martes, 31 de agosto de 2010

Doble Moral y el Papel de la Política.


En 2008 cuando un homosexual fue brutalmente apaleado, una diputada puritana de Irlanda del Norte invocó el libro Levítico de la Biblia que señala que tales personas merecen la muerte. Hoy, Iris Robinson, a los 60 años es esposa del primer ministro, y el escándalo actual es que se hizo público que no sólo tiene un amante de 19 años (el Deuteronomio impone la misma sanción para los adúlteros), sino que usó sus influencias para conseguirle un subsidio para montar un café (27 000 euros). Ocurre en todas partes, la misma gobernadora de Alaska, impulsada a la candidatura para la vicepresidencia por las compañías petroleras que quieren echar abajo las legislaciones ecologistas, Sarah Palin, fue echada de cabeza por su yerno respecto a sus conductas familiares y en relación al embarazo de su hija adolescente. Toda la gran literatura de Estados Unidos, desde Nathaniel Hathartone (la Letra Escarlata) hasta Arthur Miller (Las Brujas de Salem), pasando por autores tan disímiles como Herman Melville (Moby Dick) o Tenessee Williams (El Zoológico de Cristal), Sinclair Lewis (Calle Principal), Robert Penn Warren (Todos los Hombres del Rey) o, contemporáneamente, sobre la inhumanidad del neoliberalismo, Bret Easton Ellis (Psicópata Americano), está basada en la denuncia de la falsedad básica de todos los puritanismos.
Por su parte a la curia católica siempre se le han echado en cara su constante práctica de vicios seculares en todos los momentos de la historia, siendo ésta la base para la separación de lo que se llamo iglesia reformada o protestantismo. Ahora, en la iglesia católica lo más notorio la extensividad de la práctica de la pederastia entre sus miembros, llegando incluso a ocultar bajo su escándalo la persistencia de la también universal práctica de la solicitación (cohersión sexual de mujeres), que gracias a esto –en el complejo funcionamiento del sistema mediáticomoraljurídico que vivimos- ya no es vista como una acción negativa y sus demandas dejan de tener visibilidad pública y gravedad.
Vista sin prejuicios la vida real y cotidiana vemos que la diferencia no está entre quienes hacen unas cosas y quienes no las hacen, sino entre quienes defienden la necesidad de una doble moral que le impone a los otros obligaciones que uno no está dispuesto a cumplir, y quienes se oponen a esa doble moral, aceptando la libertad individual sustentada e identificada con una responsabilidad también individual. Hoy por todas partes vivimos una ofensiva total por imponer la doble moral como contenido institucional de gobierno desde las más diversas facciones, lo mismo quiere la iglesia católica, que los imanes iraníes, los renacidos cristianos cercanos a George Bush, la cienciología de John Travolta y Tom Cruise, Al Qaeda, el partido en el gobierno en Israel, Hezbollah, los protestantes nacionalistas de Irlanda del Norte, etc. que nos obligan a tratar de aclarar que parte de la solución de la cuestión está siempre en aclarar la definición de cual debe ser la dimensión en que tal tipo de cuestiones, como son las conductas individuales, deben de discutirse y regularse socialmente, es decir, políticamente.
La decisión de vivir bajo una doble moral o no, es una decisión personal e individual, que no debe estar sometida al imperio de los estados o las empresas; lo mismo que no debe ser objeto de mandato institucional la decisión de hacer una cosa u otra, que religión practicar, con quien tener sexo, que hacer con el propio cuerpo, morir o no morir, embarazarse o no embarazarse, parir o no parir, que comer, que fumar, que drogas o medicinas consumir, etc., con la salvedad de no dañar a terceros. Esas decisiones no deben de ser objeto de la discusión política sino en todo caso, inevitablemente, mero espacio de competencia de los mercados morales.
Lo que los estados deben de hacer, y ese el nivel en el cual debe de librarse la discusión política es otorgar y vigilar las condiciones para que los ciudadanos tengan la mayor libertad para tomar de manera personal, individual, informada y libre cada decisión, proveyendo también de los medios institucionales para que el ejercicio de tales acciones en función de los derechos fundamentales de expresión, tránsito, salud, etc., dejando incluso abierto el espacio de riesgo individual que cada uno quiera asumir en sus prácticas como el de contraer cáncer por fumar o matarse por conducir a exceso de velocidad. Para lograr tales fines la historia ha demostrado que es necesario tanto que dichos mercados morales sean ser sometidos a reglas que no dejen indefensos a los individuos tanto frente a las cohersiones institucionales, como, por ejemplo, las religiosas existentes en toda sociedad, o frente a las modernas técnicas subliminales de manipulación propagandística y publicitaria estatal y empresarial. El principio básico irrenunciable e imprescindible es que la institucionalidad social no puede estar identificada con ninguna de las opciones morales (que como es fácil ver, normalmente se presentan bajo etiquetas, discursos y contenidos religiosas).
Por lo tanto, más que juzgar sobre la legitimidad de las decisiones personales, la discusión política y las acciones estatales, más que decidir sobre lo debido o indebido de las prácticas personales se debe de discutir no sobre prohibiciones, sino sobre niveles y formas de servicios que permitan equiparar las condiciones de las prácticas personales con los derechos a las mismas. Y esto automáticamente implica el pasar de una visión de castigo y manipulación a la de la información y la libertad. Es decir, que en lo político la discusión debe de pasar de fijar la atención sobre las conductas de los individuos, a la conducta sobre las instituciones, y en donde el control debe estar no sobre los apetitos, necesidades, adicciones, instintos y gustos del individuo sino sobre la limitación de las prácticas de cohersión, manipulación, extorsión y violencia.
El caso del aborto es paradigmático: mientras más educación sexual, menos represión sexual, más liberalización y acceso a anticonceptivos de todo tipo menos embarazos no deseados, menos abortos, y si estos dejan de prohibirse, menos lesiones y muertes de mujeres cuyo único delito y culpa que pagan al penalizarse el aborto, es el hecho diferencial de que son quienes se embarazan al tener relaciones sexuales.

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