Morelos: territorialidad indígena, nuestras tierras son agua.
Informe
para el seminario permanente de etnografía del INAH. 2015.
Rodolfo
Uribe Iniesta. CRIM UNAM. rui@unam.mx
El
Conflicto de 1995 en Tepoztlán sobre la construcción de un campo de Golf fue
paradigmático del tipo de conflictos sociales que comenzarían a hacerse
recurrentes en Morelos en el siglo XXI, llamando la atención sobre todo el
hecho de que en casi todos los conflictos y movimientos sociales ocurridos en
este períodos se cuenta con la presencia de los representantes de los pueblos
indígenas de la entidad. Incluso se dan casos, como el del Frente contra la
Destrucción del Casino de la Selva, donde la magna manifestación después del
encarcelamiento de sus miembros fue alimentada básicamente por manifestantes de
estos pueblos, paradójicamente, cuando la campaña del gobierno estatal había ya
logrado en Cuernavaca confrontar a la gente popular contra el Frente, argumentando
que se trataba de intelectuales y chilangos que se oponían a la creación de
nuevas fuentes de trabajo y defendían un lugar tradicional de la aristocracia,
un Casino. La presencia de los representantes de los pueblos se dio sobre la
base de solidaridad en defensa de los derechos humanos de los encarcelados, y
porque, según declaraban, defendían el patrimonio cultural del estado. También
está el hecho de que la gran caminata de Cuernavaca al Distrito Federal contra
la violencia del Movimiento por la Paz y la Justicia de 2011, pudo realizarse
sólo porque los pueblos indígenas de Cuajomulco y Topilejo se hicieron cargo de
la logística de la pernocta y alimentación de los cientos de participantes en
la carretera; o finalmente, que la terrible y violenta confrontación entre
policías y profesores que marcó el punto más álgido de los conflictos
magisteriales de 2008 se dio en el poblado de Xoxocotla.
El punto de inflexión lo marcó
sin lugar a dudas el caso de Tepoztlán. Ahí la discusión se planteó en un marco
que será el mismo que en adelante marcará todos los conflictos sobre usos,
ocupación y ordenación del territorio en todo el estado, incluso en los pocos
donde no hubo participación representativo indígena, como fue la resistencia
derrotada al Relleno Sanitario de Loma de Mejía de la ciudad de Cuernavaca. El
caso de Tepoztlán se debió a la proyectada instalación de un campo de Golf y
Centro de Convenciones de Calidad Mundial por parte de una empresa privada. La
empresa cumplió con todos los requisitos legales incluida, como siempre ocurre,
una Manifestación de Impacto ambiental positiva y el permiso del encargado de
bienes comunales. Pero, sin embargo, se organizaron asambleas barriales y la
general del pueblo que en sus términos “negaban el permiso para la construcción
del campo de Golf”. La empresa y el gobierno argumentaban que se trataba de
terrenos privados por lo que tenían derecho a hacer lo que quisieran, y de que
habían cumplido con todos los trámites legales. La respuesta del pueblo se daba
en otro orden de ideas: se trataba del problema del uso del agua, el campo de
golf consumiría una cantidad excesiva, se demostraría luego que sería el
equivalente a 5 veces el consumo de todo el pueblo; y de que sin importar la
propiedad privada, por usos y costumbres, dado que se consideran un pueblo
indígena, se reconoce el derecho colectivo a aprobar o negar el tipo de
actividades realizadas en los predios, que además, se recordó entonces, más que
tener un número, cada uno, según la tradición antigua, en Morelos sigue
teniendo un nombre propio en náhuatl. Cada lugar es algo en sí mismo y parte
del espacio común de la comunidad, en este caso se considera todo el valle de
Tepoztlán, cuya agua ya sentían suficientemente expoliada por los nuevos
fraccionamientos del municipio de Yautepec y pozos profundos privados dentro
del mismo pueblo por gente influyente con el gobierno federal. Así se explica,
que lo que originalmente era el conflicto por el permiso de uso de suelo y
construcción por un proyecto específico, terminó en una experiencia de
autogobierno que tuvo que ser reconocido fácticamente por las autoridades
estatales, un autogobierno regido primero, directamente por una asamblea
coordinada por los barrios tradicionales del pueblo, y luego simplemente por un
presidente municipal que pasó luego a ser refrendado y normalizado
presentándose a las elecciones regidas por las autoridades estatales del ramo,
hasta que dos trienios después se desgastó el modelo de gobierno y regresó al
régimen de partidos, aunque sólo hasta hace dos trienios regresó el Partido
Oficial al poder local.
