El Cerro de las Parotas
El
nombre evoca tiempos, sensaciones y paisajes específicos.
No
es sólo una enunciación, una localización, un topónimo,
coordenadas,
la radiación de un GPS.
Es
calor en la piel, y sobre todo reflejos de sol, dorados y blancos bajo las
enramadas,
que
atigran todo bajo el árbol, en un juego de luces que titilan y juegan como
abejas
y luciérnagas diurnas para regocijo del que pasa o se queda;
y luciérnagas diurnas para regocijo del que pasa o se queda;
y
manos amarillas de dedos retorcidos aferrándose a la obscura tierra;
y
tal vez el rumor, la frescura o la pura necesidad adivinando
un torrente luminoso y frío al fondo de la hondonada,
con
vistas lejanas de cerros, cordilleras que se alejan del verde al azul.
Aquí
un sol seco y desnudo, y allá sobre las montañas nubes
que
refrescan con su sola vista, tierra caliente, trabajo duro,
trasiego
de carretera y todavía, entonces, hace tiempo,
animales
de carga obstaculizando el paso.
Lo
mío, personal, era pasar, circular, en los "rápidos", en las "flechas", horarios,
carreras,
frenar, salir en las señales, hacia la sombra de los árboles
frenar, salir en las señales, hacia la sombra de los árboles
anchos
de refresco y descanso, esperar a quien sube y platicar al que se queda;
mujeres
lentas, hombres sombrerudos que fingen no mirar, no estar.
No
sé porque asocio el árbol, la parota, siempre con cortadas
en
los planos de tierra o lomas, barrancas y abismos de broma o reales,
el
árbol siempre en la orilla del voladero agarrado con raíces dramáticas
que
triunfan en la esbelta figura del tronco y la elegante copa de ramas
elevada contra un cielo siempre intensamente azul de calor y más desnuda luz.
Para
un chofer era el país de los desfiladeros, subir y bajar barrancas, acelerar en
la recta
de los planos, esperar en las curvas demasiado estrechas, rayarse el costado contra las
barandas de los puentes, acelerar, frenar, no sé porque pienso más en esperar cuando en
realidad lo más eran las curvas y bajar y subir.
de los planos, esperar en las curvas demasiado estrechas, rayarse el costado contra las
barandas de los puentes, acelerar, frenar, no sé porque pienso más en esperar cuando en
realidad lo más eran las curvas y bajar y subir.
Las
parotas son manos asidas a la tierra que fructifican portentosas y sobre
todo,
durísimas, “quien rajó parota no tiene madre”, me dijo un artesano que trabajaba
durísimas, “quien rajó parota no tiene madre”, me dijo un artesano que trabajaba
cabeceras
de cama de esa madera; “es un trabajo pesadísimo”, me decía
mostrándome
unas manos artríticas semejantes a las raíces del árbol.
Había una vida para la gente de la madera, para los de los que recogían fruta en las huertas
Había una vida para la gente de la madera, para los de los que recogían fruta en las huertas
de
los humedales junto a las riberas, y aún para los temporaleros en las tierras
secas,
siempre casi desnudas, amarillas y como rascadas de los “planes”.
siempre casi desnudas, amarillas y como rascadas de los “planes”.
Y
se moría mucho y se mataba también, no lo niego, había siempre “historias”, “informes”,
“operativos”, “pleitos”, los guachos siempre presentes,
y venganzas, todo sancionado por la doble cara del silencio
“operativos”, “pleitos”, los guachos siempre presentes,
y venganzas, todo sancionado por la doble cara del silencio
y
la broma gruesa; siempre había alguien que de un día para otro callaba,
alguien
que se disfrazaba visiblemente para huir a Acapulco o a México: “deme el asiento de más
atrás, de en medio, lejos de la ventana, que vea yo quien venga”.
que se disfrazaba visiblemente para huir a Acapulco o a México: “deme el asiento de más
atrás, de en medio, lejos de la ventana, que vea yo quien venga”.
“El
Cerro de las Parotas”, me suena indefectiblemente a mis lecturas de
la primaria,
Altamirano
y los sabinos de Amacuzac, no sé, Prieto y sus historias de caminos y
diligencias, Payno y mucho modernismo, el ensueño bucólico y el exotismo cercano del
calor y la humedad; aunque hoy como entonces, lo más no se habla, se hace, se vive, poco
se narra, menos se descubre; las vidas se entraman en secretos familiares y humillaciones
domésticas.
