Borges visita
Puebla.
Él
y su esposa tenían todo el horizonte abierto para pasar a dirigir seis años del
partido ahora en oposición, para su regreso al poder federal: el presupuesto
público del estado que va a comenzar a gobernar su esposa que acaba de superar
las denuncias del evidente fraude electoral; y él, una curul en el senado.
Además de aparentes vínculos con el más lucrativo negocio ilegal del país, la
extracción de gasolina de los oleoductos, que floreció con toda impunidad en su
estado mientras él fue gobernador (también creció el secuestro de mujeres
jóvenes y como gobernador interino entre ambos esposos dejó al principal
empresario de centros nocturnos en Cholula y Cancún, donde se sospecha que
trabajan víctimas de la trata). Su genealogía apoyada, como es de tradición, en
usar apellidos dobles, es fuerte: el abuelo un gobernador removido del cargo
por violento y un padre procesado por fraude en el extranjero, entre otras
cosas. Resentidos por definición, sus compañeros de partido, adversarios apenas
el año pasado por la candidatura presidencial, quienes cuando estaban en el
poder perdieron a dos funcionarios en sendos accidentes de helicóptero que
nunca se aclararon, pueden perfectamente presentarlos como mártires y víctimas
del nuevo gobierno para iniciar una campaña golpista contra éste aprovechando
la irracionalidad que ellos mismos han promovido entre sus seguidores y la
histeria de las clases aspiracionistas que se sienten amenazadas en sus privilegios
por una propuesta política populista. Ellos llegaron a la presidencia tras un
fraude electoral, con el lema de que el actual presidente era un peligro para
el país. Para más intriga el primer hombre en llegar al lugar del incidente con
un celular, menciona que no se puede hacer nada: “los cuerpos están ahí
quemándose”. Lo que se traduce en que en un país donde ya nadie cree nada, o
sea, se cree cualquier cosa, no hay cadáveres para confirmar lo que hubiere que
confirmar. Así como tampoco aparece en las fotos el fuselaje completo del
aparato. El dueño del predio, la milpa donde aparecen los restos, dice que “la avioneta
ya venía cayéndose” y acusa a la pareja de políticos de fraudes y abusos y del
estado de inseguridad que se vive en la zona donde ocurrió el suceso. Apenas la
mañana siguiente, en reiteración o duplicación de lo anterior, abonando al
surrealismo, se anuncia que los cuerpos -ya quemados- fueron cremados -no dice
quién lo ordeno- y se realiza una ceremonia fúnebre de estado en la que el
orador oficial se contradice hablando de un accidente, y al mismo tiempo, pidiendo
“justicia”. Se inicia inmediatamente una campaña en redes virtuales acusando al
presidente federal de asesinato y la acusación la encabeza el antiguo socio del
exgobernador en el estado, con quien luego públicamente se enemistó, y que ha
pasado por todos los partidos y todos los puestos, excepto el de gobernador del
estado. ¿El es quien hace en esta representación el papel de Macbeth?
Instantáneamente, como suceden ahora las cosas, circula en la red un video que se
presenta como tomado desde dentro del aparato accidentado, lo reproduce algún
periodista enemigo del gobierno federal. A las pocas horas se demuestra que el
video era de un accidente ocurrido un año antes en Ucrania. Pero estuvo
convenientemente a la mano presentando un paisaje semejante (excepto por la
falta de volcanes), y con una trayectoria semejante: el aparato se vuelve de cabeza
antes de caer. Mientras tanto, los partidarios del actual gobierno federal
acostumbrados a las mentiras y las simulaciones en torno a los crímenes de estado
(incluyendo las muertes de los grandes capos de la delincuencia organizada, que
ya de hecho asumen ese nivel), dudan que en realidad la pareja de políticos
hayan muerto, como se dice del “Señor de los Cielos”. Y en las redes sociales
se refresca la memoria de otros magnicidios, recordando que al final los
principales sospechosos nunca han sido los enemigos declarados sino los
correligionarios. Incluso alguna nota señala -no lo he podido confirmar- que el
exgobernador se había reunido una semana antes con Carlos Salinas de Gortari.
En el Tema del Traidor y el Héroe,
Jorge Luis Borges, que siempre rehúye la autoría de las hipótesis que presenta,
muestra como los magnicidios siempre son útiles, e incluso esa sospecha de que
siempre hay vaticinios anteriores, que se trata de montajes, e incluso, que son
operados por y a favor de quien sufre el atentado, como quedaría evidente
-quien sabe si él llegó a conocer el documento- en uno de los rollos del Mar
Muerto, de Qumrán -según la interpretación de Eliette Abecassis- donde se
explica como “el señor de la luz” (se entiende Jesucristo), complotó con Judas
su entrega a los romanos y su muerte para que se insurreccionaran “las fuerzas
de Dios” (no queda claro si se refería al pueblo o a una manifestación divina).
Explica Borges como los orquestadores se inspiran en la historia y la literatura
y queda la sospecha de que “hay una forma secreta del tiempo, un dibujo de
líneas que se repiten”.
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