lunes, 4 de marzo de 2019









DE LA CRÓNICA A LA NOVELA: LA INVENCIÓN DEL TRÓPICO COMO ESTADO DE ÁNIMO EN LA OBRA MEXICANA DE GRAHAM GREENE.



                                                                       Rodolfo Uribe Iniesta.

                                                                       Programa Estudios de lo Imaginario.

                                                                       Centro Regional de Investigaciones

                                                                       Multidisciplinarias-UNAM.[1]





“la ficción es una de las necesidades primordiales de la naturaleza humana, y alguien tenía que ponerse a edificar de nuevo en aquel mundo vacío”.

Graham Greene,  La Infancia Perdida y Otros Ensayos.



introducción.

El autor inglés Graham Greene es uno de los más representativos del siglo de las ideologías, es decir, del siglo XX. Las ideologías en el siglo que se aleja se convirtieron en medida del hombre y guía de la sociedad. Fue por eso que también en este siglo floreció el existencialismo como la voz del hombre viviente a pesar y/o gracias a esos grandes  constructos abstractos que amenazan con aplastarlo o encumbrarlo (que es otra forma de aislarlo y destruirlo). Es curioso como los finales de la historia y las ideologías anunciados en su momento durante este siglo tanto por el nazismo, el comunismo, como por el neoliberalismo de los años 90 se da por la supresión de la diversidad de ideologías y no por la superación de las mismas como guía total de la vida humana. En su momento y lugar, o ahora autodefinida como global, una sola visión ocupa todo el campo de pensamiento haciendo imposible otra concepción y a eso le llamamos el fin de las ideologías; y no a la concreción de una vida intelectual, motivacional y política basada en ideales de diferente nivel. Como expondrá Greene a lo largo de su obra, las ideologías, cualesquiera que sean éstas, son lo contrario a la ética; el llamado fin de las ideologías que vivimos, no es la de su derrota por la ética, sino el simple triunfo de una de ellas, y al desaparecer la diversidad, desaparece el conflicto como espacio que nos permitía ponerlas en juicio y contrastarlas contra principios éticos que en paquete son descalificados al considerarlos como “ideas premodernas”. Además, como es visible también en las obras de Greene las ideologías no son capaces de abarcar la totalidad de la vida de ningún individuo, por lo que su triunfo a nivel individual ha venido a significar la extirpación o cuando menos autoenmascaramiento o inconsciencia de importantes dimensiones de la vida humana.

Minusvalorado por escribir dentro de un género calificado por la academia como mero entretenimiento: novelas de espías; el tema principal a lo largo de 60 años de producción literaria de Greene fue el de la inconmensurabilidad del individuo frente a los retos que le imponían los compromisos ético-ideológicos, fueran estos políticos o religiosos. Es una problemática que él llama de lealtades divididas:  el dilema entre cumplir con la ética religiosa y los compromisos afectivos e íntimos, o con los principios políticos o profesionales. Se vive con la imposibilidad de cumplir con ambas dimensiones que desgarran al individuo, y esta incapacidad es vista como una deslealtad.

 Sin embargo en varias de sus novelas va más allá del simple planteamiento de las deslealtades como juego de opciones,  apuntando a dimensiones más trascendentales que se desarrollan en el sufrimiento interior de la consciencia de sus personajes frente a  sus situaciones. Esta consciencia, que es el punto de perspectiva de su narrativa,  como define el filósofo polaco Jankelévich [2] a toda consciencia, sólo puede ser “mala consciencia”. Es decir, claridad de los límites  y las imposibilidades propias. Al mismo tiempo –en sentido contrario- toda su obra literaria es una acusación contra aquellos seres que carecen de esta dimensión interior,  y que, curiosamente, por motivos diferentes en distintos momentos, pueden ser los mexicanos y los estadounidenses. Seres que caracteriza por una especie de infantilismo monstruoso.

