Pero nada de eso tenía que ver con ese
momento. Se sintió irreparablemente viejo e inútil, derrotado por un texto. Era evidente que ya no podía cumplir el plazo fijado. No
podía escribir más, no podía inventar ninguna historia. Pensó, que en realidad
nunca había servido para eso, que además no era justo consigo mismo el tener
que someterse a la misma angustia a cada trabajo, sobre todo con su costumbre
de pedir siempre el pago por adelantado para forzarse a terminar sin importar
lo que ocurriera. Pero al mismo tiempo era lo único que le importaba hacer. En
lo demás no importaba ser tachado de mediocre, cumplir a medias para ir
tirando y no sentía mínimamente culpable de fingirse enfermo para liberar
tiempo para escribir. En esto no le importaba en nada lo que
le dijeran, el calificativo que recibiera. Bastaba con la satisfacción de poder
entregar un texto inventado, sacado de la nada, a tiempo. Eso era todo. Debería matarse. La
idea nació con el coraje de la impotencia y se tradujo en una frase: debería
matarse. En ese justo momento el gato blanco que apenas unos momentos antes
había estado acariciando en su regazo, mientras permanecía frente a la pantalla
blanca del procesador de palabras de la computadora, saltó sobre él. Se acomodó
a lo largo de su pecho y lo miró a los ojos con sus intensos ojos azules con
ese fondo semejante al de los manantiales limpios de las zonas de suelos calcáreas. De
hecho se le quedó en la punta de la lengua el nombre del manantial cercano a la
ciudad de Campeche donde había visto un color semejante de piedra azul
jaspeada. Ojos intensos y serenos. Poco a poco el gato se fue cansando y
comenzó a parpadear hasta terminar ronroneando sobre su pecho con los
párpados apretados en remedo de una serena sonrisa de sabiduría. Con mucho cuidado
para no despertar al animal el hombre extendió el brazo izquierdo para tomar el
libro más cercano sobre el buró. Era una novela que no había comenzado a leer y
que había comprado porque la publicidad decía que servía para comprender
la crisis económica griega. Leyó la primera línea “El gato
instalado sobre el respaldo del banco de enfrente, me mira.” Aunque el
libro comenzaba con la crisis tras la hospitalización del inspector Kostas
Jaritos, se preguntó si Petros Márkaris habría sufrido una crisis semejante, y
habría recibido la ayuda de un daimon parecido.
Recordó el adagio Beatle: “The love you
give is the love you take” y siguió leyendo procurando no incomodar al
gato. Concedió que nadie puede pensar tonterías con un gato durmiendo en el
pecho.
El cuento de este blog es pensar en voz alta sobre la libertad, sus derivaciones, sus obstáculos, sus perversiones...la vida como hecho virtual y las virtualidades vivibles.
martes, 14 de agosto de 2012
El Gato Blanco en la Tarde Perlada
.El hombre entró
violentamente en la recámara. Era media tarde de un día particularmente
luminoso a pesar de que llovía. A través de la ventana el cielo gris perlado reflejaba una luz
suave pero muy clara que recortaba los objetos individualizándolos. Se acostó con un inusual cuidado
de acomodarse horizontalmente, con la impaciencia de no estar cansado, con la
falta de energía de no estar enojado, con la desazón de sentirse derrotado.
Sintió de golpe que no tenía nada que ver con el hombre que un mes antes había
manejado 2000 kilómetros hasta el desierto y cabalgado al menos un día entero,
arriba y abajo por una montaña. Apenas en la mañana se sintió valiente
porque había ido a recoger unas impresiones fotográficas justo en la esquina
donde el miércoles anterior, menos de una semana antes, habían asesinado a un
empresario antes de entrar a su oficina. Y por otra parte no terminaba de procesar que
sentimiento era esa sensación que tenía luego de haber visto en la primera plana de
los periódicos que el alcalde electo de la población de la que partió la
expedición al desierto había sido asesinado. La noticia se sumaba naturalmente
a que en otro de los pueblos visitados había aparecido una
camioneta con doce cuerpos de hombres asesinados, y que relacionado con eso, al
día siguiente, se había librado una balacera donde habían muerto otras cinco
personas en la misma capital del estado, en la hermosa ciudad donde había
disfrutado tanto de la paz de caminar por su Calzada y plazas del centro
histórico.
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