DE LA CRÓNICA A LA NOVELA: LA
INVENCIÓN DEL TRÓPICO COMO ESTADO DE ÁNIMO EN LA OBRA MEXICANA DE GRAHAM GREENE.
Rodolfo
Uribe Iniesta.
Programa
Estudios de lo Imaginario.
Centro
Regional de Investigaciones
Multidisciplinarias-UNAM.[1]
“la ficción es una de las
necesidades primordiales de la naturaleza humana, y alguien tenía que ponerse a
edificar de nuevo en aquel mundo vacío”.
Graham Greene, La Infancia Perdida y Otros Ensayos.
introducción.
El
autor inglés Graham Greene es uno de los más representativos del siglo de las
ideologías, es decir, del siglo XX. Las ideologías en el siglo que se aleja se
convirtieron en medida del hombre y guía de la sociedad. Fue por eso que
también en este siglo floreció el existencialismo como la voz del hombre
viviente a pesar y/o gracias a esos grandes
constructos abstractos que amenazan con aplastarlo o encumbrarlo (que es
otra forma de aislarlo y destruirlo). Es curioso como los finales de la
historia y las ideologías anunciados en su momento durante este siglo tanto por
el nazismo, el comunismo, como por el neoliberalismo de los años 90 se da por la
supresión de la diversidad de ideologías y no por la superación de las mismas
como guía total de la vida humana. En su momento y lugar, o ahora autodefinida
como global, una sola visión ocupa todo el campo de pensamiento haciendo
imposible otra concepción y a eso le llamamos el fin de las ideologías; y no a
la concreción de una vida intelectual, motivacional y política basada en
ideales de diferente nivel. Como expondrá Greene a lo largo de su obra, las
ideologías, cualesquiera que sean éstas, son lo contrario a la ética; el
llamado fin de las ideologías que vivimos, no es la de su derrota por la ética,
sino el simple triunfo de una de ellas, y al desaparecer la diversidad,
desaparece el conflicto como espacio que nos permitía ponerlas en juicio y
contrastarlas contra principios éticos que en paquete son descalificados al
considerarlos como “ideas premodernas”. Además, como es visible también en las
obras de Greene las ideologías no son capaces de abarcar la totalidad de la
vida de ningún individuo, por lo que su triunfo a nivel individual ha venido a
significar la extirpación o cuando menos autoenmascaramiento o inconsciencia de
importantes dimensiones de la vida humana.
Minusvalorado por escribir dentro de un género
calificado por la academia como mero entretenimiento: novelas de espías; el
tema principal a lo largo de 60 años de producción literaria de Greene fue el
de la inconmensurabilidad del individuo frente a los retos que le imponían los
compromisos ético-ideológicos, fueran estos políticos o religiosos. Es una
problemática que él llama de lealtades divididas: el dilema entre cumplir con la ética
religiosa y los compromisos afectivos e íntimos, o con los principios políticos
o profesionales. Se vive con la imposibilidad de cumplir con ambas dimensiones
que desgarran al individuo, y esta incapacidad es vista como una deslealtad.
Sin embargo
en varias de sus novelas va más allá del simple planteamiento de las
deslealtades como juego de opciones,
apuntando a dimensiones más trascendentales que se desarrollan en el
sufrimiento interior de la consciencia de sus personajes frente a sus situaciones. Esta consciencia, que es el
punto de perspectiva de su narrativa,
como define el filósofo polaco Jankelévich [2]
a toda consciencia, sólo puede ser “mala consciencia”. Es decir, claridad de
los límites y las imposibilidades
propias. Al mismo tiempo –en sentido contrario- toda su obra literaria es una
acusación contra aquellos seres que carecen de esta dimensión interior, y que, curiosamente, por motivos diferentes
en distintos momentos, pueden ser los mexicanos y los estadounidenses. Seres
que caracteriza por una especie de infantilismo monstruoso.
