viernes, 9 de abril de 2010

2012 o el tamaño de la estupidez humana.

“esas edades eran 13, cada una de las cuales tenía su ídolo particular y su sacerdote, con una profecía separada de sus acontecimientos”.
Avendaño y Loyola, 1696.
En Cobá existe una estela, la número 1, donde está inscrita la fecha en que las cosas de este mundo "aparecieron" (o sea en judeocristiano, se crearon). Es el primer día en posterior a que todos los ciclos de más de 20 años (ciclo de 400, de 8000, 160000 y 320000 hasta uno de 20 a la 21 años) se completaron cumpliendo 13 ciclos. La fecha está calculada como 13 de agosto de 3114. En la estela explícitamente se habla de creación del mundo, pero no se dice nada de fin del mundo ni cosa parecida. Alguien, con mentalidad judeocristiana malentendida (Carl Johan Calleman, por ejemplo o José Argüelles) dedujo según su propio criterio que entonces el completarse significaría el fin del mundo. Pero se lo sacaron de la manga. No lo dice ninguna inscripción antigua maya. De ahí viene toda la mariguanada del fin del mundo el 20 de diciembre de 2012 que es igual a la del error del 2000 (ky2000), y a la de todos los milenarismos trasnochados (efecto nostradamus, dicen en History Channel). En la cultura maya la idea de la larga duración calendárica permite entender al universo en una estructura cíclica de combinación de determinaciones semejantes en plazos lo mismo muy cortos anuales que indeterminados. Como lo demuestra una verdadera experta como Linda Shele, no hay ningún problema para seguir calculando los próximos cumplimientos en 4772 y 154587. Contra las ideas teleológicas palestinas, o sea judeocristianas, de lo que Karen Armstrong llama el período axial, cuando surgen las grandes religiones mundiales, incluidas las tres abrahámanicas de Palestina (cristianismo, judios e islamismo), lo que presentan los mayas no es una historia determinada con un principio y final (creación y juicio final), sino un marco abstracto con determinaciones para cada momento de acuerdo al modelo matemático que está abstraído de la composición de los movimientos estelares. Por eso en ese producto complejo, producto de compromiso entre quienes comunican y quienes recogen, entre quienes dictan y quienes escriben el testimonio, como demuestran Adrián Chávez y René Acuña, el mal llamado Popol Vuh (debe ser Pop Vuh: libro del petate cuyo entramado representa la estructura de poder como prestigio y orden), a pesar de que la interpretación bíblica se asume al inicio mezclada arbitrariamente con la épica de los dioses creadores, no hay principio y fin, sino sucesivas creaciones de mundo. Una estructura lógica que de entrada ya imposibilita la posibilidad de fin de mundo, de óntica escatológica (idea del ser como ser para tener fin, para ser enjuiciado, etc., occidente desde los judíos hasta Heidegger), sino un orden de sucesiones de diversidad de mundos sobrepuestos en infinita rotación. Como comenta Erick Thompson: “la vida en los planos celeste y terrestre se movía como una máquina compleja sin control de los dioses o los hombres” (Un Comentario al Códice de Dresden, Fondo de Cultura Económica, México, 1988. p. 270).
En el Chilam Balam sí se pronostican acontecimientos catastróficos específicamente para los pueblos mayas cada 250 años, tal y como han acontecido por ejemplo, en los ciclos de las conquistas europeas y mestizas del área. (ver Cosmos Maya de David Freidel, Linda Shele y Joy Parker. Fondo de Cultura Económica, p.62). E incluso, cuando se quiere usar el Códice Dresden para justificar esta interpretación, lo que claramente se puede entender: el derramamiento del cielo, las nubes, la serpiente de agua, sobre la tierra, hace pensar inmediatamente en un huracán, cosa bastante común por supuesto en el mundo maya. Aunque, de hecho, el comentario que hace Thompson hace pensar más bien en el calentamiento global: Tormenta de rayos, ¡Ay del dios del maíz!, sequía, ¡Ay de la semilla de maíz! ¡Ay de la Humanidad! Tormentas destructoras.

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