martes, 17 de noviembre de 2015


Testimonio de un intento de promover la recuperación de la lengua Yokot’an de Tabasco y el choque con las lógicas institucionales.

Rodolfo Uribe Iniesta.





            El objetivo de esta ponencia es presentar una experiencia de recuperación de la lengua y cultura de un pueblo indígena que está perdiendo ambas por los procesos de modernización, la educación escolarizada y un callado pero acendrado racismo local tanto social como intelectual. Por ejemplo, en el último libro de historia editado por el Gobierno del Estado, Tabasco, Más Agua que Tierra, coordinado por Carlos Martínez Assad, donde se hace un balance de la historia y las historias escritas sobre Tabasco, no existe ninguna mención de que existen pueblos indígenas en su territorio, y se ignoran, no se mencionan los trabajos de historia y etnohistoria que los incluyen. Lo que hoy les presento es la historia de este libro bilingüe: T’an i Kajalín Yokot’an. Palabra y Pensamiento Yokot’an, que fue editado por la UNAM en el año 2000, y aunque diseñado para la recuperación de la cultura propia, y dirigido a los estudiantes de los entonces 4 colegios de bachilleres existentes, la mitad de la edición de 500 ejemplares se exportó a Estados Unidos, y sólo 100 pudieron colocarse en Tabasco, de éstos sólo 60 llegaron efectivamente a manos de los estudiantes de los colegios de bachilleres en comunidades Yokot’an. Y eso porque se los entregué mediante una falsa venta, o me los robaron cuando les daba aventón en la camioneta de la UNAM en la que los transportaba. Ninguno de los subsecuentes gobiernos de Tabasco, incluido el actual, se han interesado en hacer una reedición más accesible que la propia de la UNAM. Como podrán ver, a diferencia de la gran mayoría de los textos bilingües, aquí no se contrasta el texto de cada lengua en contrapágina, sino que renglón a renglón pueden compararse las palabras. Esto por supuesto, significó una forma particular de redacción que al no sonar bien ni ser fácil de leer en español, fue descalificada por los antropólogos considerados especialistas regionales en la UNAM. Curiosamente, a pesar de enunciar una política anticastellanizadora en cada documento, su argumento fue que “iba a enseñar mal el español a los indígenas”. Nuestro argumento, que fue aceptado y retomado en Universidades de Estados Unidos (Santa Bárbara, UdeC; y John Hopkins, Washington, D.C.) que mandaron comprar el libro para usarlo de texto en la carrera de Traducción Cultural, era que una ventaja de nuestro libro era que hacía sentir al lector en español la dificultad que tienen los lectores indígenas cuando se confrontan con textos en español como segunda lengua. El por qué el libro tiene éste tipo de particularidades, es muy sencillo, no se armó desde criterios lingüísticos ni antropológicos, sino que se siguieron las instrucciones que consensaron las asambleas comunitarias de alrededor de 10 pueblos, y las consultas con los patronos, rezadores, músicos y en general hombres de conocimiento de alrededor de otros 10 pueblos. Por la participación de Bartola May y el trabajo de campo de una estudiante de la Universidad de California, logramos integrar la opinión de las mujeres de una comunidad.