Las
situaciones en su obra serán aquellas
condiciones de cotidianeidad determinadas en los lugares claves de choque de
los grandes conflictos ideológicos del siglo: Europa y México en los 30, África
y Vietnam en los 50, Cuba y Sudáfrica en los 60, Haití, Centroamérica y
Argentina en los 70, etc. La mala consciencia consistirá básicamente en darse
cuenta de la imposibilidad del individuo para dar la talla que exigen los
ideales históricos, y al mismo tiempo, como consecuencia de ello, develar su
naturaleza inhumana. Este es el fondo que aparece siempre detrás de las
complejidades de los seres más comprometidos, que lo mismo son los espías de la
guerra fría que los misioneros religiosos en un leprosario africano, es decir,
todo aquel que se ocupa de materializar las ideas en el mundo. Estos, según
Greene, serán los seres que más desarrollarán-sufrirán la consciencia de la
inconsecuencia humana y la intrínseca debilidad del ser ante la vida,
presentada casi siempre como el abismo entre la fe y los discursos y relatos
llámense religión o Estado. Pero al mismo tiempo le queda claro a Greene que
esta consciencia sólo puede ser producto de la imposibilidad de actuar; cuando
la acción se da intensamente, como le sucede a los misioneros de los
leprosarios de Sierra Leona, éstos resultan culpables de no tenerla, no tienen
tiempo de desarrollarla al revés que el funcionario colonial cuya acción se ve
obstruída. Por eso, describe al mundo cotidiano como un Campo de Batalla, en el cual, como en toda guerra, la mayor parte del tiempo se ocupa en
prepararse y esperar entrar al combate. Y este cuando ocurre -si no se quedan
esperando al enemigo como los personajes de
Dino Buzzati (Esperando a los
Bárbaros)- es corto, intenso y fatal[3].
Greene nos va a resaltar también una dimensión más importante, contemporánea y
cotidiana de la guerra de ideologías: la de los servicios de inteligencia, donde
no basta con el sacrificio físico del soldado, sino que es necesario el
concurso y desarrollo de todas las capacidades intelectuales, la conformación
de la vida entera y la personalidad de acuerdo con los fines a perseguir y la
renuncia a todo reconocimiento social a su labor. Por eso para John Le Carré el
buen espía se logra sólo cuando está totalmente construido por el Estado dado
que ante todo es el hombre del Estado (ver El
Espejo de los Espías), y quizá por eso en la transición al momento político
actual los líderes de los servicios de inteligencia de las dos superpotencias
asumieron directamente el liderazgo estatal:
Yuri Andropov y George Bush. Sin embargo, esta cosmología propia de
Greene de choque de ideologías se va a ver ampliada cuando encuentra en México
elementos que le resultarán chocantes e incomprensibles.
La vida de
los personajes de Greene será siempre el debate entre la “misión” y la
existencia. Sus personajes podrán ser ante la fe, inconscientes (como los
protestantes), rebeldes (los mexicanos) o creyentes (católicos y comunistas),
pero nunca podrán estar a su altura. En el caso de el Poder y la Gloria estamos ante un ser comprometido por la simple
fuerza de las circunstancias, no por una decisión, ni siquiera por fe, sino por
una fuerza superior a la fe, que Greene vislumbra por primera vez en México.
Greene encontrará la más admirable fe en los indígenas mexicanos –Caminos sin Ley termina comparando la penitencia de los
indígenas mexicanos con la cómoda práctica religiosa de los obreros ingleses-,
pero los va a marginar como actores de su novela, no se destacan de ese
trasfondo de poder inasible y mayor que domina a sus personajes, son sólo parte
de éste.
Sólo podemos entender a Greene como un autor político, pero aunque va a intervenir
en múltiples conflictos, sea como miembro de los servicios especiales ingleses
en la segunda guerra mundial y luego como periodista interesado y más tarde
directamente como colaborador de Torrijos y los Sandinistas; su perspectiva
política está determinada por una posición ética de un particular cristianismo
dentro de su catolicismo, que por una
identificación con partidos o ideologías. Aún cuando en sus textos
autobiográficos y en las entrevistas no parece querer conceder demasiada
importancia a su experiencia mexicana -a pesar de declarar que si se identifica
con alguno de sus personajes es con el cura borracho- la crónica Caminos sin Ley y la novela el Poder y la Gloria, nos presentan ya los elementos y circunstancias de los
conflictos propios y las problemáticas dominantes que determinarán tanto su
obra literaria como su posición y actividad política, con sus cualidades y sus
defectos. Llama la atención que a pesar del cambio de actitud que a lo largo de
su vida tendrá frente al colonialismo y al imperialismo desde los años 30 a los
60, mantiene su disgusto contra México, y en los 70 califica a la revolución
mexicana como “falsa”, y usa como ejemplo el caso Durazo para justificar su
juicio negativo. En todo caso sigue al mismo tiempo reconociendo la
inferioridad de su propia fe y la de los europeos frente a la religiosidad
indígena.[4] El hecho es que aparentemente en México topó con algo que lo tocó
profundamente, algo que lo incomodó o disgustó profundamente, algo que asoció
con sus dilemas más íntimos como acepta en la introducción a Caminos sin Ley; y que como en todo
viaje iniciático que se respete, lo llevó de retorno a su circunstancia.