La argumentación usada por la
empresa, cuando finalmente se clausuró el proyecto por descubrirse que no
cumplía con lo que había prometido respecto a espacio de construcción y
protección de la parte de bosque, no tiene desperdicio, se trata de una
verdadera declaración de principios y apelaron directamente a todo el arsenal
de valores de la globalización, cambio estructural y modernización que se sigue
repitiendo hoy para justificar por ejemplo, la reforma energética:
“Desde el momento en que la
apertura comercial y el cambio estructural hicieron su aparición, nuestro país
ha estado sufriendo una gran transformación; el fomento de la productividad y
de la eficiencia se está extendiendo en todos los campos de la vida económica
nacional y México se encuentra inmerso en una gran competencia mundial en la
atracción y arraigo de capitales.
La multiplicación y
diversificación de las opciones de inversión es lo que atrae el interés de
todos aquellos inversionistas que se preocupan por el sano crecimiento de su
capital y entre ellas existe una cuya significación se vuelve prioritaria; la
inversión en el área inmobiliaria, cuya capacidad de arraigo hace que los
capitales pierdan su interés volátil y el ahorro se transforme en inversión,
generando oportunidades de empleo en gran escala…
Al generar inversión en
desarrollos inmobiliarios estamos contribuyendo al desarrollo social de los
municipios en los que participamos; tal es el caso de Tepoztlán, en el que a
través de impuestos y aportaciones económicas se pueden realizar mejoras
económicas a la infraestructura y equipamiento urbano, así como a la generación
de fuentes de trabajo directas e indirectas…” (INE, 1997)
Y al mismo tiempo no ocultaron
que se trataba de capitalizar el simbolismo y la cultura del lugar. Es decir,
que tenían claro que no querían apropiarse meramente de un espacio cualquiera,
de meros recursos naturales:
“La filosofía que lo anima ve
el futuro, y al progreso respetando la tradición, la naturaleza y creando un
polo sustentable de desarrollo. Tepoztlán no es un lugar más de la geografía
del estado de Morelos. Ha sido a lo largo de los siglos un lugar mítico,
místico y por ello mismo centro ceremonial y punto de confluencia comercial y
turística de gran importancia”…(INE, 1997).
Razón por la cual les parece
adecuado montar ahí su propia utopía:
“El desarrollo campestre Club
de Golf El Tepozteco será un lugar que combine un complejo deportivo de golf y
tenis con un conjunto residencial y a su vez con un conjunto turístico
integrado por un hotel, restaurantes y la primer Academia de Golf en el país,
logrando con ello redondear el concepto de un hábitat integral, con mención
especial de un Parque de Oficinas de Alta Tecnología.(INE, 1997).
La movilización social reconoce la continuidad de una
misma lucha a pesar de las diferentes coyunturas o intentos de transformación
de paisaje para capitalizar el “valle mágico”, así, ya constituidos ahora,
desde 2012, resistiendo ahora el proyecto de ampliación de la carretera
Cuautla-La Pera en el tramo de su municipio, proyecto que sólo tiene sentido
como forma alterna de comunicar para los trailers que llevan contenedores los
puertos de Veracruz y Acapulco, recapitulan frente a un reportero:
“En 1979 quisieron construir
una cárcel en terrenos comunales de San Miguel de la Cal…En 1989 comenzaron con
los proyectos turísticos, quisieron instalar un teleférico desde el cerro de
Chalchi al Tepozteco…luego planearon construir un periférico, un circuito
carretero al pie del Tepozteco…En 1991 se planteó la construcción de un tren
escénico..En el 2000, se nos impuso el proyecto de Pueblos Mágicos con la idea
de unificar fachadas y de hacer proyectos ecoturísticos. Con esto se vende la
idea del turismo como elemento principal de la economía municipal. Sin embargo,
nosotros comemos y nos alimentamos del campo, la agricultura y la
ganadería.”(Om, 2012)
Como se ve, el conflicto va más allá de lo meramente
ambiental como hasta ahora hemos clasificado y trabajado con estos conflictos,
porque incluyen hechos de imposición de construcción de infraestructura y obras
de impacto o servicios urbano, como basureros, gasolinerías, centros
comerciales; o directamente conjuntos habitacionales para cumplir con la idea
de inversión y especulación inmobiliaria, lo que ha generado ya en el estado
una situación de sobreoferta de viviendas vacías como expone y explica García
Barrios (2012-2013).
Clasificados estrictamente
como ambientalistas, un tesista de la ENAH, (Matthew, 2008) recoge los
siguientes movimientos en estos años: el de Tepoztlán contra el campo de golf,
el del Casino de la Selva, la lucha contra la gasolinera Millenium en Cuautla,
las luchas de Tetlama y Alpuyeca para conseguir el cierre de los basureros, la
de los 13 pueblos contra las unidades habitacionales sobre el manantial
Chihuahuita, la lucha contra el relleno sanitario de Loma de Mejía, y la
campaña contra la autopista Lerma-Tres Marías y el libramiento poniente para
salvar el Bosque de Agua. Posteriormente, en 2012, el pueblo de Tetlama
enfrentaría otro problema similar respecto a la invasión de la inmobiliaria
Casas Ara a la zona protegida del Cerro de la Tortuga, y el pueblo lo
presentaría también desde la perspectiva de que se trata de un cerro sagrado con
un centro ceremonial, y de la lucha por
el agua. Y como conflictos en pueblos indígenas, pero ya integrados como
colonias de Cuernavaca, Arteaga y Brachet (2011) recogen la resistencia de
Ocotepec a aceptar el cambio de los terrenos de la Feria para venderlos a una
tienda Soriana, la instalación de una gasolinera y de lo que finalmente sería
el centro comercial Galerías Cuernavaca. Por lo que estamos viendo, la idea de
conflicto socioambiental queda corta
para los procesos que estamos viendo.
En el caso de los 13 pueblos
contra la construcción de unidades habitacionales sobre el manantial
Chihuahuita, centrado en Xoxocotla, volvemos a encontrar el recurso a la
memoria, a la continuidad de la resistencia, y a la importancia material y
simbólica del agua, igual si el pueblo, ya no se dedica totalmente a la
agricultura. Y finalmente, resuena como resumen de la posición, al igual que
ocurrió en Tepoztlán, el derecho fundamentalmente negado: la autogestión, la
autonomía, veamos que dice uno de los participantes:
“Ya nos hemos enfrentado y ya
hemos tenido muertos. En 1989 nos mataron a dos…Les quitamos las armas y los
golpeamos y nos golpearon y les regresamos las armas porque se las habíamos
quitado. (Al gobernador Lauro Ortega:) dijimos “cabrón, sí esta es nuestra
casa, ¿por qué vas a mandar tú aquí? Tú manda allá en el Palacio y nosotros
aquí”…Esta lucha no es por La Ciénega nada más; es la lucha por todas las
tierras que nos están afectando las inmobiliarias y por toda el agua que nos
van a quitar y por toda la suciedad que nos van a echar a nuestras barrancas,
ríos, canales y a continuación nuestras tierras de cultivo”. (González, 2007).
Más extensamente, los 13
pueblos elaborarán un Manifiesto que servirá de
Guía para las siguientes
acciones incluyendo las estrictamente urbanas no indígenas como las de
resistencia de la ciudad de Cuernavaca contra el relleno sanitario de Loma de
Mejía, que sin embargo fue dirigido por la organización barrial de Salto de San
Antón. En su parte central los 13 pueblos se autodefinen de la siguiente
manera:
“Somos pueblos que respetamos
y sentimos nuestras necesidades, muy especialmente la necesidad del agua. Hasta
la fecha, nuestros pueblos conservamos este respeto profundo, aunque la
religión, la economía y la cultura dominantes no nos permitan manifestar
abiertamente, como gente del campo, nuestros sentimientos de respeto por la
lluvia, por los cerros, por nuestras tierras y semillas.
La tierra nos da de comer, el
agua nos da vida y alegría, mientras los cerros y sus selvas no sólo nos dan
agua, sino también pinos, encinos, amates, copales, hongos, guayacanes,
casahuates, ceibas, guajes, nochebuenas y animales como el venado, el jabalí,
mapaches, tejones, zorrillos, armadillos, liebres y conejos, ardillas, coyotes,
comadrejas, cacomixtles, tlacuaches, murciélagos, chachalacas, águilas,
gavilanes y zopilotes. Por eso los cerros son toda nuestra fortaleza.
En relación con nuestra madre
tierra aprendimos a leer la niebla, el frío y el calor, los temblores ligeros
de la tierra y los eclipses, aprendimos a interpretar el sonido de nuestros
ríos o dialogar con el viento que sale de los pozos naturales y los ríos
subterráneos. En el dialogo con nuestros recursos hemos aprendido a interpretar
nuestros lugares, sus fenómenos naturales, y desde ahí, planear nuestras
actividades del año.
Entendemos y veneramos la
relación con nuestras tierras, aguas, y aires, porque mantenemos en pie nuestra
organización colectiva, y sabemos que el día que esta muera, morirán cada uno
de nuestros recursos. Por ello conservamos nuestras danzas. Porque en ellas no
sólo llamamos al agua, sino que además nos prometemos a nosotros mismos no
desintegrar nuestros grupos. Y mantener nuestra palabra como la verdadera ley
que se debe cumplir.
Nuestras comunidades cuidan
colectivamente sus tierras, para ello nuestros antepasados nos dejaron
delimitaciones. O construyeron colectivamente tecorrales. Para guardar y
defender las tierras de los robos y todo lo que altere nuestra paz. Para ello
nuestros pueblos teníamos guarda bosques, guarda ganados, guarda tierras, y
guarda cercas. Y por esta misma raíz cultural profunda, en Morelos los pueblos
seguimos acudiendo a nuestras plazas cuando una amenaza a la colectividad es anunciada
con el repique de las campanas.
Nuestros territorios y
calendarios están llenos de lugares sagrados en los cuales colocamos cruces y
recordamos los momentos sagrados, para los cuales realizamos ceremonias y
danzas, recordándonos nuestro respeto y veneración por el agua, la tierra, sus
semillas y nuestras comunidades.
Desde la colonia, pueblos
indígenas como Xoxocotla fueron pueblos rebeldes, renuentes al proceso de
evangelización. Xoxocotla que estaba en Pueblo Viejo, con la colonización se lo
desplazó a Xochitepec, pero la gente se regresó, aunque ya no a Pueblo Viejo,
sino a donde estaba el río, que es donde finalmente quedó. Y Xoxocotla,
Alpuyeca, Atlacholoaya y Temimilcingo siguen siendo pueblos” rebeldes porque
mantienen en pie a sus dioses antiguos dedicados a la veneración del agua.
El agua todavía vive en el
corazón de estos pueblos cuando en el día de la ascensión se veneran los cuatro
puntos cardinales, el cielo y la tierra de la pequeña gruta sagrada de
Coatepec, el Pozo del Padre, la Santa Cruz, las piedras en forma de mesa en el
camino real a Santa Rosa Treinta y en un punto en el cerro de la tortuga. En
sus ceremonias agradecen y fomentan colectivamente la experiencia de
recibimiento. Porque danzando con las ramas agradecen con alegría del corazón
el agua que reciben del cielo, las montañas, los bosques y las tierras. No en
balde son pueblos que todavía distinguen el sabor sagrado del agua viva”.
El 28 de agosto de 2014, se reunieron en el auditorio
principal de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos pueblos y barrios
para analizar su situación. Como parte del planteamiento inicial uno de los
líderes de la organización llamada de “Los 13 Pueblos por el Agua y la Tierra”,
Samuel Roque, afirmó: “todo lo que tenemos en nuestro territorio nos pertenece
a nosotros. Hay que hacer el trabajo que nos toca para mantenerlo” y
significativamente, afirmaría Eloy Sánchez de Ahualulco, Ayala, “El agua no se
vende. Se la ganaron nuestros abuelos, nuestros padres. En la Revolución se
concesionó el agua a los ejidos”.
Arteaga y Brachet (2011), desde la perspectiva
disciplinaria del estudio de los movimientos sociales, frente a la experiencia
de vivir en las comunidades estudiadas (Ocotepec y Ahuatlán), terminan
señalando la incoherencia que se da entre el marco de estudio que impone la
disciplina que encuadra los casos por tipo de objeto u objetivos del conflicto,
y no les queda más que recurrir, al igual que lo señalan los testimonios de los
participantes en los movimientos que hemos mencionado, a la historia, a una
continuidad local. Recordemos que en su estudio sobre el zapatismo John Womack
(1992) inicia afirmando que se trató del caso paradójico de unos pueblos que
hicieron la revolución para no cambiar. Es decir, Womack juzgaba totalmente bajo
el encuadre de la historiografía y línea temporal teleológica moderna. Muy
diferente sería la visión que pudimos comenzar a tener desde los estudios de
microhistoria en la versión de Luis González y González (1976) de acuerdo con
la cual el sentido temporal de los pueblos es propio, y revisando, por ejemplo
el caso de varias revueltas de pueblos, como las que expone Frederich Katz
(1988), el sentido de las diferentes revueltas de pueblos y comunidades,
podemos ver que más que apegarse a una identificación política o ideología, el
sentido está en tomar la posición que permita la persistencia de la autonomía
relativa del propio pueblo en la coyuntura específica. Esa es más o menos la
misma conclusión a la que llegan Arteaga y Brachet en su estudio empírico. En
donde además, explícitamente se preguntan si las muy vitales todavía
expresiones de ritualidad tradicional tienen que ver con la enorme capacidad de
movilización popular que se mantiene en estos barrios de Cuernavaca ante cada
nueva coyuntura. Resuelven, desviando el proceso hacia la fuerza de una
institucionalidad paralela que a diferencia de los testimonios anteriormente
referidos sobre la importancia del agua y la continuidad de las creencias, se
mantiene solamente con la autorreferencialidad al control de los habitantes
relacionados por la proxemia del vivir cotidiano.
Con una visión más profunda, Fernanda Paz (2005), nos
demuestra como en realidad la identificación y la unidad colectiva se articula
de manera diferente en las diferentes comunidades incluso en un mismo biotopo
como pueden ser los bosques de las montañas altas del norte del estado, así,
nos describe situaciones distintas para los Pueblos de Huitzilac, Coajomulco,
Tepoztlán, Tlalnepantla y Tlayacapan:
“En Huitzilac y Coajomulco
…ser comunero está íntimamente relacionado con una forma de vida y de
existencia, con la manera de interactuar con los recursos, con la
interdependencia que se teje entre sociedad y naturaleza, no sólo por el uso
que aquélla le da a ésta, sino también por las instituciones comunitarias y las
formas de organización sociopolíticas y económicas que surgen o se trastocan a
partir de esta interacción. En Tepoztlán, insistimos, no es la identidad de
comunero el eje alrededor del cual se teje hoy día el proyecto en torno al
bosque como bien común, o, por lo menos, no es este el único punto articulador.
(2005:207)”
Aclara que en Tepoztlán “el
eje en torno al cual y desde el cual se genera el proyecto hacia el bosque como
bien común, no es la identidad de comunero, sino otra identidad más bien
territorial: el ser tepozteco” (p.206). Y también nos describe situaciones de
cohesión social distintas para municipios donde básicamente el bosque ha sido
transformado para convertirlo en tierras de cultivo comercial como en Tlalnepantla
y Tlayacapan. Y sin embargo, cabe el matiz de la perspectiva que impone el
enfoque analítico, dado que –en este caso- el interés específico del trabajo es
la comprensión del bosque como “bien común”, y que éste “no está dado, no
existe a priori, sino como construcción social, y adquiere los significados
particulares que le otorgan las identidades colectivas”. Porque, por ejemplo,
cuando se organiza la caminata de la ciudad de Cuernavaca a México del
Movimiento por la Paz y la Justicia del 5 al 8 de mayo de 2011, el apoyo
logístico en alojamiento y alimentación para recibirla, y el acto político y
los discursos realizados, centrados en el asesinato de un comunero defensor del
bosque ; lo mismo que la denuncia que sobre ese y otro caso semejante presentó
ante el alto comisionado de la ONU la organización de los “13 Pueblos en
Defensa de la Tierra y del Agua”, nos hablan de una lógica de identidad como
pueblo histórico e indígena muy semejante a la de Tepoztlán que justifica el
derecho al bosque y la necesidad de su conservación como bien colectivo.
De manera diferente, creo que
más bien, ahí se abriría una cuestión a estudiar entre la relación entre las
organizaciones rituales, conocidas como patronales, las organizaciones de
representación universal, las asambleas, que sólo funcionan en momentos
álgidos, y los colectivos más restringidos que mantienen la continuidad y que
se presentan como movimientos, y que ahora, abiertamente, explícitamente, de su
parte, se mueven ambiguamente, o más bien en los dos ámbitos, de la resistencia
indígena por la lucha por la autonomía y en el de la lucha de la sociedad civil
general como un movimiento político más; de ahí su capacidad de hacer alianza
con estos movimientos, y al mismo tiempo de darles base y logística cuando ha
sido necesario.
Al final del Atlas Etnográfico de Morelos, Miguel Morayta
(2011), luego de una amplia y documentada descripción de la vitalidad de las
expresiones étnicas en el estado, pregunta si estamos ante el umbral de la
desaparición de los pueblos y cultura indígena en Morelos. Luego de referirse a
las acciones políticas de resistencia, concluye diciendo que la herencia
indígena está en transformación y reformulación.
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