  1.             En el año 1999 Bartola May May y yo ganamos una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para elaborar lo que en el proyecto, para poder explicarlo llanamente, se llamaba diccionario Yokot’an-Español. El financiamiento fue en realidad necesario para poder liberar a Bartola de sus cargas de trabajo como encargada de los programas de radio bilingües de la Dirección de Educación Indígena de la Secretaría de Educación. La beca, como saben, dura sólo un año, y se tiene que entregar, como hicimos, el trabajo terminado. Pero en realidad el trabajo se inició 10 años antes, cuando yo era el director de la estación de radio XENAC, La Voz de los Chontales del Instituto Nacional Indigenista y Bartola May nominalmente era secretaria de la dirección. En realidad fue una cosa mucho más complicada porque yo tomo la dirección con una radio que tenía fuera del aire dos meses y que la Dirección de Radio del INI había ya desahuciado. El director del INI, Arturo Warman, me aclaró que el trabajo real era evitar que el gobernador cumpliera con la promesa hecha de escarmentar a los indígenas Yokot’anob, mal llamados Chontales, de Tabasco por haberle negado el acceso a sus pueblos durante su campaña electoral dada las malas relaciones que cosecho con ellos dos sexenios antes, cuando fue Secretario de Gobierno de Leandro Rovirosa e hizo todo lo que pudo por bloquear los trabajos de apoyo agroeconómico y en viviendo que por primera vez recibían de un gobierno estatal y uno federal a partir de una decisión política del gobernador Rovirosa, del decidido apoyo del senador Carlos Pellicer Cámara y de su operador local y director del Centro Coordinador del Instituto Nacional Indigenista, Andrés Manuel López Obrador. Antes de este sexenio, como lo demuestra el Censo Nacional de Población de 1970, los chontales habían desaparecido como categoría y se promocionaba que la lengua estaba ya extinta. En 1989, cuando tomo posesión, el gobernador ya había enviado un oficio a las presidencias municipales en las que se recomendaba no dar empleo a los indígenas chontales y se comentaba que se les identificara por su comunidad de origen dado que muchos hablaban muy bien español, bueno habría que aclarar desde que acá, que español tabasqueño. Entrando a trabajar descubrí que la radio no operaba porque se le había retirado el apoyo de oficinas centrales. Por presión de las comunidades, la radio se había entregado totalmente a personal indígena desde hacía alrededor de 6 meses. El grupo de 9 trabajadores, 6 hombres y 3 mujeres, habían imitado fielmente el sistema burocrático del Centro Coordinador: transmitían 2 turnos y cortaban a medio día para ir a comer. Las mujeres eran secretarias y los hombres eran un programador de música, 2 locutores, 2 productores que salían a grabar las fiestas en los pueblos y un electricista que fungía como técnico. Siguiendo por inercia las indicaciones de anteriores directores (que por cierto duraban muy poco) decían todo primero en español y luego traducían al Yokot’an llamándolo todavía Chontal, y todo era con base en guiones que siempre se basaban en la muy poca información etnográfica que había sobre el grupo. Por razones de tiempo les ahorro detalles de cómo todo el grupo sufría toda clase de abusos por parte del personal de Centro Coordinador, especialmente en el escamoteo del presupuesto. El problema grave es que ni el director locutor ni el técnico tenían la capacidad siquiera de explicar los problemas técnicos que se presentaban, y por esa razón los técnicos chihuahuenses que mandaban oficinas centrales no podían hacer sus cotidianos y asombros milagros para mantener al aire el transmisor y los compañeros intentaban resolver el problema acusando a oficinas centrales de discriminación. Desde el momento que se me dio posesión confronté mucha resistencia que se disolvió aceptando asistir a las comunidades a presentar el plan de trabajo en cada comunidad que me invitó. Con la ayuda del ingeniero enviado por oficinas centrales tras varias noches de trabajo al calor de los mosquitos del pantano, en menos de una semana, sin anunciar, transmitimos al doble de potencia durante 12 horas diarias música continua y comenzamos a recibir visitas de muchas comunidades que estaban pendientes de la radio aún apagada. Viniendo de la experiencia de otras radiodifusoras del D.F. y Villahermosa, hice a un lado los vicios antropológicos, tiré a la basura los manuales etnográficos, conseguí todo lo que pude de historia local, e inmediatamente hicimos una lista de ancianos y músicos a invitar a hablar al aire y grabarlos. Ahorro detalles, sólo señalo que establecí lógicas mínimas de administración racional y puse a todos a hacer lo mismo guiones, locución, producción y entrevistas, con equipos responsables de programas específicos, y quité la exigencia de traducir al español lo que se dijera al aire. Aunque sólo teníamos permiso para transmitir 8 horas diarias a 500 watts, transmitíamos 10 horas a mil watts y comenzamos a producir programas grabados que envíavamos al resto de estaciones del sistema indigenista que a su vez lo compartía con radios culturales.

            El que la radio funcionara desquició las negociaciones políticas entre el INI y el gobierno estatal. El gobernador impuso a un diputado priísta como director del Centro Coordinador sin consultar a los pueblos y madrugando a Warman; y los pueblos reaccionaron tomando el Centro Coordinador pero exigiendo que la radio se mantuviera encendida. Durante 15 días se mantuvo mucha tensión y me desentendí de la orden de apagar la radio que me llegó del D.F., hasta que algunos de los propios compañeros convencidos de alguna manera comenzaron a dar información sobre las personas que participaban en el plantón en un ambiente muy tenso donde la mayoría de quienes estábamos relacionados habíamos recibido amenazas de muerte del Señor Gobernador. Así, a pesar del apoyo de la comunidad cultural de los medios del Distrito Federal acaté la orden de apagar el transmisor aprovechando una visita de mantenimiento de la Secretaría de Comunicaciones y transportes.

            Nos salimos de las instalaciones del Centro Coordinador pero comenzamos a trabajar en resistencia en la biblioteca municipal grabando en cassettes programas de difusión de la cultura que transmitieron las otras radiodifusoras indigenistas y Radio Bilingüe de Fresno, California. Comenzamos entonces los trabajos del “diccionario” que siempre nos habían pedido las comunidades, mediante asambleas y consultas a los viejos más prestigiados. Finalmente se consensaron las siguientes características para el “diccionario”:

  1. Dado que la gran mayoría de personas, incluso de edad, habían estudiado cuando menos hasta tercero de primaria y saben leer en español pero no en Yokot’an, tenía que ir primero la palabra en español, pero de manera que se pudiera saber cuál era el equivalente para leerlo en yokot’an.
  2. El libro tenía que contar la historia propia de los pueblos, lo que los técnicos llamamos historia oral.
  3. El libro tenía que recoger los contenidos básicos de la tradición, que son los de la ofrenda, para que la pudieran continuar los jóvenes.
  4. El punto más discutido fue la de usar la sintaxis original Yokot’an (objeto, sujeto, verbo) que se estaba perdiendo porque los jóvenes lo estaban hablando ya como si fuera español (sujeto, verbo, objeto).