La lectura y estudio de la obra mexicana de Greene tiene
otra pertinencia diferente al papel que guarda dentro de su obra y vida.
Podemos verlo con el interés que podemos tener de la lectura que hace “el otro”
de nuestro país. A los mexicanos la lectura de el Poder y la Gloria difícilmente nos deja indiferentes. Produce
emociones encontradas. Por una parte se siente un inmediato rechazo violento a
cierto tipo de ideología profundamente conservadora, e incluso a una posición
agresiva contra “lo mexicano” tal como lo expone el texto –sentimientos que se
amplifican y se explican mejor cuando se lee la crónica Caminos sin Ley-; y por otra parte, en la novela, no en la crónica,
hay una sensación de que en esa visión violenta y negativa uno siente mejor y
de manera más profunda –incluso con la misma seducción- lo que es la
experiencia de vida en ese paisaje tropical específico que es Tabasco. La obra
mexicana de Greene plantea la cuestión de cómo la literatura logra penetrar la
realidad y al mismo tiempo mantener los valores negativos del prejuicio, que
sin embargo, con el tiempo y la vida y fuerza propia de la novela, se ven
diluidos. Además, el contar con la crónica de la experiencia real sobre la
experiencia que le dará a Greene el material básico, permite no sólo
reconstruir la trama del proceso creativo, sino también darse cuenta como la
obra estrictamente de ficción, la novela –confrontada con la obra descriptiva,
la crónica- constituye una más profunda y
adecuada manera de aprender, recuperar, explicar y comunicar la
realidad, al generar un tipo ideal más puro de la situación. La crónica nos
expone la experiencia de la angustia y sus fuentes y la novela es la manera de
conjurar y expiar esa angustia organizándola en un conflicto con parámetros
perfectamente identificables y asibles, una utopía sin ilusiones. La novela se
vuelve, mediante la reinvención de ese universo, una forma indirecta de
comprensión y apropiación de la realidad vivida. Comparando los dos textos
podemos decir que pasamos de un caos de incómodos detalles a un orden de
potencias en conflicto. Greene es consciente de que realiza esta operación, de que
usa la novela como manera de superar su angustia existencial, nos dice en su
texto autobiográfico A Sort of Life:
“la motivación para registrar estos extractos del pasado son los mismos que me
hicieron novelista: un deseo de reducir el caos de la experiencia a una suerte
de orden, y un hambrienta curiosidad”.
Los actores inconscientes e incongruentes
descritos en la crónica, seres incapaces de sostener los papeles dramáticos de
su tragedia cotidiana, se convierten en personajes atravesados por potencias mayores
ante las cuales viven sus papeles con una agonía llena de perplejidad. Y al
mismo tiempo, ante su inescapable situación viven con una fatalidad que Greene
relaciona con lo que el define como trópico:
la monotonía de los ríos, la sensación del tiempo detenido bajo el
imperio del calor en las largas noches donde se mezclan lo real y lo irreal, lo
exterior y lo interior (“en este calor
enceguecedor y este aire bullicioso de mosquitos no hay vía de escape para
nadie”); generando un ambiente donde “las
condiciones generales de la vida (la
indefinición, la impunidad, la incongruencia, la deshonestidad y la
indiferencia) provocan la permanente
sospecha”; “sentir cualquier emoción, aunque sea el miedo es un alivio”; y se
vive un abandono tal que “un poco de
dolor adicional difícilmente se notaría”.
Sus habitantes, según Greene, parecen “ser llevados como niños en un coche a través de grandes espacios sin
conocimiento de su destino”. Estos son los elementos con los que construye
un clima homogéneo que le da tono y fuerza a la novela.
