viernes, 1 de septiembre de 2017


Morelos: territorialidad indígena, nuestras tierras son agua.

Informe para el seminario permanente de etnografía del INAH. 2015.

Rodolfo Uribe Iniesta. CRIM UNAM. rui@unam.mx

            El Conflicto de 1995 en Tepoztlán sobre la construcción de un campo de Golf fue paradigmático del tipo de conflictos sociales que comenzarían a hacerse recurrentes en Morelos en el siglo XXI, llamando la atención sobre todo el hecho de que en casi todos los conflictos y movimientos sociales ocurridos en este períodos se cuenta con la presencia de los representantes de los pueblos indígenas de la entidad. Incluso se dan casos, como el del Frente contra la Destrucción del Casino de la Selva, donde la magna manifestación después del encarcelamiento de sus miembros fue alimentada básicamente por manifestantes de estos pueblos, paradójicamente, cuando la campaña del gobierno estatal había ya logrado en Cuernavaca confrontar a la gente popular contra el Frente, argumentando que se trataba de intelectuales y chilangos que se oponían a la creación de nuevas fuentes de trabajo y defendían un lugar tradicional de la aristocracia, un Casino. La presencia de los representantes de los pueblos se dio sobre la base de solidaridad en defensa de los derechos humanos de los encarcelados, y porque, según declaraban, defendían el patrimonio cultural del estado. También está el hecho de que la gran caminata de Cuernavaca al Distrito Federal contra la violencia del Movimiento por la Paz y la Justicia de 2011, pudo realizarse sólo porque los pueblos indígenas de Cuajomulco y Topilejo se hicieron cargo de la logística de la pernocta y alimentación de los cientos de participantes en la carretera; o finalmente, que la terrible y violenta confrontación entre policías y profesores que marcó el punto más álgido de los conflictos magisteriales de 2008 se dio en el poblado de Xoxocotla.

El punto de inflexión lo marcó sin lugar a dudas el caso de Tepoztlán. Ahí la discusión se planteó en un marco que será el mismo que en adelante marcará todos los conflictos sobre usos, ocupación y ordenación del territorio en todo el estado, incluso en los pocos donde no hubo participación representativo indígena, como fue la resistencia derrotada al Relleno Sanitario de Loma de Mejía de la ciudad de Cuernavaca. El caso de Tepoztlán se debió a la proyectada instalación de un campo de Golf y Centro de Convenciones de Calidad Mundial por parte de una empresa privada. La empresa cumplió con todos los requisitos legales incluida, como siempre ocurre, una Manifestación de Impacto ambiental positiva y el permiso del encargado de bienes comunales. Pero, sin embargo, se organizaron asambleas barriales y la general del pueblo que en sus términos “negaban el permiso para la construcción del campo de Golf”. La empresa y el gobierno argumentaban que se trataba de terrenos privados por lo que tenían derecho a hacer lo que quisieran, y de que habían cumplido con todos los trámites legales. La respuesta del pueblo se daba en otro orden de ideas: se trataba del problema del uso del agua, el campo de golf consumiría una cantidad excesiva, se demostraría luego que sería el equivalente a 5 veces el consumo de todo el pueblo; y de que sin importar la propiedad privada, por usos y costumbres, dado que se consideran un pueblo indígena, se reconoce el derecho colectivo a aprobar o negar el tipo de actividades realizadas en los predios, que además, se recordó entonces, más que tener un número, cada uno, según la tradición antigua, en Morelos sigue teniendo un nombre propio en náhuatl. Cada lugar es algo en sí mismo y parte del espacio común de la comunidad, en este caso se considera todo el valle de Tepoztlán, cuya agua ya sentían suficientemente expoliada por los nuevos fraccionamientos del municipio de Yautepec y pozos profundos privados dentro del mismo pueblo por gente influyente con el gobierno federal. Así se explica, que lo que originalmente era el conflicto por el permiso de uso de suelo y construcción por un proyecto específico, terminó en una experiencia de autogobierno que tuvo que ser reconocido fácticamente por las autoridades estatales, un autogobierno regido primero, directamente por una asamblea coordinada por los barrios tradicionales del pueblo, y luego simplemente por un presidente municipal que pasó luego a ser refrendado y normalizado presentándose a las elecciones regidas por las autoridades estatales del ramo, hasta que dos trienios después se desgastó el modelo de gobierno y regresó al régimen de partidos, aunque sólo hasta hace dos trienios regresó el Partido Oficial al poder local.

