martes, 14 de agosto de 2012

El Gato Blanco en la Tarde Perlada

.El hombre entró violentamente en la recámara. Era media tarde de un día particularmente luminoso a pesar de que llovía.  A través de la ventana el cielo gris perlado reflejaba una luz suave pero muy clara que recortaba los objetos individualizándolos. Se acostó con un inusual cuidado de acomodarse horizontalmente, con la impaciencia de no estar cansado, con la falta de energía de no estar enojado, con la desazón de sentirse derrotado. Sintió de golpe que no tenía nada que ver con el hombre que un mes antes había manejado 2000 kilómetros hasta el desierto y cabalgado al menos un día entero, arriba y abajo por una montaña. Apenas en la mañana se sintió valiente porque había ido a recoger unas impresiones fotográficas justo en la esquina donde el miércoles anterior, menos de una semana antes, habían asesinado a un empresario antes de entrar a su oficina. Y por otra parte no terminaba de procesar que sentimiento era esa sensación que tenía luego de haber visto en la primera plana de los periódicos que el alcalde electo de la población de la que partió la expedición al desierto había sido asesinado. La noticia se sumaba naturalmente a que en otro de los pueblos visitados había aparecido una camioneta con doce cuerpos de hombres asesinados, y que relacionado con eso, al día siguiente, se había librado una balacera donde habían muerto otras cinco personas en la misma capital del estado, en la hermosa ciudad donde había disfrutado tanto de la paz de caminar por su Calzada y plazas del centro histórico.

 Pero nada de eso tenía que ver con ese momento. Se sintió irreparablemente viejo e inútil, derrotado por un texto. Era evidente que ya no podía cumplir el plazo fijado. No podía escribir más, no podía inventar ninguna historia. Pensó, que en realidad nunca había servido para eso, que además no era justo consigo mismo el tener que someterse a la misma angustia a cada trabajo, sobre todo con su costumbre de pedir siempre el pago por adelantado para forzarse a terminar sin importar lo que ocurriera. Pero al mismo tiempo era lo único que le importaba hacer. En lo demás no importaba ser tachado de mediocre, cumplir a medias para ir tirando y no sentía mínimamente culpable de fingirse enfermo para liberar tiempo para escribir. En esto no le importaba en nada lo que le dijeran, el calificativo que recibiera. Bastaba con la satisfacción de poder entregar un texto inventado, sacado de la nada,  a tiempo. Eso era todo. Debería matarse. La idea nació con el coraje de la impotencia y se tradujo en una frase: debería matarse. En ese justo momento el gato blanco que apenas unos momentos antes había estado acariciando en su regazo, mientras permanecía frente a la pantalla blanca del procesador de palabras de la computadora, saltó sobre él. Se acomodó a lo largo de su pecho y lo miró a los ojos con sus intensos ojos azules con ese fondo semejante al de los manantiales limpios de las zonas de suelos calcáreas. De hecho se le quedó en la punta de la lengua el nombre del manantial cercano a la ciudad de Campeche donde había visto un color semejante de piedra azul jaspeada. Ojos intensos y serenos. Poco a poco el gato se fue cansando y comenzó a parpadear hasta terminar ronroneando sobre su pecho con los párpados apretados en remedo de una serena sonrisa de sabiduría. Con mucho cuidado para no despertar al animal el hombre extendió el brazo izquierdo para tomar el libro más cercano sobre el buró. Era una novela que no había comenzado a leer y que había comprado porque la publicidad decía que servía para comprender la crisis económica griega. Leyó la primera línea “El gato instalado sobre el respaldo del banco de enfrente, me mira.” Aunque el libro comenzaba con la crisis tras la hospitalización del inspector Kostas Jaritos, se preguntó si Petros Márkaris habría sufrido una crisis semejante, y habría recibido la ayuda de un daimon parecido. Recordó el adagio Beatle: “The love you give is the love you take” y siguió leyendo procurando no incomodar al gato. Concedió que nadie puede pensar tonterías con un gato durmiendo en el pecho.

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