Por
muy panfletaria que pueda ser la obra mexicana de Greene, para los mexicanos no
deja de ser una lectura perturbadora. Para todo aquel ateo mestizo mexicano
–tres palabras que en Caminos sin Ley Greene
marca como lo más negativo de la especie humana- nacido bajo el régimen y la
cultura de la Revolución mexicana, es decir, bajo los principios de la
laicización progresiva, la lectura de el
Poder y la Gloria, supone un golpe
ideológico porque no es fácil entender una cierta ideología de martirilogio
metahistórico que viene dado ya por la prefijación de unos valores ideológicos
que sólo se explican mediante lo que Foucault[5]
llamó “la contrahistoria” y que brillantemente expone Balzac en su biografía
novelada de Catalina de Médici; y la Leyenda Negra Española cultivada en la
literatura inglesa desde tiempos isabelinos. Parece ser la exaltación de todo
aquello de lo que los mexicanos quisiéramos superar.
Pero,
por otra parte, sin embargo, no puede uno menos que empatizar con y admirar el
tema que desde esta novela va a trabajar Greene en su obra. Y además es
imposible abstraerse de la eficacia de la narrativa efectista de Greene que a
partir de los elementos claves de la construcción del discurso/ámbito del
“exotismo-tropicalismo” (en el mismo sentido que Said habla de Orientalismo)
nos lleva a la aventura frente al otro. Aquí nuevamente para un mexicano se
plantea un problema, porque ese otro y esa otredad es la “nostredad”. Pero es
una “nostredad” que pocas veces se problematiza. A quien es tabasqueño por
necesidad, o sea nacimiento, y sobre todo a quien lo es por masoquismo, es
decir por placer y gusto, no deja de fascinarle como esta novela en sus duras
descripciones, más que en la crónica, nos da la sensación de decir más sobre un
paisaje humano-natural específico y entrañable que toda la amplia y buena
literatura propia, es decir, por provocar, que se encuentra más a Tabasco en
Greene que en Sánchez Mármol, Zentella, Iduarte, González Calzada, De la Flor,
Mora, Gorostiza, Pellicer o Becerra. Se lo explica uno mejor, lo entiende uno
mejor. En parte esto se debe porque curiosamente los intelectuales locales no
quisieron describir mucho a su estado, sobre todo los literatos; y cuando lo
hacen casi siempre fue en momentos de derrota y exilio impulsados por
resentimientos partidistas de las pugnas locales. Sin embargo asombra como
existen algunas analogías que vale la pena mencionar: el hecho, por
ejemplo, de que Sánchez Mármol al
escribir su única novela sobre Tabasco, Antón
Pérez, escoge como protagonista a un traidor con una personalidad y
acciones no muy desemejantes a las del judas de Greene; es decir, que utiliza
todo su talento para tratar de entender no a un personaje positivo, sino a uno
negativo.
Pero
hay aquí también una problemática que relevar, ponerle atención a que la
posible doble recepción aceptación-rechazo que puede tener nuestra lectura
viene dada también por una problemática que está en el meollo del conflicto que
Greene viene a reportar en 1938 y que por supuesto sigue vigente. Por llamarlo
de alguna manera, el de la criollidad y los posibles mestizajes. Es decir, es
fácil adoptar partido total por Greene sintiéndose por encima de los elementos
negativos que resalta, como estarían según sus descripciones los pilotos de
aviones y las familias criollas como los Kirkpatrick tabasqueños; o rechazarlo
totalmente sintiéndose ofendido por señalarnos tantos puntos negros.
En esta exposición lo importante es como un autor
totalmente prejuiciado negativamente de una manera tan evidente va a poder
describir con tanta eficacia y profundidad un paisaje natural y humano; y al
mismo tiempo va a poder trascender al grado de confesarse tan cercano, tan
igual, que va termina sintiendo el vértigo de la posible absorción en el
paisaje –su particular “horror” Conradiano en ese momento- por la maravillosa
coincidencia de que su nombre y su apellido fueran bastante comunes en Tabasco.
Al decir su nombre al jefe de policía este exclama: “Ha llegado usted a su casa, porque en Villahermosa quien no se llama
Greene, se llama Graham”. En el peor momento de su pesadilla diurna se ve
reflejado en los Greenes absorbidos por el trópico, y se hunde en el vértigo de
la identificación. Ese otro acusado por la obra, resultaba ser demasiado
próximo, no es el aborigen polinesio, el negro africano, ni el indio americano.
