viernes, 3 de julio de 2015

 
 
 
 
 
 
Siempre que oigo hablar a l@s sociólog@s algo se me rompe adentro y me dice que no entienden nada. Se habla de regresar a los tiempos de la inocencia, pero para muchos jóvenes en la ciudad, aunque regresen en el tiempo, nunca hubo inocencia, pero sí ingenuidad. La ingenuidad con que podían usarse las palabras y hacerlas significar lo que uno quisiera porque el lenguaje también era de otros. Era otro despojo más, esa sensación que nada era de uno, más bien al contrario, absolutamente todo era ajeno y la casa era un territorio hostil con una jerarquización absoluta e irrefutable, mientras en la calle, igualmente hostil, incluso físicamente peligrosa, sin embargo, era un lugar indefinido donde había intersticios para evadir toda jerarquía sino autoridad. Al menos podía uno controlar la propia respiración y el cuerpo aunque se supiera en riesgo. Era curioso lo del lenguaje, todo se arreglaba con una palabra en su versión masculina y femenina: puto o puta. Las demás muy pocas palabras eran francamente excedentes, dispensables. Según el caso la palabra franca como una moneda, era adjetivo pero también sustantivo, interjección por supuesto, conjunción muy pocas veces copulativa porque directa o indirectamente eso también estaba mediado por el dinero o la violencia; era complemento de todo, artículo, refuerzo de pronombre y hasta adverbio. Lo significaba todo y a la vez nada en específico. Estaba ahí para usarse, a diferencia de todo lo demás, por cualquiera. Era muy claro que salvo casos específicos muy claros, no tenía la connotación sexual que hoy le quieren ver la gente de la clase intelectual; pero lo que no se escondía a sus usuarios, incluso más bien al contrario, se resaltaba, quedaba claro que por eso se usaba, era que significaba frustración y resentimiento, coraje e impotencia, tirria, el hiato fundamental que nos separaba de todo lo que nos rodeaba y al mismo tiempo el contenido fundamental de todo, la hostilidad, la ajenidad, la inaccesibilidad: todo tenía un valor o una forma de acceso inaccesible a nuestra situación específica, y aunque evidentemente se trataba de exclusión económica, se creía que era por jerarquización social, y al mismo tiempo era más por ignorancia; pero al mismo tiempo era muy fácil recibir el golpe si se hacía la transgresión. Era como un letrero pintado en las cosas y hasta en las gentes. No. De ahí se seguía de manera que parecía natural la necesidad de destruir y robar, sobre todo el equipamiento urbano y en especial las señales de tránsito y el equipamiento urbano, la necesidad de insultar a todos y provocar a los policías, que en lugar de responder desde su autoridad (cerrando el círculo de la llamada de atención al padre) y la ley y reglamentos, nos enfrentaban de igual a igual en competencia física, como se decía antes, de hombre a hombre, con lo que nos ayudaron mucho a desarrollarnos física y moralmente; y finalmente, aunque algunos se profesionalizaron y terminaron en la cárcel, el robo en pequeño era lo normal y lo entendía una ciudad que nos toleraba porque había un entendimiento básico entre quienes convivían en la calle: ninguno era dueño de ninguna de esas cosas que había en la calle, en las tiendas o los negocios; todos nos sabíamos víctimas de un despojo permanente y básico...Creo que es la situación en la que se están sintiendo los griegos respecto a esa cosa de los bancos, las finanzas, la Unidad Europea, etc. Todo esta condición me la recordó el leer lo que dicen Juncker, la directora del FMI, the economist y demás de la actitud de los griegos. Se llama dignidad.

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