sábado, 20 de marzo de 2010

“Ser Normal”, la Más Eficaz y Pesada de las Cadenas. ¿Es una Liberación el Matrimonio Homosexual?



“Everything’s got a moral if only you can find it”
La Duquesa de Alicia en el País de las Maravillas.
Todos queremos ser aceptados. Eso ni se cuestiona. Y ese deseo es quizá lo que posibilita más que nadie la continuidad de las situaciones insoportables y el automatismo en el que siempre han podido confiar madres, padres, policías y tiranos en general. Sobre todo cuando una de las líneas de evolución más exitosas de la civilización ha sido la de imposibilitar cada vez más, y cada vez de manera más consciente, la existencia de la persona aislada. De hecho, como ya prefiguraba Maurice Dobb a mediados del siglo XX en sus ensayos sobre el Desarrollo del Capitalismo: lo que ahora llamamos “la Economía”, o sea secamente el capitalismo comenzó abiertamente a desarrollarse invadiendo y controlando todos los espacios de reproducción y producción vital llegando al momento actual en que incluso se patentan, monopolizan, esconden y venden los genes de cada vez más seres vivos, principalmente los relacionados con la alimentación (vegetales y animales, semillas, ganado, etc.); y hasta las posibilidades y condiciones de establecer relaciones de pareja, de relaciones colectivas y no se diga de trabajo, de diversión, de expresión y realización personal: en otras palabras, toda sociabilidad (como lo demuestran en diversos trabajos Anthony Giddens (la Transformación de la Intimidad), Jeremy Rifkin (la Sociedad del Acceso) y Zygmunt Bauman (Sociedad de Consumo)).
Claro que no es algo novedoso, toda la historia de El Castillo de Franz Kafka gira en torno a esta situación en donde el protagonista se ha preparado para ser un personaje útil de acuerdo a los mandatos explícitos pero generales y abstractos de El Castillo, y termina luchando por encontrar si existe algún mandato o deseo o lugar específico para él en el sistema. Toda vez además de que a diferencia del resto de los personajes, resulta ser el único que tienen consciencia de que está actuando por su cuenta y de que puede de alguna manera escoger o actuar para acomodarse donde se le dice que en general es deseado, pero no necesariamente en lo particular. Y no hay ningún elemento explícito que permita inferir que particularmente él sea deseado, si bien tampoco se encuentra ninguna condena o prohibición explícita para él. Y leyendo la correspondencia y diarios de Kafka, es muy claro, como lo que ahí desarrolla para las relaciones económicas, lo relaciona y equipara directamente con la aceptación en una relación sexual y afectiva de pareja, en la posibilidad de constituir esa institución total tan bien acreditada ahora, que es la familia. Ahora hasta los homosexuales quieren ser familia.
Queremos ser libres decimos, pero para sobrevivir necesitamos someternos más o menos a lo que la sociedad inmediata (familias, pueblo, comunidad, colonia, barrio) o general (mercado de trabajo, estado) acepta o quiere. Pero más allá de eso, todavía, no es sólo, ni nunca ha sido sólo un mero problema de supervivencia física: el mismo Nietszche planteaba la necesidad absoluta que tuvo Zaratustra de regresar de su exilio: Buda regresó de la liberación para enseñar lo aprendido: Cristo igual necesitó predicar su mensaje de redención posible, etc. Existe la necesidad de que lo hecho, lo dicho, lo pensado, la existencia subjetiva de los individuos encuentre reacción en el cuerpo social. Y en este sentido el propio escándalo, el rechazo, la execración que recibe en los casos extremos un asesino serial, un tirano vale lo mismo que la exaltación y homenajes que recibe un campeón, un héroe, un líder. Nuevamente Kafka: lo intolerable es que las Sirenas no canten. Y si no lo hacen, el hombre “inteligente”, Ulises-Odiseo, debe fingir creer que lo hacen. Es lo mismo que decía al final de su vida Goethe: “Me engaño y soy feliz”. Aunque todo esto, por supuesto, quiere decir que todos estos pensadores, perfectamente sabían que no cantan las sirenas, que ni siquiera existen, y que en realidad se actúa en el vacío total, contingencia, soledad y sin sentido que Meuersault, El Extranjero de Albert Camus. La fama negativa, la execración, del asesino, finalmente no es sino la búsqueda de castigo para acabar con el sufrimiento de la soledad diferencial. Todos regresan del desierto, porque al parecer el peor castigo que todos los humanos intuimos es el exilio total: el limbo de quienes “desaparecen”. Quizá quien mejor lo ha expuesto de manera artística es Jorge Luís Borges con su fábula de El Inmortal. Y quizá quienes mejor han jugado con esta sospecha y su correlativo miedo arquetípico son los diseñadores americanos de las políticas de contrainsurgencia y su estrategia de “desapariciones” y “random violence” que con tanto éxito han aplicado tanto en las ciudades americanas (como le echara en cara el líder chino Jiang Zemin a Bill Clinton cuando éste le quiso hablar de democracia) y en Sudamérica y México con la guerra sucia; lo que recientemente Noemí Klein expuso como la estrategia del Shock.