Su otro acusado son los propios criollos a pesar de que la obra estigmatiza
consistentemente al halfcaste, el mestizo, a quien en la ficción finalmente
asigna el papel de judas y a quien ideológicamente siempre le aplica los
prejuicios racistas en la crónica:
“Nadie, al
ver al Dr. Fitzpatrick, a este hombre bajo, de barba grisácea y mal afeitada,
movimientos rápidos y latinos, y anteojos de acero, lo hubiera tomado por un británico. Había sido absorbido
casi tan completamente como los Greene y los Graham, y había en esto algo más
bien espantoso y premonitor...para un Greene todavía no absorbido. El tiempo
pasa tan lentamente; unos cuantos días eran como un mes en mi país. La señorita
Greene daba vueltas a la plaza en el paseo del anochecer; y uno se sentía
perseguido por ciertas fantasías, como si el destino intentara apresar en sus
tentáculos de pulpo a otro Greene...”
El
como el arte y la honestidad pueden lograr esta magia que lleva del prejuicio
al juicio profundo -aquel que interioriza el problema y donde el juez entra
también en juicio- nos es transparentes en Greene gracias a que convierte la crónica política que le pagan por
escribir, en un diario de angustias y problemáticas existenciales propias que
resolverá escribiendo la novela. Caminos
sin Ley nos lleva por el transcurso del proceso de los dilemas del
individuo-persona proyectados sobre el paisaje, y gracias a la honestidad del
autor, se aclara tanto el paisaje como el individuo al ponerse en juego a sí
mismo. Y así, de comenzar siendo un neurótico inglés al estilo de su amigo
íntimo Evelyn Waugh, que también visita a México por aquella época, un ser
totalmente opuesto al otro contemporáneo y coetáneo D.H. Lawrence que viene a buscar
la metafísica, termina más bien –al menos literariamente y luego de un
surmenage tropical en su cuarto del hotel y la plaza de armas de Villahermosa frente a la aparición de la
inamarccesible belleza de las tabasqueñas señoritas Greene-; casi como en el
viaje interior final del cónsul Firmin en Quaunáhuac. Sin tener que hundirse en
el lado obscuro y las cantinas, como si le toca a su antípoda político, Malcolm
Lowry. Es muy curioso como a fines de los 30
estos 3 ingleses encuentran sus conflictos interiores, sus cosmologías y
sus creencias esotéricas tan diferentes totalmente convertidas en paisaje y
vida consciente, sus mundos interiores se vieron transferidos y resueltos en la
exotería mexicana (Waugh, otro converso católico al igual que Greene, se anula
totalmente como narrador para escribir un panfleto político compacto que
compendia con más dureza el mismo paquete ideológico sobre México en Robo al Amparo de la Ley).
Es plausible entonces que no se equivocara
Greene del todo con la cosmología que propone al inicio de Caminos sin Orden:
hay lugares del mundo donde la paz no es posible y las fuerzas del orden y del
desorden combaten permanentemente, y uno de ellos es México, o lo era en la
década de los 30 del siglo pasado. De ese mundo interior proyectado sobre el
paisaje destaca la inmanencia que se le resiste a Greene, como el máximo temor
interior encarnado en un clima que define como un estado mental que lo agobió
en su viaje, y que convirtió en el tono característico que más allá del dilema
de la trama hizo de el Poder y la Gloria,
una novela excepcional.
El
tiempo nos oculta la importancia que tuvo en su momento la novela, baste decir
que precede a El Evangelio según
Jesucristo de Saramago en la humanización de la pasión de Cristo, motivo
por el cual fue prohibida por el
vaticano; y ahora podemos señalar que también precedió a la revelación de un
texto de un manuscrito del Mar Negro que en la traducción que nos presenta
Eliane Abéccassis nos dice que Judas no sólo era necesario, sino que complotó
con el propio Cristo en un plan de los esenios para hacer que se manifestara
físicamente Dios sobre la tierra.[6]
el trópico como inmanencia.
“Los infiernos (…) son zonas
pantanosas, zonas en las que hay ciudades que parecen destruidas por incendios;
pero ahí los réprobos se sienten felices. Se sienten felices a su modo, es
decir, están llenos de odio y no hay un monarca de ese reino; continuamente
están conspirando unos contra otros. Es un mundo de baja política, de
conspiración. Eso es el infierno.”