La violencia se encarna en nuevas generaciones que hilan su tela en silencio,
aunque en la artesanía pinten vidas de abundancia y ensueño;
alguna vez por estos mismos rumbos y caminos Buñuel filmó la subida al cielo…
diligencias, Payno y mucho modernismo, el ensueño bucólico y el exotismo cercano del
calor y la humedad; aunque hoy como entonces, lo más no se habla, se hace, se vive, poco
se narra, menos se descubre; las vidas se entraman en secretos familiares y humillaciones
domésticas.
La violencia se encarna en nuevas generaciones que hilan su tela en silencio,
aunque en la artesanía pinten vidas de abundancia y ensueño;
alguna vez por estos mismos rumbos y caminos Buñuel filmó la subida al cielo…
No
sé, pero supongo que como en las películas de Kusturika, la felicidad está en
los
sueños, pero uno se queda con la postal de la imagen del recuerdo y la añora,
sueños, pero uno se queda con la postal de la imagen del recuerdo y la añora,
aunque
si se afinan y razonan, de los recuerdos salen historias y chismes, nunca se
arma
una sola versión y todas resultan duras y a veces terribles,
una sola versión y todas resultan duras y a veces terribles,
pero
nunca tan crueles y visibles como nuestro presente.
“Nos
sembraron”, antes de saber con precisión nada, pero sospecharlo razonablemente
todo, afirman los supervivientes de sus hermanos, “nos sembraron”.
todo, afirman los supervivientes de sus hermanos, “nos sembraron”.
Conscientes
son de los correres de la historia con todo y sus matices de materialismo
dialéctico, y las propias memorias familiares de impublicadas Garro que también guardan
sus “recuerdos del porvenir”, “nos sembraron”;
dialéctico, y las propias memorias familiares de impublicadas Garro que también guardan
sus “recuerdos del porvenir”, “nos sembraron”;
se
sienten, y muchos lo son, todavía indígenas, pudieran saber, sino intuir,
como
dice el Popol Vuh, que toda sangre fructifica, toda sangre accede al tiempo, se
hace
piedra, templo, poder, entramado, pop, estera, petate, poder…
piedra, templo, poder, entramado, pop, estera, petate, poder…
y
ya hay demasiada sangre entre las manos amarillas de las Parotas que abrazan la
tierra,
que se aferran a la tierra, que evocan sensaciones y paisajes que son piel y alma de esta
gente, tan gente como nosotros, los que también pasamos, los que también estamos.
que se aferran a la tierra, que evocan sensaciones y paisajes que son piel y alma de esta
gente, tan gente como nosotros, los que también pasamos, los que también estamos.
Se
lo dijeron a mis antepasados que fueron arrieros en el mismo camino “ a la
costa”,
“por
todos los espinazos de la sierra”, “siempre hacia abajo o hacia arriba”, “subiendo
y
bajando”, de tierra caliente hasta al volcán; me lo dijeron mientras ajustaba mi ritmo
cardíaco con Coca, Tehuacán y mejoral para aguantar la calor y la dormición sin dejar de
frenar y acelarar; “para ustedes que pasan todo es igual”.
bajando”, de tierra caliente hasta al volcán; me lo dijeron mientras ajustaba mi ritmo
cardíaco con Coca, Tehuacán y mejoral para aguantar la calor y la dormición sin dejar de
frenar y acelarar; “para ustedes que pasan todo es igual”.
