sábado, 5 de noviembre de 2011

Bakhalal

En lo azul del quinto bacab. En la esquina innumerable del
universo que se fija aquí como mera luz y tiempo. Donde todo
reverbera como espejismo, en el refugio-terraza geológica y
arquitectónica, mirador sobresaliente de lo intenso, introspección de lo dilatado...
Es paisaje que se mira en el espejo del cielo. Alguien aquí
violentó el Caribe con agudas torres blancas pobladas de
ocupados anemómetros. En su simulación de refugio europeo,
el minúsculo hotel suena a los ecos del poeta en la Martinica
hablando de grandes animales y mujeres de brazos suculentos
al sol, y yo sueño en la biblioteca podrida que transportó en el fondo de un barco.
Alguien entra en el espacio de la vida: la habitación es blanca y
luminosa, es invadida por el cielo y un rumor lejano constante
aquí donde no hay mar. Patria asoleada de los vientos y el más
amplio horizonte, aquí es más grande el cielo y nadie cuestiona
la redondez del planeta. Y es en este lugar donde nunca he
estado, que ocupan mi mente recuerdos insospechados de un pasado que no habité, volúmenes sin profundidad, anhelos
pueriles inocentemente obscenos como sueños monocromos.
Un juez sin rostro ni cuerpo ni presencia, el perfecto
antiterrorista me cuestiona: ¿en dónde estuviste mientras vivías
tu adolescencia? No aquí, estoy seguro, o quizás sí, si escucho
ese rumor que se hace voces e imágenes, pero que yo sé que es
la corriente constante del aire golpeando el acantilado o
imágenes que se difractan del holograma azul profundo del
cenote bajo la laguna. Es sólo una sintonía, entiendo, mi vida y
esta imaginación de entender todo lo que veo y siento
fundiendo mi vida con el paisaje. Entrego aquí mi memoria y
mis frustraciones, donde recibo este paisaje vida-rumor con
tantas sensaciones que no sabía mías. Mi propio vivir ahora es
sentir tanto tiempo vivido en sol, agua, llanura y cielo.
Accidente en la piedra caliza, la laguna es el relieve en el centro
del incendio de abril. Su azul perdido hasta el blanco desgasta
la corteza tanina de los manglares. En la humeante llanura se
adivina vegetación agobiada como macehuales antiguos. Muy
lejos sé que canta una mujer una canción sobre el misterio de su
propia voz, sabe al menos que en este mundo no se tiene acceso
ni siquiera al corazón de la acción que nos lleva, nos hace aquí,
accidentes rápidos sobre el paisaje sin rostro, que sin embargo
es en sí mismo Kinich Kakmó. Mirar es recordar sembrando el
futuro de imágenes y sensaciones reconocibles, guías
subliminales para la desazón aquí extranjera. Han instalado
columpios gemelos que miran sobrios el vacío lagunar. Y el
zumbido inacabable es el sonido del sol presente, es un oleaje
de un mar que se adivina, una turbina incansable para los hijos
de la edad sonora.
La noche finalmente no descansa, es viento ingobernable que
recuerda el imperio de Huracán a través de las persianas, y
pareciera que bajo el empuje eólico creciera el propio cielo,
todo en él es movimiento, desde su obscuro interior central
hasta las estrellas que huyen perseguidas de las nubes hacia el
gris amanecer que sorprende al sol amarillo, Yax K'in. Él es el
de la paleta de acuarelas que del cielo baja colores y tonos
sorprendentes al agua transparente.

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