La argumentación usada por la empresa, cuando finalmente se clausuró el proyecto por descubrirse que no cumplía con lo que había prometido respecto a espacio de construcción y protección de la parte de bosque, no tiene desperdicio, se trata de una verdadera declaración de principios y apelaron directamente a todo el arsenal de valores de la globalización, cambio estructural y modernización que se sigue repitiendo hoy para justificar por ejemplo, la reforma energética:

“Desde el momento en que la apertura comercial y el cambio estructural hicieron su aparición, nuestro país ha estado sufriendo una gran transformación; el fomento de la productividad y de la eficiencia se está extendiendo en todos los campos de la vida económica nacional y México se encuentra inmerso en una gran competencia mundial en la atracción y arraigo de capitales.

La multiplicación y diversificación de las opciones de inversión es lo que atrae el interés de todos aquellos inversionistas que se preocupan por el sano crecimiento de su capital y entre ellas existe una cuya significación se vuelve prioritaria; la inversión en el área inmobiliaria, cuya capacidad de arraigo hace que los capitales pierdan su interés volátil y el ahorro se transforme en inversión, generando oportunidades de empleo en gran escala…

Al generar inversión en desarrollos inmobiliarios estamos contribuyendo al desarrollo social de los municipios en los que participamos; tal es el caso de Tepoztlán, en el que a través de impuestos y aportaciones económicas se pueden realizar mejoras económicas a la infraestructura y equipamiento urbano, así como a la generación de fuentes de trabajo directas e indirectas…” (INE, 1997)



Y al mismo tiempo no ocultaron que se trataba de capitalizar el simbolismo y la cultura del lugar. Es decir, que tenían claro que no querían apropiarse meramente de un espacio cualquiera, de meros recursos naturales:

“La filosofía que lo anima ve el futuro, y al progreso respetando la tradición, la naturaleza y creando un polo sustentable de desarrollo. Tepoztlán no es un lugar más de la geografía del estado de Morelos. Ha sido a lo largo de los siglos un lugar mítico, místico y por ello mismo centro ceremonial y punto de confluencia comercial y turística de gran importancia”…(INE, 1997).

           

Razón por la cual les parece adecuado montar ahí su propia utopía:

“El desarrollo campestre Club de Golf El Tepozteco será un lugar que combine un complejo deportivo de golf y tenis con un conjunto residencial y a su vez con un conjunto turístico integrado por un hotel, restaurantes y la primer Academia de Golf en el país, logrando con ello redondear el concepto de un hábitat integral, con mención especial de un Parque de Oficinas de Alta Tecnología.(INE, 1997).



            La movilización social reconoce la continuidad de una misma lucha a pesar de las diferentes coyunturas o intentos de transformación de paisaje para capitalizar el “valle mágico”, así, ya constituidos ahora, desde 2012, resistiendo ahora el proyecto de ampliación de la carretera Cuautla-La Pera en el tramo de su municipio, proyecto que sólo tiene sentido como forma alterna de comunicar para los trailers que llevan contenedores los puertos de Veracruz y Acapulco, recapitulan frente a un reportero:

“En 1979 quisieron construir una cárcel en terrenos comunales de San Miguel de la Cal…En 1989 comenzaron con los proyectos turísticos, quisieron instalar un teleférico desde el cerro de Chalchi al Tepozteco…luego planearon construir un periférico, un circuito carretero al pie del Tepozteco…En 1991 se planteó la construcción de un tren escénico..En el 2000, se nos impuso el proyecto de Pueblos Mágicos con la idea de unificar fachadas y de hacer proyectos ecoturísticos. Con esto se vende la idea del turismo como elemento principal de la economía municipal. Sin embargo, nosotros comemos y nos alimentamos del campo, la agricultura y la ganadería.”(Om, 2012)



            Como se ve, el conflicto va más allá de lo meramente ambiental como hasta ahora hemos clasificado y trabajado con estos conflictos, porque incluyen hechos de imposición de construcción de infraestructura y obras de impacto o servicios urbano, como basureros, gasolinerías, centros comerciales; o directamente conjuntos habitacionales para cumplir con la idea de inversión y especulación inmobiliaria, lo que ha generado ya en el estado una situación de sobreoferta de viviendas vacías como expone y explica García Barrios (2012-2013).

Clasificados estrictamente como ambientalistas, un tesista de la ENAH, (Matthew, 2008) recoge los siguientes movimientos en estos años: el de Tepoztlán contra el campo de golf, el del Casino de la Selva, la lucha contra la gasolinera Millenium en Cuautla, las luchas de Tetlama y Alpuyeca para conseguir el cierre de los basureros, la de los 13 pueblos contra las unidades habitacionales sobre el manantial Chihuahuita, la lucha contra el relleno sanitario de Loma de Mejía, y la campaña contra la autopista Lerma-Tres Marías y el libramiento poniente para salvar el Bosque de Agua. Posteriormente, en 2012, el pueblo de Tetlama enfrentaría otro problema similar respecto a la invasión de la inmobiliaria Casas Ara a la zona protegida del Cerro de la Tortuga, y el pueblo lo presentaría también desde la perspectiva de que se trata de un cerro sagrado con un centro ceremonial, y  de la lucha por el agua. Y como conflictos en pueblos indígenas, pero ya integrados como colonias de Cuernavaca, Arteaga y Brachet (2011) recogen la resistencia de Ocotepec a aceptar el cambio de los terrenos de la Feria para venderlos a una tienda Soriana, la instalación de una gasolinera y de lo que finalmente sería el centro comercial Galerías Cuernavaca. Por lo que estamos viendo, la idea de conflicto socioambiental  queda corta para los procesos que estamos viendo.

En el caso de los 13 pueblos contra la construcción de unidades habitacionales sobre el manantial Chihuahuita, centrado en Xoxocotla, volvemos a encontrar el recurso a la memoria, a la continuidad de la resistencia, y a la importancia material y simbólica del agua, igual si el pueblo, ya no se dedica totalmente a la agricultura. Y finalmente, resuena como resumen de la posición, al igual que ocurrió en Tepoztlán, el derecho fundamentalmente negado: la autogestión, la autonomía, veamos que dice uno de los participantes:

“Ya nos hemos enfrentado y ya hemos tenido muertos. En 1989 nos mataron a dos…Les quitamos las armas y los golpeamos y nos golpearon y les regresamos las armas porque se las habíamos quitado. (Al gobernador Lauro Ortega:) dijimos “cabrón, sí esta es nuestra casa, ¿por qué vas a mandar tú aquí? Tú manda allá en el Palacio y nosotros aquí”…Esta lucha no es por La Ciénega nada más; es la lucha por todas las tierras que nos están afectando las inmobiliarias y por toda el agua que nos van a quitar y por toda la suciedad que nos van a echar a nuestras barrancas, ríos, canales y a continuación nuestras tierras de cultivo”. (González, 2007).



Más extensamente, los 13 pueblos elaborarán un Manifiesto que servirá de

Guía para las siguientes acciones incluyendo las estrictamente urbanas no indígenas como las de resistencia de la ciudad de Cuernavaca contra el relleno sanitario de Loma de Mejía, que sin embargo fue dirigido por la organización barrial de Salto de San Antón. En su parte central los 13 pueblos se autodefinen de la siguiente manera:

“Somos pueblos que respetamos y sentimos nuestras necesidades, muy especialmente la necesidad del agua. Hasta la fecha, nuestros pueblos conservamos este respeto profundo, aunque la religión, la economía y la cultura dominantes no nos permitan manifestar abiertamente, como gente del campo, nuestros sentimientos de respeto por la lluvia, por los cerros, por nuestras tierras y semillas.

La tierra nos da de comer, el agua nos da vida y alegría, mientras los cerros y sus selvas no sólo nos dan agua, sino también pinos, encinos, amates, copales, hongos, guayacanes, casahuates, ceibas, guajes, nochebuenas y animales como el venado, el jabalí, mapaches, tejones, zorrillos, armadillos, liebres y conejos, ardillas, coyotes, comadrejas, cacomixtles, tlacuaches, murciélagos, chachalacas, águilas, gavilanes y zopilotes. Por eso los cerros son toda nuestra fortaleza.

En relación con nuestra madre tierra aprendimos a leer la niebla, el frío y el calor, los temblores ligeros de la tierra y los eclipses, aprendimos a interpretar el sonido de nuestros ríos o dialogar con el viento que sale de los pozos naturales y los ríos subterráneos. En el dialogo con nuestros recursos hemos aprendido a interpretar nuestros lugares, sus fenómenos naturales, y desde ahí, planear nuestras actividades del año.

