort of Life: “la motivación para registrar estos extractos del pasado son los mismos que me hicieron novelista: un deseo de reducir el caos de la experiencia a una suerte de orden, y un hambrienta curiosidad”.

 Los actores inconscientes e incongruentes descritos en la crónica, seres incapaces de sostener los papeles dramáticos de su tragedia cotidiana, se convierten en personajes atravesados por potencias mayores ante las cuales viven sus papeles con una agonía llena de perplejidad. Y al mismo tiempo, ante su inescapable situación viven con una fatalidad que Greene relaciona con lo que el define como trópico:  la monotonía de los ríos, la sensación del tiempo detenido bajo el imperio del calor en las largas noches donde se mezclan lo real y lo irreal, lo exterior y lo interior (“en este calor enceguecedor y este aire bullicioso de mosquitos no hay vía de escape para nadie”); generando un ambiente donde “las condiciones generales de la vida (la indefinición, la impunidad, la incongruencia, la deshonestidad y la indiferencia) provocan la permanente sospecha”;   sentir cualquier emoción, aunque sea el miedo es un alivio”; y se vive un abandono tal que “un poco de dolor adicional difícilmente se notaría”.   Sus habitantes, según Greene, parecen “ser llevados como niños en un coche a través de grandes espacios sin conocimiento de su destino”. Estos son los elementos con los que construye un clima homogéneo que le da tono y fuerza a la novela.

Por muy panfletaria que pueda ser la obra mexicana de Greene, para los mexicanos no deja de ser una lectura perturbadora. Para todo aquel ateo mestizo mexicano –tres palabras que en Caminos sin Ley Greene marca como lo más negativo de la especie humana- nacido bajo el régimen y la cultura de la Revolución mexicana, es decir, bajo los principios de la laicización progresiva, la lectura de el Poder y la Gloria,  supone un golpe ideológico porque no es fácil entender una cierta ideología de martirilogio metahistórico que viene dado ya por la prefijación de unos valores ideológicos que sólo se explican mediante lo que Foucault[5] llamó “la contrahistoria” y que brillantemente expone Balzac en su biografía novelada de Catalina de Médici; y la Leyenda Negra Española cultivada en la literatura inglesa desde tiempos isabelinos. Parece ser la exaltación de todo aquello de lo que los mexicanos quisiéramos superar.

Pero, por otra parte, sin embargo, no puede uno menos que empatizar con y admirar el tema que desde esta novela va a trabajar Greene en su obra. Y además es imposible abstraerse de la eficacia de la narrativa efectista de Greene que a partir de los elementos claves de la construcción del discurso/ámbito del “exotismo-tropicalismo” (en el mismo sentido que Said habla de Orientalismo) nos lleva a la aventura frente al otro. Aquí nuevamente para un mexicano se plantea un problema, porque ese otro y esa otredad es la “nostredad”. Pero es una “nostredad” que pocas veces se problematiza. A quien es tabasqueño por necesidad, o sea nacimiento, y sobre todo a quien lo es por masoquismo, es decir por placer y gusto, no deja de fascinarle como esta novela en sus duras descripciones, más que en la crónica, nos da la sensación de decir más sobre un paisaje humano-natural específico y entrañable que toda la amplia y buena literatura propia, es decir, por provocar, que se encuentra más a Tabasco en Greene que en Sánchez Mármol, Zentella, Iduarte, González Calzada, De la Flor, Mora, Gorostiza, Pellicer o Becerra. Se lo explica uno mejor, lo entiende uno mejor. En parte esto se debe porque curiosamente los intelectuales locales no quisieron describir mucho a su estado, sobre todo los literatos; y cuando lo hacen casi siempre fue en momentos de derrota y exilio impulsados por resentimientos partidistas de las pugnas locales. Sin embargo asombra como existen algunas analogías que vale la pena mencionar: el hecho, por ejemplo,  de que Sánchez Mármol al escribir su única novela sobre Tabasco, Antón Pérez, escoge como protagonista a un traidor con una personalidad y acciones no muy desemejantes a las del judas de Greene; es decir, que utiliza todo su talento para tratar de entender no a un personaje positivo, sino a uno negativo.

Pero hay aquí también una problemática que relevar, ponerle atención a que la posible doble recepción aceptación-rechazo que puede tener nuestra lectura viene dada también por una problemática que está en el meollo del conflicto que Greene viene a reportar en 1938 y que por supuesto sigue vigente. Por llamarlo de alguna manera, el de la criollidad y los posibles mestizajes. Es decir, es fácil adoptar partido total por Greene sintiéndose por encima de los elementos negativos que resalta, como estarían según sus descripciones los pilotos de aviones y las familias criollas como los Kirkpatrick tabasqueños; o rechazarlo totalmente sintiéndose ofendido por señalarnos tantos puntos negros.

