lunes, 17 de septiembre de 2012

Carta de Navegación

Aves, piedras, árboles, la espuma se excita inútilmente en torno al blanco islote devastado en el tiempo y la memoria de los que pasaron, los que pudieron recordar. El ruido del agua es múltiple, no es uno el paso del río: está el batir próximo y constante de los rápidos, las brazadas medrosas sobre la piedra que cierra el estanque del recodo, la fricción del volumen que vanza simétrico, compacto y estable, los chapaleos que hablan de lo azaroso en el cuerpo, lo que siendo lo mismo permanece por lo variable, el pequeño y efímero desvío que define el eterno curso, el subri y bajar, rodear, golpear inconstante, y más aún el ruido que no se oye, el permanente, el que lo es todo, o quizá meramente pasos que nunca se acercan ni se alejan, hojas que tropiezan en su caída libre, rumor de ramas y enredaderas, cortinas vegetales, tapices de musgos, terrazas de orquídeas y hongos enormes que escalonan la vertical columna del tronco.

 
Ruidos que se meten por los brazos y toman el ritmo de la sangre. Iguana que fractura la alfombra de hojas secas. Flores que ensucian el tapete verdoso. Lodo de tierra que se resiste a ser arena. Quise hundir de costado el cuerpo hasta mojarme los hombros y mirar el cielo, la pared flecada de los cerros y sus despeñaderos arbóreos abrazados al basalto.


Avanza en el desorden pedregoso la culebra del reflejo y rompe la fruta madura la urdidumbre vegetal. ¿Qué sonido distingue al hombre?

Repican en lo alto las tijeras de la tarde, llamadas pasan zumbando como cables energizados y alternan con el timbre de insectos desvelados. Gana el color el agua con el sol que se dobla, azul en sombra, verde al descubierto. Doradas las piedras y troncos, el verde es oro nuevo en el engaste negro del lodo iris del basalto.

 
Los árboles solitarios en el limite del pastizal, guardianes del torrente, y sus pesados ropajes estampados y sus innumerables collares, mujeres graves y enjoyadas, o sacerdotes de anteriores eras (hoy el templo los viste, los agobia, a la larga, los seca). Quedarse, persistir, soportar. Es sólo un sonido. El del tiempo que no se mueve. Un sonido que creció con la selva, que construyó civilizaciones que miraban estrellas y conocían el inframundo. Los constructores de la escalera del día de 13 escalones.
 

Un pedazo de corteza es tortuga muerta al azar de los remolinos. El río huele a tortilla reciente. Las guías de las enredaderas vibran señalando con insistencia. Llegaron niños con voces de la tarde. Abordaron un tronco y treparon a la galería veteada por frutos que no encontraron. Con estar ahí, el extraño es ya un ser deforme -su traje de ciudad-, una caricatura de algo, un ser de otra creación, madera retorcida, chango o toloque para mirar y callar. Trepados en la copa los niños flotan sobre la corriente, inclinan con su peso las ramas que acarician el agua. Lianas, nudos de varejones y bejucos, suculentas lanzaderas con sus hojas corazón, sus hojas flecha, lengua o palma abierta. Son invitación y memoria, mil cuerdas de suicidas arrepentidos.
 
Retirarse tropezando con indeseadas caricias. Ramas que se mimetizan como víboras para no ser pisadas. Hundida en el lodo la vegetación mordisqueada y manchada de viejo parece aplastada por una antigua catástrofe, una violencia sin memoria. Las raíces de la ceiba abrazan rocas navegantes, cabelleras que aprietan, ocaso.
 
En el reloj improbable, en la máquina no el sonido, aparece la recuperación de las sucesiones, el tiempo de lo mesurable, el que avanza y establece dirección cuando, en realidad, aquí, a la vida, no fue todo sino parpadeo o trago de agua, sendero polvoso y sol en la frente, agacharse bajo la sombra de viejos cacaos, mujeres lentas con sombrillas negras de sol, caballos que adivinan el vado y cruzan tanteando y el ganado que saluda al vientre opaco de mi ojo inservible.
 
Cerveza tibia como muslo moreno y espera. En la pequeña tienda se habla de un niño tierno que murió de pulmonía con el frescor de la madrugada y la imagen de un velero en mar azul del calendario es un hoy que remite a otro tiempo en el lugar y la memoria. Los caballos beben sin prisa también. A este hombre le duelen las marcas de los dientes de la serpiente que no mordió su pantorrilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario