viernes, 15 de enero de 2010

Todos somos alguien más: Sobre la Subjetividad Contemporánea a la luz de la vida y obra de Bob Dylan.


En la película no direction home, una frase de su canción As a Rolling Stone, se resaltan los cambios que ha tenido Dylan en su música, actitudes, ideas y vida, y para resaltar aún más la no continuidad del personaje-persona, el papel es interpretado por distintos actores e incluso una actriz que ni siquiera se parecen entre sí o, a veces, al mismo Dylan. En la modernidad temprana o tradicional o autoritaria esto significaría esquizofrenia o cualquier otra etiqueta que descalifica a quien se sale de la mayor de las prisiones construidas por la modernidad surgida en el siglo XIX: la identidad. Una prisión que funciona como una red total y donde la vigilancia la ejercen básicamente los semejantes a través de las expectativas: se espera que permanezcas igual y no cambies, como nos dice Michel Foucault, y eso explica la violencia con que sus propios seguidores reaccionaron ante los cambios en los géneros musicales (Folk-Blues-Rock-Pop, etc.) o utilización o no de instrumentos electrónicos que ha tenido Dylan. Se considera una traición a la identidad de quienes se proyectaron sobre el artista, y se genera una exigencia unilateral de continuidad, siendo cierto que muchísimos artistas justamente construyen sus carreras y personalidades, y sobre todo si son contestatarios al sistema o parte de una minoría excluida o discriminada, mediante la construcción y defensa de una “identidad”. Eso lo podemos ver incluso en grupos como U2 y su actitud de ONG buena onda solidaria con todos los males del mundo, y tiene que ver también, por otra parte, con uno de los principios básicos de la colocación en el mercado y el marketing: hay que desarrollar y mantener “una identidad”, para que se convierta en una marca o franquicia, y así, por ejemplo, los discos o las novelas ya no se venden por su contenido específico, sino porque es de una persona tal, y por eso vemos en las Ferias de Libros y disquerías las enormes fotos de las personas y muy poca información sobre su último producto, esperando que compremos el nuevo producto por ser de quien viene, y no por lo que trae de original o particular respecto a trabajos anteriores. Dylan con sus actitudes y con lo que resaltó esta película demuestra otro nivel de libertad que es romper con la propia identidad construida y con la asignada, en un nivel que también tiene que ver con la narrativa de sus canciones y poesías: no hay, como ocurre normalmente con los cantautores un solo personaje que presenta las diversas situaciones e historias desde el mismo lugar: él mismo. Desde sus obras primeras, Dylan le presta voz a sus personajes, y sus canciones se mueven siempre desde las perspectivas de estos personajes, o son, en otra versión, parte de los paisajes que se van recorriendo. Hay en Dylan la voluntad de ser todos, y ver desde donde están todos, no sólo de narrar lo que hacen lo otros, y eso nos habla de una subjetividad diversa, compleja y siempre en movimiento que muy poco somos capaces de entender y ver atados a la obsesiva necesidad de construir el personaje que necesitamos vender todos los días –como explica más ampliamente Zygmunt Bauman en Vida de Consumo- para participar de los mercados afectivos, sexuales, de atención y económicos. Siendo además, dada la situación actual de hipercompetitividad y desregulación necesaria primero la atención con base del personaje, necesaria para poder entrar a los mercados económicos más que las competencias, habilidades y disciplinamientos que dice o exige el discurso social explícito. Es decir, cada vez necesitamos vivir en el reality permanente no sólo para “alcanzar nuestras metas”, sino ya simplemente para satisfacer nuestras necesidades. Y justamente las historias que cuenta en las canciones Dylan, que fijan las perspectivas de los actores más que someterlos a la perspectiva del Gran Hermano mediático, son el contrarreality, es decir, lo contrario a la canalización de los sentimientos y los esfuerzos.
Y en este sentido, no puedo terminar de señalar las coincidencias que hay con las actitudes de los autodenominados personajes o actores de izquierda que, de acuerdo a los condicionamientos y matriz cultural decimonónica de esta cultura e ideología, la de izquierda, como forma cultural moderna, sigue funcionando con base en este tipo de apegos autoritarios de identidad, y aún de las peores maneras, por ejemplo, el pensar y juzgar siempre con base en la autoridad de los enunciantes, o sea por quien dice lo que dice, y no por evaluar la misma argumentación (como ensañaba el propia Marx) entre otras cosas. Un tema, en fin, sobre el que vale la pena regresar, y por el que se explica el porque si queremos darle respuesta a nuestras coyunturas actuales concretas cotidianas, respuestas a nuestras situaciones políticas y vida cotidiana, hace falta reconstruir una cultura nueva y ver a la izquierda como parte del palimpsesto social donde se acumulan discursos, culturas y formas de entender y actuar de muchas épocas distintas, y a las que hay que decirles también “Hasta la vista, Baby”. Es decir que tenemos que huir también de la prisión mental de pensar todo en los términos de la contradicción decimonónica izquierda-derecha (que sigue sirviendo en algunos casos para entender la acción de actores que siguen todavía esos lineamientos, porque históricamente los regresos se valen, como el regreso brutal ahora del conservadurismo católico del siglo XVI), pero no para construir un presente-futuro diferente y viable de acuerdo a la vida actual. Más aún que la izquierda histórica, la “realmente existente” no logró identificarse o realizarse del todo como justicia, equidad, honestidad, etc. y que los mayores logros históricos: universalizar los derechos humanos y sociales, curiosamente no los lograron las luchas ahí donde la izquierda se alzó con el triunfo total, donde inocultablemente vimos trabajos forzados, censura ideológica y cultural, limitación de movimientos, puritanismo sexual, explotación económica por burocracias estatales, etc. Uno de los medios para orientarnos y actuar en el mundo actual es por supuesto seguir los consejos de Marx: analizar la situación concreta, encontrar sus determinaciones más profundas y sus articulaciones y actuar en el sentido que termine con las condiciones de injusticia, expoliación y explotación de las mayorías, lo cual ya no necesariamente signifique casarse con una clase y menos una ideología preconstituida, y sobre todo no significaría hoy en día ser de izquierda. Estoy convencido que hoy día Marx no es de izquierda, es decir, no estaba en su metodología y propuestas de análisis y pensamiento el seguir discursos preconstruidos con base en la autoridad de los enunciantes, y sobre todo teniendo como premisa básica además de la autorreferencialidad absoluta, el no enjuiciamiento del pasado propio. La izquierda trabaja, vive y respira mediante una lógica de identidad y no una de análisis y transformación. Y contra los integrismos cristianos, católicos, islámicos, sionistas, económicos (escuela de Chicago y neoliberalismo), necesitamos romper el pensar mediante las lógicas de identidad.

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