    Avanzamos un año haciendo ese trabajo por 10 meses hasta que nos liquidó el INI. Varios años después, ya con un doctorado y contratado como investigador por la UNAM busqué financiamientos para poder contar con la colaboración de Bartola para terminar el trabajo. No fue aceptado por ninguno de los financiamientos científicos, pero sí como trabajo cultural artístico por el Fonca. El proceso de trabajo fue el siguiente:

  1. Con los materiales conjuntados entonces y durante la elaboración de mi tesis doctoral redacté una síntesis de historia propia del pueblo Yokot’an.
  2. Recuperé las mejores y más completas entrevistas sobre las diversas prácticas de ofrenda y respetando lo más posible las palabras textuales armé un texto sobre ellas.
  3. Redacté ambos textos con la sintaxis tradicional: objetos, subjeto, verbo.
  4. Bartola tradujo ambos textos al Yokot’an.
  5. Conjuntamente trabajamos en una retraducción al español palabra por palabra y de manera que coincidieran en la presentación final.
  6. Pusimos primero el texto en español y a renglón seguido, buscando la concordancia palabra por palabra, el texto en Yokot’an.
  7. Tuve que pelear durísimo con la supuestamente obligatoria revisión de texto de los correctores de estilo.
  8. Finalmente perdí la pelea de que se hiciera una edición muy modesta que pudiera venderse muy barata: Nada se puede contra la imagen editorial. El 60% del costo es la edición de la portada en Papel Couché y el director de mi centro se afirmó en que no iba a hacer una “mala edición” que denigrara a la UNAM.

    Recién editado el libro fue recomendado a la ENAH y las universidades americanas que iniciaban entonces la carrera de traducción cultural por la Dra. Carmen Ochoa. Pero al mismo tiempo era descalificado por caciques de la antropología universitaria porque enseñaba una historia regional distorsionada al mencionar las masacres cometidas por el Garridismo, y porque daba una idea de mal español a los indígenas.
    Para poderlo distribuir me inventé una gira de conferencias a los entonces sólo 4 Colegios de Bachilleres en pueblos Yokot’anob. Me hice incluir en el programa de presentaciones de libros comerciales que tienen normalmente, y presenté el libro con un costo del 50%, o sea, sólo 60 pesos. Se los entregaba a los jóvenes con la promesa de que pagarían al día siguiente, día en que yo ya no volvía por seguir con el itinerario. Finalmente en la zona de Quintín Aráuz, dentro de la Reserva de la Biosfera Pantanos de Centla, hay muy poco transporte, por lo que con la camioneta de la UNAM daba aventón a los jóvenes de la secundaria y prepa que aprovechaban para llevarse libros sin pedirme permiso.
    Finalmente les contaré que gracias al libro Bartola May ganó consecutivamente los premios nacionales “Juventud Indígena Nacional”, y “Juventud Nacional”. Desgraciadamente esto sólo le trajo problemas porque los celos de sus jefes en la Dirección de Educación Indígena Estatal llegaron hasta mandarla golpear para evitar que asistiera a los congresos a los que era invitada. Después ingresó a la Universidad Intercultural de Tabasco donde a su vez, la discriminación institucional por parte de los profesores investigadores involucrados en el sistema SNI la hizo renunciar. Decidió mejor pedir un grupo en una primaria de su pueblo donde se mantiene dando clase a los niños.



Conclusiónes:

La abrumadora mayoría de textos bilingües que se elaboran se hacen para reflejar las ideas y procesos de las instituciones de gobierno que los financian. Los libros, textos, formas y contenidos, quedan atados y determinados por el sentido, contenido y forma de las instituciones patrocinadoras con poco interés de la población objetivo, la cual se supone que ha de adaptarse a éstas formas, contenidos y sentidos institucionales, lo cual además sigue entendiéndose como educación. No hay el sentido, ni por supuesto el interés del desarrollo de formas, sentidos y contenidos propios extrainstitucionales; y esto también se manifiesta últimamente, en que cuando se anuncia una edición bilingüe en lenguas indígenas, siempre se trata de un texto de la cultura occidental que aparece en alguna lengua originaria, como el Principito, por ejemplo, con lo que seguimos determinados en nuestra relación entre quienes son miembros de pueblos originarios y quienes no lo somos, por una concepción colonialista. Cuando se hace un esfuerzo con un sentido propio, más que una abierta represión lingüística, simplemente no hay espacio para éstas en las vías institucionales. Y desgraciadamente se trata de dimensiones que los esfuerzos autonomistas han descuidado, en el caso de los Yokot’anob de Tabasco, abiertamente, las últimas generaciones simplemente los menosprecian.

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