domingo, 20 de marzo de 2022

Lo que nos falta de libertad. Una pareja joven pega un cartel en un poste. Nerviosos voltean para todas partes como pájaros espantados. Sobre todo porque tienen encima la mirada desconfiada de los hombres del taller que celebran su normal tertulia sabatina. Me recuerdan cuando en momentos del siglo pasado en cada elección por hacer eso fuimos golpeados, encañonados con una pistola en la nuca y paseados por los separos de las delegaciones en medio de las mayores amenazas para nuestras familias. Aún no somos libres porque todavía tememos expresar nuestras ideas y gustos políticos, tememos al ejercer nuestros derechos. Pero definitivamente más miedo tenían los hombres “duros” del taller que no se atreven a manifestar sus ideas y creen que deben demostrar su reprobación a quien lo hace. Es como los puritanos que critican a quien tiene y exhibe que tiene sexo. No seremos libres hasta que no dejemos de temer, de tener miedo. Los psicólogos enseñan que para ello hay que aceptarlo y enfrentarlo. Y como en el siglo pasado, la única manera de ser libres es haciendo cómo está pareja de jóvenes que, ademas, saben que no hay amor completo sin política. Conocen el placer. Que, como se dijo en los 60 la política es la otra cara del amor y visceversa. Lo otro es la sociedad castrada y zombie. Ahogarse todas las tardes de sábado, en familia o con los amigos bebiendo cerveza o trago. Y sentir que usar la camiseta de un equipo de fútbol es un acto de valentía. Finalmente tras los años concluyó que más que los policías judiciales de antes quienes finalmente nos ahogan y nos someten son los cobardes y los mediocres.

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