lunes, 22 de marzo de 2010

Alicia en una Era de Razón e Ideología: OOps!, Disney did it again!



De entrada parecería que ni Tim Burton como director, ni Linda Woolverton como guionista (Alice in Wonderland, 2010), ni Nick Willing (Alice, 2009, ScyFy) como ambas cosas; entendieron de que se trataban Alicia en el País de las Maravillas ni Alicia a Través del Espejo.
Pero quizás sea más complejo que eso. El propio Tim Burton, en una entrevista, acepta que lo más importante en los libros de Lewis Carroll (Charles Dodgson) de Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del Espejo, es el absurdo. Es decir, la narrativa, la historia y los personajes son lo menos importante. Sin embargo, tanto en la adaptación de Alice para televisión del canal ScyFy, y en la dirigida por Tim Burton, la decisión fue retomar la trama y los personajes para recontar la historia. O sea, hacer lo mismo que hizo Walt Disney hace 50 o 60 años, pero al revés. Disney dejó el absurdo pero lo idiotizó, en el sentido de que para Disney lo infantil era igual a lo idiota, y a la vez, siguiendo la línea propuesta por Frank Baum, el autor de El Mago de Oz, que proponía quitarle a todas las historias para niños victorianas y de los hermanos Grimm, eliminó todos los detalles de misterio, angustia y terror, que los hacían funcionar como manuales condensados de supervivencia. Ahora, en ambas adaptaciones, se buscó retomar lo obscuro de las historias de Alicia: el poder, la manipulación, los monstruos; racionalizar políticamente en relación a fines las acciones de los personajes; y –el peor de los crímenes- darles coherencia y consistencia. Y parte del truco está en el fraude: la película que dirige Burton es un viejo guión de la guionista de Disney de la Bella y la Bestia, y es eso: una película Disney. Burton sólo filmó un guión ajeno y sólo metió mano en el diseño de la producción, en la imagen.
En la obra original lo central está en la confrontación entre la inocencia de Alicia y el absurdo del mundo, que Dodgson claramente remite a las formas sociales, a las formas que impone la educación, la justicia, las reglas de etiqueta, las de mesa, etc. y en particular a las formas internas, domésticas de construcción del orden imperial, a las formas íntimas. Incluso el Dodgson para adultos en Matemáticas Dementes, se divierte con el absurdo que oculta todo pensamiento lógico o formal (siendo la matemática su grado más puro) llevado a sus consecuencias. Dodgson no tuvo que recurrir a hablar de las colonias para denunciar al imperialismo como un absurdo brutal. Los deseos, la violencia, la política, el poder, la publicidad, la educación, la ciencia, todo queda burlado y mal parado en la fantasía de Dodgson sin necesidad de construir una historia o un devenir o una anécdota; trabaja al nivel de la fantasía y en la segunda parte con procesos de sueños, pero sobre todo en el nivel medieval de la Maravilla. Y para entender la idea de Maravilla tenemos que remitirnos cuando menos hasta los relatos de las novelas artúricas del siglo XVI donde se decía que los caballeros del 500 salían a recorrer los bosques ignotos para enfrentar o encontrar la maravilla. Eso, por supuesto implicaba una actitud de “esperar que ocurrieran cosas fuera de lo común como si fuera lo más normal”, y la maravilla era lo mágico, lo místico, lo sobrenatural; incluso, en la sobreposición de mitos nórdicos, gaelicos, latinos y la nueva religión de entonces, la católica, lo divino. Eso, también debidamente llevado al absurdo y a lo más cotidiano de la vida inglesa victoriano, es devastado, zarandeado, desnudado y ridiculizado en los dos libros de Alicia.
Sin embargo, curiosamente, al finalizar la primera década del siglo XXI, dos empresas mediáticas, cada una por su lado, y con dos autores totalmente diferentes, coinciden en recuperar la novela y rehacer la historia. Pero lo más sorprendente, es que coinciden fundamentalmente en el sentido de la reelaboración. En ambas Alicia deja de ser la niña niña que representa la ingenuidad no contaminada por la ciega aceptación de todo formulismo cultural y social, es una niña que cuestiona de manera natural todo razonamiento y conducta. Y éstos son representados fársicamente mediante personajes y discursos imposibles, más alegóricos que subjetivos. Esta niña discurre por ese mundo justamente con la actitud del caballero medieval de buscar y no asombrarse de las maravillas; aunque éstas no sean, sino la cara absurda de lo cotidiano. Alicia es ahora en las nuevas historias, filmadas sobre guiones escritos cada uno por un hombre y una mujer, una adolescente inteligente, capaz, empoderada o en el proceso de empoderamiento, que al contrario que la Alicia original, confunde este otro mundo con un mundo real, por lo tanto no fantasioso; y en el cual el absurdo es reemplazado secamente por una mera lógica de gobierno y poder que obviamente corresponde más al mundo real que a un mundo de maravillas. En el de Sci Fy la reina roja dirige una empresa que al igual que los extraterrestres abduce humanos hacia su mundo y los mantiene en trance gracias al contacto de sus pies con una alfombra especial. En la de Disney seudoBurton, Alicia es una mezcla de campeón y profeta anunciado en una nueva versión de Narnia. En ambas, casualmente, un mero personaje incidental, el sombrerero loco, además de que deja de estar loco para ser el más coherente de los personajes, se convierte de hecho en su pareja o cuando menos en su compañero, negando la natural disposición de Alicia de poder actuar sola por su cuenta y sin sentido. La Alicia original no tiene un camino buscado ni prefigurado en la primera parte, de hecho, no busca ni puede definirse; mientras en la segunda sigue la irracionalidad de la necesidad -por el sólo hecho de estar en un tablero de ajedrez- de coronarse, pero se olvida a sí misma y no puede darse un nombre y se cuestiona la necesidad de nombrar ninguna cosa.
La normalización de la historia de Alicia en sus dos versiones, la necesidad de recuperar una clara escala de mal y bien que no existe ni es posible en el absurdo de la versión original, la imposibilidad de trabajar con una niña, tener que convertirla en adolescente, la necesidad de proyectar una historia política, e incluso la necesidad de convertir a seres meramente alegóricos o meros juegos de letras o palabras en personajes, en realidad demuestran el empobrecimiento de nuestra imaginación y nuestra incapacidad de entender cosas diferentes a nuestras actuales proyecciones culturales, todas en clave de contrautopias, miedos y preocupaciones -necesitando convertir a la ingenua Alicia en ambos casos en una campeona liberadora- sólo hablan de la miseria de nuestro mundo y mentalidad actual.

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