Jorge Luis Borges cit
post Imre Kertész (Yo, el Otro. Acantilado, Barcelona, 2002, p.55)
Greene acude a México para presenciar una lucha
diáfana entre dos poderes e ideologías, la religión contra el Estado. Declarará
luego que no va a la guerra civil española porque justamente no logra ver esa
claridad. Sin embargo, justamente, tampoco la encontrará en México. Al
contrario, su hallazgo fue una resistencia difusa en el paisaje que es más
poderosa que las voluntades de los actores, e incluso no encontrará voluntades
claramente definidas, no encontrará actores políticos ni religiosos
consecuentes, y ésta confusión sólo la podrá conjurar escribiendo una novela
donde reordena los elementos caóticos que describe en la crónica. En la novela
quiere presentar la lucha entre dos órdenes distintos: la religión y el poder
político, calificando éste último como una falta de orden (por eso Caminos sin Ley debería traducirse Caminos sin Orden). Sin embargo, aunque
lo olvide en sus entrevistas de los años 70, en realidad termina presentando
una fuerza mayor que es una especie de inercia dispersa pero omnipresente que
encarna en personajes opacos, inconscientes y sin vida interior que en realidad
determinan la trama. Esta fuerza se identifica claramente como el paisaje, y
sobre todo con el clima. Estos personajes no llegan a destacarse de la trama de
fondo que, sin embargo, es la determinante. E incluso llega a definirse en un
momento dado como el mero calor, tomando la idea de una afirmación de un
dentista con el que viajó en el Grijalva de Frontera a Villahermosa: “La gente aquí no se preocupa de la
religión, hace demasiado calor”.
Greene
explica que su conversión se dio por la fuerza de la idea del infierno, pero su
infierno no es el dantesco de las torturas y los fuegos sino el del vacío y la
inanidad moral que ya venía denunciando en sus primeras novelas sobre el
submundo gangsteril inglés; sin embargo, no dejará de afirmar “que para saber que tan caliente podría ser
el mundo tuvo que esperar a llegar a Villahermosa”. Y Caminos sin Ley se organiza justamente como un descenso a los
infiernos que es al mismo tiempo trayectoria física Conradiana al corazón
geográfico: “El calor aumentaba no sólo a
medida que el día avanzaba, sino a medida que el barco se introducía hacia el
interior de Tabasco” donde “uno
sentía que se acercaba al centro de algo, aunque sólo fuera el centro de la
obscuridad y el abandono”. Leído así, su pesado trayecto sobre mula a
través de Chiapas resulta ser el purgatorio, y el regreso al mundo es llegar a
Puebla, ciudad que por su abundancia de iglesias y fieles, califica como la
única decente de México.
El
panfletarismo de Caminos sin Ley es
tan profundo que también es un panfletarismo literario. Sin asomo de vergüenza
plagia profusamente a Conrad para darle un tono africano al trópico mexicano,
roba el sentido de asco y las definiciones políticas de su amigo Evelyn Waugh
de Robo al Amparo de la Ley, y copia
tono y estilo del primer espía inglés en México, Thomas Gage, aventurero del
siglo XVII que aportó sólidas bases para iniciar la “Leyenda Negra Española”,
para construir frases efectistas que no duda en espetar a cada ciudad o
personaje mexicano, respetando sólo, curiosamente, a aquellos con los que por
su origen extranjero o su buen dominio del inglés podían ser plenamente
comprendidos por Greene. Al final de su vida Greene seguirá teniendo problemas
para justificar como sus apreciaciones estuvieron siempre distorsionadas por el
afecto de sus anfitriones, y así podía apoyar causas contrarias en diferentes el
país.
Al
mismo tiempo tenemos que advertir que el morbo que parece llevar a Greene a
buscar lo peor de las ciudades y sociedades mexicanas, no es parte del
panfletarismo, es algo presente e intrínseco a su obra, justamente lo peor de
la sociedad inglesa, su lado violento y burdo es el tema de obras juveniles
como Una pistola en Renta, Campo de
Batalla, y sobre todo en su novela anterior Brighton Rock. Giovanni Papini diría: “Greene como algunos otros escritores católicos parecen atraídos y
fascinados por todo lo más vicioso y odioso que existe en las criaturas de ésta
época”[7].
Escrito
con un eficaz estilo periodístico-cinematográfico (Greene era ya crítico de
cine en el Spectator) el panfleto es un discurso tan planificado para lograr
impacto que nos presenta un narrador más delicado y neurasténico que el de Journey without Maps, donde describe su
viaje a Liberia. Tenemos aquí un inglés definitivamente doméstico, incluso
haciendo guiños sobre el provincialismo chovinista al comentar las novelas
melodramáticas de Trollope con las que acompaña su viaje; al mismo tiempo que
le sirve para mencionar al obispo responsable de su conversión al catolicismo
que tiene el mismo apellido. Es decir, no es un simple diario, sino un discurso
construido con una plena conciencia efectista buscando la identificación con un
lector mojigato y pacato; pero al mismo tiempo es un discurso en varios planos,
donde también está la profunda crisis del propio Greene –clínicamente
clasificado como neurasténico y maniaco depresivo-, y en una irónica torsión,
una crítica de la comodidad del propio creyente doméstico inglés a quien
quiere, al mismo tiempo, impresionar con la persecución religiosa y avergonzar
tiempo con la persistencia de los creyentes mexicanos.
Greene
construye el poder y la gloria a partir de la evidente similitud entre la
pasión de Jesucristo y la situación del cura que se encuentra en un momento
dado como único representante de la religión en el estado, “sus cartas” –explica en la crónica- “registraban un feo sentido de impotencia –el
vivir en constante peligro y sin embargo ser capaz de hacer tan poco,
difícilmente valía el horror” . Para que la tragedia sea real inventa que
lo fusilan como a los mártires cristeros cuando en realidad simplemente escapó.
Reproduce fielmente los descalificativos que los creyentes tabasqueños usan
contra él por ser alcohólico, y de ahí inventa que el padre tiene conflicto de
consciencia por saberse lejano de la altura de su misión impuesta por la
casualidad de haberse quedado sólo en la entidad. Luego los intentos de fuga
serán ilustrados por la propia experiencia, personajes y paisajes del viaje de
Greene en mula de Salto de Agua a Palenque, Yajalón y San Cristobal. Aunque
describe perfectamente a Frontera y Villahermosa, en la novela son el Puerto y
la Capital y jamás se menciona la palabra Tabasco, aunque sí Chiapas. Para
acentuar la ficción de su escenario pone a Chiapas al norte y el mar al Sur, es
decir, pone a Tabasco de cabeza.
El
mismo Greene dice que quiso hacer una novela simbólica al estilo del siglo
XVIII con personajes que representan ideales y cuya actitud no cambia a lo
largo de la trama: el cura y el teniente (ver El Otro y su Doble, p.170). Pero en realidad hizo algo más
complejo. Armó un escenario donde conviven personajes simbólicos[8] con
otros que son más bien alegóricos y que funcionan como agentes de la
inmanencia; y agregó un pequeño grupo
extra que son personas reales que conoció Greene en Yajalón: el maestro rural y
los finqueros alemanes.
Los
personajes simbólicos representan fuerzas o ideas y tienen de alguna manera “un
jefe” al que rendir cuentas, que no se manifiestan explícitamente ni asumen
responsabilidades (de esta manera Dios y el Gobernador quedan al mismo nivel) y
son personajes capaces de tener iniciativa y cambiar las situaciones,
representan tanto ideas como vicios y grupos sociales. Son: el teniente, el
cura borracho, el cura casado, el mestizo ratero que funciona como judas, el
gringo dueño de una plantación, el dentista americano de Frontera, la beata encarcelada,
la familia católica de Villahermosa y el jefe de policía. Los personajes
alegóricos no tienen un sentido detrás de su acción y sólo obstaculizan
irracionalmente el actuar de los otros personajes con actitudes irritantes o a
veces sin sentido que no muestran tampoco asomos de subjetividad propia y lo
mismo pueden ser personas que animales. Son los tiburones de Frontera, los
zopilotes del puerto y la capital, la esposa del sacerdote José, la amante del
sacerdote borracho, el mendigo que sabe donde conseguir trago, la madre del
niño asesinado, el niño de la mujer que agoniza en el Puerto, la hija del sacerdote, la hija del gringo y
la perra abandonada en la plantación. En la trama estos últimos personajes
terminan determinando los acontecimientos desde su posición marginal. De hecho
Greene los resalta cuando introduce una escena que tiene poco sentido para el
suspenso de la trama, pero que resalta el sentido alegórico. Se trata cuando el
cura pelea por un hueso con la perra abandonada en la plantación americana.
Ilustra la humillación final del cura, pero es muy explícita en señalar como en
el forcejeo la perra en realidad resiste sin oponer resistencia, sin
consciencia ni fuerzas ni voluntad de oponer resistencia. Es un resumen de
todas las situaciones en las que la huída se ve obstruída sin represión ni
barreras, sino por la incapacidad de huir al reclamo de estos seres.