Supongo
que lo que me evoca el nombre de “el Cerro de las Parotas” es alguna juventud
ideal o real, propia o cercana, con ese sabor de “estuve ahí”, “yo lo viví”, y la imprecisión de
la distancia de los muchos años y la necesidad de saber o pensar que alguna vez se fue
felíz y hubo un mundo felíz, y que quizás era sólo esa búsqueda permanente de frescura
con la que se vivía, esperando el oasis,
ideal o real, propia o cercana, con ese sabor de “estuve ahí”, “yo lo viví”, y la imprecisión de
la distancia de los muchos años y la necesidad de saber o pensar que alguna vez se fue
felíz y hubo un mundo felíz, y que quizás era sólo esa búsqueda permanente de frescura
con la que se vivía, esperando el oasis,
que
finalmente se volvía realidad al fondo de alguna hondonada de pronto
maravillosamente tropical con su fonda de refugio, sus prados asombrados,
maravillosamente tropical con su fonda de refugio, sus prados asombrados,
las
hamacas de árbol a árbol junto a la corriente de agua, los represados pequeñas
albercas para niños y jóvenes,
albercas para niños y jóvenes,
los
cajones de lámina que llamábamos refrigeradores y las cervezas para los
mayores,
y
las flores, los arbustos brillantes de verdes llenos de abejas y mariposas,
sonrisas de
mujeres haciendo y sirviendo pescado o tasajo, el punto de descanso, lo había, eran
lugares hermosos, ahí, por ejemplo, donde la carretera cruzaba el Tepalcatepec;
mujeres haciendo y sirviendo pescado o tasajo, el punto de descanso, lo había, eran
lugares hermosos, ahí, por ejemplo, donde la carretera cruzaba el Tepalcatepec;
y
me parece recordar o evocar una loma o un cerro arbolado y silencioso con
paisaje largo
de mirar lejano y sensación de calma eterna, que pudiera ser un cerro de parotas.
de mirar lejano y sensación de calma eterna, que pudiera ser un cerro de parotas.
Tendría
que releer a Kertéz, a Primo Levi, al doctor Frenkl; a todos los que
encontraron
esperanza en medio del infierno, que me expliquen porque ahora que me hablan de fosas
de cadáveres y huellas de brutalidades sin freno, recupero con el nombre la otra imagen,
que seguro tenía que de alguna manera ser la que alimentaba el alma de esos jóvenes así
brutal e irracionalmente sacrificados.
esperanza en medio del infierno, que me expliquen porque ahora que me hablan de fosas
de cadáveres y huellas de brutalidades sin freno, recupero con el nombre la otra imagen,
que seguro tenía que de alguna manera ser la que alimentaba el alma de esos jóvenes así
brutal e irracionalmente sacrificados.
Querríamos
consolarnos pensando que descansan, pero es conocimiento y tradición local
saber que no se descansa en esta tierra, que la muerte no entierra ni el dolor ni la rabia,
que la impotencia siembra, destila, sintentiza resentimiento y un nuevo sentido de vida que
a la larga, en generaciones, de la nada, de alguna manera, fructifica.
saber que no se descansa en esta tierra, que la muerte no entierra ni el dolor ni la rabia,
que la impotencia siembra, destila, sintentiza resentimiento y un nuevo sentido de vida que
a la larga, en generaciones, de la nada, de alguna manera, fructifica.
“Algo
queda”, dice la gente que no habla, que de esto sabe que lo importante avanza
sin
palabra, que la violencia real y vivida es del reino de lo indecible e indescriptible, que hay
algo sin nombre que queda y circula y vive en los pechos de los que siguen.
palabra, que la violencia real y vivida es del reino de lo indecible e indescriptible, que hay
algo sin nombre que queda y circula y vive en los pechos de los que siguen.
Ahí queda y está profundo en el paisaje y en la vida de la gente, tras la feria y
el baile, tras
el estudio y la mudanza, después del trabajo, animando la faena y la chinga, queda eso
que generación tras generación quema el pecho y consume la carne. No se borra la
memoria ni se abole el paisaje, quedan los nombres y las sensaciones, los toponímicos y
los mapas, son mucho más que curvas de nivel y estadísticas, algoritmos de metales
preciosos en las bolsas de valores y estantes de maderas en una tienda de Noruega.
el estudio y la mudanza, después del trabajo, animando la faena y la chinga, queda eso
que generación tras generación quema el pecho y consume la carne. No se borra la
memoria ni se abole el paisaje, quedan los nombres y las sensaciones, los toponímicos y
los mapas, son mucho más que curvas de nivel y estadísticas, algoritmos de metales
preciosos en las bolsas de valores y estantes de maderas en una tienda de Noruega.
Es
el sol en la piel bajo la sombra de una parota, la invasión de hormigas en los
brazos y
las piernas, la frescura del agua fría en los pies, el ensueño de la luz en una sonrisa de una
cara morena, la alegría de los ojos cuando descansan en una sierra lejana, el entresueño
en la hamaca tras una jornada de insolación, la luz jugando en el follaje de árboles eternos…
las piernas, la frescura del agua fría en los pies, el ensueño de la luz en una sonrisa de una
cara morena, la alegría de los ojos cuando descansan en una sierra lejana, el entresueño
en la hamaca tras una jornada de insolación, la luz jugando en el follaje de árboles eternos…
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