sábado, 13 de junio de 2020


La pandemia como coyuntura revolucionaria.

                                                 Rodolfo Uribe Iniesta. rui@unam.mx


          En esta exposición intento describir como es posible ver el momento actual como una coyuntura revolucionaria dependiente de una condición que ya ha señalado Saskia Sassen al exponer el cambio del desarrollismo a la globalización. La coyuntura se da por la confluencia puntual de tendencias de mediano o largo plazo. Pero, el cambio posible, parece ser, al mismo tiempo, la transformación en otra cosa diferente, tanto por un cambio paradigmático como por maduración de procesos intrínsecos del momento anterior. Es decir, el cambio se da tanto por la irrupción de un hecho novedoso, como por el resultado necesario de procesos prexistentes.

          La epidemia está jugando este papel, simplemente al hacer evidente que el capitalismo ya no coincide necesariamente con lo que Fernand Braudel (1984) llamaba la reproducción de la vida cotidiana. Es decir, que la lucha que el capitalismo libró desde el siglo XVIII (ver Polanyi, 1989 y Dobb) por convertirse en la mediación fundamental de la sociedad humana, y por eliminar todas las otras mediaciones -logrando lo que el marxismo describe como el paso de la subsunción formal a la real-, objetivo explícito del neoliberalismo, puede sufrir un interesante revés.

          No es un hecho inédito: es sabido que el establecimiento del estado benefactor y el paradigma del desarrollismo se impusieron sólo por la segunda guerra mundial; Thomas Piketty es muy enfático al afirmar que lo que logró reducir la inequidad de la Europa del siglo XX fue precisamente el impacto del caos de la guerra.

Desde el principio de la actual pandemia populares intelectuales, Slavoj Zizek, Byung-Chul Han y Giorgio Angaben, se enfrascaron en una discusión sobre las potencialidades progresivas o regresivas para el orden social. Quedó entonces presentada como una coyuntura abierta. De hecho, la pandemia nos puso en una situación donde “los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”, que es la definición de un momento revolucionario de acuerdo con el manifiesto comunista (Marx y Engels, 2016, 25). Pero además, siguiendo lo que se dice en el mismo párrafo del manifiesto sobre el carácter revolucionario de la burguesía, “que sólo puede existir mientras revolucione incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales”. La coyuntura y las posibilidades de superarla están determinadas por condiciones técnicas y sociales que venían desarrollándose con anterioridad, como, por ejemplo, las formas actuales de comunicación en general que determinan tanto la velocidad con que se propago la epidemia a nivel mundial, como la posibilidad de la porción mediatizada de la sociedad internacional de adaptarse a trabajar, producir y relacionarse virtualmente. Formas de comunicación que también generan el mayor nivel de control (Big data) y de posibilidad de aislamiento individual, que haya conocido la humanidad.

El éxito a largo plazo de las políticas sanitarias y de inmunización mediante  vacunas iniciado desde el siglo XVIII y logrado plenamente tras la segunda guerra mundial, hicieron olvidar a aquellos grupos sociales homogeneizados por una cultura escolarizada y mediática, el papel disciplinador y determinante de la vida cotidiana que tenían las epidemias. Hemos olvidado que a finales del siglo XIX se convivía con la tuberculosis, la prevalencia en México de las llamadas “enfermedades tropicales”, y  la última gran “plaga”, la influenza española.

Este “olvido” está totalmente relacionado con el desarrollo de la mentalidad moderna cuyo principio básico es la capacidad de la sociedad de autodeterminarse. Es decir, se consideraba superada la posibilidad de ser determinados por una intromisión externa a la propia acción de los seres humanos organizados. Pero, al mismo tiempo, esa posibilidad -representada hoy por temblores, meteoritos, etc.- se convirtió en fuente del mayor de los temores.

Y al mismo tiempo, por el nivel de desarrollo de los armamentos y la progresiva conciencia de los efectos colaterales de las nuevas industrias en la salud y el medio ambiente, la propia tecnología se volvió, en una ambigua situación de posibilidad endógena de destrucción catastrófica, en fuente de temores.

Se formó así la sociedad del riesgo: una convivencia altamente dependiente de una red de sistemas técnicos, discursivos y de relaciones, que en tanto complicada y compleja, es altamente delicada; y de la que finalmente dependen individuos cada vez más atomizados; actuando además dentro de esa condición de la sociedad civil que Hegel llamó “el sistema del atomismo” (aquel en donde el objetivo de cada unidad -colectiva o individual, la familia o el individuo- es ella misma (Espinoza, 67)).

En los últimos 40 años hemos vivido además la lucha por la imposición de un sistema extremo de capitalización que Zygmunt Bauman describió sintéticamente, como aquel en el cual los capitalistas dejaban de aportar su parte para cubrir los costos de la reproducción social, siendo unos de sus medios el austericidio y la informalización y desregulación de los mercados (financieros, laborales, inmobiliarios, etc.). Tendencias que la epidemia puede profundizar con el impulso al trabajo virtual y la deslocalización de las empresas, liberándolas aún más de sus bases territoriales y por lo tanto de relaciones impositivas respecto a las unidades políticas territoriales (ciudades), que, para sobrevivir, tendrán que buscar nuevas fuentes de financiamiento que no dependan de la economía capitalista.

Al mismo tiempo la reacción global de intentar detener la pandemia mediante el distanciamiento social, trajo la paralización casi universal del sistema industrial y financiero, resultando en el desnudamiento del capitalismo como sistema no indispensable para el mantenimiento de la vida de las sociedades.

No hay, sin embargo, que confundir esto con un colapso del capitalismo en sí: en un mediano plazo no significa pérdidas para las grandes corporaciones -varias de las cuales se encontraron de pronto en condiciones estratégicas monopólicas. De hecho, las bolsas y las empresas energéticas se han recuperado mediante colocaciones y compras a futuro. Por no mencionar el saldo positivo de la profundización de la “fluidez” laboral al tener un motivo “fundado” para cesar a empleados y obreros, esperando recontratarlos en condiciones totalmente ventajosas, y los apoyos financieros que gobiernos como el de Estados Unidos han canalizado las empresas.

          Esta coyuntura tiene además características particulares en tanto hay consenso de que la crisis económica que se presenta puede ser entendida como parte de un proceso que ya estaba en marcha cuando menos desde hace un año, como una secuela o reiteración de la crisis de 2008 (Piketty, 2015), y por otro lado, de una crisis de movilizaciones sociales, que podría decirse que comenzó en 2011 (Zizek, 2013)  con las reacciones en muchos países contra las políticas austericidas tomadas contra la mencionada crisis. Éstas se habían reactivado desde octubre de 2019, particularmente en América Latina pero también en Francia. Y ahora, en plena pandemia, mediante la reiteración de un acto particular constitutivo de la sociedad estadounidense (el asesinato de un negro por la policía), se convirtió en otra movilización popular internacional que recuerda al 68. Igual, aún no podemos evaluar que tanto estas movilizaciones se relacionan con la pandemia y que tanto son una continuación de la ola de movimientos que, como en Islandia o en Grecia ganaron el poder y luego tuvieron una regresión; o primero fueron derrotados y, transformándose, llegaron al poder, como en España.

          Independientemente de estos procesos, en la parte que podemos llamar infraestructural -como mero proceso sistémico más que por la subjetividad y el voluntarismo político- el hecho de que la pandemia haya detenido el funcionamiento de la industria y la economía capitalista, ha llevado por vías imprevistas a desarrollar un consenso en torno a una medida cuya propuesta estaba en la agenda política al menos desde hace 20 años: la idea de una renta universal o de un ingreso mínimo vital, que al menos, por ejemplo, ya en España, fue aprobado. Sin embargo, igual que los fenómenos referidos anteriormente, la posibilidad de una economía de subsistencia no capitalista y particularmente desmonetizada, también venía de antes, no por las resistencias sociales, sino precisamente, por el exceso de desarrollo de las fuerzas productivas, la tecnología.

           Elmar Altvater y Birgit Mahnkopf en 2002 (p.22) describieron como la crisis Menen-Cavallo de Argentina tuvo la doble vertiente de que por la velocidad de las nuevas formas de transferencia financieras de hecho no se manejaba dinero -ya había habido un antecedente global en 1977-, al mismo tiempo que en la economía local, al no poderse mantener la relación con el dólar, desapareció la moneda nacional y aparecieron sustitutos y se formaron redes de intercambio que operaron sin él. Hoy día, por el nivel alcanzado por la deuda pública de EU, se habla seriamente de un mundo postdólar.

          Y en un ámbito distinto, ahora que como nunca se ha resaltado la importancia de las actividades intelectuales y artísticas para sobrellevar la cuarentena, en particular la música, igual, desde principios de siglo, gracias a los avances en las técnicas y formas de grabación y al internet, el problema dejó de ser el cómo hacer música, el cómo producirla con calidad y el cómo distribuirla. El problema actual de los músicos es como vivir de hacer música, como hacerla rentable para el productor directo. La pandemia agudizó la contradicción porque se acabaron los conciertos y presentaciones personales que eran su principal fuente de ingresos. Pero al mismo tiempo, la mayoría se han mantenido activos, y los públicos pudieron gozar de productos de la mejor calidad desde su propia casa, totalmente gratis. Es cierto que muchos intentaron subir su producción a las plataformas que cobran tickets virtuales para su acceso, pero aún estos, para promocionar dichas actividades, tuvieron que compartir presentaciones gratuitas.

          En fin, el planteamiento, difusión y en diversos casos de aceptación de la necesidad de medidas de “economías morales”, que se proponían desde el siglo pasado ante la progresiva incapacidad de las economías capitalistas para responder a las necesidades de ocupación, vivienda, alimentación, salud y seguridad de grandes estratos de la población, como el ingreso mínimo universal, las moratorias en las rentas y prohibiciones de desalojos, hasta la supresión de la policía y la búsqueda de nuevas formas de seguridad ciudadana -como se logró en Minneapolis- nos hablan de la posibilidad de una reformulación profunda de muchos niveles del sistema social.

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