sábado, 27 de agosto de 2011

El Doctor Urbano 1

A veces pienso que soy todavía aquel niño que pasó enormes horas mirando con gran diversión la calle, la gente y los coches pasar. Todavía escucho a la señora que limpia la casa llevar largas conversaciones con otras mujeres recorriendo la vida de otras gentes. Siempre es presente. Y siempre cada momento es igual a cada momento. Pero la gente ha cambiado, y si no contara con espejos, y gracias a la salud que no me lo recuerda, o al revés, a que siempre he tenido mala salud, no siento el paso de los años en mí. Incluso el apodo que con el que me conocen no ha cambiado con el paso de las años ni el cambio de las condiciones. Aunque hay condiciones que no han cambiado y que quizás tengan mucho que ver con las condiciones que me permiten seguir viendo la vida de los demás como si fuera ese niño atrapado en huecos inútiles de tiempo: entonces a los niños nos sobraba el tiempo: nos aburríamos y nadie se angustiaba con ello, estaba incluido en el ser niño. Pero no puedo dejar de ver que tengo una diferencia a favor con la gente que me rodea: el enorme esfuerzo con que viven su vida: como dedican todo o casi todo su tiempo a sostener el aparataje de ser ellos mismos, sin importar su condición económica o situación. Tanto esfuerzo. Y luego, algunos cuando envejecen y se quedan sin que hacer vuelven a esa situación de silencio y observación, aburrimiento y la odian. Quizás sea por ser la ciudad porque he conocido muchos viejos en el campo a los que no les pasa eso. Pero en la ciudad. Y tiene todo que ver con esto, con el esfuerzo y con envejecer, y con las ideas que nos hacemos. Me asombro de como de pronto me deja de importar todo y al revés me genero estos espacios de vacio sólo para dejarme dominar por el asombro...y también para llegar a la conclusión de la inutilidad de los esfuerzos y los años ahora que me llevan a poder con elementos, casos, historias, nombres, decir, lo he visto. Es como ese eterno presente de la calle que lo mismo, algo que me sorprendía de joven, puede ocultar inmediatamente la más grande tragedia o trifulca ocurrida apenas la noche anterior, lo que permitía que los vándalos al día siguiente pudiéramos cruzar miradas amenazadoras pero divertidas al día siguiente en la parada del camión o tomando un refresco, comprando en la farmacia o en la papelería; y ese clima, esa extraña tranquilidad con o sin tráfico, ese ambiente de paredes y calle, a veces incluso el sonido del aire en el follaje de los árboles que nos permiten sentir un momento absolutamente semejante a millones de momentos así...pero la gente se ha ido, ha cambiado...y nada ha cambiado, aunque sea fácil demostrar que todo es peor y antes los jóvenes éramos optimistas y ahora parece que ni siquiera ellos. Las personas que eran parte integral del paisaje de las paredes, las puertas, los letreros se van convirtiendo en historias. Las personas del buenos días, un día desaparecen y su personaje agarra la profundidad de la historia del pariente o amigo al que le toca contar su historia, decir que no siempre fue así, que tuvo mejores tiempos, que fue divertido o abusivo, que gozaba, que le gustaba a todos o no, que tuvo otra vida más allá de esa larga época sin tiempo ni edad, esos largos años en que la gente llega a eso que llaman madurez y parece no cambiar más: "los años no pasan por tal o cual". Que coinciden en mucho con el ser padres, con la edad de la responsabilidad, con un esfuerzo tanto económico como de imagen, como moral sostenido, frente a los vecinos, la ciudad, la gente, y ahora, apenas me doy cuenta, los hijos, quizá sobre todo los hijos. Largos años son, largos años parecen, largos años se ven. Y ahora que yo también los vivo apenas me doy cuenta de ellos, porque sólo los veo en otros, y sólo hago conciencia de ello cuando alguno de pronto pasa a ser anciano, se incapacita, o de pronto muere. Y gracias a las funerarias, ahora se muere en silencio, como con pena. Apenas la tradición religiosa de las señoras con sus velaciones públicas y sus rosarios hacen públicos algunos casos. ¡Ah! murió fulanito o tal o cual, bueno. Y, me pregunto ahora apenas por la falta de racionalidad con la que automáticamente, al hacer recuento, al informarnos, siempre le buscamos la justicia o la injusticia al caso. Quizás infectados por el espíritu contable del capitalismo buscamos siempre el balance: casa, hijos, fama pública, satisfacciones, etc. Un ejercicio compartido inevitable y automático en cada conversación. Y además, de pronto, en el velorio, nos reconocemos, aquellos que éramos irresponsables y despreocupados, viejos, haciéndonos cargo de los ancianos y sus muertes.

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