 Las situaciones en  su obra serán aquellas condiciones de cotidianeidad determinadas en los lugares claves de choque de los grandes conflictos ideológicos del siglo: Europa y México en los 30, África y Vietnam en los 50, Cuba y Sudáfrica en los 60, Haití, Centroamérica y Argentina en los 70, etc. La mala consciencia consistirá básicamente en darse cuenta de la imposibilidad del individuo para dar la talla que exigen los ideales históricos, y al mismo tiempo, como consecuencia de ello, develar su naturaleza inhumana. Este es el fondo que aparece siempre detrás de las complejidades de los seres más comprometidos, que lo mismo son los espías de la guerra fría que los misioneros religiosos en un leprosario africano, es decir, todo aquel que se ocupa de materializar las ideas en el mundo. Estos, según Greene, serán los seres que más desarrollarán-sufrirán la consciencia de la inconsecuencia humana y la intrínseca debilidad del ser ante la vida, presentada casi siempre como el abismo entre la fe y los discursos y relatos llámense religión o Estado. Pero al mismo tiempo le queda claro a Greene que esta consciencia sólo puede ser producto de la imposibilidad de actuar; cuando la acción se da intensamente, como le sucede a los misioneros de los leprosarios de Sierra Leona, éstos resultan culpables de no tenerla, no tienen tiempo de desarrollarla al revés que el funcionario colonial cuya acción se ve obstruída. Por eso, describe al mundo cotidiano como un Campo de Batalla, en el cual, como en toda guerra,  la mayor parte del tiempo se ocupa en prepararse y esperar entrar al combate. Y este cuando ocurre -si no se quedan esperando al enemigo como los personajes de  Dino Buzzati (Esperando a los Bárbaros)- es corto, intenso y fatal[3]. Greene nos va a resaltar también una dimensión más importante, contemporánea y cotidiana de la guerra de ideologías: la de los servicios de inteligencia, donde no basta con el sacrificio físico del soldado, sino que es necesario el concurso y desarrollo de todas las capacidades intelectuales, la conformación de la vida entera y la personalidad de acuerdo con los fines a perseguir y la renuncia a todo reconocimiento social a su labor. Por eso para John Le Carré el buen espía se logra sólo cuando está totalmente construido por el Estado dado que ante todo es el hombre del Estado (ver El Espejo de los Espías), y quizá por eso en la transición al momento político actual los líderes de los servicios de inteligencia de las dos superpotencias asumieron directamente el liderazgo estatal:  Yuri Andropov y George Bush. Sin embargo, esta cosmología propia de Greene de choque de ideologías se va a ver ampliada cuando encuentra en México elementos que le resultarán chocantes e incomprensibles.

 La vida de los personajes de Greene será siempre el debate entre la “misión” y la existencia. Sus personajes podrán ser ante la fe, inconscientes (como los protestantes), rebeldes (los mexicanos) o creyentes (católicos y comunistas), pero nunca podrán estar a su altura. En el caso de el Poder y la Gloria  estamos ante un ser comprometido por la simple fuerza de las circunstancias, no por una decisión, ni siquiera por fe, sino por una fuerza superior a la fe, que Greene vislumbra por primera vez en México. Greene encontrará la más admirable fe en los indígenas mexicanos –Caminos sin Ley termina comparando la penitencia de los indígenas mexicanos con la cómoda práctica religiosa de los obreros ingleses-, pero los va a marginar como actores de su novela, no se destacan de ese trasfondo de poder inasible y mayor que domina a sus personajes, son sólo parte de éste.

            Sólo podemos entender a Greene como un autor político, pero aunque va a intervenir en múltiples conflictos, sea como miembro de los servicios especiales ingleses en la segunda guerra mundial y luego como periodista interesado y más tarde directamente como colaborador de Torrijos y los Sandinistas; su perspectiva política está determinada por una posición ética de un particular cristianismo dentro de su catolicismo,  que por una identificación con partidos o ideologías. Aún cuando en sus textos autobiográficos y en las entrevistas no parece querer conceder demasiada importancia a su experiencia mexicana -a pesar de declarar que si se identifica con alguno de sus personajes es con el cura borracho- la crónica Caminos sin Ley y la novela el Poder y la Gloria, nos presentan ya los elementos y circunstancias de los conflictos propios y las problemáticas dominantes que determinarán tanto su obra literaria como su posición y actividad política, con sus cualidades y sus defectos. Llama la atención que a pesar del cambio de actitud que a lo largo de su vida tendrá frente al colonialismo y al imperialismo desde los años 30 a los 60, mantiene su disgusto contra México, y en los 70 califica a la revolución mexicana como “falsa”, y usa como ejemplo el caso Durazo para justificar su juicio negativo. En todo caso sigue al mismo tiempo reconociendo la inferioridad de su propia fe y la de los europeos frente a la religiosidad indígena.[4] El hecho es que aparentemente en México topó con algo que lo tocó profundamente, algo que lo incomodó o disgustó profundamente, algo que asoció con sus dilemas más íntimos como acepta en la introducción a Caminos sin Ley; y que como en todo viaje iniciático que se respete, lo llevó de retorno a su circunstancia.

            La lectura y estudio de la obra mexicana de Greene tiene otra pertinencia diferente al papel que guarda dentro de su obra y vida. Podemos verlo con el interés que podemos tener de la lectura que hace “el otro” de nuestro país. A los mexicanos la lectura de el Poder y la Gloria difícilmente nos deja indiferentes. Produce emociones encontradas. Por una parte se siente un inmediato rechazo violento a cierto tipo de ideología profundamente conservadora, e incluso a una posición agresiva contra “lo mexicano” tal como lo expone el texto –sentimientos que se amplifican y se explican mejor cuando se lee la crónica Caminos sin Ley-; y por otra parte, en la novela, no en la crónica, hay una sensación de que en esa visión violenta y negativa uno siente mejor y de manera más profunda –incluso con la misma seducción- lo que es la experiencia de vida en ese paisaje tropical específico que es Tabasco. La obra mexicana de Greene plantea la cuestión de cómo la literatura logra penetrar la realidad y al mismo tiempo mantener los valores negativos del prejuicio, que sin embargo, con el tiempo y la vida y fuerza propia de la novela, se ven diluidos. Además, el contar con la crónica de la experiencia real sobre la experiencia que le dará a Greene el material básico, permite no sólo reconstruir la trama del proceso creativo, sino también darse cuenta como la obra estrictamente de ficción, la novela –confrontada con la obra descriptiva, la crónica- constituye una más profunda y  adecuada manera de aprender, recuperar, explicar y comunicar la realidad, al generar un tipo ideal más puro de la situación. La crónica nos expone la experiencia de la angustia y sus fuentes y la novela es la manera de conjurar y expiar esa angustia organizándola en un conflicto con parámetros perfectamente identificables y asibles, una utopía sin ilusiones. La novela se vuelve, mediante la reinvención de ese universo, una forma indirecta de comprensión y apropiación de la realidad vivida. Comparando los dos textos podemos decir que pasamos de un caos de incómodos detalles a un orden de potencias en conflicto. Greene es consciente de que realiza esta operación, de que usa la novela como manera de superar su angustia existencial, nos dice en su texto autobiográfico A Sort of Life: “la motivación para registrar estos extractos del pasado son los mismos que me hicieron novelista: un deseo de reducir el caos de la experiencia a una suerte de orden, y un hambrienta curiosidad”.

 Los actores inconscientes e incongruentes descritos en la crónica, seres incapaces de sostener los papeles dramáticos de su tragedia cotidiana, se convierten en personajes atravesados por potencias mayores ante las cuales viven sus papeles con una agonía llena de perplejidad. Y al mismo tiempo, ante su inescapable situación viven con una fatalidad que Greene relaciona con lo que el define como trópico:  la monotonía de los ríos, la sensación del tiempo detenido bajo el imperio del calor en las largas noches donde se mezclan lo real y lo irreal, lo exterior y lo interior (“en este calor enceguecedor y este aire bullicioso de mosquitos no hay vía de escape para nadie”); generando un ambiente donde “las condiciones generales de la vida (la indefinición, la impunidad, la incongruencia, la deshonestidad y la indiferencia) provocan la permanente sospecha”;   sentir cualquier emoción, aunque sea el miedo es un alivio”; y se vive un abandono tal que “un poco de dolor adicional difícilmente se notaría”.   Sus habitantes, según Greene, parecen “ser llevados como niños en un coche a través de grandes espacios sin conocimiento de su destino”. Estos son los elementos con los que construye un clima homogéneo que le da tono y fuerza a la novela.

Por muy panfletaria que pueda ser la obra mexicana de Greene, para los mexicanos no deja de ser una lectura perturbadora. Para todo aquel ateo mestizo mexicano –tres palabras que en Caminos sin Ley Greene marca como lo más negativo de la especie humana- nacido bajo el régimen y la cultura de la Revolución mexicana, es decir, bajo los principios de la laicización progresiva, la lectura de el Poder y la Gloria,  supone un golpe ideológico porque no es fácil entender una cierta ideología de martirilogio metahistórico que viene dado ya por la prefijación de unos valores ideológicos que sólo se explican mediante lo que Foucault[5] llamó “la contrahistoria” y que brillantemente expone Balzac en su biografía novelada de Catalina de Médici; y la Leyenda Negra Española cultivada en la literatura inglesa desde tiempos isabelinos. Parece ser la exaltación de todo aquello de lo que los mexicanos quisiéramos superar.

Pero, por otra parte, sin embargo, no puede uno menos que empatizar con y admirar el tema que desde esta novela va a trabajar Greene en su obra. Y además es imposible abstraerse de la eficacia de la narrativa efectista de Greene que a partir de los elementos claves de la construcción del discurso/ámbito del “exotismo-tropicalismo” (en el mismo sentido que Said habla de Orientalismo) nos lleva a la aventura frente al otro. Aquí nuevamente para un mexicano se plantea un problema, porque ese otro y esa otredad es la “nostredad”. Pero es una “nostredad” que pocas veces se problematiza. A quien es tabasqueño por necesidad, o sea nacimiento, y sobre todo a quien lo es por masoquismo, es decir por placer y gusto, no deja de fascinarle como esta novela en sus duras descripciones, más que en la crónica, nos da la sensación de decir más sobre un paisaje humano-natural específico y entrañable que toda la amplia y buena literatura propia, es decir, por provocar, que se encuentra más a Tabasco en Greene que en Sánchez Mármol, Zentella, Iduarte, González Calzada, De la Flor, Mora, Gorostiza, Pellicer o Becerra. Se lo explica uno mejor, lo entiende uno mejor. En parte esto se debe porque curiosamente los intelectuales locales no quisieron describir mucho a su estado, sobre todo los literatos; y cuando lo hacen casi siempre fue en momentos de derrota y exilio impulsados por resentimientos partidistas de las pugnas locales. Sin embargo asombra como existen algunas analogías que vale la pena mencionar: el hecho, por ejemplo,  de que Sánchez Mármol al escribir su única novela sobre Tabasco, Antón Pérez, escoge como protagonista a un traidor con una personalidad y acciones no muy desemejantes a las del judas de Greene; es decir, que utiliza todo su talento para tratar de entender no a un personaje positivo, sino a uno negativo.

Pero hay aquí también una problemática que relevar, ponerle atención a que la posible doble recepción aceptación-rechazo que puede tener nuestra lectura viene dada también por una problemática que está en el meollo del conflicto que Greene viene a reportar en 1938 y que por supuesto sigue vigente. Por llamarlo de alguna manera, el de la criollidad y los posibles mestizajes. Es decir, es fácil adoptar partido total por Greene sintiéndose por encima de los elementos negativos que resalta, como estarían según sus descripciones los pilotos de aviones y las familias criollas como los Kirkpatrick tabasqueños; o rechazarlo totalmente sintiéndose ofendido por señalarnos tantos puntos negros.

            En esta exposición lo importante es como un autor totalmente prejuiciado negativamente de una manera tan evidente va a poder describir con tanta eficacia y profundidad un paisaje natural y humano; y al mismo tiempo va a poder trascender al grado de confesarse tan cercano, tan igual, que va termina sintiendo el vértigo de la posible absorción en el paisaje –su particular “horror” Conradiano en ese momento- por la maravillosa coincidencia de que su nombre y su apellido fueran bastante comunes en Tabasco. Al decir su nombre al jefe de policía este exclama: “Ha llegado usted a su casa, porque en Villahermosa quien no se llama Greene, se llama Graham”. En el peor momento de su pesadilla diurna se ve reflejado en los Greenes absorbidos por el trópico, y se hunde en el vértigo de la identificación. Ese otro acusado por la obra, resultaba ser demasiado próximo, no es el aborigen polinesio, el negro africano, ni el indio americano. Su otro acusado son los propios criollos a pesar de que la obra estigmatiza consistentemente al halfcaste, el mestizo, a quien en la ficción finalmente asigna el papel de judas y a quien ideológicamente siempre le aplica los prejuicios racistas en la crónica:

“Nadie, al ver al Dr. Fitzpatrick, a este hombre bajo, de barba grisácea y mal afeitada, movimientos rápidos y latinos, y anteojos de acero, lo hubiera  tomado por un británico. Había sido absorbido casi tan completamente como los Greene y los Graham, y había en esto algo más bien espantoso y premonitor...para un Greene todavía no absorbido. El tiempo pasa tan lentamente; unos cuantos días eran como un mes en mi país. La señorita Greene daba vueltas a la plaza en el paseo del anochecer; y uno se sentía perseguido por ciertas fantasías, como si el destino intentara apresar en sus tentáculos de pulpo a otro Greene...”

El como el arte y la honestidad pueden lograr esta magia que lleva del prejuicio al juicio profundo -aquel que interioriza el problema y donde el juez entra también en juicio- nos es transparentes en Greene gracias a que convierte  la crónica política que le pagan por escribir, en un diario de angustias y problemáticas existenciales propias que resolverá escribiendo la novela. Caminos sin Ley nos lleva por el transcurso del proceso de los dilemas del individuo-persona proyectados sobre el paisaje, y gracias a la honestidad del autor, se aclara tanto el paisaje como el individuo al ponerse en juego a sí mismo. Y así, de comenzar siendo un neurótico inglés al estilo de su amigo íntimo Evelyn Waugh, que también visita a México por aquella época, un ser totalmente opuesto al otro contemporáneo y coetáneo D.H. Lawrence que viene a buscar la metafísica, termina más bien –al menos literariamente y luego de un surmenage tropical en su cuarto del hotel y la plaza de armas de  Villahermosa frente a la aparición de la inamarccesible belleza de las tabasqueñas señoritas Greene-; casi como en el viaje interior final del cónsul Firmin en Quaunáhuac. Sin tener que hundirse en el lado obscuro y las cantinas, como si le toca a su antípoda político, Malcolm Lowry. Es muy curioso como a fines de los 30  estos 3 ingleses encuentran sus conflictos interiores, sus cosmologías y sus creencias esotéricas tan diferentes totalmente convertidas en paisaje y vida consciente, sus mundos interiores se vieron transferidos y resueltos en la exotería mexicana (Waugh, otro converso católico al igual que Greene, se anula totalmente como narrador para escribir un panfleto político compacto que compendia con más dureza el mismo paquete ideológico sobre México en Robo al Amparo de la Ley).

 Es plausible entonces que no se equivocara Greene del todo con la cosmología que propone al inicio de Caminos sin Orden: hay lugares del mundo donde la paz no es posible y las fuerzas del orden y del desorden combaten permanentemente, y uno de ellos es México, o lo era en la década de los 30 del siglo pasado. De ese mundo interior proyectado sobre el paisaje destaca la inmanencia que se le resiste a Greene, como el máximo temor interior encarnado en un clima que define como un estado mental que lo agobió en su viaje, y que convirtió en el tono característico que más allá del dilema de la trama hizo de el Poder y la Gloria, una novela excepcional.

El tiempo nos oculta la importancia que tuvo en su momento la novela, baste decir que precede a El Evangelio según Jesucristo de Saramago en la humanización de la pasión de Cristo, motivo por el cual  fue prohibida por el vaticano; y ahora podemos señalar que también precedió a la revelación de un texto de un manuscrito del Mar Negro que en la traducción que nos presenta Eliane Abéccassis nos dice que Judas no sólo era necesario, sino que complotó con el propio Cristo en un plan de los esenios para hacer que se manifestara físicamente Dios sobre la tierra.[6]






el trópico como inmanencia.

“Los infiernos (…) son zonas pantanosas, zonas en las que hay ciudades que parecen destruidas por incendios; pero ahí los réprobos se sienten felices. Se sienten felices a su modo, es decir, están llenos de odio y no hay un monarca de ese reino; continuamente están conspirando unos contra otros. Es un mundo de baja política, de conspiración. Eso es el infierno.”

Jorge Luis Borges cit post Imre Kertész (Yo, el Otro. Acantilado, Barcelona, 2002, p.55)



Greene  acude a México para presenciar una lucha diáfana entre dos poderes e ideologías, la religión contra el Estado. Declarará luego que no va a la guerra civil española porque justamente no logra ver esa claridad. Sin embargo, justamente, tampoco la encontrará en México. Al contrario, su hallazgo fue una resistencia difusa en el paisaje que es más poderosa que las voluntades de los actores, e incluso no encontrará voluntades claramente definidas, no encontrará actores políticos ni religiosos consecuentes, y ésta confusión sólo la podrá conjurar escribiendo una novela donde reordena los elementos caóticos que describe en la crónica. En la novela quiere presentar la lucha entre dos órdenes distintos: la religión y el poder político, calificando éste último como una falta de orden (por eso Caminos sin Ley debería traducirse Caminos sin Orden). Sin embargo, aunque lo olvide en sus entrevistas de los años 70, en realidad termina presentando una fuerza mayor que es una especie de inercia dispersa pero omnipresente que encarna en personajes opacos, inconscientes y sin vida interior que en realidad determinan la trama. Esta fuerza se identifica claramente como el paisaje, y sobre todo con el clima. Estos personajes no llegan a destacarse de la trama de fondo que, sin embargo, es la determinante. E incluso llega a definirse en un momento dado como el mero calor, tomando la idea de una afirmación de un dentista con el que viajó en el Grijalva de Frontera a Villahermosa: “La gente aquí no se preocupa de la religión, hace demasiado calor”.