            En esta exposición lo importante es como un autor totalmente prejuiciado negativamente de una manera tan evidente va a poder describir con tanta eficacia y profundidad un paisaje natural y humano; y al mismo tiempo va a poder trascender al grado de confesarse tan cercano, tan igual, que va termina sintiendo el vértigo de la posible absorción en el paisaje –su particular “horror” Conradiano en ese momento- por la maravillosa coincidencia de que su nombre y su apellido fueran bastante comunes en Tabasco. Al decir su nombre al jefe de policía este exclama: “Ha llegado usted a su casa, porque en Villahermosa quien no se llama Greene, se llama Graham”. En el peor momento de su pesadilla diurna se ve reflejado en los Greenes absorbidos por el trópico, y se hunde en el vértigo de la identificación. Ese otro acusado por la obra, resultaba ser demasiado próximo, no es el aborigen polinesio, el negro africano, ni el indio americano. Su otro acusado son los propios criollos a pesar de que la obra estigmatiza consistentemente al halfcaste, el mestizo, a quien en la ficción finalmente asigna el papel de judas y a quien ideológicamente siempre le aplica los prejuicios racistas en la crónica:

“Nadie, al ver al Dr. Fitzpatrick, a este hombre bajo, de barba grisácea y mal afeitada, movimientos rápidos y latinos, y anteojos de acero, lo hubiera  tomado por un británico. Había sido absorbido casi tan completamente como los Greene y los Graham, y había en esto algo más bien espantoso y premonitor...para un Greene todavía no absorbido. El tiempo pasa tan lentamente; unos cuantos días eran como un mes en mi país. La señorita Greene daba vueltas a la plaza en el paseo del anochecer; y uno se sentía perseguido por ciertas fantasías, como si el destino intentara apresar en sus tentáculos de pulpo a otro Greene...”

El como el arte y la honestidad pueden lograr esta magia que lleva del prejuicio al juicio profundo -aquel que interioriza el problema y donde el juez entra también en juicio- nos es transparentes en Greene gracias a que convierte  la crónica política que le pagan por escribir, en un diario de angustias y problemáticas existenciales propias que resolverá escribiendo la novela. Caminos sin Ley nos lleva por el transcurso del proceso de los dilemas del individuo-persona proyectados sobre el paisaje, y gracias a la honestidad del autor, se aclara tanto el paisaje como el individuo al ponerse en juego a sí mismo. Y así, de comenzar siendo un neurótico inglés al estilo de su amigo íntimo Evelyn Waugh, que también visita a México por aquella época, un ser totalmente opuesto al otro contemporáneo y coetáneo D.H. Lawrence que viene a buscar la metafísica, termina más bien –al menos literariamente y luego de un surmenage tropical en su cuarto del hotel y la plaza de armas de  Villahermosa frente a la aparición de la inamarccesible belleza de las tabasqueñas señoritas Greene-; casi como en el viaje interior final del cónsul Firmin en Quaunáhuac. Sin tener que hundirse en el lado obscuro y las cantinas, como si le toca a su antípoda político, Malcolm Lowry. Es muy curioso como a fines de los 30  estos 3 ingleses encuentran sus conflictos interiores, sus cosmologías y sus creencias esotéricas tan diferentes totalmente convertidas en paisaje y vida consciente, sus mundos interiores se vieron transferidos y resueltos en la exotería mexicana (Waugh, otro converso católico al igual que Greene, se anula totalmente como narrador para escribir un panfleto político compacto que compendia con más dureza el mismo paquete ideológico sobre México en Robo al Amparo de la Ley).

 Es plausible entonces que no se equivocara Greene del todo con la cosmología que propone al inicio de Caminos sin Orden: hay lugares del mundo donde la paz no es posible y las fuerzas del orden y del desorden combaten permanentemente, y uno de ellos es México, o lo era en la década de los 30 del siglo pasado. De ese mundo interior proyectado sobre el paisaje destaca la inmanencia que se le resiste a Greene, como el máximo temor interior encarnado en un clima que define como un estado mental que lo agobió en su viaje, y que convirtió en el tono característico que más allá del dilema de la trama hizo de el Poder y la Gloria, una novela excepcional.