En los casos extremos anteriores, incluso quienes no pueden ocultar su diferencialidad buscan entonces su castigo o premio para justificar, explicar su pertenencia, a pesar de todo, al común. En las existencias más comunes, entonces, con mayor razón, para no quedar expuestos a la angustia, para no confrontar el sinsentido de toda acción y existencia, y sobre todo su soledad, todos queremos o tratamos de ser normales.
En la cuestión de la homosexualidad de entrada está siempre planteada la cuestión de si se trata de una opción en libertad o de la asunción e identificación con una condición de castración. Aquí el criterio debe de estar en la fijación o movilidad. Si es una opción entre varias que se están ejerciendo, es libertad; si se osifica, solidifica, aparece como un constreñimiento como única posibilidad, es lo contrario de la libertad. Y sobre todo también, cuenta como es que se llega o produce, o “descubre”, la condición de homosexualidad, por libre elección, por seguimiento de sensaciones de placer, o por constreñimiento, abusos, etc. E incluso, en un segundo momento, aún cuando se llegue ahí –como a cualquier parte o condición- aparece la cuestión de que, como inmejorablemente lo expresó un escritor de Monterrey cuyo nombre no recuerdo: “el infierno es un paraíso del que ya no podemos salir”. La libertad y el placer tienen que mantener siempre la condición de reversibilidad, puertas abiertas siempre para salir y entrar y cambiar. Sino, dejan de ser lo que son, para convertirse en sus contrarios, aunque lo neguemos (aquí alguien podría decir entonces que por fuerza la vejez entonces es un infierno porque es irreversible; pero ahí entonces es donde a la larga, aparece la opción de la muerte como liberación –como lo asumen los inuit-; y luego entonces, quizá una manera “inteligente” de vivir sea hacerlo de tal manera que la muerte aparezca como liberación. Si se dan cuenta, la naturaleza ya empuja hacia allá con las enfermedades dolorosas e incapacitantes que al final hacen deseable la muerte. El caso entonces es no ver a la muerte con la angustia de un castigo o un mal, sino una opción de liberación, pero que por supuesto, es personal e intransferible y nadie, por lo tanto, puede arrogarse la facultad de tomar la decisión de “liberar” a otro. Si vemos a la muerte como una “liberación” natural, entonces quizá dejemos de ver a la vejez con tanta angustia y hasta envejezcamos más saludablemente y de mejor ánimo).