Greene explica que su conversión se dio por la fuerza de la idea del infierno, pero su infierno no es el dantesco de las torturas y los fuegos sino el del vacío y la inanidad moral que ya venía denunciando en sus primeras novelas sobre el submundo gangsteril inglés; sin embargo, no dejará de afirmar “que para saber que tan caliente podría ser el mundo tuvo que esperar a llegar a Villahermosa”. Y Caminos sin Ley se organiza justamente como un descenso a los infiernos que es al mismo tiempo trayectoria física Conradiana al corazón geográfico: “El calor aumentaba no sólo a medida que el día avanzaba, sino a medida que el barco se introducía hacia el interior de Tabasco” donde “uno sentía que se acercaba al centro de algo, aunque sólo fuera el centro de la obscuridad y el abandono”. Leído así, su pesado trayecto sobre mula a través de Chiapas resulta ser el purgatorio, y el regreso al mundo es llegar a Puebla, ciudad que por su abundancia de iglesias y fieles, califica como la única decente de México.

El panfletarismo de Caminos sin Ley es tan profundo que también es un panfletarismo literario. Sin asomo de vergüenza plagia profusamente a Conrad para darle un tono africano al trópico mexicano, roba el sentido de asco y las definiciones políticas de su amigo Evelyn Waugh de Robo al Amparo de la Ley, y copia tono y estilo del primer espía inglés en México, Thomas Gage, aventurero del siglo XVII que aportó sólidas bases para iniciar la “Leyenda Negra Española”, para construir frases efectistas que no duda en espetar a cada ciudad o personaje mexicano, respetando sólo, curiosamente, a aquellos con los que por su origen extranjero o su buen dominio del inglés podían ser plenamente comprendidos por Greene. Al final de su vida Greene seguirá teniendo problemas para justificar como sus apreciaciones estuvieron siempre distorsionadas por el afecto de sus anfitriones, y así podía apoyar causas contrarias en diferentes el país.

Al mismo tiempo tenemos que advertir que el morbo que parece llevar a Greene a buscar lo peor de las ciudades y sociedades mexicanas, no es parte del panfletarismo, es algo presente e intrínseco a su obra, justamente lo peor de la sociedad inglesa, su lado violento y burdo es el tema de obras juveniles como Una pistola en Renta, Campo de Batalla, y sobre todo en su novela anterior Brighton Rock. Giovanni Papini diría: “Greene como algunos otros escritores católicos parecen atraídos y fascinados por todo lo más vicioso y odioso que existe en las criaturas de ésta época”[7].

Escrito con un eficaz estilo periodístico-cinematográfico (Greene era ya crítico de cine en el Spectator) el panfleto es un discurso tan planificado para lograr impacto que nos presenta un narrador más delicado y neurasténico que el de Journey without Maps, donde describe su viaje a Liberia. Tenemos aquí un inglés definitivamente doméstico, incluso haciendo guiños sobre el provincialismo chovinista al comentar las novelas melodramáticas de Trollope con las que acompaña su viaje; al mismo tiempo que le sirve para mencionar al obispo responsable de su conversión al catolicismo que tiene el mismo apellido. Es decir, no es un simple diario, sino un discurso construido con una plena conciencia efectista buscando la identificación con un lector mojigato y pacato; pero al mismo tiempo es un discurso en varios planos, donde también está la profunda crisis del propio Greene –clínicamente clasificado como neurasténico y maniaco depresivo-, y en una irónica torsión, una crítica de la comodidad del propio creyente doméstico inglés a quien quiere, al mismo tiempo, impresionar con la persecución religiosa y avergonzar tiempo con la persistencia de los creyentes mexicanos.

Greene construye el poder y la gloria a partir de la evidente similitud entre la pasión de Jesucristo y la situación del cura que se encuentra en un momento dado como único representante de la religión en el estado, “sus cartas” –explica en la crónica- “registraban un feo sentido de impotencia –el vivir en constante peligro y sin embargo ser capaz de hacer tan poco, difícilmente valía el horror” . Para que la tragedia sea real inventa que lo fusilan como a los mártires cristeros cuando en realidad simplemente escapó. Reproduce fielmente los descalificativos que los creyentes tabasqueños usan contra él por ser alcohólico, y de ahí inventa que el padre tiene conflicto de consciencia por saberse lejano de la altura de su misión impuesta por la casualidad de haberse quedado sólo en la entidad. Luego los intentos de fuga serán ilustrados por la propia experiencia, personajes y paisajes del viaje de Greene en mula de Salto de Agua a Palenque, Yajalón y San Cristobal. Aunque describe perfectamente a Frontera y Villahermosa, en la novela son el Puerto y la Capital y jamás se menciona la palabra Tabasco, aunque sí Chiapas. Para acentuar la ficción de su escenario pone a Chiapas al norte y el mar al Sur, es decir, pone a Tabasco de cabeza.