El tiempo nos oculta la importancia que tuvo en su momento la novela, baste decir que precede a El Evangelio según Jesucristo de Saramago en la humanización de la pasión de Cristo, motivo por el cual  fue prohibida por el vaticano; y ahora podemos señalar que también precedió a la revelación de un texto de un manuscrito del Mar Negro que en la traducción que nos presenta Eliane Abéccassis nos dice que Judas no sólo era necesario, sino que complotó con el propio Cristo en un plan de los esenios para hacer que se manifestara físicamente Dios sobre la tierra.[6]






el trópico como inmanencia.

“Los infiernos (…) son zonas pantanosas, zonas en las que hay ciudades que parecen destruidas por incendios; pero ahí los réprobos se sienten felices. Se sienten felices a su modo, es decir, están llenos de odio y no hay un monarca de ese reino; continuamente están conspirando unos contra otros. Es un mundo de baja política, de conspiración. Eso es el infierno.”

Jorge Luis Borges cit post Imre Kertész (Yo, el Otro. Acantilado, Barcelona, 2002, p.55)



Greene  acude a México para presenciar una lucha diáfana entre dos poderes e ideologías, la religión contra el Estado. Declarará luego que no va a la guerra civil española porque justamente no logra ver esa claridad. Sin embargo, justamente, tampoco la encontrará en México. Al contrario, su hallazgo fue una resistencia difusa en el paisaje que es más poderosa que las voluntades de los actores, e incluso no encontrará voluntades claramente definidas, no encontrará actores políticos ni religiosos consecuentes, y ésta confusión sólo la podrá conjurar escribiendo una novela donde reordena los elementos caóticos que describe en la crónica. En la novela quiere presentar la lucha entre dos órdenes distintos: la religión y el poder político, calificando éste último como una falta de orden (por eso Caminos sin Ley debería traducirse Caminos sin Orden). Sin embargo, aunque lo olvide en sus entrevistas de los años 70, en realidad termina presentando una fuerza mayor que es una especie de inercia dispersa pero omnipresente que encarna en personajes opacos, inconscientes y sin vida interior que en realidad determinan la trama. Esta fuerza se identifica claramente como el paisaje, y sobre todo con el clima. Estos personajes no llegan a destacarse de la trama de fondo que, sin embargo, es la determinante. E incluso llega a definirse en un momento dado como el mero calor, tomando la idea de una afirmación de un dentista con el que viajó en el Grijalva de Frontera a Villahermosa: “La gente aquí no se preocupa de la religión, hace demasiado calor”.

Greene explica que su conversión se dio por la fuerza de la idea del infierno, pero su infierno no es el dantesco de las torturas y los fuegos sino el del vacío y la inanidad moral que ya venía denunciando en sus primeras novelas sobre el submundo gangsteril inglés; sin embargo, no dejará de afirmar “que para saber que tan caliente podría ser el mundo tuvo que esperar a llegar a Villahermosa”. Y Caminos sin Ley se organiza justamente como un descenso a los infiernos que es al mismo tiempo trayectoria física Conradiana al corazón geográfico: “El calor aumentaba no sólo a medida que el día avanzaba, sino a medida que el barco se introducía hacia el interior de Tabasco” donde “uno sentía que se acercaba al centro de algo, aunque sólo fuera el centro de la obscuridad y el abandono”. Leído así, su pesado trayecto sobre mula a través de Chiapas resulta ser el purgatorio, y el regreso al mundo es llegar a Puebla, ciudad que por su abundancia de iglesias y fieles, califica como la única decente de México.

El panfletarismo de Caminos sin Ley es tan profundo que también es un panfletarismo literario. Sin asomo de vergüenza plagia profusamente a Conrad para darle un tono africano al trópico mexicano, roba el sentido de asco y las definiciones políticas de su amigo Evelyn Waugh de Robo al Amparo de la Ley, y copia tono y estilo del primer espía inglés en México, Thomas Gage, aventurero del siglo XVII que aportó sólidas bases para iniciar la “Leyenda Negra Española”, para construir frases efectistas que no duda en espetar a cada ciudad o personaje mexicano, respetando sólo, curiosamente, a aquellos con los que por su origen extranjero o su buen dominio del inglés podían ser plenamente comprendidos por Greene. Al final de su vida Greene seguirá teniendo problemas para justificar como sus apreciaciones estuvieron siempre distorsionadas por el afecto de sus anfitriones, y así podía apoyar causas contrarias en diferentes el país.

Al mismo tiempo tenemos que advertir que el morbo que parece llevar a Greene a buscar lo peor de las ciudades y sociedades mexicanas, no es parte del panfletarismo, es algo presente e intrínseco a su obra, justamente lo peor de la sociedad inglesa, su lado violento y burdo es el tema de obras juveniles como Una pistola en Renta, Campo de Batalla, y sobre todo en su novela anterior Brighton Rock. Giovanni Papini diría: “Greene como algunos otros escritores católicos parecen atraídos y fascinados por todo lo más vicioso y odioso que existe en las criaturas de ésta época”[7].

