sábado, 30 de diciembre de 2023

 


Sentí tanto frío que soñé que me citaba con un contrabandista chino en la Calzada de Tlalpan para comprarle unas hamacas chinas de nylon porque era ahora el mejor negocio para invertir dinero. Hubo problemas con el lenguaje hasta que su ayudante le dijo que yo entendía inglés. Pero el inglés de los dos era tan malo que su ayudante tuvo que hacer de intérprete. Luego de transferir varios paquetes de ellas a la cajuela de mi coche y extender una, me decepcioné porque eran de pésima calidad. Me senté en el suelo a la puerta del metro Chabacano con mi paquete de hamacas chafas de 5 y 10 pesos. Y ahí apareció una mujer que se me hizo conocida. Me preguntó por las hamacas y yo le pregunté si no había trabajado en un edifico por ahí antes del terremoto del 85. Me dijo que por eso se había acercado, para ver si la reconocía. Recordamos que yo la esperaba a la salida en la noche en una calle lateral. A veces salía tan tarde que ya no llegaba a su casa y a veces sin despertarme se iba directo de regreso al taller. Le dije que no la volví a ver después del terremoto. Y ella, con una cara extraña y como gris, me respondió que tampoco la había buscado. Había un tono de cariñoso reproche en su voz, como si representara a todas las mujeres que habia dejado de ver sin explicaciones. Me recordó que ese día había preferido irme a ayudar a la colonia Guerrero. ¿Cómo sabes a dónde fui?, le pregunté. Se encogió de hombros, y dijo, bueno, pero ya estamos aquí, otra vez, de cualquier manera, y me abrazó y riéndo caminamos y corrimos y nos acariciamos en medio de la gente, como antes. De pronto la detuvé: “oye, ¿cómo es que te vez joven otra vez?”. Sin perder la sonrisa y su cara juvenil respondió: “nunca envejecí”.

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