Entendemos y veneramos la relación con nuestras tierras, aguas, y aires, porque mantenemos en pie nuestra organización colectiva, y sabemos que el día que esta muera, morirán cada uno de nuestros recursos. Por ello conservamos nuestras danzas. Porque en ellas no sólo llamamos al agua, sino que además nos prometemos a nosotros mismos no desintegrar nuestros grupos. Y mantener nuestra palabra como la verdadera ley que se debe cumplir.

Nuestras comunidades cuidan colectivamente sus tierras, para ello nuestros antepasados nos dejaron delimitaciones. O construyeron colectivamente tecorrales. Para guardar y defender las tierras de los robos y todo lo que altere nuestra paz. Para ello nuestros pueblos teníamos guarda bosques, guarda ganados, guarda tierras, y guarda cercas. Y por esta misma raíz cultural profunda, en Morelos los pueblos seguimos acudiendo a nuestras plazas cuando una amenaza a la colectividad es anunciada con el repique de las campanas.

Nuestros territorios y calendarios están llenos de lugares sagrados en los cuales colocamos cruces y recordamos los momentos sagrados, para los cuales realizamos ceremonias y danzas, recordándonos nuestro respeto y veneración por el agua, la tierra, sus semillas y nuestras comunidades.

Desde la colonia, pueblos indígenas como Xoxocotla fueron pueblos rebeldes, renuentes al proceso de evangelización. Xoxocotla que estaba en Pueblo Viejo, con la colonización se lo desplazó a Xochitepec, pero la gente se regresó, aunque ya no a Pueblo Viejo, sino a donde estaba el río, que es donde finalmente quedó. Y Xoxocotla, Alpuyeca, Atlacholoaya y Temimilcingo siguen siendo pueblos” rebeldes porque mantienen en pie a sus dioses antiguos dedicados a la veneración del agua.

El agua todavía vive en el corazón de estos pueblos cuando en el día de la ascensión se veneran los cuatro puntos cardinales, el cielo y la tierra de la pequeña gruta sagrada de Coatepec, el Pozo del Padre, la Santa Cruz, las piedras en forma de mesa en el camino real a Santa Rosa Treinta y en un punto en el cerro de la tortuga. En sus ceremonias agradecen y fomentan colectivamente la experiencia de recibimiento. Porque danzando con las ramas agradecen con alegría del corazón el agua que reciben del cielo, las montañas, los bosques y las tierras. No en balde son pueblos que todavía distinguen el sabor sagrado del agua viva”.

            El 28 de agosto de 2014, se reunieron en el auditorio principal de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos pueblos y barrios para analizar su situación. Como parte del planteamiento inicial uno de los líderes de la organización llamada de “Los 13 Pueblos por el Agua y la Tierra”, Samuel Roque, afirmó: “todo lo que tenemos en nuestro territorio nos pertenece a nosotros. Hay que hacer el trabajo que nos toca para mantenerlo” y significativamente, afirmaría Eloy Sánchez de Ahualulco, Ayala, “El agua no se vende. Se la ganaron nuestros abuelos, nuestros padres. En la Revolución se concesionó el agua a los ejidos”.

            Arteaga y Brachet (2011), desde la perspectiva disciplinaria del estudio de los movimientos sociales, frente a la experiencia de vivir en las comunidades estudiadas (Ocotepec y Ahuatlán), terminan señalando la incoherencia que se da entre el marco de estudio que impone la disciplina que encuadra los casos por tipo de objeto u objetivos del conflicto, y no les queda más que recurrir, al igual que lo señalan los testimonios de los participantes en los movimientos que hemos mencionado, a la historia, a una continuidad local. Recordemos que en su estudio sobre el zapatismo John Womack (1992) inicia afirmando que se trató del caso paradójico de unos pueblos que hicieron la revolución para no cambiar. Es decir, Womack juzgaba totalmente bajo el encuadre de la historiografía y línea temporal teleológica moderna. Muy diferente sería la visión que pudimos comenzar a tener desde los estudios de microhistoria en la versión de Luis González y González (1976) de acuerdo con la cual el sentido temporal de los pueblos es propio, y revisando, por ejemplo el caso de varias revueltas de pueblos, como las que expone Frederich Katz (1988), el sentido de las diferentes revueltas de pueblos y comunidades, podemos ver que más que apegarse a una identificación política o ideología, el sentido está en tomar la posición que permita la persistencia de la autonomía relativa del propio pueblo en la coyuntura específica. Esa es más o menos la misma conclusión a la que llegan Arteaga y Brachet en su estudio empírico. En donde además, explícitamente se preguntan si las muy vitales todavía expresiones de ritualidad tradicional tienen que ver con la enorme capacidad de movilización popular que se mantiene en estos barrios de Cuernavaca ante cada nueva coyuntura. Resuelven, desviando el proceso hacia la fuerza de una institucionalidad paralela que a diferencia de los testimonios anteriormente referidos sobre la importancia del agua y la continuidad de las creencias, se mantiene solamente con la autorreferencialidad al control de los habitantes relacionados por la proxemia del vivir cotidiano.