Escrito con un eficaz estilo periodístico-cinematográfico (Greene era ya crítico de cine en el Spectator) el panfleto es un discurso tan planificado para lograr impacto que nos presenta un narrador más delicado y neurasténico que el de Journey without Maps, donde describe su viaje a Liberia. Tenemos aquí un inglés definitivamente doméstico, incluso haciendo guiños sobre el provincialismo chovinista al comentar las novelas melodramáticas de Trollope con las que acompaña su viaje; al mismo tiempo que le sirve para mencionar al obispo responsable de su conversión al catolicismo que tiene el mismo apellido. Es decir, no es un simple diario, sino un discurso construido con una plena conciencia efectista buscando la identificación con un lector mojigato y pacato; pero al mismo tiempo es un discurso en varios planos, donde también está la profunda crisis del propio Greene –clínicamente clasificado como neurasténico y maniaco depresivo-, y en una irónica torsión, una crítica de la comodidad del propio creyente doméstico inglés a quien quiere, al mismo tiempo, impresionar con la persecución religiosa y avergonzar tiempo con la persistencia de los creyentes mexicanos.

Greene construye el poder y la gloria a partir de la evidente similitud entre la pasión de Jesucristo y la situación del cura que se encuentra en un momento dado como único representante de la religión en el estado, “sus cartas” –explica en la crónica- “registraban un feo sentido de impotencia –el vivir en constante peligro y sin embargo ser capaz de hacer tan poco, difícilmente valía el horror” . Para que la tragedia sea real inventa que lo fusilan como a los mártires cristeros cuando en realidad simplemente escapó. Reproduce fielmente los descalificativos que los creyentes tabasqueños usan contra él por ser alcohólico, y de ahí inventa que el padre tiene conflicto de consciencia por saberse lejano de la altura de su misión impuesta por la casualidad de haberse quedado sólo en la entidad. Luego los intentos de fuga serán ilustrados por la propia experiencia, personajes y paisajes del viaje de Greene en mula de Salto de Agua a Palenque, Yajalón y San Cristobal. Aunque describe perfectamente a Frontera y Villahermosa, en la novela son el Puerto y la Capital y jamás se menciona la palabra Tabasco, aunque sí Chiapas. Para acentuar la ficción de su escenario pone a Chiapas al norte y el mar al Sur, es decir, pone a Tabasco de cabeza.

El mismo Greene dice que quiso hacer una novela simbólica al estilo del siglo XVIII con personajes que representan ideales y cuya actitud no cambia a lo largo de la trama: el cura y el teniente (ver El Otro y su Doble, p.170). Pero en realidad hizo algo más complejo. Armó un escenario donde conviven personajes simbólicos[8] con otros que son más bien alegóricos y que funcionan como agentes de la inmanencia; y  agregó un pequeño grupo extra que son personas reales que conoció Greene en Yajalón: el maestro rural y los finqueros alemanes.

Los personajes simbólicos representan fuerzas o ideas y tienen de alguna manera “un jefe” al que rendir cuentas, que no se manifiestan explícitamente ni asumen responsabilidades (de esta manera Dios y el Gobernador quedan al mismo nivel) y son personajes capaces de tener iniciativa y cambiar las situaciones, representan tanto ideas como vicios y grupos sociales. Son: el teniente, el cura borracho, el cura casado, el mestizo ratero que funciona como judas, el gringo dueño de una plantación, el dentista americano de Frontera, la beata encarcelada, la familia católica de Villahermosa y el jefe de policía. Los personajes alegóricos no tienen un sentido detrás de su acción y sólo obstaculizan irracionalmente el actuar de los otros personajes con actitudes irritantes o a veces sin sentido que no muestran tampoco asomos de subjetividad propia y lo mismo pueden ser personas que animales. Son los tiburones de Frontera, los zopilotes del puerto y la capital, la esposa del sacerdote José, la amante del sacerdote borracho, el mendigo que sabe donde conseguir trago, la madre del niño asesinado, el niño de la mujer que agoniza en el Puerto,  la hija del sacerdote, la hija del gringo y la perra abandonada en la plantación. En la trama estos últimos personajes terminan determinando los acontecimientos desde su posición marginal. De hecho Greene los resalta cuando introduce una escena que tiene poco sentido para el suspenso de la trama, pero que resalta el sentido alegórico. Se trata cuando el cura pelea por un hueso con la perra abandonada en la plantación americana. Ilustra la humillación final del cura, pero es muy explícita en señalar como en el forcejeo la perra en realidad resiste sin oponer resistencia, sin consciencia ni fuerzas ni voluntad de oponer resistencia. Es un resumen de todas las situaciones en las que la huída se ve obstruída sin represión ni barreras, sino por la incapacidad de huir al reclamo de estos seres.