El mismo Greene dice que quiso hacer una novela simbólica al estilo del siglo XVIII con personajes que representan ideales y cuya actitud no cambia a lo largo de la trama: el cura y el teniente (ver El Otro y su Doble, p.170). Pero en realidad hizo algo más complejo. Armó un escenario donde conviven personajes simbólicos[8] con otros que son más bien alegóricos y que funcionan como agentes de la inmanencia; y  agregó un pequeño grupo extra que son personas reales que conoció Greene en Yajalón: el maestro rural y los finqueros alemanes.

Los personajes simbólicos representan fuerzas o ideas y tienen de alguna manera “un jefe” al que rendir cuentas, que no se manifiestan explícitamente ni asumen responsabilidades (de esta manera Dios y el Gobernador quedan al mismo nivel) y son personajes capaces de tener iniciativa y cambiar las situaciones, representan tanto ideas como vicios y grupos sociales. Son: el teniente, el cura borracho, el cura casado, el mestizo ratero que funciona como judas, el gringo dueño de una plantación, el dentista americano de Frontera, la beata encarcelada, la familia católica de Villahermosa y el jefe de policía. Los personajes alegóricos no tienen un sentido detrás de su acción y sólo obstaculizan irracionalmente el actuar de los otros personajes con actitudes irritantes o a veces sin sentido que no muestran tampoco asomos de subjetividad propia y lo mismo pueden ser personas que animales. Son los tiburones de Frontera, los zopilotes del puerto y la capital, la esposa del sacerdote José, la amante del sacerdote borracho, el mendigo que sabe donde conseguir trago, la madre del niño asesinado, el niño de la mujer que agoniza en el Puerto,  la hija del sacerdote, la hija del gringo y la perra abandonada en la plantación. En la trama estos últimos personajes terminan determinando los acontecimientos desde su posición marginal. De hecho Greene los resalta cuando introduce una escena que tiene poco sentido para el suspenso de la trama, pero que resalta el sentido alegórico. Se trata cuando el cura pelea por un hueso con la perra abandonada en la plantación americana. Ilustra la humillación final del cura, pero es muy explícita en señalar como en el forcejeo la perra en realidad resiste sin oponer resistencia, sin consciencia ni fuerzas ni voluntad de oponer resistencia. Es un resumen de todas las situaciones en las que la huída se ve obstruída sin represión ni barreras, sino por la incapacidad de huir al reclamo de estos seres.

Llama la atención que la mayoría de estos personajes son mujeres que bloquean a los hombres el cumplir con sus obligaciones: la castidad del cura borracho y el dar confesión al otro; y que los humillan y hunden en la vergüenza. Y por el otro lado son niñas en quienes Greene abiertamente fija la manifestación de pulsiones sexuales que inquietan y cuestionan a los personajes. Es curioso como las niñas no aparecen como encarnación de la ingenuidad sino todo lo contrario.

Hay una relación muy clara entre esta caracterización de los personajes y la impresión de Greene de personas reales en la crónica. En Caminos sin Ley Greene divide a la gente en tres tipos: aquellos que luchan y con los que puede discutir, que tienen interioridad pero no integridad (a diferencia de los de la novela); aquellos que no tienen interioridad y que son incomprensibles en sus acciones irracionales; y aquellos que tienen interioridad, sentido y consciencia, que curiosamente son los que hablan inglés o funcionan como sus anfitriones (por eso salva a un maestro rural). Además en la crónica, nunca deja de anotar Greene como lo perturba la sensualidad de las jóvenes mexicanas, incluídas –por supuesto- las tabasqueñas señoritas Greene. Y finalmente, lo más importante, Greene nunca se da cuenta de que la desconfianza de la gente hacia él (“the city feels like a criminal plotting”), la falta de solidaridad hacia él, el desinterés del resto de la gente, se deben a que es un extranjero, y sobre todo a que es un inglés en pleno momento de expropiación de las empresas petroleras inglesas (Waughn declarará que toda plática con mexicanos pasaba forzosamente por la pregunta sobre las posibles acciones del gobierno inglés). Greene generaliza ésta actitud a todos los mexicanos, es el estado mental con que resume a México,  y convierte esto en el “Tabasco” de su novela.

Leída así la novela, entonces, por sobre el combate de ideologías en el que tiene centrada su atención el siglo XX, tenemos el triunfo de algo peor que el enemigo ideológico: la obscura inmanencia. Greene, al definir el desorden nunca logra separar entre la inmanencia y la ideología atea estatal; pero en la novela hace evidente cómo ésta se opone también al teniente. La novela es el triunfo de la inmanencia frente a la cual Greene declara en la Plaza de Armas verse absorbido como los otros Grahams y Greenes tabasqueños. Y es en el reconocimiento de esta inmanencia que silenciosamente se le resiste a los poderes humanos, religiosos y políticos, en donde Greene logra descubrir el secreto de Tabasco que no encuentran los pensadores tabasqueños obnubilados por sus pasiones políticas o sus optimismos y desencantos civilistas.




Bibliografía

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Balzac, Honoré. 1972. Catalina de Medici. Obras Completas Tomo IV. Aguilar. Madrid.

Buzzati, Dino. 1998. Esperando a los Tártaros. CNCA. México.

Foucault, Michel. 1993. La Genealogía del Racismo. Ed. Caronte.

Gage, Thomas. 1994. Nuevo Reconocimiento de las Indias Occidentales. CNCA. México.

Greene, Graham.1979. The Power and the Glory. Ed. Penguin. London.

--------------------.1980. Journey Without Maps. Ed. Penguin. London.

--------------------.1983. El Otro y su Doble. Emecé. Buenos Aires.

--------------------.1983. It’s a Battlefield. Ed. Penguin. London.

--------------------1985. The Lawless Roads. Ed. Penguin. London.

---------------------1985. El General. Fondo de Cultura Económica. México.

--------------------1986. La Infancia Perdida y Otros Ensayos. Ed. Seix Barral. México.

--------------------.1986. A Sort Of Life. Ed. Penguin. London.

--------------------1987. Ways of Escape. Ed. Penguin, London.

--------------------1987. Brighton Parque de Atracciones. Ed. Caralt. Barcelona.

Jankélevitch, Vladimir. 1983. La Mala Consciencia. Fondo de Cultura Económica. México.

Le Carré, John. 1994. El Espejo de los Espias. Bruguera. Barcelona.

Magdaleno, Mauricio. 1979. Escritores Extranjeros en la Revolución. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana.



Maltby, William S. 1982. La Leyenda Negra en Inglaterra. Fondo de Cultura Económica. México.



Sánchez Mármol, Manuel. 1991. Antón Pérez. Instituto de Cultura de Tabasco.

Saramago, José. 2000. El Evangelio Según Jesucristo. Punto de Lectura. México.

Waugh, Evelyn.1996. Robo al Amparo de la Ley. CNCA. México.





[1] correo electrónico: rui@servidor.unam.mx
[2] Jankélevitch, Vladimir. La Mala Consciencia. Fondo de Cultura Económica. 1983.
[3] Kafka y Buzzati demostrarán la otra parte de la vida en el tiempo de las ideologías: las de quienes viven lejos de la frontera en el corazón administrativo o en las fronteras pacíficas de este sistema organizado bajo la necesidad del mantenimiento de orden de guerra permanente que describirá George Orwell.
[4] Ver El Otro y su Doble, emecé, 1983.
[5] Foucault, Michel. La Genealogía del Racismo. Ed. Caronte, 1993.
[6] Ver los apéndices que acompañan a la novela histórica Qumrán de Eliane Abecassis, ediciones de bolsillo, 1999.
[7] Citado por Marie-Francoise Allain en El Otro y su Doble.
[8] Aunque normalmente se usan como sinónimos simbolizar y alegoría y así se definen en varios diccionarios, para diferenciar el papel de tales personajes los uso como dos formas diferentes de representación. El símbolo siempre es más identificable con la idea de representación elaborada que es forma de acceso a poderes o fuerzas no presentes; y la alegoría, sobre todo por su uso por los ilustradores dieciochescos e intelectuales iluministas, nos evoca mera ilustración sobre hechos naturales sin profundidad. La clasificación la establezco por el grado de elaboración del personaje por parte de Greene, que depende siempre del grado de vida interna que les adjudica.

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