Volviendo al caso del matrimonio homosexual es interesante el caso que presenta Narciso de Gabriel en su libro Elisa y Marcela: Más Allá de los Hombres, reseñado en El País Semanal (No. 1746, 14 marzo, 2010). Se trata de dos mujeres gallegas que en 1901, a pesar de que ya vivían juntas por su cuenta, buscaron y consiguieron casarse por la iglesia, haciéndose pasar una de ellas por hombre. Y luego, aún más, la “mujer”, Marcela, lograría embarazarse y tener un hijo. Es interesante la opinión de Raquel Platero cuando le preguntan porque se arriesgaron al engaño, por el que fueron encarceladas, si ya vivían juntas. Dice ella que “Hacerse esa pregunta forma parte de un presentismo perverso. Hay que contextualizar las cosas del pasado en su momento. En la historia de las dos muchachas subyace todo un discurso sobre la masculinidad. Elisa se convierte en hombre porque eso refuerza la idea de persona controladora. Ahora nos puede parecer fatal, pero es comprensible porque venimos de una tradición muy machista. La boda no fue un acto de rebeldía, sino una continuación con los patrones de la época. Casarse en una iglesia significaba estar en sociedad. Ser normales.” Y señala otra cosa importante: “Esta historia la conocemos porque hay fallos en el plan trazado. No sabemos nada de las historias de éxito porque salieron bien”. El complemento de la historia es que cuando son encarceladas en Oporto, Portugal la población se sublevó y obligó su liberación. Es cuando Marcela se embaraza, lo que vuelve a generar un escándalo público del que huyen hacia Argentina. Ahí, ante la precaria situación económica, “el hombre”, Elisa, se casa con un viejo, pero él se entera de que su plan es enviudar rápido para volver con Marcela y las chicas –que en este caso, no podemos decir con Fito Paéz que fueran Thelma y Louise- vuelven a huir sin que se sepa que fue de ellas.
La cuestión entonces es que pareciera que la defensa es del derecho a reproducir los elementos más nefastos de nuestra sociedad, como el machismo y la “personalidad controladora”, que luego demostraría ser capaz de fríamente usar a otra persona (no se nos aclara si pensaban esperar la muerte del viejo o matarlo) con tal de obtener sus objetivos. Y aquí está funcionando otra lógica curiosa: la iglesia y el poder civil podrán execrar el matrimonio homosexual, pero en tanto las parejas luchan por casarse, lo que están haciendo es reconocer legitimidad y sometimiento a la autoridad que quieran que los reconozca. Es decir, que la iglesia tendría que verlo como justamente una extensión, continuación, mantenimiento, pese a todo, de su gran poder social atemporal, etc., etc. Y respecto a los hombres o machos, pues el hecho de asumir no sólo el aspecto de hombre para engañar, sino cumplir con toda la acción y actitud del macho, del personaje controlador, bueno, eso de “más allá de los hombres”, no se cumple en absoluto, porque están demostrando que siguen constreñidas al marco de lo masculino en su forma extrema y destructiva de lo macho y lo controlador. No niegan al machismo y a la manipulación de una persona por otra, sino que se apropian del papel, lo reproducen, con lo que en buscar la extinción de tales condiciones, las terminan reivindicando. Se trata sólo de ser hombres sin hombres, de hacer lo mismo. Y finalmente, tampoco superan a los hombres cuando buscan relacionarse con estos para usarlos, para lo mismo que cínicamente, podría decirse que los usan las mujeres que juegan bajo el racional choice y demás reglas del sistema de individualismo ventajoso que desconoce el placer y la libertad: tener descendencia y beneficios económicos. Así, al final, tenemos que lo que visto de manera aislada parece un idílico amor de pareja que lucha para consumarse contra todo impedimento, visto en su contexto resulta un fenómeno oscuramente narcisista obsesivo (ja, ja, el autor del libro sobre ellas se llama Narciso).
Mmmm… La “moral” por decirlo como aquel obsesivo personaje buscador de moralejas de Lewis Carroll que exaspera a la pobre de Alicia detrás del espejo, la Duquesa, es que el matrimonio entre homosexuales, como para cualquier pareja heterosexual, puede no ser una liberación ni una negación de los elementos negativos de la sociedad. En dos palabras (o más), los matrimonios homosexuales no son una negación de la moral social dominante, al contrario, son una reafirmación del poder, legitimidad e inexorabilidad de la misma.
Pero en cambio, para la sociedad que los permite, resultan una liberación respecto a una falacia persecutoria punitiva. En realidad nunca nadie ha podido explicar porque el hecho de que los vecinos sean homosexuales y se casen, pone en riesgo a la familia de los otros vecinos. Y mucho menos porque el legalizar tales matrimonios nos pongan en riesgo de contraerlos.
Lo importante es dejar las puertas abiertas y que cada quien yerre como pueda.

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