Llama la atención que la mayoría de estos personajes son mujeres que bloquean a los hombres el cumplir con sus obligaciones: la castidad del cura borracho y el dar confesión al otro; y que los humillan y hunden en la vergüenza. Y por el otro lado son niñas en quienes Greene abiertamente fija la manifestación de pulsiones sexuales que inquietan y cuestionan a los personajes. Es curioso como las niñas no aparecen como encarnación de la ingenuidad sino todo lo contrario.

Hay una relación muy clara entre esta caracterización de los personajes y la impresión de Greene de personas reales en la crónica. En Caminos sin Ley Greene divide a la gente en tres tipos: aquellos que luchan y con los que puede discutir, que tienen interioridad pero no integridad (a diferencia de los de la novela); aquellos que no tienen interioridad y que son incomprensibles en sus acciones irracionales; y aquellos que tienen interioridad, sentido y consciencia, que curiosamente son los que hablan inglés o funcionan como sus anfitriones (por eso salva a un maestro rural). Además en la crónica, nunca deja de anotar Greene como lo perturba la sensualidad de las jóvenes mexicanas, incluídas –por supuesto- las tabasqueñas señoritas Greene. Y finalmente, lo más importante, Greene nunca se da cuenta de que la desconfianza de la gente hacia él (“the city feels like a criminal plotting”), la falta de solidaridad hacia él, el desinterés del resto de la gente, se deben a que es un extranjero, y sobre todo a que es un inglés en pleno momento de expropiación de las empresas petroleras inglesas (Waughn declarará que toda plática con mexicanos pasaba forzosamente por la pregunta sobre las posibles acciones del gobierno inglés). Greene generaliza ésta actitud a todos los mexicanos, es el estado mental con que resume a México,  y convierte esto en el “Tabasco” de su novela.

Leída así la novela, entonces, por sobre el combate de ideologías en el que tiene centrada su atención el siglo XX, tenemos el triunfo de algo peor que el enemigo ideológico: la obscura inmanencia. Greene, al definir el desorden nunca logra separar entre la inmanencia y la ideología atea estatal; pero en la novela hace evidente cómo ésta se opone también al teniente. La novela es el triunfo de la inmanencia frente a la cual Greene declara en la Plaza de Armas verse absorbido como los otros Grahams y Greenes tabasqueños. Y es en el reconocimiento de esta inmanencia que silenciosamente se le resiste a los poderes humanos, religiosos y políticos, en donde Greene logra descubrir el secreto de Tabasco que no encuentran los pensadores tabasqueños obnubilados por sus pasiones políticas o sus optimismos y desencantos civilistas.




Bibliografía

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Waugh, Evelyn.1996. Robo al Amparo de la Ley. CNCA. México.





[1] correo electrónico: rui@servidor.unam.mx
[2] Jankélevitch, Vladimir. La Mala Consciencia. Fondo de Cultura Económica. 1983.
[3] Kafka y Buzzati demostrarán la otra parte de la vida en el tiempo de las ideologías: las de quienes viven lejos de la frontera en el corazón administrativo o en las fronteras pacíficas de este sistema organizado bajo la necesidad del mantenimiento de orden de guerra permanente que describirá George Orwell.
[4] Ver El Otro y su Doble, emecé, 1983.
[5] Foucault, Michel. La Genealogía del Racismo. Ed. Caronte, 1993.
[6] Ver los apéndices que acompañan a la novela histórica Qumrán de Eliane Abecassis, ediciones de bolsillo, 1999.
[7] Citado por Marie-Francoise Allain en El Otro y su Doble.
[8] Aunque normalmente se usan como sinónimos simbolizar y alegoría y así se definen en varios diccionarios, para diferenciar el papel de tales personajes los uso como dos formas diferentes de representación. El símbolo siempre es más identificable con la idea de representación elaborada que es forma de acceso a poderes o fuerzas no presentes; y la alegoría, sobre todo por su uso por los ilustradores dieciochescos e intelectuales iluministas, nos evoca mera ilustración sobre hechos naturales sin profundidad. La clasificación la establezco por el grado de elaboración del personaje por parte de Greene, que depende siempre del grado de vida interna que les adjudica.