            Con una visión más profunda, Fernanda Paz (2005), nos demuestra como en realidad la identificación y la unidad colectiva se articula de manera diferente en las diferentes comunidades incluso en un mismo biotopo como pueden ser los bosques de las montañas altas del norte del estado, así, nos describe situaciones distintas para los Pueblos de Huitzilac, Coajomulco, Tepoztlán, Tlalnepantla y Tlayacapan:

“En Huitzilac y Coajomulco …ser comunero está íntimamente relacionado con una forma de vida y de existencia, con la manera de interactuar con los recursos, con la interdependencia que se teje entre sociedad y naturaleza, no sólo por el uso que aquélla le da a ésta, sino también por las instituciones comunitarias y las formas de organización sociopolíticas y económicas que surgen o se trastocan a partir de esta interacción. En Tepoztlán, insistimos, no es la identidad de comunero el eje alrededor del cual se teje hoy día el proyecto en torno al bosque como bien común, o, por lo menos, no es este el único punto articulador. (2005:207)”

           

Aclara que en Tepoztlán “el eje en torno al cual y desde el cual se genera el proyecto hacia el bosque como bien común, no es la identidad de comunero, sino otra identidad más bien territorial: el ser tepozteco” (p.206). Y también nos describe situaciones de cohesión social distintas para municipios donde básicamente el bosque ha sido transformado para convertirlo en tierras de cultivo comercial como en Tlalnepantla y Tlayacapan. Y sin embargo, cabe el matiz de la perspectiva que impone el enfoque analítico, dado que –en este caso- el interés específico del trabajo es la comprensión del bosque como “bien común”, y que éste “no está dado, no existe a priori, sino como construcción social, y adquiere los significados particulares que le otorgan las identidades colectivas”. Porque, por ejemplo, cuando se organiza la caminata de la ciudad de Cuernavaca a México del Movimiento por la Paz y la Justicia del 5 al 8 de mayo de 2011, el apoyo logístico en alojamiento y alimentación para recibirla, y el acto político y los discursos realizados, centrados en el asesinato de un comunero defensor del bosque ; lo mismo que la denuncia que sobre ese y otro caso semejante presentó ante el alto comisionado de la ONU la organización de los “13 Pueblos en Defensa de la Tierra y del Agua”, nos hablan de una lógica de identidad como pueblo histórico e indígena muy semejante a la de Tepoztlán que justifica el derecho al bosque y la necesidad de su conservación como bien colectivo.

De manera diferente, creo que más bien, ahí se abriría una cuestión a estudiar entre la relación entre las organizaciones rituales, conocidas como patronales, las organizaciones de representación universal, las asambleas, que sólo funcionan en momentos álgidos, y los colectivos más restringidos que mantienen la continuidad y que se presentan como movimientos, y que ahora, abiertamente, explícitamente, de su parte, se mueven ambiguamente, o más bien en los dos ámbitos, de la resistencia indígena por la lucha por la autonomía y en el de la lucha de la sociedad civil general como un movimiento político más; de ahí su capacidad de hacer alianza con estos movimientos, y al mismo tiempo de darles base y logística cuando ha sido necesario.

            Al final del Atlas Etnográfico de Morelos, Miguel Morayta (2011), luego de una amplia y documentada descripción de la vitalidad de las expresiones étnicas en el estado, pregunta si estamos ante el umbral de la desaparición de los pueblos y cultura indígena en Morelos. Luego de referirse a las acciones políticas de resistencia, concluye diciendo que la herencia indígena está en transformación y reformulación.

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