Llama
la atención que la mayoría de estos personajes son mujeres que bloquean a los
hombres el cumplir con sus obligaciones: la castidad del cura borracho y el dar
confesión al otro; y que los humillan y hunden en la vergüenza. Y por el otro
lado son niñas en quienes Greene abiertamente fija la manifestación de
pulsiones sexuales que inquietan y cuestionan a los personajes. Es curioso como
las niñas no aparecen como encarnación de la ingenuidad sino todo lo contrario.
Hay
una relación muy clara entre esta caracterización de los personajes y la
impresión de Greene de personas reales en la crónica. En Caminos sin Ley Greene divide a la gente en tres tipos: aquellos
que luchan y con los que puede discutir, que tienen interioridad pero no
integridad (a diferencia de los de la novela); aquellos que no tienen
interioridad y que son incomprensibles en sus acciones irracionales; y aquellos
que tienen interioridad, sentido y consciencia, que curiosamente son los que
hablan inglés o funcionan como sus anfitriones (por eso salva a un maestro
rural). Además en la crónica, nunca deja de anotar Greene como lo perturba la
sensualidad de las jóvenes mexicanas, incluídas –por supuesto- las tabasqueñas
señoritas Greene. Y finalmente, lo más importante, Greene nunca se da cuenta de
que la desconfianza de la gente hacia él (“the city feels like a criminal
plotting”), la falta de solidaridad hacia él, el desinterés del resto de la
gente, se deben a que es un extranjero, y sobre todo a que es un inglés en
pleno momento de expropiación de las empresas petroleras inglesas (Waughn
declarará que toda plática con mexicanos pasaba forzosamente por la pregunta
sobre las posibles acciones del gobierno inglés). Greene generaliza ésta
actitud a todos los mexicanos, es el estado mental con que resume a
México, y convierte esto en el “Tabasco”
de su novela.
Leída
así la novela, entonces, por sobre el combate de ideologías en el que tiene
centrada su atención el siglo XX, tenemos el triunfo de algo peor que el
enemigo ideológico: la obscura inmanencia. Greene, al definir el desorden nunca
logra separar entre la inmanencia y la ideología atea estatal; pero en la
novela hace evidente cómo ésta se opone también al teniente. La novela es el
triunfo de la inmanencia frente a la cual Greene declara en la Plaza de Armas
verse absorbido como los otros Grahams y Greenes tabasqueños. Y es en el
reconocimiento de esta inmanencia que silenciosamente se le resiste a los
poderes humanos, religiosos y políticos, en donde Greene logra descubrir el
secreto de Tabasco que no encuentran los pensadores tabasqueños obnubilados por
sus pasiones políticas o sus optimismos y desencantos civilistas.
Bibliografía
Abecassis, Elianne. 1999.
Qumrán. Ediciones de Bolsillo.
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[1] correo electrónico: rui@servidor.unam.mx
[2] Jankélevitch, Vladimir. La Mala
Consciencia. Fondo de Cultura Económica. 1983.
[3] Kafka y Buzzati demostrarán la otra parte
de la vida en el tiempo de las ideologías: las de quienes viven lejos de la
frontera en el corazón administrativo o en las fronteras pacíficas de este
sistema organizado bajo la necesidad del mantenimiento de orden de guerra
permanente que describirá George Orwell.
[4] Ver El Otro y su Doble, emecé, 1983.
[5] Foucault, Michel. La Genealogía del
Racismo. Ed. Caronte, 1993.
[6] Ver los apéndices que acompañan a la novela histórica Qumrán de Eliane
Abecassis, ediciones de bolsillo, 1999.
[7] Citado por Marie-Francoise Allain en El
Otro y su Doble.
[8] Aunque normalmente se usan como sinónimos simbolizar y alegoría y así se
definen en varios diccionarios, para diferenciar el papel de tales personajes
los uso como dos formas diferentes de representación. El símbolo siempre es más
identificable con la idea de representación elaborada que es forma de acceso a
poderes o fuerzas no presentes; y la alegoría, sobre todo por su uso por los
ilustradores dieciochescos e intelectuales iluministas, nos evoca mera
ilustración sobre hechos naturales sin profundidad. La clasificación la
establezco por el grado de elaboración del personaje por parte de Greene, que
depende siempre del grado de vida interna que les adjudica.
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